Fragmento de
“Mutantes y Místicos: la Ciencia Ficción, los Comics de Superhéroes y lo
Paranormal”
Por Jeffrey J.
Kripal
Traducción:
Mazzu
En
Big Sur, mucho antes de los hippies mutantes, durante el otoño de 1962, dos
jóvenes graduados de Stanford, Michael Murphy (1930) y Richard Price
(1930-1986), cofundaron una pequeña comunidad de visionarios en un motel spa reformado
ubicado en un acantilado. Pronto nombraron a su pequeño emprendimiento como
Instituto Esalen, en honor a un grupo tribal de nativos americanos (los Esselen)
que en el pasado poblaran la zona. El lugar se convirtió rápidamente en el
hogar original del movimiento del potencial humano y la meca de la
contracultura.
Murphy
y Price adaptaron la idea clave del “potencial humano” del escritor británico-americano
Aldous Huxley, que se refería a algo que llamó las “potencialidades humanas”. En
deuda con sus famosos experimentos con drogas psicodélicas (otra de las claves
que ayudaron a acuñar otro tema contracultural que fue rápidamente vinculado a
la mutación, tanto en sentido altamente negativo como altamente positivo), Huxley
utilizó la expresión “potencialidades humanas” para argumentar que la
conciencia y el cuerpo humano poseen vastos recursos mentales y energéticos sin
explorar. La conciencia, pensaba Huxley, no es algo simplemente producido por
el cerebro. Tal vez, probablemente sea algo filtrado
y reducido por el cerebro, al igual que un televisor o una radio reciben
una señal distante que en realidad no está en
la caja (o en el cerebro). Pensemos en el almacén de conocimientos de Ray
Palmer o en la Mente Cósmica de Gopi Krishna filtrándose en el cerebro. Por lo
tanto para Huxley, la Conciencia en su verdadera naturaleza, es algo que se
escribe con mayúscula. Es esencialmente trascendente y cósmica en naturaleza y
alcance. La llamó la Mente en toda su Extensión.
Sobre
la base de esos estados alterados y palabras alteradas (y Frederic Myers),
Murphy llegaría a sugerir que el potencial humano incluye todo tipo de poderes extraordinarios
que son “supranormales”, desde habilidades psíquicas como la clarividencia y la
telepatía, a fenómenos físicos extraordinarios como las curaciones dramáticas, y,
en algunos casos raros (como los de Teresa de Ávila, José de Cupertino, y
Daniel D. Home), la levitación aparente o el don del volar. Todas estas cosas,
por supuesto, han sido exageradas en la literatura religiosa, el folclore, y la
fantasía moderna como algo sobrenatural, pero según autores como Murphy, pueden
ser comprendidas como presagios o intuiciones de los potenciales ocultos de la
evolución. Visto desde esta perspectiva, los géneros de la cultura pop son
esencialmente géneros de “potencial humano” disfrazados, géneros que “podrían
prefigurar los saberes y poderes luminosos que podría alcanzar la raza humana”,
como Murphy escribió en su obra magna de 1992 El Futuro del Cuerpo.
Así,
también, Murphy ve a los deportes modernos como una especie de teatro
paranormal en el que las capacidades sobrenaturales y los estados alterados de
la energía son comúnmente evocados y experimentados “en la zona”. Aquí se hace
eco de las antiguas tradiciones de artes marciales del lejano oriente (Tai’chi,
karate, aikido, chi kung, kung fu, etc.), en donde el deporte, las energías
sutiles, y los poderes paranormales están profundamente ligados. Las cuales,
debo añadir, jugaron un papel importante en varios de los títulos de cómics de
superhéroes de los 70s que incluían las artes marciales, lo que constituye otra
línea de Orientación. De ahí nace uno de mis propios favoritos, la historia de Puño de Hierro de Roy Thomas y Gil Kane.
Algunos de los momentos más extraños de la tradición deportiva que Murphy ha documentado
en gran detalle también tienen una relación distante con uno de los géneros más
locos de los cómics que yo adoraba cuando era niño: el género de los deportes
ocultistas.
Al
igual que los maestros de artes marciales y los atletas, Murphy sobre todo
quería una práctica para actualizar
los potenciales evolutivos. Lo mismo ocurrió con el instituto. Esalen fue
imaginado desde el principio como una especie de academia privada alternativa
para esta futura evolución del cuerpo, es decir, como un lugar donde las potencialidades
humanas insinuadas por las experiencias psicodélicas pudieran ser apoyadas,
nutridas, y desarrolladas a través de prácticas transformadoras consistentes y
una estructura institucional estable.
