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domingo, 24 de mayo de 2015

LA GUERRA OCULTA: Agentes secretos, Magos y Nazis (por Michael Howard)

¿Cuál era la relación de Aleister Crowley con Ian Fleming (creador del mundialmente famoso James Bond)? ¿Las agencias británicas de inteligencia utilizaron los servicios de ocultistas para atrapar a Rudolf Hess? ¿Realmente se fabricaron muñecos de Adolf Hitler para que la gente clavara agujas y alfileres en ellos? Siempre que se habla del ocultismo en conexión con la segunda guerra mundial, se habla de las creencias ocultistas de cierto sector de la jerarquía nazi; pero ¿qué pasaba mientras tanto en las oficinas de la inteligencia británica? Este informe relata cómo hicieron los ingleses para sacar provecho del ocultismo... y demuestra el viejo dicho de que “en la guerra, cualquier trinchera es buena”

LA GUERRA OCULTA
Agentes secretos, Magos y Nazis

Michael Howard

Traducción: Mazzu



Es sorprendente el número de practicantes de las artes mágicas y de la brujería que estuvo involucrado en trabajos de inteligencia militar durante la Segunda Guerra Mundial. Tal vez el 'espía ocultista' más conocido que operó en la Segunda Guerra Mundial, y de hecho mucho antes, y cuya carrera de inteligencia ha sido bien documentada, es Aleister Crowley. El autor (Dr.) Richard B. Spence cree que Crowley comenzó su carrera de agente secreto cuando tomó un juramento de lealtad a la Corona británica. Esto sucedió en el internado del Malvern College en 1891 cuando se unió al cuerpo de cadetes de los voluntarios locales de la Worcestershire Royal Artillery. Más adelante, Crowley diría que a pesar de sus problemas y dificultades con el establishment británico él siempre había sentido que estaba atado a ese juramento. De hecho, había fortalecido su vínculo con Inglaterra (Spence 2008: 17). Es posible que se refiriera tanto a un nivel mágico y psíquico, así como físico y patriótico.

De joven, a través de la presentación de su tía que era miembro, Crowley se unió a la Liga Primrose. Este era un grupo semi-secreto y cuasi-masónico de extrema derecha del Partido conservador cuyo objetivo era protegerlo de sus enemigos políticos. El Dr. Spence sugiere que las simpatías jacobitas de Crowley en apoyo al retorno de la dinastía Estuardo al trono británico para reemplazar a los usurpadores de Hannover, podría haber sido utilizada por la Liga para persuadir a Crwoley de espiar a potenciales enemigos de la Corona. Sin embargo, esto sugeriría que sus inclinaciones jacobitas no eran genuinas o que eran una fase adolescente pasajera.

Crowley tuvo la suerte de estar bajo el patrocinio del Marqués de Salisbury, el Gran Maestre de la Liga. Se ha sugerido que Salisbury ayudó a Crowley a entrar en la Universidad de Cambridge y que estaba preparando a su joven protegido para una carrera vitalicia en el Servicio Diplomático, que bien podría haber implicado espiar para su país. Sin embargo Crowley tenía otras ideas, a pesar de que estaba en Cambridge cuando conoció al futuro artista Gerald Kelly, con cuya hermana Rose posteriormente se casó. Aproximadamente cuarenta años más tarde ambos hombres fueron a servir al Servicio Secreto Británico en tiempos de guerra (Ibid: 18-19).

Durante la primera guerra mundial Crowley estaba viviendo en Nueva York y fue abordado por un desconocido en un ómnibus. Durante su conversación sobre la guerra en Europa el hombre entregó a Crowley una tarjeta de negocios. Impresas en ella estaban las direcciones de dos revistas pro-alemanas y posteriormente Crowley escribiría propaganda anti-británica para estas publicaciones. Naturalmente, el gobierno británico se formó una mala opinión gracias a este acto anti-patriótico y traicionero. Lo marcaron como traidor y la policía allanó y clausuró su templo mágico en Londres. Crowley siempre proclamó su inocencia. De hecho, dijo que había estado trabajando para la Inteligencia Británica y que había escrito los artículos satíricos tal como le habían solicitado. El objetivo era ridiculizar al movimiento pro-alemán en América y desacreditar sus publicaciones. Esto nunca ha sido confirmado por el gobierno británico, pero tampoco ha sido negado.

Mientras Crowley estaba en los Estados también se hizo pasar por irlandés para apoyar la autonomía o autogobierno de Irlanda, que todavía era parte del Imperio Británico. Se las arregló para ponerse en contacto con varios republicanos irlandeses-americanos que compartían sus supuestos puntos de visita. Al parecer, ellos le habrían suministrado los fondos para quedarse en el país, a pesar de que finalmente se hartaron de sus demandas financieras. Es muy posible que Crowley estuviera espiando a los republicanos irlandeses y enviando la información obtenida a su oficial a cargo en Londres.

A principios de la década de 1920 Crowley y su pequeño grupo de seguidores fueron expulsados ​​de Italia por órdenes directas del dictador fascista Benito Mussolini. La versión oficial fue que habían sido expulsados a causa de sus actividades sexuales ‘obscenas y pervertidas’ en la llamada Abadía de Thelema en Cefalu, Sicilia. La verdadera razón fue que la policía italiana tenía un dossier secreto sobre Crowley y creía que era un espía británico (Spence 2008: 188).

Los rumores que circulaban en los ambientes gubernamentales y en los medios de comunicación, tanto en Alemania como en Francia, afirmaban que Crowley tenía contactos con “los servicios de inteligencia de los países extranjeros”. En 1929 fue expulsado de París por el gobierno francés, convencidos de que era un espía. El Dr. Spence cree que en esa época el oficial a cargo y contacto de Crowley en la Inteligencia Británica era Gerald Yorke, a quien había conocido en 1927. Yorke era un periodista independiente y también trabajaba para la agencia internacional de prensa Reuters. (Ibid: 208-209). Eso podría haber sido una buena cortina de humo para las actividades de inteligencia y muchos periodistas aún son reclutados para tal fin hoy en día.

La primera evidencia sólida de que Crowley fue reclutado por el MI6 o SIS (Servicio Secreto de Inteligencia) se halla en la década de 1930. La idea era espiar a los ocultistas alemanes con vínculos políticos al emergente Partido Nacionalsocialista ('nazi') y al marxismo revolucionario. Uno de los posibles objetivos de Crowley era Albert Karl Theodor Reuss, el fundador del grupo mágico Ordo Templi Orientis u Orden de los Templarios Orientales (OTO), en la que Crowley había sido iniciado en 1912 y había sido nombrado jefe de la rama británica. Reuss tenía fama de haber trabajado antes de la Primera Guerra Mundial como agente encubierto de la policía secreta de Prusia. Mientras vivía en Londres, en 1885, Reuss se unió a la Liga Socialista Revolucionaria dirigida por el fundador del movimiento de artes y oficios William Morris y la hija de Karl Marx, Eleanor. Cuando finalmente descubrieron que era un espía, Reuss fue expulsado.

Otro destacado miembro de la OTO en Alemania, que más tarde se convertiría polémicamente en el Gran Maestre de la sede de los EE.UU., era Karl Johannes Germer. Él había sido galardonado con la muy codiciada medalla de la Cruz de Hierro en la Primera Guerra Mundial por su trabajo de inteligencia, aunque por desgracia fue encarcelado en un campo de concentración por los nazis. Se ha afirmado que esto fue debido a su asociación con Crowley y a sus intentos de reclutar miembros alemanes para la OTO.

Mientras vivía en Berlín, en la década de 1930, Crowley espió a las sociedades secretas y a miembros del partido nazi conocidos por su interés en el ocultismo y en el renacimiento de las viejas religiones paganas germánicas. Compartía piso con Gerald Hamilton, periodista inglés pro-comunista, que era conocido por la inteligencia británica como un espía que trabajaba para los alemanes. Crowley informó a Londres sobre las actividades de Hamilton y sin duda estaba haciendo lo mismo con sus jefes alemanes. Puede haber sido la participación de Crowley en el SIS lo que llevó a Heinrich Himmler, jefe de la Orden nazi de las SS, a declarar públicamente que el servicio secreto británico era dirigido por Rosacruces que utilizaban sus poderes ocultos para espiar a sus enemigos.

En 1933, el año en que los nazis tomaron el poder en Alemania, Crowley conoció a un excéntrico aristócrata galés, el vizconde Tregedar (Evan Morgan 1893-1949). Su embrujada casa de campo estaba cerca de Newport, en Gales del Sur y fue el escenario de famosas fiestas salvajes en las que participó una amplia mezcla de tipos sociales, incluyendo a Aldous Huxley y H.G. Wells. La finca incluía un zoológico privado con un canguro, un oso melero, un babuino y un loro guacamayo. La reina Mary, abuela de la reina actual, llamaba a Lord Tredegar “mi bohemio favorito”. Uno de sus huéspedes más inusuales y notorios, tal vez de manera significativa a la luz de los dramáticos acontecimientos posteriores, fue el diputado nazi Rudolf Hess. De hecho Hess tenía una conexión familiar con la finca Tregedar, ya que su primera esposa estaba sepultada cerca de allí. En 2012 la casa será tomada por el National Trust y abierta al público.

Lord Tregedar también había visitado en Alemania la casa de Ernst Rohm, jefe de las SA, y habían compartido un amante masculino. Rohm, que había consultado a los astrólogos sobre su homosexualidad, fue asesinado por órdenes de Adolf Hitler durante la purga del partido nazi conocida como “la noche de los cuchillos largos” en junio de 1943 cuando las SA fueron disueltas. Esto fue en parte porque Hitler le temía a la organización y al creciente poder de Rohm, pero también porque muchos de sus miembros compartían las preferencias sexuales de su líder y los otros jerarcas nazis eran homófobos.

La amistad de Crowley con Lord Tregedar se basó en gran medida en el hecho de que ambos compartían un interés en lo oculto y, posiblemente porque ambos eran bisexuales. La Gran Bestia dio a su señoría el espaldarazo definitivo de nombrarlo ‘Adepto de Adeptos’. Aunque Tregedar se había convertido al catolicismo en su juventud, e incluso sirvió como chambelán de dos papas y fue a Caballero de Malta, todavía continuaba con sus actividades ocultistas. Mientras vivía en Roma se dice que hizo un rito nigromántico en el cementerio protestante inglés de la ciudad para evocar el espíritu Shelly, el poeta romántico del siglo XVIII. También tuvo contacto con un 'hombre astuto' en el norte de Gales.

Parece que a Tregedar le gustaba realizar rituales en los cementerios, y así fue como supuestamente utilizó el de la iglesia parroquial de Ovingdean en Sussex. Este estaba convenientemente cerca de la casa de su madre. En uno de estos rituales del cementerio iba acompañado por un grupo de ocultistas que incluía a un primo de Sir Winston Churchill. Lord Tregedar pertenecía a una sociedad secreta ocultista londinense llamada El Círculo Negro, que seguía la tradición brujeril de incluir trece miembros en los aquelarres. En ella, el aristócrata era conocido como el ‘Monje Negro’ e incluso fue pintado con la capa negra con capucha que todos los miembros llevaban para sus ceremonias. Era dueño de varias reliquias de santos, reflejando su formación católica, tenía el esqueleto de una bruja galesa local - al que puso en su pasillo para recibir a sus invitados -, y confió a Crowley que su familia era descendiente del rey Arturo. Se supone que la legendaria ciudad de Camelot estaba en el cercano yacimiento romano de Caerleon. Crowley incluso describió a su señoría como “el heredero legítimo de Excalibur”.

