lunes, 18 de mayo de 2015

Fragmento de “Mutantes y Místicos: la Ciencia Ficción, los Comics de Superhéroes y lo Paranormal” Por Jeffrey J. Kripal

Fragmento de “Mutantes y Místicos: la Ciencia Ficción, los Comics de Superhéroes y lo Paranormal”

Por Jeffrey J. Kripal

Traducción: Mazzu





En Big Sur, mucho antes de los hippies mutantes, durante el otoño de 1962, dos jóvenes graduados de Stanford, Michael Murphy (1930) y Richard Price (1930-1986), cofundaron una pequeña comunidad de visionarios en un motel spa reformado ubicado en un acantilado. Pronto nombraron a su pequeño emprendimiento como Instituto Esalen, en honor a un grupo tribal de nativos americanos (los Esselen) que en el pasado poblaran la zona. El lugar se convirtió rápidamente en el hogar original del movimiento del potencial humano y la meca de la contracultura.

Murphy y Price adaptaron la idea clave del “potencial humano” del escritor británico-americano Aldous Huxley, que se refería a algo que llamó las “potencialidades humanas”. En deuda con sus famosos experimentos con drogas psicodélicas (otra de las claves que ayudaron a acuñar otro tema contracultural que fue rápidamente vinculado a la mutación, tanto en sentido altamente negativo como altamente positivo), Huxley utilizó la expresión “potencialidades humanas” para argumentar que la conciencia y el cuerpo humano poseen vastos recursos mentales y energéticos sin explorar. La conciencia, pensaba Huxley, no es algo simplemente producido por el cerebro. Tal vez, probablemente sea algo filtrado y reducido por el cerebro, al igual que un televisor o una radio reciben una señal distante que en realidad no está en la caja (o en el cerebro). Pensemos en el almacén de conocimientos de Ray Palmer o en la Mente Cósmica de Gopi Krishna filtrándose en el cerebro. Por lo tanto para Huxley, la Conciencia en su verdadera naturaleza, es algo que se escribe con mayúscula. Es esencialmente trascendente y cósmica en naturaleza y alcance. La llamó la Mente en toda su Extensión.

Sobre la base de esos estados alterados y palabras alteradas (y Frederic Myers), Murphy llegaría a sugerir que el potencial humano incluye todo tipo de poderes extraordinarios que son “supranormales”, desde habilidades psíquicas como la clarividencia y la telepatía, a fenómenos físicos extraordinarios como las curaciones dramáticas, y, en algunos casos raros (como los de Teresa de Ávila, José de Cupertino, y Daniel D. Home), la levitación aparente o el don del volar. Todas estas cosas, por supuesto, han sido exageradas en la literatura religiosa, el folclore, y la fantasía moderna como algo sobrenatural, pero según autores como Murphy, pueden ser comprendidas como presagios o intuiciones de los potenciales ocultos de la evolución. Visto desde esta perspectiva, los géneros de la cultura pop son esencialmente géneros de “potencial humano” disfrazados, géneros que “podrían prefigurar los saberes y poderes luminosos que podría alcanzar la raza humana”, como Murphy escribió en su obra magna de 1992 El Futuro del Cuerpo.

Así, también, Murphy ve a los deportes modernos como una especie de teatro paranormal en el que las capacidades sobrenaturales y los estados alterados de la energía son comúnmente evocados y experimentados “en la zona”. Aquí se hace eco de las antiguas tradiciones de artes marciales del lejano oriente (Tai’chi, karate, aikido, chi kung, kung fu, etc.), en donde el deporte, las energías sutiles, y los poderes paranormales están profundamente ligados. Las cuales, debo añadir, jugaron un papel importante en varios de los títulos de cómics de superhéroes de los 70s que incluían las artes marciales, lo que constituye otra línea de Orientación. De ahí nace uno de mis propios favoritos, la historia de Puño de Hierro de Roy Thomas y Gil Kane. Algunos de los momentos más extraños de la tradición deportiva que Murphy ha documentado en gran detalle también tienen una relación distante con uno de los géneros más locos de los cómics que yo adoraba cuando era niño: el género de los deportes ocultistas.



Al igual que los maestros de artes marciales y los atletas, Murphy sobre todo quería una práctica para actualizar los potenciales evolutivos. Lo mismo ocurrió con el instituto. Esalen fue imaginado desde el principio como una especie de academia privada alternativa para esta futura evolución del cuerpo, es decir, como un lugar donde las potencialidades humanas insinuadas por las experiencias psicodélicas pudieran ser apoyadas, nutridas, y desarrolladas a través de prácticas transformadoras consistentes y una estructura institucional estable.