Consideremos,
por ejemplo, el caso de George Leonard, periodista de Look, reformador educativo y maestro de aikido, que acuñó la frase
“el movimiento del potencial humano” con Murphy en 1965. Leonard era bien
conocido en la década de 1960 por sus modelos radicales de reforma de la
educación. Al comienzo de su muy popular Educación
y Éxtasis (1968) Leonard relata cómo, al entrar en un aula, detecta a una
joven bruja cuyos poderes psíquicos, se da cuenta, están enlazados con un
erotismo obvio y peligroso. Él puede sentir un hormigueo en la piel a medida
que sale de la sala y se pregunta sobre el destino de la joven en un mundo
superficial y poco comprensivo. En el modelo de la educación extática de
Leonard, el aula típica de una escuela secundaria estadounidense es un lugar
donde los talentos ocultos se manifiestan por primera vez (a menudo alrededor
de la pubertad y la aparición de los poderes sexuales) y luego son cruelmente
aplastados bajo el peso del control social, la incredulidad, y la negligencia
pura. La joven mujer se olvidará de su propio potencial humano y de sus propios
superpoderes mágico-eróticos. Debe olvidarse de ellos para sobrevivir en este
mundo social particular.
Si
esto está empezando a sonar como la mitología basal de los X-Men, es decir, si Esalen
suena más que sólo un poco a la escuela para mutantes del Profesor Xavier, bien,
entonces ya tienen una idea de hacia dónde vamos con todo esto. Y si además también
ya saben que el lenguaje de ‘actualizar el potencial humano’ es omnipresente en
las historias de los X-Men, están aún más cerca. Pero si imaginan que nuestra historia
se remonta a la ciudad de Nueva York en 1963 con Lee y Kirby, o incluso a Big
Sur en 1962 con Murphy y Price, están bastante equivocados. Como ya hemos visto
con los mitemas de la Alienación y de la Radiación, mi intención fundamental es
demostrar que el mitema de la Mutación posee una “vida secreta”, es decir, que
las mitologías de superhéroes que implican mutaciones están profundamente en
deuda con los espiritualistas del pasado, con la investigación psíquica, y con
las tradiciones metafísicas.
En
términos del presente, sólo se necesita señalar a El Futuro del Cuerpo de Michael Murphy, una obra maestra de
ochocientas páginas que no tiene igual en la historia de la literatura sobre
las potencialidades místicas y ocultas de la evolución. Puesto en sentido
mítico, es algo que el Profesor Xavier podría haber escrito para su escuela de superdotados
– el tipo de libro de texto para la educación de los mutantes en la teoría, la
historia y la práctica de sus locos talentos forteanos. Murphy, sin embargo, no
fue el primero en proponer que la evolución podría ocultar dentro de sus misteriosos
procesos mucho más que puro azar y sinsentido. De hecho, la propia inspiración
primaria de Murphy no fue otro que el filósofo indio y maestro espiritual Sri
Aurobindo, quien, como hemos señalado en el capítulo 2, en la segunda década
del siglo XX desarrolló una elaborada metafísica visionaria que apunta hacia un
Superhombre espiritual altamente evolucionado. Pero también hubo otros.
Ya
hemos visto, con respecto tanto a la tesis de los antiguos astronautas, la de
Carl Sagan (Alienación) y las implicaciones místicas de la física cuántica y
Niels Bohr (Radiación), cómo las líneas divisorias entre las teorías
“populares” y las de la “elite” no son siempre tan claras, y cómo lo que muchos
suponen como ideas populares o “pseudocientíficas” de hecho tienen prehistorias
profundas y distinguidas. En lo referente a la Mutación, podemos ver los mismos
patrones de nuevo, y nada menos que con un científico como Francis Crick,
codescubridor de la molécula del ADN. En 1973, Crick escribió un artículo junto
a Leslie Orgel sobre la panspermia dirigida, “la teoría de que los organismos
fueron transmitidos deliberadamente a la tierra por seres inteligentes en otro
planeta”. Lo que en realidad tenían en mente era la visión de la vida temprana
como una especie de “infección” de microorganismos estabilizados y transportados
durante millones de años en una “nave espacial no tripulada de largo alcance”. Después
de reconocer cuán similar suena esto a la ciencia ficción, los autores incluso
citaron a otro científico que había especulado
que “podríamos haber evolucionado a partir de microorganismos dejados inadvertidamente
por algunos visitantes anteriores de otro planeta (por ejemplo, en su basura)”.
Más
cerca de la visión evolutiva de Murphy estaba el famoso biólogo y activista de
la ciencia Julian Huxley, nieto de T.H. Huxley (que nos dio la palabra
“agnosticismo”), y hermano de Aldous Huxley (que nos dio la palabra
“neuroteología” y respondió al agnosticismo de su distinguido abuelo con su
propia búsqueda de un nuevo gnosticismo). En 1942, en su clásico Evolución: la Síntesis Moderna, Julian
animó a sus lectores a tener su propio papel en la determinación de “el
propósito del futuro del hombre” y dejar de poner las responsabilidades humanas
“en los hombros de dioses míticos o absolutos metafísicos”. En resumen, (...)
sugirió que ahora debemos evolucionar por nosotros mismos. Más radicalmente
aún, y bien dentro del mitema de la Mutación, escribió abiertamente que “hay otras
facultades, la existencia desnuda de lo que hasta ahora apenas ha sido
establecido: y estas facultades también podrían desarrollarse hasta alcanzar
una distribución común como, digamos, los dones musicales o matemáticos de hoy
en día. Me refiero a la telepatía y otras actividades extrasensoriales de la
mente”.