Crowley parodiando a Churchill


Cuando Gran Bretaña declaró la guerra a Alemania en septiembre de 1939, a pesar de sus creencias ocultistas o posiblemente a causa de su relación inusual con Churchill, Lord Tregedar fue reclutado por el MI5 (el servicio interno de seguridad británica). Incluso es posible que perteneciera al mismo antes de la guerra y que ya hubiera pasado información sobre sus contactos nazis. Fue nombrado como jefe de la sección del MI6 conocida como el Servicio de Seguridad Radial (RSS). Entre sus otras funciones en esa posición, estaba a cargo de las palomas mensajeras que se utilizaban para comunicarse con los agentes secretos en la Europa ocupada por los nazis.

Desafortunadamente su carrera secreta terminó abruptamente. Un día Tregedar llevó a una recorrida no autorizada por las oficinas a una bella joven que no tenía autorización de seguridad. Él fue arrestado y acusado de traición a la patria, un delito muy grave en tiempos de guerra. Podía significar un largo tiempo en la Torre de Londres o incluso la ejecución en la horca o un pelotón de fusilamiento. Sin embargo, para sorpresa de sus colegas, el aristócrata fue liberado y se murmuraba que el MI5 había intervenido en el caso. Tal vez conocía demasiados secretos. Inmediatamente Tregedar se puso en contacto con su viejo amigo Crowley y trató de persuadirlo para que le echara una maldición al agente que lo había arrestado (Spence 2008: 225 y comunicaciones personales de Paul Busby 13.10. 2009)

Otro vínculo entre Crowley y los servicios de inteligencia era su amistad con P.F. Tom Driberg - que era homosexual. Había sido columnista de chismes de la sociedad en el Daily Express y paradójicamente se había unido al partido comunista británico en 1920. Con contactos en los diferentes mundos de la política, la alta sociedad y el ambiente gay, era un informante ideal para el MI5, aunque asimismo se rumoreó que también era agente de la KGB. Driberg fue reclutado en 1937 por el asistente-director del MI5 responsable del contraespionaje, Maxwell Knight. Él estaba a cargo de plantar a los “topos” en las organizaciones fascistas, comunistas, y otros grupos considerados por el gobierno como una amenaza para la seguridad nacional. Después de 1933 Knight volvió la atención a las organizaciones pro-alemanas que operaban en Gran Bretaña.

Después de que Tom Driberg fuera reclutado, presentó a Crowley con Dennis Wheatley - escritor de aventuras, thrillers históricos y de magia 'negra' -, cuya esposa trabajaba como oficial de la administración de transporte para el MI5. Wheatley también fue reclutado personalmente por Churchill para ser parte de una unidad de alto secreto en la Oficina del Gabinete, dedicada a la planificación para la guerra total (incluyendo el uso de gas venenoso y armas biológicas), a la defensa local de Gran Bretaña si los alemanes invadían y a la organización de un movimiento de resistencia si tenían éxito. Se supone que Crowley ayudó a Wheatley con la investigación para sus novelas de ocultismo y dispuso encuentros con otros magos. Incluso hay una historia que dice que a pesar de que Wheatley negara haber asistido a ceremonias mágicas, él y Maxwell Knight podrían haber sido estudiantes de Crowley.

Coincidentemente Dennis Wheatley era también amigo cercano de la escritora ocultista Joan Grant, quien escribió novelas best seller sobre la reencarnación, como The Winged Pharoah basada en su propia vida en el Antiguo Egipto. Grant practicaba ritos sexuales mágicos del tipo rosacruz con su marido psiquiatra. Ella también era miembro de la Orden Internacional Masónica Mixta y cuando yo me uní a una logia masónica mixta con temática egipcia en la década de 1970 me dijeron que Joan Grant había pertenecido a ella muchos años antes. Varios de los miembros la recordaban con cariño. Cuando niña en 1914 había navegado con sus padres en la infortunada SS Lusitania. Crowley iba en el mismo viaje y ya en Nueva York había visitado la casa de la familia de Grant, porque conocía a su padre (Spence 2008: 226).

La conexión íntima entre Maxwell Knight, Dennis Wheatley, Tom Driberg y Crowley es que los cuatro hombres estaban interesados ​​en el ocultismo. Knight también estaba obsesionado con los animales y alojaba culebras en el baño de su planta baja de su apartamento en Chelsea, un loro amazónico en la cocina y un mono del Himalaya en el jardín. Después de la guerra, ya retirado del MI5, Knight comenzó una segunda carrera exitosa. Grabó programas de radio sobre historia natural para la Children’s Hour de la BBC bajo el seudónimo de ‘Tío Mac’. Maxwell Knight también era bisexual y amigo de Lord Tregedar - mencionado anteriormente -, y también tenía un zoo privado.

Cuando la esposa de Knight murió en 1936, por una supuesta sobredosis accidental de analgésicos prescritos para su dolor de espalda, circularon rumores de que se había suicidado después participar en un ritual mágico con Crowley. Se sugirió incluso que fue asesinada por su marido por su dinero y que la Gran Bestia había aconsejado a Knight sobre cómo hacerlo usando su conocimiento sobre las drogas (Spence 2008: 226-227). No hace falta decir que no hay una pizca de evidencia para apoyar ninguna de estas historias.

Cuando estalló la guerra Crowley estaba ansioso por aportar su granito de arena para el rey y el país y continuar su relación previa a la guerra con el MI6. Tanto el MI5 como el SIS se acercaron y reclutaron a ocultistas en esa época debido a sus conocimientos y habilidades especializadas. El 10 de septiembre de 1939, siete días después de que comenzara la guerra, y después de rellenar un formulario de solicitud, Crowley fue invitado a una entrevista en el Almirantazgo en Whitehall. Esta fue con el Comandante C.J. Lang del Departamento de Inteligencia Naval (NID). Sólo ellos dos saben qué pasó en esta reunión secreta, pero se ha afirmado que cuando Crowley murió en 1946, entre sus papeles fue encontrada una nota del NID reconociendo su “trabajo durante la guerra”.

Otra posible pista sobre la participación de Crowley con las agencias de inteligencia durante la guerra surgió en un informe enviado por el funcionario del MI6 Kim Philby - traidor a la corona y topo soviético - al Control de Moscú en 1942. Philby informó a sus jefes rusos que el MI6 estaba investigando una red de extorsiones que unían a los oficiales de la Real Fuerza Aérea y a miembros de la alta sociedad británica con el contrabando de drogas, orgías (heterosexuales y homosexuales) y “ritos de magia negra”. Se cree que esta red extorsiva era dirigida por agentes del servicio secreto alemán con base en su embajada en la ciudad neutral de Dublín. Coincidentemente el contacto berlinés de Crowley, Gerald Hamilton, fue internado por los británicos en 1939 como un riesgo potencial para la seguridad. Se dijo que el gobierno estaba preocupado por sus “comunicaciones sospechosas” con la embajada de Alemania en Dublín (Spence 2008: 246).

Según Kim Philby, que suministró las pruebas documentales a la KGB - extrañamente faltantes de los archivos del SIS -, el “famoso ocultista Aleister Crowley” estaba involucrado en estas actividades nefastas (Tsarev and the West 1999: 316-318). El Dr. Richard Spence cree que en realidad el SIS tropezó en efecto con una operación clandestina del MI5 dirigida por Maxwell Knight, posiblemente ayudado por Crowley. El MI5 y el MI6 siempre han sido rivales y a menudo no se informaban entre sí sobre las operaciones en curso. Puede haber sido parte del sofisticado sistema de contraespionaje llamado “doble cruz” creado por el MI5 para ‘torcer’ la red de espionaje nazi en Gran Bretaña (Ibid: 241). Como se supone que tanto Crowley como - extrañamente - el embajador soviético estaban involucrados en la organización de las supuestas orgías sexuales y misas negras descritas por Philby, es más probable que el MI5 estuviera detrás de ello en vez de los alemanes. Los servicios de inteligencia de todos los países siempre han llevado a cabo operaciones de “bandera falsa” y utilizado las artes oscuras del chantaje y la subversión para exponer a los traidores y reclutar agentes, políticos y dignatarios extranjeros.

El director adjunto de la Inteligencia Naval británica durante la Segunda Guerra Mundial fue el excéntrico, colorido y extravagante teniente comandante Ian Fleming. Se volvería mundialmente famoso en la década de 1950 como el creador del espía británico de ficción James Bond 007, que tenía licencia para matar. De hecho, se cree que Fleming basó a su personaje ‘M’, jefe del Servicio Secreto en los libros, en su amigo y colega Maxwell Knight del MI5. Tampoco es ningún misterio por qué Bond tenía el rango de comandante naval. Fleming también compartía el interés de Knight por el ocultismo, especialmente por la astrología, la adivinación y la numerología, y también conocía a Crowley. Por lo tanto tenemos una red clandestina relacionada social y laboralmente de agentes de inteligencia interesados ​​en lo oculto y verdaderos practicantes de las artes mágicas.

El comandante Fleming era bien conocido por sus proyectos innovadores, aunque algunos preferían llamarlos “las ideas locas de Ian”. Estas incluían planes para arrebatar una máquina codificadora alemana Enigma mediante la organización de un falso accidente aéreo en el Canal Inglés, hundir barcazas hechas de cemento en el Danubio para bloquear el río para la flota nazi, falsificar millones de Reichmarks para hacer quebrar la economía alemana y ofrecer la Isla de Wight a la Marina francesa como su territorio soberano durante el tiempo de guerra. Era un poco como un héroe de Boy’s Own y creó su propia unidad de comando privada llamada 30 Assault, conocido en el NID como “los pieles rojas”, que participaron en incursiones atrevidas en la costa de la Europa ocupada.

Pudo haber sido el interés de Fleming por la astrología lo que llevó a su jefe, el Almirante John Godfrey, a reclutar astrólogos para realizar horóscopos de Hitler para ver lo que podría estar planeando (o lo que los astrólogos que trabajaban para los nazis estaban prediciendo y aconsejando) e incluso de los propios almirantes de la Marina Real (registrado en una entrada del diario del jefe del MI5 Guy Liddell, con fecha del 10 de abril 1941 y citado por Spence 2008). Uno de los astrólogos reclutados por la SOE y el NID fue el novelista, periodista y cineasta húngaro-judío llamado Louis de Wohl. Él afirmó que le habían dado el rango honorario de capitán en el ejército británico por la SOE, con uniforme y todo. Aunque el Ministerio de Defensa negó esto después de la guerra, era una práctica conocida. Al escritor de thrillers Dennis Wheatley se le dio el rango temporal de comandante en la Reserva de la RAF para cubrir su trabajo secreto en tiempos de guerra (Howe 1967 204-205 y 215)

El gobierno británico creía que Hitler y algunos nazis de alto rango tenían interés en temas esotéricos como la astrología, el psiquismo, la magia y las artes ocultas. En 1942 una evaluación psiquiátrica secreta encargada por la inteligencia británica llegó a la conclusión de que Hitler sufría de lo que llamaban ‘delirios religiosos’ y creía que era un ser divino. El führer también era paranoico sobre los judíos y creía que estaba siguiendo una misión espiritual que en su mente retorcida justificaba la política de la Solución Final resultante en el Holocausto. El informe comparaba sus despotriques y discursos histéricos en las infames marchas de antorchas de Nüremberg como la obra de un “chamán” que creía que estaba transmitiendo mensajes de “los espíritus” a sus fanáticos seguidores.