Consideremos, por ejemplo, el caso de George Leonard, periodista de Look, reformador educativo y maestro de aikido, que acuñó la frase “el movimiento del potencial humano” con Murphy en 1965. Leonard era bien conocido en la década de 1960 por sus modelos radicales de reforma de la educación. Al comienzo de su muy popular Educación y Éxtasis (1968) Leonard relata cómo, al entrar en un aula, detecta a una joven bruja cuyos poderes psíquicos, se da cuenta, están enlazados con un erotismo obvio y peligroso. Él puede sentir un hormigueo en la piel a medida que sale de la sala y se pregunta sobre el destino de la joven en un mundo superficial y poco comprensivo. En el modelo de la educación extática de Leonard, el aula típica de una escuela secundaria estadounidense es un lugar donde los talentos ocultos se manifiestan por primera vez (a menudo alrededor de la pubertad y la aparición de los poderes sexuales) y luego son cruelmente aplastados bajo el peso del control social, la incredulidad, y la negligencia pura. La joven mujer se olvidará de su propio potencial humano y de sus propios superpoderes mágico-eróticos. Debe olvidarse de ellos para sobrevivir en este mundo social particular.

Si esto está empezando a sonar como la mitología basal de los X-Men, es decir, si Esalen suena más que sólo un poco a la escuela para mutantes del Profesor Xavier, bien, entonces ya tienen una idea de hacia dónde vamos con todo esto. Y si además también ya saben que el lenguaje de ‘actualizar el potencial humano’ es omnipresente en las historias de los X-Men, están aún más cerca. Pero si imaginan que nuestra historia se remonta a la ciudad de Nueva York en 1963 con Lee y Kirby, o incluso a Big Sur en 1962 con Murphy y Price, están bastante equivocados. Como ya hemos visto con los mitemas de la Alienación y de la Radiación, mi intención fundamental es demostrar que el mitema de la Mutación posee una “vida secreta”, es decir, que las mitologías de superhéroes que implican mutaciones están profundamente en deuda con los espiritualistas del pasado, con la investigación psíquica, y con las tradiciones metafísicas.

En términos del presente, sólo se necesita señalar a El Futuro del Cuerpo de Michael Murphy, una obra maestra de ochocientas páginas que no tiene igual en la historia de la literatura sobre las potencialidades místicas y ocultas de la evolución. Puesto en sentido mítico, es algo que el Profesor Xavier podría haber escrito para su escuela de superdotados – el tipo de libro de texto para la educación de los mutantes en la teoría, la historia y la práctica de sus locos talentos forteanos. Murphy, sin embargo, no fue el primero en proponer que la evolución podría ocultar dentro de sus misteriosos procesos mucho más que puro azar y sinsentido. De hecho, la propia inspiración primaria de Murphy no fue otro que el filósofo indio y maestro espiritual Sri Aurobindo, quien, como hemos señalado en el capítulo 2, en la segunda década del siglo XX desarrolló una elaborada metafísica visionaria que apunta hacia un Superhombre espiritual altamente evolucionado. Pero también hubo otros.

Ya hemos visto, con respecto tanto a la tesis de los antiguos astronautas, la de Carl Sagan (Alienación) y las implicaciones místicas de la física cuántica y Niels Bohr (Radiación), cómo las líneas divisorias entre las teorías “populares” y las de la “elite” no son siempre tan claras, y cómo lo que muchos suponen como ideas populares o “pseudocientíficas” de hecho tienen prehistorias profundas y distinguidas. En lo referente a la Mutación, podemos ver los mismos patrones de nuevo, y nada menos que con un científico como Francis Crick, codescubridor de la molécula del ADN. En 1973, Crick escribió un artículo junto a Leslie Orgel sobre la panspermia dirigida, “la teoría de que los organismos fueron transmitidos deliberadamente a la tierra por seres inteligentes en otro planeta”. Lo que en realidad tenían en mente era la visión de la vida temprana como una especie de “infección” de microorganismos estabilizados y transportados durante millones de años en una “nave espacial no tripulada de largo alcance”. Después de reconocer cuán similar suena esto a la ciencia ficción, los autores incluso citaron  a otro científico que había especulado que “podríamos haber evolucionado a partir de microorganismos dejados inadvertidamente por algunos visitantes anteriores de otro planeta (por ejemplo, en su basura)”.