En 1943 la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS), precursora en tiempos de guerra de la CIA, le pidió a un conocido psicólogo de la Universidad de Harvard que hiciera un estudio similar. Su informe identificó Hitler como alguien que sufría de una amplia gama de trastornos mentales graves. El médico concluyó acertadamente que cuando Alemania enfrentara la derrota, el complejo mesiánico de su líder lo llevaría a tomar el antiguo rol del ‘dios moribundo’. Esto significaba que se sacrificaría por su pueblo y por su tierra suicidándose (The Times 4 de mayo de 2012).

Ian Fleming fraguó una idea para explotar el conocido interés en el ocultismo, la adivinación y astrología del diputado alemán Rudolf Hess y sus conexiones previas a la guerra con Gran Bretaña. Concibió un plan audaz para atraer a los jerarcas nazis a Inglaterra fingiendo resucitar a una organización de amistad anglo-germana anterior a la guerra llamada The Link. Coincidentemente esta había sido formada por un director retirado del NID, el almirante Sir Barry Domville, e incluía entre sus principales miembros a un ocultista, un general llamado J.F.C. Fuller, abierto admirador de Hitler y discípulo de Crowley. Domville fue detenido e internado cuando comenzó la guerra. Esto se debió a que el gobierno creía que estaba tramando un golpe de estado fascista con apoyo de los pacifistas del establishment social y político británico que querían la paz con Alemania.

Rudolf Hess


El astuto plan de Ian Fleming era plantar desinformación que sería recogida por el Alto Mando alemán. La información falsa los convencería de que a pesar de que los miembros principales estaban en la cárcel, The Link seguía operando de manera clandestina. De hecho, todavía tenía partidarios secretos y amigos en lugares altos incluyendo a aristócratas y la realeza. Estaban conspirando para derrocar al ‘belicista’ de Churchill y a su gobierno de coalición para negociar una tregua y un tratado de paz con la Alemania nazi. Los alemanes y los británicos luego podrían unir sus ejércitos para girar hacia el este y conjuntamente luchar contra el “enemigo real”, los rusos comunistas.

Para lograr su objetivo Fleming contrató astrólogos para producir cartas astrales y predicciones falsas para convencer a Hess de viajar a Gran Bretaña y reunirse con los representantes de The Link. Al funcionario nazi se le dieron datos basados ​​en auténticos cálculos astrológicos que sugerían que el 10 de mayo 1941 era un día auspicioso para su viaje. Coincidentemente, Hess también tuvo un sueño confirmatorio en el que él tenía una audiencia en el Palacio de Buckingham con el Rey George, de quién creía falsamente que odiaba a Churchill y quería la paz con sus primos alemanes. Spence sugiere que Crowley fue empleado por el NID para utilizar técnicas mágicas o psíquicas para plantar el sueño en la mente Hess mientras dormía (Spence 2008: 247-248).

Cuando Hess realizó su desastrosa “misión de paz” y aterrizó en avión en Escocia fue detenido inmediatamente por la Guardia Nacional y entregado al Ejército. Había elegido un lugar de aterrizaje en tierra escocesa cerca de la casa ancestral del Duque de Hamilton y exigió ver al aristócrata. Esto era debido a que le habían dicho que el duque era uno de los miembros secretos de la imaginaria organización The Link y también miembro de la Orden de la Golden Dawn. Hess también dijo que quería ser llevado a Londres para ver al rey.

Hess les dijo a sus asombrados interrogadores que unos ocultistas habían influido o hipnotizado a Churchill para que tuviera una actitud negativa hacia Alemania. También dijo que el Alto Mando alemán creía que las figuras políticas claves británicas habían sido ‘mesmerizadas por las fuerzas del mal’. Supuestamente estas mismas fuerzas estaban tratando de matar a Hess porque era una de las pocas personas que sabían acerca de sus ‘poderes psíquicos secretos’. (The Daily Telegraph, 7 de abril de 2012). Naturalmente, las autoridades británicas llegaron a la conclusión de que el diputado estaba totalmente loco. De hecho, un exasperado oficial del Ejército implicado en su interrogatorio dijo que Hess debía ser llevado afuera y acribillado como un perro rabioso.

Al comandante Ian Fleming le entusiasmaba la idea de que a Crowley se le permitiera entrevistar a Hess en cautiverio. Esto parece haber sido sugerido a Fleming por Crowley en una carta fechada cuatro días después de la captura del nazi. En ella, la Gran Bestia dice: “Si es cierto que herr Hess está muy influenciado por la astrología y la magia, mis servicios pueden ser útiles al departamento [de Inteligencia Naval] en caso de que no esté dispuesto a colaborar” (Pearson 1966). Aunque el SIS afirmó que Crowley nunca enfrentó a Hess, se ha dicho que el MI5 había arreglado una entrevista entre ambos en uno de sus centros de interrogación. Esto supuestamente era en Latchmore House en Ham Common, Londres, un sitio utilizado por el MI5 para interrogar a los prisioneros de guerra alemanes y a los agentes secretos que querían exponer. (Spence 2008: 249).

La reacción del Partido Nazi a la “misión de paz” de Hess fue repudiar al funcionario y a sus acciones. Se alegó que estaba mentalmente trastornado y que había sido falsa y desastrosamente influenciado por astrólogos y ocultistas. Un informe publicado en el diario The Times el 14 de mayo de 1941, sin embargo, afirmaba que Hess en secreto había estado ofreciendo asesoría astrológica a Hitler. Algunos meses antes de su malogrado viaje a Escocia, el diputado supuestamente se había convencido a sí mismo – basándose en cálculos astrológicos – de que a pesar de las recientes victorias alemanas, Hitler estaba condenado. Por lo tanto Hess veía como un deber patriótico su intento de hacer la paz con el gobierno británico antes de que Alemania fuera derrotada. A pesar de su interés no oficial, el Tercer Reich siempre había tenido una relación oficial ambigua con el ocultismo y las sociedades secretas. Algunas semanas después de la misión fallida, una operación llamada ‘Aktion Hess’ fue lanzada por la Gestapo. Esta incluía la prohibición de espectáculos o conferencias sobre ocultismo, astrología, telepatía, clarividencia y espiritismo y muchos de sus practicantes públicamente conocidos fueron arrestados y terminaron en campos de concentración (Howe 1967: 192-193).

Otro ocultista que se supone estuvo involucrado o conectado con el caso Hess fue el difunto Cecil Hugh Williamson, el fundador del Museo de Magia y Brujería en Castletown, en la Isla de Man, que ahora se encuentra en Boscastle en el norte de Cornualles. Williamson había sido reclutado para el MI6 en 1938 por un amigo de su familia, el Mayor Edward Maltby, que casualmente era cuñado de la famosa ocultista Dion Fortune. Él fue descrito por un oficial del MI6 que lo conoció en la estación de tren de Varsovia en 1939, como un típico caballero inglés con su antigua corbata de Eton. Para ser un supuesto agente secreto, su “mercería distinguida” le hacía sobresalir llamativamente entre los campesinos polacos que bajaban el tren. (Smith 2010: 376).

El Mayor estaba a cargo de una sección del SIS creada para hacer frente a la inusual amenaza planteada por los grupos esotéricos y mágicos en Alemania y por los ocultistas del Partido Nazi. Williamson acordó trabajar para el MI6 como agente encubierto y antes de la guerra realizó varios viajes a Alemania haciéndose pasar por folclorista para recoger información. Cecil me contó que creía que la información que recogió al menos entre dos mil miembros del Partido Nazi interesados o involucrados en el ocultismo y la astrología ayudó a la operación del NID de Ian Fleming para atrapar a Rudolf Hess.

Cuando comenzó la guerra, Cecil Williamson fue adscrito a una unidad especializada de Ejecución de Operaciones Especiales (SOE) con sede en Woburn Abbey en Bedfordshire. Churchill había ordenado la formación de la SOE para trabajar con grupos de resistencia en la Europa ocupada por los nazis, y para organizar y participar en actos de subversión, sabotaje y asesinatos. Williamson trabajó inicialmente con Edward Maltby, que era entonces teniente coronel y asistente directivo de la sección de comunicaciones del MI6, el Servicio de Seguridad Radial para el cual trabajaba Lord Tregedar en Londres. El jefe inmediato de Williamson era un ex-periodista del Daily Express, Sefton Delmer, que dirigía la Ejecución de la Guerra Psicológica (PWE) que incluía la realización de propaganda ‘negra’. Delmer también había estado involucrado con Ian Fleming en la operación de Hess. El Dr Spence hace referencia a un enorme archivo destruido de inteligencia sobre “el uso de la astrología en la propaganda” y sugiere que Delmer estaba a cargo de los aspectos astrológicos del asunto (2008: 251). Otra posibilidad era que Sir Charles Hambro, asistente del director del SOE, había encargado a Louis de Wohl que suministrara los materiales que pudieran ser utilizados para la propaganda ‘negra’. También envió al astrólogo húngaro a América para realizar una gira de conferencias prediciendo la caída de la Alemania nazi en base a pronósticos astrológicos (Howe 1967: 210-213).

Una de las tareas de la PWE era manejar estaciones de radio de propaganda ‘negra’ que transmitían información falsa al Alto Mando alemán y noticias que minaban la moral de la tripulación de los submarinos alemanes que patrullaban el Atlántico. Williamson fue el encargado de controlar varias estaciones de radio estáticas y móviles ubicadas en el sur de Inglaterra, incluyendo el área de New Forest. Estas habían sido suministradas en secreto por el gobierno estadounidense y Williamson supervisaba las radios móviles operadas desde camiones del ejército. Dichos camiones estaban camuflados y se mantenían en movimiento todo el tiempo, por lo que no eran un objetivo tentador para la Luftwaffe. Estas unidades de radio transmitían una mezcla divertida de música estadounidense y británica de jazz y bailable intercalada con “noticias” que describían las perversas actividades sexuales y la corrupción financiera de la jerarquía nazi, y falsas predicciones astrológicas y profecías del vidente medieval francés Nostradamus acerca de la derrota alemana en la guerra (posiblemente suministradas al SOE por Louis de Wohl).

Una de las declaraciones más polémicas de Cecil Williamson relacionada con su trabajo durante la guerra fue la de su participación en un ejercicio de propaganda anti-Hitler, organizado conjuntamente por el SIS y el MI5 llamado Operación Muérdago, que puede o no haber incluido la participación de Crowley. Se supone que tuvo lugar en el bosque de Ashdown en Sussex y consistía en un ritual mágico falso. Su objetivo era convencer a los miembros que creían en lo oculto del alto mando alemán de que en Inglaterra había magos ceremoniales y brujas que estaban trabajando en contra de ellos. Supuestamente fueron reclutadas tropas canadienses para participar en la escenificación del ‘ritual’ como ‘magos’ con el uso de ‘túnicas’ improvisadas hechas de bolsas de arpillera y decoradas con símbolos de La Clavícula de Salomón. Se ha puesto en duda la veracidad del relato de Williamson y en parte por la participación de las tropas canadienses y no de las tropas británicas. Sin embargo un transmisor de radio con una torre alta de nombre en código ‘Aspidistra’ fue proporcionado por los militares de Estados Unidos y colocado en el bosque de Ashdown. Esta era parte de la labor de Williamson y un batallón de ingenieros canadienses con base local fue contratado para erigirlo.

Según un obituario de Cecil Williamson publicado en el diario The Daily Telegraph en 1999, también estuvo a cargo de una operación encubierta de la SOE en el territorio ocupado de Francia. Esto puede haber sido parte de su trabajo con el Servicio de Seguridad Radial ya que una de sus tareas era fabricar y suministrar pequeños radiotransmisores a los agentes de la SOE que trabajan con la Resistencia francesa. Hacia el final de la guerra, Williamson y la RSS eran parte de la Operación Fortaleza. Era un plan complejo y sofisticado para engañar a los alemanes de que la esperada invasión aliada se llevaría a cabo en la costa francesa del Paso de Calais en lugar del verdadero sitio de los desembarcos del Día D en Normandía. El trabajo de Williamson era transmitir mensajes falsos sobre maniobras militares preparativas en Essex, en lugar de las verdaderas maniobras en la costa sur de Inglaterra (Heselton 2012. Vol 2: 412-413).

Además de los ocultistas que trabajan en la inteligencia militar también había otros que estaban haciendo magia contra los nazis, sobre todo durante los primeros días de la guerra, cuando una invasión alemana era inminente y Gran Bretaña no estaba preparada. Un ejemplo famoso fue el ritual de Lammas en 1940 (o posiblemente una serie de rituales durante las lunas llenas desde la noche de Walpurgis hasta Lammas) llevado a cabo por el Coven (aquelarre) de New Forest y vívidamente descrito por Gerald Gardner. Él también afirmó que la brujas hereditarias locales del aquelarre le habían dicho que sus antepasados ​​hicieron rituales mágicos similares para detener a la Armada Española y la invasión de Napoleón a Inglaterra. (Heselton 2012. Vol 1: 240-252) Por cierto Cecil Williamson tenía conexiones familiares con New Forest y uno de los transmisores de RSS en tiempo de guerra estaba situado allí. Él me contó que en ese periodo había conocido a la iniciadora de Gardner, ‘Dafo’ (Edith Woodford-Grimes), y que también había conocido a otras brujas de la zona que no tenían nada que ver con el Aquelarre New Forest.

A las actividades anti-nazis de Dion Fortune y su Fraternidad de la Luz Interior durante la guerra se les ha dado el título de “la Batalla Mágica de Inglaterra” (véase Knight 1993). Según una carta de Geraldine Beskin, propietaria de la librería ocultista Atlantis en la Museum Street de Londres, publicada en la revista paranormal Fortean Times # 288 (mayo de 2012) en su opinión los rituales de Dion Fortune para proteger a Gran Bretaña de los nazis eran irónicos. Esto era debido a que su familia, los Firth de Sheffield, eran ‘los mayores productores mundiales de armamento’. Beskin dijo que en siglo XIX el acero de de la fundición Firth fue utilizado para la fabricación de todas las armas suministradas al gobierno británico. Bien puede ser irónico, pero ¿los rituales mágicos de Dion Fortune fueron sólo una extensión en otro nivel de los valiosos servicios que su familia había proporcionado al Imperio británico en el pasado?

Como se mencionó anteriormente, Dion Fortune tenía un vínculo matrimonial con el reclutador de Cecil Williamson del MI6, el Mayor Edward Maltby. Tanto él como otro agente del MI6, Anthony Daws, pertenecían a una logia mágica dirigida por Christine Hartley - una de las estudiantes de Fortune y su supuesta heredera hasta su ruptura -, y su compañero mágico, Charles Richard Foster ‘Kim’ Seymour. De manera interesante y tal vez altamente casual, el coronel Seymour, un irlandés que había servido en el ejército de la India, había participado en ‘acciones encubiertas’ en Irak durante la primera guerra mundial y trabajó como traductor de ruso, fue empleado por el Ministerio de Guerra para interceptar e investigar mensajes enemigos. Usando su conocimiento especializado, su trabajo incluía la investigación de los vínculos entre grupos ocultistas británicos y alemanes. Más tarde Seymour se unió al SIS y durante la guerra se convirtió en el jefe de la sección holandesa de la SOE (Jeffrey 2010: 544).

También hubo intentos de echar maldiciones a Hitler y otra vez Crowley estaba involucrado. En 1941 escribió Thumbs-Up: A Pentagram -a Pantacle to Win the War, que fue publicado de forma privada desde su hogar de entonces, en el 10 de Hanover Square – en un barrio elegante del West End de Londres -, y por la rama americana de la OTO en la ‘Abadía de Thelema’ de California. Incluía los poemas patrióticos de Crowley: England, Stand Fast!, Hymn for the American People y una maldición contra Adolf Shicklgruber – el verdadero nombre austríaco de Hitler.

También en 1941, el escritor, aventurero trotamundos y ocultista estadounidense William B. Seabrook fue contactado por un “aquelarre” de brujos aficionados de Washington pidiendo instrucciones sobre cómo fabricar un “muñeco mágico” contra Hitler. Su vocero Richard W. Tupper dijo a Seabrook que “ayudaría a pasar las noches” y quizá también alentaría a miles de personas a maldecir a herr Hitler. A Seabrook le encantó la idea ya que había cosechado mucha experiencia con los muñecos de brujas y las imágenes de cera antes de la guerra en Francia, Londres y Nueva York. También dijo algo interesante: “después de todo, Hitler fue quien inventó la guerra psíquica”.

Seabrook incluso proporcionó al señor Tupper y a sus brujos de Washington un embrujamiento adecuado que podrían utilizar al clavar alfileres en la efigie del líder alemán:

Islan, ven y ayúdanos,
Alfileres y agujas estamos clavando
En el corazón de Adolf Hitler,
Estamos clavando alfileres y agujas,
Alfileres y agujas clavando,
Los gatos rasguñarán su corazón,
Los perros lo morderán en la noche.

Islan, explicó Seabrook útilmente para aquellos que nunca habían oído hablar de él con anterioridad, era un dios pagano venerado en Europa Central durante la Edad Media.

La historia apareció en la edición de marzo de 1941 de la popular revista Readers Digest, que todavía se publica y a menudo se puede encontrar en los consultorios médicos y salas de espera de los dentistas. El 13 de mayo, coincidiendo con el anuncio en la radio americana de la captura de Rudolf Hess tres días antes, un lector del Digest llamado Fred W. Shultz escribió a la revista sugiriendo que el ‘muñeco Hitler’ debía ser producido en escala masiva. También se refería a una ‘negra’ llamada Katherine Durham que era antropóloga y había estudiado vudú en Haití, y señaló que la industria del cine estadounidense estaba haciendo películas educativas y de propaganda para el ejército de Estados Unidos.

Schultz decía en su carta que William Seabrook y Katherine Durham podrían combinar sus conocimientos de la “magia de la jungla” (sic) para escribir más conjuros y sugerir material adecuado para hacer un muñeco de Hitler. Añadió que la Walt Disney Corporation o el Sindicato Internacional de Trabajadores Textiles podrían diseñar, producir y vender un muñeco acompañado de instrucciones para maldecirlo. Disney también podría lanzar un cortometraje de dibujos animados de ‘cómo maldecir a Hitler’ para que la gente pudiera copiarlo. Schultz envió copias de su carta a Durham y a los estudios Disney en Hollywood. Se desconocen sus respuestas, pero nunca salió un muñeco Hitler al mercado.

Sin embargo, durante la Segunda Guerra Mundial se comercializaron pequeñas figuras de Hitler que lo representaban agachado y con los pantalones bajados, y tuvieron éxito. Su trasero desnudo era un alfiletero y sin duda se podía utilizar como una imagen mágica para maldecir. Los alfileteros habían sido copiados de una imagen muy popular del ‘Kaiser Bill’ (el emperador Guillermo de Alemania) vendida durante la primera Guerra Mundial. Ejemplos de ambas figuras están en exhibición en el museo de la brujería de Boscastle.

Muñeco-alfiletero de Hitler


Además es posible que, detrás del telón, la inteligencia británica también participara en operaciones ocultistas más reales y serias que la Operación Muérdago. Una vez más, como en el evento en el bosque de Ashdown, rumores insustanciales vinculaban a Aleister Crowley con otro incidente. En abril de 1943 cuatro chicos que buscaban nidos de pájaros en el bosque de Hagley, en Warwickshire, descubrieron un esqueleto en un viejo olmo hueco. Se llamó a la policía y se estableció que los huesos eran los restos de una mujer de unos treinta años de edad. También se encontraron pedazos podridos de ropa, un par de zapatos y un anillo de boda barato. Al principio parecía que el esqueleto estaba completo, pero durante una investigación posterior se descubrió que le faltaba la mano derecha. Fue encontrada más tarde algunas yardas más allá del árbol. A partir de la evidencia forense y de un testigo que dijo que había oído gritos en el bosque, se creyó que los restos habían sido colocados en el árbol aproximadamente dos años antes.

Surgieron varias teorías sobre el incidente. Naturalmente la Dra. Margaret Alice Murray afirmó que era una señal de la reactivación de la antigua adoración a los árboles y un sacrificio humano a algún dios o espíritu arbóreo. Obviamente los medios recogieron esta teoría sensacionalista y de repente el esqueleto en el árbol se convirtió en una bruja o en una víctima de la brujería. Como es de esperar, los detectives que investigaban el caso eran los menos los convencidos por la teoría. El concepto del sacrificio en el árbol incidentalmente aparece en la nueva película de Robin Hardy The Wicker Tree, que es una secuela de la clásica película de terror de los 70s The Wicker Man. Unos ocho meses después del espeluznante hallazgo comenzaron a aparecer grafitis en las paredes y monumentos de Birmingham diciendo: “¿Quién puso a Bella en el olmo de las brujas?” y “Hagley Wood Bella”. A veces, su nombre era escrito como ‘Luebella’. Dichos garabatos públicos no aportaron nada, excepto que Bella era un nombre extraño y que sonaba a extranjero.





El escritor Donald McCormick se topó con el caso de ‘Bella en el árbol’ mientras investigaba el sangriento asesinato ritual de un anciano granjero llamado Charles Walton en el pueblo de Lower Quinton, también en Warwickshire en 1945. Supuestamente era otra víctima de sacrificio humano según el Dr. Murray, a pesar de su edad. También hubo rumores de que Crowley y algunos de sus discípulos de Cornwall y Midlands estuvieron involucrados en el asesinato. De hecho Walton era conocido localmente como un ‘hombre astuto’ y pudo haber sido asesinado porque alguien que temía a sus poderes. Más prosaicamente se sugirió que fue víctima de una disputa con un granjero local por un dinero que debía. McCormack, sin embargo, sugirió que ambos asesinatos estaban conectados con un renacimiento de la brujería en la región de West Midlands y Cotswolds en la época previa a la guerra. Al parecer un ‘astrólogo húngaro’ que trabajaba para la Inteligencia Británica había estado involucrado en la creación de varios aquelarres nuevos en la zona. Dado a que McCormick había trabajado para el SIS y más tarde escribió un libro sobre la historia del servicio secreto británico bajo el nom-de-plume ‘Richard Deacon’, bien pudo haber tenido algún conocimiento de primera mano para apoyar esta afirmación.