Más cerca de la visión evolutiva de Murphy estaba el famoso biólogo y activista de la ciencia Julian Huxley, nieto de T.H. Huxley (que nos dio la palabra “agnosticismo”), y hermano de Aldous Huxley (que nos dio la palabra “neuroteología” y respondió al agnosticismo de su distinguido abuelo con su propia búsqueda de un nuevo gnosticismo). En 1942, en su clásico Evolución: la Síntesis Moderna, Julian animó a sus lectores a tener su propio papel en la determinación de “el propósito del futuro del hombre” y dejar de poner las responsabilidades humanas “en los hombros de dioses míticos o absolutos metafísicos”. En resumen, (...) sugirió que ahora debemos evolucionar por nosotros mismos. Más radicalmente aún, y bien dentro del mitema de la Mutación, escribió abiertamente que “hay otras facultades, la existencia desnuda de lo que hasta ahora apenas ha sido establecido: y estas facultades también podrían desarrollarse hasta alcanzar una distribución común como, digamos, los dones musicales o matemáticos de hoy en día. Me refiero a la telepatía y otras actividades extrasensoriales de la mente”.

Aún más cercana era la visión del gran filósofo francés Henri Bergson. Bergson tuvo una prestigiosa cátedra en la École Normale Supérieure, trabajó con el presidente Woodrow Wilson para ayudar a fundar la Sociedad de las Naciones, y ganó el Premio Nobel de Literatura en 1928. Durante su plenitud, Bergson era tan famoso como Sigmund Freud y Albert Einstein. También fue presidente de la Sociedad para la Investigación Psíquica de Londres en 1913. Los místicos, para el filósofo, eran los precursores de la evolución humana, y los poderes psíquicos eran indicios de lo que todos podríamos convertirnos en el futuro. De este modo, en La Evolución Creadora (1907), escribió de manera muy bella sobre lo que él llama el élan vital, una fuerza evolutiva cósmica que revela que el universo es, como él mismo escribió en 1932 en las últimas líneas de su último libro, “una máquina para la fabricación de dioses”.

Mucho antes de Bergson, el médico canadiense Richard Maurice Bucke (1837-1901), poco antes de su muerte, escribió un libro excéntrico y más bien errático sobre la evolución como una fuerza mística creadora de genios espirituales, culturales y literarios – su clásico, Conciencia Cósmica, de 1901. A pesar de sus defectos obvios y su ingenuidad histórica, la obra es muy inspirada. Por consiguiente, tendría un impacto significativo en lectores posteriores, incluyendo a dos casos de estudio que vemos en el capítulo 6, el artista fantástico Barry Windsor-Smith y el escritor de ciencia ficción Philip K. Dick. Dicho esto, y considerando el obvio disenso de Bucke con la aleatoriedad esencial de la biología darwiniana aceptada, parece aconsejable pasar un poco más de tiempo con este autor.

Granjero por nacimiento, y consumado médico y psicólogo por formación, Bucke recibió la inspiración original para su misticismo a través de la literatura y, para ser más preciso, de la poesía. En 1867, una visita le leyó algunas cosas de Walt Whitman. Él se sorprendió. Cinco años más tarde, durante la primavera de 1872, esta inspiración poética resultó en una dramática apertura mística en Londres. Bucke y dos amigos acababan de pasar la tarde leyendo a los poetas románticos: Wordsworth, Shelley, Keats, Browning, y sobre todo, Whitman. En el viaje en carro a casa justo después de la medianoche, algo sucedió:

De repente, sin previo aviso de ningún tipo, se encontró envuelto, por así decirlo, por una nube del color del fuego. Por un instante pensó en un incendio - alguna conflagración repentina en la gran ciudad. Pero luego supo que la luz estaba dentro de sí mismo. Inmediatamente después llegó a él un sentimiento de júbilo o alegría inmensa, acompañada o seguida inmediatamente por una iluminación intelectual absolutamente imposible de describir. En su cerebro irrumpió un momentáneo relámpago de Esplendor Brahmánico que desde entonces iluminó su vida. Sobre su corazón cayó una gota de la dicha de Brahma, dejando desde entonces y para siempre un regusto del reino de los cielos.

Aquí vemos de inmediato nuestro mitema de la Orientación (“Esplendor Brahmánico”) y al menos una pizca de Radiación (“una nube del color del fuego”, como una “conflagración repentina”). Pero fue el mitema de la Mutación el que brindaría la “iluminación intelectual absolutamente imposible de describir” para él, finalmente dando lugar a la aparición de Conciencia Cósmica casi treinta años más tarde.

Conciencia Cósmica, como su nombre lo indica, se define como una “conciencia del cosmos, es decir, de la vida y el orden del universo”. No es una vaga experiencia emocional. Viene con una iluminación intelectual definida - enseña cosas, incluso aunque estas cosas superen con creces el actual desarrollo cognitivo del cerebro (de ahí la parte donde dice “absolutamente imposible de describir). La Conciencia Cósmica también transforma el ser humano, a quien envuelve en una llama viva, transformándolo “casi en un miembro de una nueva especie”. La experiencia también eleva moralmente al individuo, proporcionándole un “sentido de la inmortalidad, una conciencia de la vida eterna, no una convicción de algo a alcanzar, sino la conciencia de algo ya alcanzado”.