McCormick dice que si bien los aquelarres tradicionales de brujas establecidos antes de la guerra en Cotswolds eran auténticos, también eran parte de una operación de inteligencia para atrapar espías nazis. Afirmó que se habían lanzado agentes del Tercer Reich en paracaídas en Midlands provenientes de la ocupada Holanda en 1941, y que el MI5 había descubierto el plan. McCormick había conocido a un ex nazi que había pasado algún tiempo en Midlands durante la guerra y conocía a un agente alemán con una novia holandesa llamada Clarabella Dronkers. Coincidentemente en 1942 un holandés llamado Johannes Marinus Dronkers fue ejecutado por los británicos por espionaje.

Supuestamente, McCormick entonces descubrió por parte de un informante en Holanda que conocía a Clarabella, que ella había sido miembro de la resistencia holandesa, por lo que probablemente habría tenido contactos en la SOE. Sin embargo sus colegas en la resistencia sospechaban que Clarabella era una agente doble trabajando para los alemanes. Ella también estaba interesada en la astrología y el ocultismo y poseía una “liga de bruja” hecha de piel de serpiente. Es cierto que dos paracaidistas alemanes aterrizaron y luego desaparecieron en la zona Hagley Wood en 1941.

En 1953, un reportero de un periódico local en Wolverhampton fue contactado por una tal ‘Anna’. Ella afirmó que la mujer apodada ‘Bella’ había sido asesinada porque sabía demasiado sobre una red de espionaje pro-nazi, cuyos miembros incluían a un oficial de la RAF que era un traidor. Según la informante, quien afirmó haber conocido a ‘Bella’, ella había entrado ilegalmente a Inglaterra desde Holanda y se había involucrado en el espionaje. Al igual que el asesinato de Walton, el caso nunca fue resuelto y misteriosamente, de manera muy sospechosa, tanto el esqueleto de ‘Bella’ como su ropa subsecuentemente “desaparecieron” (Newman 2009: 85 y McCormick 1968).

Pareciera que hay una gran cantidad de evidencia de actividades ocultistas durante la Segunda Guerra Mundial que involucraban a agentes secretos, magos y nazis. Los vínculos entre los ocultistas y la comunidad de inteligencia no se limitaron a la guerra. Detrás del Caso Profumo en 1963, que casi llevó a la caída al gobierno conservador, hubo un fuerte elemento ocultista que fue encubierto. El escándalo implicaba a políticos, orgías de la alta sociedad, prostitutas, el MI5 y espías rusos. Al menos dos de las principales figuras en el asunto eran practicantes de lo que la prensa sensacionalista llamaría “magia negra”. En tiempos más recientes la CIA y la KGB han empleado clarividentes, han realizado investigación científica sobre el uso de los poderes psíquicos para el espionaje y la guerra, y también han conducido experimentos de control mental. Si los rumores y filtraciones son ciertos, como dijo Cecil Williamson sobre la brujería antigua, esto todavía continúa incluso hoy en día.



Agradecimientos: a Levannah Morgan y Graham King por la información sobre ‘Hexing Hitler’, y a Paul Busby por la investigación sobre Lord Tregadar y sus actividades ocultas.

Bibliografía y referencias: Andrew, Christopher. The Defence of the Realm: The Authorized History of MI5 (Allen Lane 2009), Jeffrey, Keith. MI6: The History of the Secret Intelligence Service 1909-1949 (Bloomsbury 2009), Heselton, Philip. Witchfinder: A Life of Gerald Gardner Vols. 1 y 2 (Thoth Publications 2012), Howe, Ellic. Urania’s Children: The Strange World of the Astrologers (William Kimber 1967), Knight, Gareth y Fortune, Dion The Magical Battle of Britain (Golden Gate Press 1993), McCormick, Donald. Murder by Witchcraft (Arrow 1968), McGinty, Stephen. Camp Z: The Secret Life of Rudolf Hess (Quercus 2011), Newman, Paul. Under the Shadow of Meon Hill: The Lower Quinton & Hagley Wood Murders (Abraxas Publications 2009), Pearson, John. The Life of Ian Fleming (Companion Books 1966), Picknett, Lynn. Prince, Clive. y Prior, Stephen. con Brydon, Robert. Double Standards: The Rudolf Hess Cover-Up (Little Brown & Company 2011), Rankin, Nicolas. Ian Fleming’s Commandos: The Story of 30 Assault Unit (Faber 2011), Smith, Michael. Six: A History of Britain’s Secret Intelligence Service; Part One – Murder and Mayhem 1909-1939 (Dialogue 2010), Spence, Dr Richard. Secret Agent 666: Aleister Crowley, British Intelligence and the Occult (Feral House USA 2008), y Tsarev, Oleg y West, Nigel. The Crown Jewels: The British Secrets at the Heart of the KGB Archives (New Haven/Yale University Press 1999).

lunes, 22 de abril de 2013

EL PENSAMIENTO MÁGICO Y LAS RAÍCES DEL ESOTERISMO NAZI (por L. Pauwels y J. Bergier) PARTE III

Fragmentos de ALGUNOS AÑOS EN EL MÁS ALLÁ ABSOLUTOde “El Retorno de los Brujos: Una Introducción Al Realismo Mágico” (La Matin des Magiciens – Louis Pauwels y Jacques Bergier, 1960)

Tercera Parte (Ver Primera y Segunda Parte)


 
 
Los ingenieros alemanes, cuyos trabajos marcan el origen de los cohetes que lanzaron al cielo los primeros satélites artificiales, sufrieron un retraso en la puesta a punto de las V-2, gracias a los propios jefes nazis. El general Walter Dornberger dirigía las pruebas de Peenemünde, de donde salieron los ingenios teledirigidos. Aquellas pruebas se interrumpieron para someter los informes del general a los apóstoles de la cosmogonía horbigeriana. Se trataba, ante todo, de saber cómo reaccionaría en los espacios el «hielo eterno», y si la violación de la estratosfera no desencadenaría algún desastre sobre la Tierra. El general Dornberger explica, en sus Memorias, que los trabajos volvieron a interrumpirse otros dos meses, un poco más tarde. El Führer había soñado que las V-2 no funcionarían, o bien que el cielo tomaría venganza. Como este sueño se había producido durante un estado de trance particular, pesó más en la menté de los dirigentes que las opiniones de los técnicos. Detrás de la Alemania científica y organizada, velaba el espíritu de la antigua magia. Y este espíritu no ha muerto. En enero de 1958, el ingeniero sueco Robert Engstroem dirigió una Memoria a la Academia de Ciencias de Nueva York, poniendo en guardia a los Estados Unidos contra los experimentos astronáuticos. «Antes de proceder a tales experimentos, convendría estudiar de una manera nueva la mecánica celeste — declaraba. Y proseguía, en tono horbigeriano—: La explosión de una bomba "H" en la Luna podría provocar un espantoso diluvio sobre la Tierra.» En esta singular advertencia, volvemos a encontrar la idea paracientífica de los cambios de la gravitación lunar y la idea mística del castigo en un Universo donde todo resuena en todo. Estas ideas (que, por otra parte, no hay que rechazar enteramente si se quieren mantener abiertas todas las puertas del conocimiento) continúan ejerciendo, en su forma innata, una cierta fascinación. Después de una célebre encuesta, el americano Martin Gardner calculaba, en 1953, en más de un millón el número de discípulos de Horbiger en Alemania, Inglaterra y los Estados Unidos. En Londres, H. S. Bellamy persigue desde hace treinta años la implantación de una antropología que tiene en cuenta la caída de las tres primeras lunas y la existencia de gigantes en los períodos secundario y terciario. Después de la guerra, pidió autorización a los rusos para realizar una expedición al monte Ararat, donde contaba con descubrir el Arca de la Alianza. La agencia Tass publicó una negativa categórica y los soviets declararon fascista la actitud intelectual de Bellamy y estimaron que tales movimientos paracientíficos son aptos para «despertar fuerzas peligrosas». En Francia, M. Denis Saurat, universitario y poeta, se ha erigido en portavoz de Bellamy, y el éxito de la obra de Welikovsky ha demostrado que muchos espíritus permanecen sensibles a una concepción mágica del mundo.

 

Ni que decir tiene que los intelectuales influidos por René Guénon y los discípulos de Gurdjieff se dan la mano con los horbigerianos. En 1952, un escritor alemán, Elmar Brugg, publicó un grueso volumen en honor del «padre del hielo eterno», de El Copérnico de nuestro siglo xx. Escribió: «La teoría del hielo eterno no constituye solamente una obra científica considerable. Es una revelación de los lazos eternos e incorruptibles entre el Cosmos y todos los acontecimientos de la Tierra. Ella enlaza los acontecimientos cósmicos con los cataclismos atribuidos a los climas, con las enfermedades, las muertes, los crímenes, y abre así unas puertas completamente nuevas al conocimiento de la marcha de la Humanidad. El silencio de la ciencia clásica a su respecto, sólo puede explicarse por la conspiración de los mediocres.»

 

El gran novelista austríaco Robert Musil, cuya obra ha sido comparada a la de Proust y a la de Joyce, analizó perfectamente el estado intelectual de Alemania en el momento en que Horbiger se sintió iluminado y el cabo Hitler urdió el sueño de redimir a su pueblo (L 'homme sans qualités, publicada en francés por Éditions du Seuil). «Los representantes del espíritu —escribe— no estaban satisfechos... Sus pensamientos no descansaban jamás, porque se aferraban a esta parte irreductible de las cosas que vaga eternamente sin poder integrarse jamás en el orden. Por esto acabaron convenciéndose de que la época actual en que vivían estaba predestinada a la esterilidad intelectual, y de que sólo podían salvarla un acontecimiento o un hombre excepcionales. Entonces nació, entre los llamados "intelectuales", la afición a la palabra "redimir". Estaban persuadidos de que la vida se acabaría si no llegaba pronto un mesías. Según los casos, sería un mesías de la Medicina, que debía salvar el arte de Esculapio de las investigaciones de laboratorio durante las cuales los hombres sufren y mueren sin ser atendidos; o un mesías de la poesía, capaz de escribir un drama que atrajese a millones de hombres a los teatros y que fuese, empero, perfectamente original en su nobleza espiritual. Aparte de esta convicción de que no había una sola actividad humana que pudiese salvarse sin la intervención de un mesías particular, existía, naturalmente, el sueño fútil y absolutamente torpe de un mesías de la talla de los fuertes, que habría de redimirlo todo.»

 

El caso es que no aparecerá un solo mesías, sino, permítaseme la expresión, una sociedad de mesías que tomará a Hitler por jefe. Horbiger es uno de ellos, y su concepto paracientífico de las leyes del Cosmos y de una historia épica de la Humanidad desempeñará un papel determinante en la Alemania de los «redentores». La Humanidad viene de más lejos y de más alto de lo que se cree, y le está reservado un prodigioso destino. Hitler, en su constante iluminación mística, tiene el convencimiento de que está allí para que se cumpla aquel destino. Su ambición y la misión de que se cree encargado rebasan infinitamente el campo de la política y del patriotismo. «He tenido que servirme —dice— de la idea de nación por razones de oportunidad, pero sabía ya que sólo podía tener un valor provisional... Llegará un día en que no quedará gran cosa, ni siquiera en Alemania, de lo que llaman nacionalismo. Lo que habrá en el mundo será una cofradía universal de dueños y de señores.» La política no es más que la manifestación extrema, la aplicación práctica y momentánea de una visión religiosa de las leyes de la vida sobre la Tierra y en el Cosmos. Hay, para la Humanidad, un destino que no podrían concebir los hombres corrientes y cuya visión no podrían soportar. Esto está reservado a algunos iniciados.

 

«La política —sigue diciendo Hitler— no es más que la forma práctica y fragmentaria de aquel destino.» Es el exoterismo de la doctrina, con sus eslóganes, sus hechos sociales, sus guerras. Pero también hay un esoterismo. Al apoyar a Horbiger, Hitler y sus amigos alientan una extraordinaria tentativa de reconstruir, partiendo de la ciencia o de una seudociencia, el espíritu de las edades antiguas, según el cual el hombre, la sociedad y el Universo obedecen a las mismas leyes, según el cual el movimiento de las almas y el de las estrellas tienen mutuas correspondencias. La lucha entre el hielo y el fuego, de la que nacieron, morirán y renacerán los planetas, se desarrolla también en el hombre mismo. Elmar Brugg escribe, con gran precisión: «El Universo, para Horbiger, no es un mecanismo muerto del que sólo una parte se deteriora poco a poco para sucumbir al fin, sino un organismo vivo en el sentido más prodigioso de la palabra, un ser vivo donde todo resuena en todo y que perpetúa, de generación en generación, su fuerza ardiente.»

 

Es el fondo del pensamiento hitleriano, según observó muy bien Rauschning: «No se pueden comprender los planes políticos de Hitler si no se conocen sus segundas intenciones y su convicción de que el hombre está en relación mágica con el Universo.»

 

Esta convicción, que fue la de los sabios de los siglos pasados, que rige la inteligencia de los pueblos que llamamos «primitivos» y a la que subtiende la filosofía oriental, no se ha extinguido en el Occidente de hoy, y aún es posible que la propia ciencia vuelva a prestarle, de un modo inesperado cierto vigor. Mientras tanto, la encontramos en su estado bruto, por ejemplo, en el judío ortodoxo Welikovsky, cuya obra Mundos en colisión alcanzó un éxito mundial en los años 1956 y 1957. Para los fieles del hielo eterno, como para Welikovsky, nuestros actos pueden tener resonancia en el Cosmos, y así pudo el Sol inmovilizarse en el cielo en favor de Josué. Hitler tuvo sus razones para nombrar a su astrólogo particular «plenipotenciario de las matemáticas, de la astronomía y de la física».

 

En cierta medida, Horbiger y los esoteristas nazis cambian los métodos y las direcciones mismas de la ciencia. La hacen reconciliarse por la fuerza de la astrología tradicional. Todo cuanto se haga después, en el plano de la técnica, en el inmenso esfuerzo de consolidación material del Reich, podrá hacerse, aparentemente, al margen de aquel espíritu: el impulso ha sido dado, y hay una ciencia secreta, una magia, en la base de todas las ciencias. «Hay —decía Hitler— una ciencia nórdica y nacionalsocialista que se opone radicalmente a la ciencia judeoliberal.»

 

Esta «ciencia nórdica» es un esoterismo, o mejor aún, bebe en la fuente de lo que constituye el fondo mismo de todo esoterismo. No fue por casualidad que se reeditaron cuidadosamente en Alemania y en los países ocupados las Enéadas, de Plotino. Durante la guerra, se leían las Enéadas en los grupitos de intelectuales místicos proalemanes, al igual que a los hindúes, a Nietzsche y a los tibetanos. Junto a cada línea de Plotino, junto a su definición de la astrología, por ejemplo, podría colocarse una frase de Horbiger. Plotino habla de los lazos naturales y sobrenaturales del hombre con el Cosmos, y de las partes del Universo entre sí:

 

«Este universo es un animal único que contiene dentro de sí a todos los animales... Sin estar en contacto, las cosas actúan y tienen necesariamente una acción a distancia... El mundo es un animal único, y por esto es absolutamente necesario que esté de acuerdo consigo mismo, no hay azar en su vida, sino una armonía y un orden únicos.» Y en fin: «Los acontecimientos de aquí abajo se producen de acuerdo con las cosas celestes.»

 

Más próximo a nosotros, William Blake, en su iluminación poeticorreligiosa, ve el Universo entero contenido en un grano de arena. Es la idea de la reversibilidad de lo infinitamente pequeño y de lo infinitamente grande, y de la unidad del Universo en todas sus partes. Según el Zohar: «Todo aquí abajo ocurre como en lo alto.» Y Hermes Trismegisto: «Lo que está arriba es lo que está abajo.». Y la antigua ley china: «Las estrellas en su curso combaten por el hombre justo.» Nos hallamos aquí en la base misma del pensamiento hitleriano. Y entendemos que es lamentable que este pensamiento no haya sido hasta hoy analizado de esta forma. Todos se han contentado con hacer hincapié en sus aspectos exteriores, en sus fórmulas políticas, en sus formas exotéricas. Naturalmente, reconoceréis sin dificultad que no intentamos revalorizar el nazismo. Pero aquel pensamiento se inscribió en los hechos. Influyó en los acontecimientos. Y creemos que estos acontecimientos sólo pueden ser realmente comprensibles bajo aquella Luz siguen siendo horribles, pero, alumbrados de esta suerte, se convierten en algo distinto de los dolores infligidos a los hombres por unos seres locos y malvados. Dan una cierta amplitud a la Historia; vuelven a colocar a ésta a un nivel en que deja de ser absurda y merece ser vivida, incluso en el dolor: el nivel espiritual.

 

Queremos dar a entender que una civilización totalmente distinta de la nuestra apareció en Alemania y se mantuvo durante algunos años. Y, bien pensado, no es inverosímil que una civilización tan profundamente extraña a nosotros pudiese arraigar en tan poco tiempo. Nuestra propia civilización humanista descansa en un misterio. El misterio es que todas las ideas, en nosotros, coexisten, y que el conocimiento aportado por una idea acaba por aprovechar a la idea contraria. Es más, en nuestra civilización, todo contribuye a hacer comprender al espíritu que el espíritu no lo es todo. Una conspiración inconsciente de las fuerzas materiales reduce los riesgos, mantiene al espíritu en los límites en que, sin estar excluido el orgullo, la ambición aparece un tanto moderada por un poco de «¡y para qué!». Como dijo muy bien Musil: «Bastaría con que se tomase realmente en serio una cualquiera de las ideas que influyen en nuestra vida, de tal suerte que no subsistiera absolutamente nada de su contraria, para que nuestra civilización dejara de ser nuestra civilización.» Esto fue lo que ocurrió en Alemania, al menos en las altas esferas dirigentes del socialismo mágico.

 

Estamos en relación mágica con el Universo, pero lo hemos olvidado. La próxima mutación de la raza humana creará seres conscientes de esta relación, hombres-dioses. Y esta mutación hace sentir ya sus efectos en ciertas almas mesiánicas que se entroncan con un remoto pasado y se acuerdan del tiempo en que los gigantes influían en el curso de los astros.

 

Como ya hemos visto, Horbiger y sus discípulos imaginan épocas de apogeo de la Humanidad: las épocas de luna baja, a fines del secundario y a fines del terciario. Cuando el satélite amenaza con caer sobre la Tierra, cuando rueda a poca distancia del Globo, los seres vivos están en la cima de su poderío vital y sin duda de su poderío espiritual. El rey gigante, el hombre-dios, capta y orienta las fuerzas psíquicas de la comunidad. Y dirige el haz de radiaciones de suerte que se mantenga el curso de los astros y se retrase la catástrofe. Ésta es la función primordial del gigante mago. En cierta medida, mantiene en su sitio el sistema solar. Gobierna una especie de central de energía psíquica, y en ello está su realeza. Esta energía participa de la energía cósmica. Así, el calendario monumental de Tiahuanaco, erigido durante la civilización de los gigantes, no había sido construido para registrar el tiempo y los movimientos de los astros, sino para crear el tiempo y mantener estos movimientos. Se trata de prolongar hasta el máximo el período en que la Luna permanece a unos cuantos radios terrestres del Globo, y cabe en lo posible que toda la actividad de los hombres, bajo la dirección de los gigantes, se redujese a la concentración de la energía psíquica, a fin de conservar la armonía de las cosas terrestres y celestes. Las sociedades humanas, impulsadas por los gigantes, son una especie de dínamos.

G. I. Gurdjieff
 

En éstas se producen fuerzas que desempeñan un papel en el equilibrio de las fuerzas universales. El hombre, y en especial el gigante, el hombre-dios, es responsable del Cosmos entero. Hay un parecido singular entre este punto de vista y el de Gurdjieff. Sabido es que el célebre taumaturgo pretendía haber aprendido, en los centros de iniciación de Oriente, cierto número de secretos sobre los orígenes de nuestro mundo y sobre las altas civilizaciones extinguidas hace centenares de años. En su famosa obra All and Everything, y empleando las imágenes a que era tan aficionado, escribe: «Esta Comisión (de los ángeles arquitectos creadores del sistema solar), después de calcular todos los hechos conocidos, llegó a la conclusión de que, aunque los fragmentos proyectados lejos del planeta Tierra podían mantenerse algún tiempo en su posición actual, sin embargo, en el futuro, y a causa de lo que se llama movimientos tastartoonarianos, tales fragmentos satélites podrían abandonar su posición y producir un gran número de calamidades irreparables. Por esto, los altos comisarios decidieron tomar medidas para evitar esta eventualidad. Y el medio más eficaz, pensaron, era que el planeta Tierra enviase constantemente a sus fragmentos satélites, para mantenerlos en su sitio, las vibraciones sagradas llamadas askokinns.»

 

Los hombres están, pues, dotados de un órgano especial, emisor de fuerzas psíquicas destinadas a mantener el equilibrio del Cosmos. Es lo que llamamos vagamente el alma, y todas nuestras religiones no serían más que el recuerdo adulterado de esta función primordial: participar en el equilibrio de las energías cósmicas. «En la primitiva América —recuerda Denis Saurat—, los grandes iniciados realizaban una ceremonia sagrada con raquetas y pelotas: las pelotas trazaban en el aire el curso de los astros en el cielo. Si uno, por torpeza, dejaba caer o perdía la pelota, era causa de catástrofes astronómicas: entonces lo mataban y le arrancaban el corazón.»