Bucke está convencido de que la raza humana, en su conjunto, eventualmente evolucionará para alcanzar esta Conciencia Cósmica, que “ya estamos dando este paso en la evolución”, y que cada vez es más común encontrar a dichos tipos de individuos (aquí es donde su argumento se vuelve muy arriesgado, y estadísticamente absurdo). En cualquier caso, entiende claramente el estudio de la historia de dichas experiencias como un componente clave de este despertar, y ve el enfoque de su libro como un medio para “ayudar a hombres y mujeres a dar este paso infinitamente importante” de hacer contacto consciente con la Conciencia Cósmica. Lo cual es para decir que Bucke entiende a su libro como una fuerza de mutación mística es sí: en esencia, Conciencia Cósmica puede catalizar la Conciencia Cósmica. ¿Y por qué no? ¿El mismo Bucke no se sintió transfigurado, en un instante, después de leer a los poetas románticos?

Escribir semejante libro-mutante involucra un trabajo intelectual duro. Bucke informa que mediante la correspondencia que mantuvo con el escritor británico e intérprete del hinduismo Edward Carpenter (otro místico evolutivo temprano), sus especulaciones fueron profundizándose y disciplinándose hasta llegar a su “concepto germinal”, a saber, la idea de “que existe una familia que surge de la humanidad ordinaria, vive entremezclada, pero apenas forma parte de ella, cuyos miembros se han esparcido a lo largo de las razas avanzadas de la humanidad en los últimos cuarenta siglos de la historia del mundo”. En resumen, los X-Men antes de los X-Men.

Pero ni siquiera Bucke - en el cambio de siglo - fue el punto de origen del mitema de la Mutación. En el capítulo 1, vimos, por ejemplo, la novela de John Uri Lloyd de 1895 Etidorhpa, cuya temática de la Tierra hueca, sobre todo en boca del guía similar a los ‘alienígenas grises’, está positivamente repleta de referencias a poderes sobrehumanos y facultades latentes que las “próximas evoluciones” materializarán en la raza, como la telepatía o “lenguaje mental”, la telequinesis, el espíritu cósmico, etc.

También hemos encontrado ya los orígenes históricos reales de dos términos absolutamente vitales en la mitología de los X-Men: el magnetismo y la telepatía. No es muy exagerado sugerir que, sin estos dos conceptos claves, la serie de los X-Men no sería reconocible. Estos, después de todo, son los superpoderes del principal villano (Magneto) y del maestro fundador (el Profesor Xavier) de la mitología, respectivamente, los cuales, además, aparecieron desde el primer número.

Como el lector sensible ahora puede adivinar, los poderes magnéticos de Magneto se derivan del movimiento del magnetismo animal de finales del siglo XVIII y principios del XIX en torno a la figura de Anton Mesmer. El mismo lector también puede ahora darse cuenta de que el superpoder principal del Profesor X – la telepatía - puede ser rastreado definitivamente hasta la Sociedad para la Investigación Psíquica de Londres (SPR) y hasta un hombre a quien ya hemos mencionado en numerosas ocasiones, Frederic Myers. Recordemos que Myers acuñó el término “telepatía” en 1882 y lo vinculó directamente a las fuerzas espirituales de la evolución, es decir, que la veía como una evidencia de nuestra naturaleza evolutiva supranormal y “extraterrena”.

Uno de los asistentes a la primera reunión oficial de la Sociedad para la Investigación Psíquica ese mismo invierno de 1882, era nada más y nada menos que Alfred Russel Wallace, el co-creador con Charles Darwin de la teoría de la evolución biológica. Wallace se preocupaba muy poco por las ortodoxias de la religión o de la ciencia. Asistió a sesiones de espiritismo, realizó experimentos mesmerianos con sus estudiantes, afirmaba la supervivencia postmortem de nuestra naturaleza mental y espiritual, y especulaba con sus colegas de la SPR, que “parece haber evidencia de un Poder que ha guiado la acción de las leyes (evolutivas) en direcciones definidas y con fines especiales”.

En otras palabras, el mitema de la Mutación, la idea de mutaciones místicas que producen diversos poderes sobrenaturales, no es una invención contracultural o una fantasía superficial, y ciertamente no comenzó con los X-Men de Lee y Kirby en 1963. Ha estado en el aire desde hace más de 150 años y ha florecido entre algunos de los intelectuales, filósofos y científicos más distinguidos de la cultura occidental. De hecho, se remonta hasta los orígenes, y hasta uno de los dos fundadores históricos de la misma biología evolutiva.



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