 

El recuerdo de esta función primordial se pierde en leyendas y supersticiones, desde el Faraón que, por su mágico poder, hace subir las aguas del Nilo todos los años, hasta los rezos del Occidente pagano para desviar los vientos o hacer cesar el granizo y las prácticas de hechicería de los brujos polinesios para provocar la lluvia. El origen de toda religión elevada estaría en esta necesidad, conocida por los hombres de las edades remotas y por sus reyes gigantes: mantener lo que Gurdjieff llama «movimiento cósmico de armonía general».

 

En la Tierra existen ciclos en la lucha entre el hielo y el fuego, que es la clave de la vida universal. Horbiger afirma que, cada seis mil años, sufrimos una ofensiva del hielo. Se producen diluvios y grandes catástrofes. Pero, en el seno de la Humanidad, se produce cada setecientos años una embestida de fuego. Es decir, cada setecientos años, el hombre recobra la conciencia de su responsabilidad en la lucha cósmica. Vuelve a ser religioso, en el sentido pleno de la palabra. Reanuda su contacto con las inteligencias extinguidas hace largo tiempo. Se prepara para las mutaciones futuras. Su alma adquiere las dimensiones del Cosmos. Recobra el sentido de la epopeya universal. De nuevo es capaz de distinguir entre lo que viene del hombre-dios y lo que viene del hombre-esclavo, y de arrojar de la Humanidad lo que pertenece a las especies condenadas. Vuelve a ser implacable y flamígero. Vuelve a ser fiel a la función hacia la cual lo elevaron los gigantes.

 

No hemos logrado comprender cómo justificaba Horbiger estos ciclos, cómo adoptaba esta afirmación al conjunto de su sistema. Pero Horbiger declaraba, igual que Hitler, que la preocupación de la coherencia es un vicio mortal. Lo que cuenta es lo que provoca el movimiento. El crimen es también movimiento: el crimen contra el espíritu es beneficioso. En fin, Horbiger había tenido conocimiento de esos ciclos por inspiración. Esto le daba más autoridad que el razonamiento. La última embestida del fuego había coincidido con la aparición de los caballeros teutónicos. Ahora estábamos en una nueva embestida que coincidía con la fundación de «El Orden Negro» nazi. Rauschning, que se azoraba porque no poseía la clave del pensamiento del Führer y seguía siendo un buen aristócrata humanista, destacaba las frases que Hitler se permitía a veces pronunciar en su presencia: Constantemente introducía entre sus frases el tema de lo que él llamaba el «giro decisivo del mundo», o la bisagra del tiempo. Habría una conmoción en el planeta que nosotros, los no iniciados, no podíamos comprender en toda su amplitud. Hitler hablaba como un vidente. «La especie humana —decía— sufría desde su origen una prodigiosa experiencia cíclica. De un milenio a otro, pasaba por pruebas de perfeccionamiento. La cuarta luna se acercará a la Tierra, se alterará la gravitación. Subirán las aguas y los seres pasarán por un período de gigantismo. La acción más fuerte de los rayos cósmicos producirá mutaciones. El mundo entrará en una nueva fase atlántida». Se había construido una mística biológica, o, si sé prefiere, una biología mística, que era la base de sus inspiraciones. Se había fabricado una terminología personal. «La falsa ruta del espíritu» era el abandono por el hombre de su vocación divina. Tomaba como fin de la evolución humana la adquisición de la «visión mágica». Creía hallarse ya en los umbrales de este saber mágico, fuente de los éxitos presentes y futuros. Un profesor coetáneo, de Munich (no era de Munich, sino austríaco: se trata de Horbiger del cual Rauschning habla de oídas), había escrito, además de cierto número de obras científicas, algunos ensayos bastante extraños sobre el mundo primitivo, la formación de las leyendas, la interpretación de los sueños en los pueblos de las primeras edades, así como sobre sus conocimientos intuitivos y una parte de poder trascendental que habrían utilizado para modificar las leyes de la Naturaleza. Se hablaba también, en aquella hojarasca del ojo del Cíclope, del ojo frontal que se había atrofiado enseguida para formar la glándula pineal. Tales ideas fascinaban a Hitler. Le gustaba sumergirse en ellas. Sólo por la acción de fuerzas ocultas podía explicarse la maravilla de su propio destino. Atribuía a estas fuerzas su vocación sobrehumana de anunciar a la Humanidad el nuevo evangelio.

 

El período solar del hombre tocaba a su término: ya se podían descubrir las primeras muestras del superhombre. Se anunciaba una nueva especie, que expulsaría a la antigua Humanidad. De la misma manera que, según la inmortal sabiduría de los antiguos pueblos nórdicos, e mundo debía rejuvenecerse continuamente por el derrumbamiento de las edades anticuadas y el ocaso de los dioses; de la misma manera que los solsticios eran, en las viejas mitologías, el símbolo del ritmo vital, que no sigue la línea recta y continua, sino la espiral, así la Humanidad progresaba por una especie de saltos y revueltas.

 

»Cuando Hitler se dirigía a mí—prosigue Rauschning—, intentaba explicar su vocación de anunciador de una nueva Humanidad en términos racionales y concretos. Decía: »"La creación no ha terminado. El hombre llega claramente a una fase de metamorfosis. La antigua especie humana ha entrado ya en el estadio del agotamiento. La Humanidad sube un escalón cada setecientos años, y lo que se juega en esta lucha, a plazo más largo, es el advenimiento de los Hijos de Dios. Toda la fuerza creadora se concentrará en una nueva especie. Las dos variedades evolucionarán rápidamente en sentido divergente. Una de ellas desaparecerá, y la otra florecerá. Será infinitamente superior al hombre actual... ¿Comprende ahora el sentido profundo de nuestro movimiento nacionalsocialista? El que sólo comprende el nacionalsocialismo como movimiento político, no sabe gran cosa de él..."»

 

Rauchning, lo mismo que los demás observadores, no enlazó la doctrina racial con el sistema general de Horbiger. Sin embargo, el nexo existe, en cierto modo. Tal doctrina forma parte del esoterismo nazi; del que vamos a considerar seguidamente otros aspectos. Había un racismo de propaganda: es el que han descrito los historiadores y han condenado justamente los tribunales, interpretando la conciencia popular. Pero había otro racismo, más profundo y sin duda más horrible. Éste quedó fuera del alcance del entendimiento de los historiadores y de los pueblos; no podía existir un lenguaje común entre estos racistas, de una parte, y sus víctimas y sus jueces de otra. En el período terrestre y cósmico en que nos hallamos, esperando el nuevo ciclo que determinará en la Tierra nuevas mutaciones, una nueva clasificación de las especies y el retorno al gigante mago, al hombre-dios, en este período, decimos, coexisten en el Globo especies procedentes de diversas fases del secundario, del terciario y del cuaternario. Ha habido fases de ascenso y fases de derrumbamiento. Ciertas especies muestran las señales de la degeneración; otras, son anuncio del futuro y llevan los gérmenes del porvenir. El hombre no es uno. Y así, los hombres no son descendientes de los gigantes, sino que aparecieron después de los gigantes. Fueron creados a su vez por mutación. Pero, ni siquiera esta Humanidad media pertenece a una sola especie. Hay una Humanidad verdadera, llamada a conocer el próximo ciclo, dotada de los órganos psíquicos necesarios para desempeñar un papel en el equilibrio de las fuerzas cósmicas y destinada a la epopeya, bajo la dirección de los Superiores Desconocidos venideros. Y hay otra humanidad, que no era más que una aparición de tal, que no merece este nombre, y que, sin duda, apareció en el Globo en las épocas bajas y oscuras en que, a causa de la caída del satélite, inmensas regiones del mundo quedaron convertidas en cenagales desiertos. Indudablemente fue creada junto con los seres reptantes y odiosos, manifestaciones de una vida fracasada. Los gitanos, los negros y los judíos no son hombres, en el sentido real de la palabra. Nacidos después del hundimiento de la luna terciaria, por brusca mutación, como por un desgraciado tartamudeo de la fuerza vital castigada, estas criaturas «modernas» (y especialmente los judíos) imitan al hombre y le envidian, pero no pertenecen a la especie. «Están tan alejados de nosotros como las especies animales de la especie humana verdadera», dice literalmente Hitler a Rauschning, que descubre en el Führer una visión todavía más delirante que en Rosenberg y demás teóricos del racismo. «Y no es —precisa Hitler— que llame animal al judío. Este está mucho más alejado del animal que nosotros.» Exterminarlo no es un crimen de lesa humanidad, puesto que no forma parte de la Humanidad. «Es un ser extraño al orden natural.»

 

Por esto algunas sesiones del proceso de Nuremberg carecían de sentido. Los jueces no podían sostener ninguna clase de diálogo con los responsables, que, por otra parte, habían desaparecido en su mayoría, dejando sólo a los ejecutores en el banquillo. Se enfrentaban dos mundos, sin posible comunicación. Igual habría sido juzgar a unos marcianos en el plano de la civilización humanista. Porque eran marcianos. Pertenecían a un mundo separado del nuestro, del que conocemos desde hace seis o siete siglos. En unos años y sin que nos diésemos cuenta, se había establecido en Alemania una civilización completamente distinta de lo que hemos convenido en llamar civilización.

 

Sus iniciadores no tenían en el fondo la menor comunicación intelectual, moral o espiritual con nosotros. A despecho de las formas externas, nos eran tan extraños como los salvajes de Australia. Los jueces de Nuremberg se esforzaban en disimular que tropezaban con esta turbadora realidad. En cierto modo, se trataba, en efecto, de correr un velo sobre la realidad, a fin de hacerla desaparecer como en un truco de prestidigitación. Se trataba de defender la idea de la permanencia y la universalidad de la civilización humanista y cartesiana, y era preciso integrar a los acusados en el sistema, de grado o por fuerza. Era necesario. Se jugaba el equilibrio de la conciencia occidental, y queremos dejar bien sentado que no negamos que la empresa de Nuremberg fue beneficiosa. Pensamos simplemente que allí se enterró lo fantástico. Pero bien estaba enterrado, a fin de evitar que docenas de millones de almas se contagiaran. Nosotros sólo excavamos para algunos aficionados, apercibidos y provistos de máscara.

 

Nuestro espíritu se niega a admitir que la Alemania nazi encarnase los conceptos de una civilización sin relación alguna con la nuestra. Sin embargo, esto, y sólo esto, justifica la pasada guerra, una de las pocas de la Historia conocida en que se jugaba algo realmente esencial. Tenía que triunfar una de las dos visiones del hombre, del cielo y de la Tierra; la humanista o la mágica. No había coexistencia posible, mientras podemos imaginarla de buen grado entre el liberalismo y el marxismo, pues ambos descansan en el mismo suelo y pertenecen al mismo Universo. El Universo de Copérnico no es el de Plotino; ambos se oponen fundamentalmente, y esto es no sólo cierto en el terreno de la teoría, sino también en el de la vida social, política, espiritual, intelectual y pasional.

 

El motivo de que nos cueste admitir esta visión extraña de otra civilización establecida en un abrir y cerrar de ojos allende el Rin, es que conservamos una idea infantil de la distinción entre el «civilizado» y el que no lo es. Para ver esta distinción necesitamos cascos de plumas, tam-tams y chozas de paja. Ahora bien, hubiese sido más fácil «civilizar» a un hechicero bantú que atraer a nuestro humanismo a Hitler, Horbiger o Haushoffer. Pero la técnica alemana, la ciencia alemana, la organización alemana, comparables, si no superiores a las nuestras, nos ocultaban este punto de vista. La novedad formidable de la Alemania nazi fue que al pensamiento mágico se añadió la ciencia y la técnica. Los intelectuales detractores de nuestra civilización, vueltos al espíritu de las edades antiguas, han sido siempre enemigos del progreso técnico. Ejemplo: René Guénon, Gurdjieff o los innumerables hinduistas. En cambio, el nazismo constituyó el momento en que el espíritu de la magia asió las palancas del progreso material. Lenin decía que el comunismo era el socialismo más la electricidad. En cierto modo, el hitlerismo era el guenonismo más las Divisiones blindadas.

 

(…)

 

Otro arquetipo es el que asimila el fuego a la energía espiritual. Quien posee esta energía, posee el fuego. Por extraño que parezca, Hitler estaba persuadido de que, por dondequiera que él avanzara, retrocedería el frío. Esta convicción mística explica en parte su manera de conducir la campaña de Rusia.

 

Los horbigerianos, que alardeaban de prever el tiempo en todo el planeta, con meses e incluso años de antelación, habían anunciado un invierno relativamente benigno. Pero había más: por medio de los discípulos del hielo eterno, Hitler estaba persuadido de que había cerrado una alianza con el frío y de que las nieves de las llanuras rusas no entorpecerían su marcha. La Humanidad iba a entrar en el nuevo ciclo del fuego. Estaba entrando ya. El invierno cedería ante sus legiones portadoras de la llama. Aunque el Führer prestaba una atención especial al equipo material de sus tropas, sólo había hecho dar a los soldados de la campaña de Rusia un suplemento irrisorio de prendas de vestir: una bufanda y un par de guantes.

 

Y, en diciembre de 1941, el termómetro descendió bruscamente a menos de cuarenta grados bajo cero. Las previsiones eran falsas, las profecías no se cumplían; los elementos se rebelaban; los astros, en su carrera, dejaban de trabajar para el hombre justo. El hielo triunfaba sobre el fuego. Las armas automáticas se encallaron al helarse el aceite. En los depósitos, la gasolina sintética se descomponía, por la acción del frío, en dos elementos inutilizables. En la retaguardia, se helaban las locomotoras. Bajo su capote y calzados con sus botas de uniforme, morían los hombres. La más leve herida los condenaba a muerte. Millares de soldados, al agacharse para hacer sus necesidades, se derrumbaban con el ano helado. Hitler se negó a creer este primer desacuerdo entre la mística y la realidad. El general Guderian, exponiéndose a la destitución y tal vez a la muerte, voló a Alemania para poner al Führer al corriente de la situación y pedirle que diese la orden de retirada.

—El frío —dijo Hitler— es cosa mía. ¡Atacad!

Y así fue como todo el Cuerpo de ejército blindado que había vencido a Polonia en dieciocho días y a Francia en un mes, los ejércitos de Guderian, de Reinhardt y de Hoeppner, la formidable legión de conquistadores a los que Hitler llamaba sus Inmortales, tronchada por el viento, quemada por el hielo, empezó a disolverse en el desierto del frío, para que la mística fuese más verdadera que la tierra. Los restos de este Gran Ejército tuvieron por fin que abandonar y dirigirse hacia el Sur.

 



Cuando, durante la primavera siguiente, las tropas iniciaron su ofensiva hacia el Cáucaso, se desarrolló una ceremonia singular. Tres alpinistas de la SS escalaron la cumbre del Elbruz, montaña sagrada de los arios, hogar de antiguas civilizaciones, cumbre mágica de la secta de los «Amigos de Lucifer». Y plantaron la bandera de la cruz gamada, bendecida según el rito de la Orden Negra. La bendición de la bandera en la cima del Elbruz debía señalar el principio de una nueva era. A partir de entonces, las estaciones obedecerían y el fuego vencería al hielo por muchos milenios. El año pasado habían sufrido una grave decepción, pero no era más que una prueba, la última, antes de la verdadera victoria espiritual. Y, a despecho de las advertencias de los meteorólogos clásicos, que anunciaban un invierno más temible que el pasado, a despecho de mil señales amenazadoras, las tropas subieron hacia el Norte, en dirección a Stalingrado, para cortar Rusia en dos. «Mientras mi hija entonaba sus cánticos inflamados, allá arriba, junto al mástil escarlata, los discípulos de la razón se mantuvieron apartados, con semblante tenebroso...»

 

Pero los «discípulos de la razón», con «semblante tenebroso» se salieron con la suya. Triunfaron los hombres materiales, los hombres «sin fuego», con su valor, su ciencia «judeoliberal» y su técnica sin prolongaciones religiosas; los hombres carentes de «sagrada desmesura», ayudados por el frío y por el hielo. Ellos hicieron fracasar el pacto. Ellos burlaron a la magia. Después de Stalingrado, Hitler deja de ser un profeta. Su religión se derrumba. Stalingrado no es sólo una derrota militar y política. El equilibrio de las fuerzas espirituales se modifica, la rueda gira. Los periódicos alemanes aparecen con recuadros negros y las descripciones que dan del desastre son más terribles que los comunicados rusos. Se decreta el luto nacional. Pero este luto rebasa la nación: «¡Daos cuenta!  escribe Goebbels—. Es todo un pensamiento, es toda una concepción del Universo que ha sufrido una derrota. Las fuerzas espirituales van a ser aplastadas, la hora del juicio se acerca.»

 

En Stalingrado, no es el comunismo que triunfa del fascismo, o mejor dicho, no es sólo esto. Mirándolo desde más lejos, es decir, desde el lugar adecuado para abarcar el sentido de tan amplios acontecimientos, es nuestra civilización humanista la que detiene el empuje formidable de otra civilización, luciferina, mágica, no hecha para el hombre, sino para «algo que es más que un hombre». No existen diferencias esenciales entre los móviles de los actos civilizadores de la URSS y de los Estados Unidos. La Europa de los siglos XVIII y XIX proporcionó el motor que sigue funcionando. No suena exactamente igual en Nueva York que en Moscú pero esto es todo. Había un solo mundo en guerra contra Alemania, no una coalición momentánea de enemigos fundamentales. Un solo mundo que cree en el progreso, en la justicia, en la igualdad y en el silencio. Un solo mundo que tiene la misma visión del Cosmos, la misma comprensión de las leyes universales y que asigna al hombre, en el Universo, el mismo lugar, ni demasiado grande, ni demasiado pequeño. Un solo mundo que cree en la razón y en la realidad de las cosas. Un solo mundo que tenía que desaparecer entero para dejar sitio a otro, del que Hitler se creía anunciador.

 

Es el hombrecillo del «mundo libre», el habitante de Moscú, de Boston, de Limoges o de Lieja, el hombrecillo positivo, racionalista, más moralista que religioso, desprovisto de sentido metafísico, poco aficionado a lo fantástico, el hombre a quien Zaratustra tenía por apariencia de hombre, por criatura de hombre; el hombrecillo salido del muslo de M. Homais, quien va a aniquilar al Gran Ejército destinado a abrir camino al superhombre, al hombre-dios, dueño de los elementos, de los climas y de las estrellas. Y, por un curioso disentir de la justicia—o de la injusticia—, es este hombrecillo de alma limitada quien, años más tarde, lanzaría un satélite al espacio, inaugurando la era interplanetaria. Stalingrado y el lanzamiento del Sputnik son, como dicen los rusos, las dos victorias decisivas, que celebraron conjuntamente en 1957, a raíz del aniversario de su revolución. Sus periódicos publicaron una fotografía de Goebbels: «Creía que íbamos a desaparecer. Pero teníamos que triunfar para crear el hombre interplanetario.» La resistencia desesperada, loca, catastrófica, de Hitler, en el momento en que, evidentemente, todo estaba perdido, sólo se explica por la espera del diluvio descrito por los horbigerianos. Si no se podía volver la situación por medios humanos, quedaba la posibilidad de provocar el juicio de los dioses. Vendría el diluvio, como un castigo, para la Humanidad entera. La noche envolvería el Globo y todo se ahogaría entre tempestades de agua y de granizo. Hitler, dice Speer, horrorizado, «trataba deliberadamente de que todo pereciese con él. Ya no era más que un hombre para quien el fin de su propia vida significaba el fin de todas las cosas». Goebbels, en sus últimos editoriales, saluda con entusiasmo a los bombardeos enemigos que destruyen su país: «Bajo las ruinas de nuestras ciudades derrumbadas, quedan enterradas las realizaciones del estúpido siglo XIX.» Hitler entroniza a la muerte: prescribe la destrucción total de Alemania, hace ejecutar a los prisioneros, condena a su antiguo cirujano, hace matar a su cuñado, pide la muerte para los soldados vencidos, y él mismo bajó a la tumba. «Hitler y Goebbels —escribe Trevor Roper— invitaron al pueblo alemán a destruir sus ciudades y sus fábricas y el material rodado, y todo en favor de una leyenda, en nombre de un ocaso de los dioses.» Hitler pide sangre, envía sus últimas tropas al sacrificio: «Las pérdidas no parecen jamás bastante elevadas», dice. No son los enemigos de Alemania que ganan la partida; son las fuerzas universales que se ponen en marcha para ahogar la Tierra y castigar a la Humanidad, porque la Humanidad ha dejado que el hielo venciera al fuego, que las potencias de la muerte vencieran a las potencias de la vida y la resurrección. El cielo se vengará. Sólo le cabe ya, al moribundo, impetrar el gran diluvio. Hitler hace un sacrificio al agua: ordena que se inunde el Metro de Berlín, donde perecen 300.000 personas refugiadas en los subterráneos. Es un acto de magia: su gesto provocará movimientos apocalípticos en el cielo y en la Tierra.

 

Goebbels publica un último artículo antes de matar, en el bunker, a su mujer y a sus hijos y de matarse él mismo. Titula su editorial de despedida: «Y, a pesar de todo, será.» Dice que el drama no se representa a escala de la Tierra, sino del Cosmos. «Nuestro final será el final de todo el Universo.»

 

Elevaban su pensamiento delirante a los espacios infinitos, y murieron en un subterráneo. Creían que preparaban el hombre-dios al que obedecerían los elementos. Creían en el ciclo del fuego. Tenían que vencer al hielo, así en el cielo como en la Tierra, y sus soldados se morían al bajarse los calzones. Alimentaban una visión fantástica de la evolución de las especies y esperaban formidables mutaciones.

 

Pero sin duda hay una profecía más profunda que condena a los propios profetas y los condena a una muerte más que trágica: caricaturesca. En el fondo de su cueva, escuchando el creciente ronquido de los tanques, acababan su vida ardiente y malvada, entre las rebeldías, los dolores y las súplicas con que termina la visión de Shelley intitulada Helias:

 

¡Oh!¡Deteneos! ¿Deben volver el odio y la muerte? ¡Deteneos! ¿ Tienen los hombres que matar y morir? ¡Deteneos! ¡No apuréis hasta las heces La copa de una amarga profecía! El mundo está cansado del pasado. ¡Oh! ¡Que muera o que repose al fin!