Aún
más cercana era la visión del gran filósofo francés Henri Bergson. Bergson tuvo
una prestigiosa cátedra en la École Normale Supérieure, trabajó con el
presidente Woodrow Wilson para ayudar a fundar la Sociedad de las Naciones, y
ganó el Premio Nobel de Literatura en 1928. Durante su plenitud, Bergson era
tan famoso como Sigmund Freud y Albert Einstein. También fue presidente de la
Sociedad para la Investigación Psíquica de Londres en 1913. Los místicos, para
el filósofo, eran los precursores de la evolución humana, y los poderes
psíquicos eran indicios de lo que todos podríamos convertirnos en el futuro. De
este modo, en La Evolución Creadora
(1907), escribió de manera muy bella sobre lo que él llama el élan vital, una fuerza
evolutiva cósmica que revela que el universo es, como él mismo escribió en 1932
en las últimas líneas de su último libro, “una máquina para la fabricación de
dioses”.
Mucho
antes de Bergson, el médico canadiense Richard Maurice Bucke (1837-1901), poco
antes de su muerte, escribió un libro excéntrico y más bien errático sobre la
evolución como una fuerza mística creadora de genios espirituales, culturales y
literarios – su clásico, Conciencia
Cósmica, de 1901. A pesar de sus defectos obvios y su ingenuidad histórica,
la obra es muy inspirada. Por consiguiente, tendría un impacto significativo en
lectores posteriores, incluyendo a dos casos de estudio que vemos en el
capítulo 6, el artista fantástico Barry Windsor-Smith y el escritor de ciencia
ficción Philip K. Dick. Dicho esto, y considerando el obvio disenso de Bucke
con la aleatoriedad esencial de la biología darwiniana aceptada, parece
aconsejable pasar un poco más de tiempo con este autor.
Granjero
por nacimiento, y consumado médico y psicólogo por formación, Bucke recibió la inspiración
original para su misticismo a través de la literatura y, para ser más preciso, de
la poesía. En 1867, una visita le leyó algunas cosas de Walt Whitman. Él se
sorprendió. Cinco años más tarde, durante la primavera de 1872, esta inspiración
poética resultó en una dramática apertura mística en Londres. Bucke y dos
amigos acababan de pasar la tarde leyendo a los poetas románticos: Wordsworth,
Shelley, Keats, Browning, y sobre todo, Whitman. En el viaje en carro a casa justo
después de la medianoche, algo sucedió:
De
repente, sin previo aviso de ningún tipo, se encontró envuelto, por así
decirlo, por una nube del color del fuego. Por un instante pensó en un incendio
- alguna conflagración repentina en la gran ciudad. Pero luego supo que la luz
estaba dentro de sí mismo. Inmediatamente después llegó a él un sentimiento de
júbilo o alegría inmensa, acompañada o seguida inmediatamente por una
iluminación intelectual absolutamente imposible de describir. En su cerebro irrumpió
un momentáneo relámpago de Esplendor Brahmánico que desde entonces iluminó su
vida. Sobre su corazón cayó una gota de la dicha de Brahma, dejando desde
entonces y para siempre un regusto del reino de los cielos.
Aquí
vemos de inmediato nuestro mitema de la Orientación (“Esplendor Brahmánico”) y
al menos una pizca de Radiación (“una nube del color del fuego”, como una “conflagración
repentina”). Pero fue el mitema de la Mutación el que brindaría la “iluminación
intelectual absolutamente imposible de describir” para él, finalmente dando
lugar a la aparición de Conciencia Cósmica
casi treinta años más tarde.
Conciencia
Cósmica, como su nombre lo indica, se define como una “conciencia del cosmos,
es decir, de la vida y el orden del universo”. No es una vaga experiencia emocional.
Viene con una iluminación intelectual definida - enseña cosas, incluso aunque estas cosas superen con creces el
actual desarrollo cognitivo del cerebro (de ahí la parte donde dice “absolutamente
imposible de describir). La Conciencia Cósmica también transforma el ser
humano, a quien envuelve en una llama viva, transformándolo “casi en un miembro
de una nueva especie”. La experiencia también eleva moralmente al individuo, proporcionándole
un “sentido de la inmortalidad, una conciencia de la vida eterna, no una convicción
de algo a alcanzar, sino la conciencia de algo ya alcanzado”.
Bucke
está convencido de que la raza humana, en su conjunto, eventualmente
evolucionará para alcanzar esta Conciencia Cósmica, que “ya estamos dando este
paso en la evolución”, y que cada vez es más común encontrar a dichos tipos de
individuos (aquí es donde su argumento se vuelve muy arriesgado, y
estadísticamente absurdo). En cualquier caso, entiende claramente el estudio de
la historia de dichas experiencias como un componente clave de este despertar,
y ve el enfoque de su libro como un medio para “ayudar a hombres y mujeres a
dar este paso infinitamente importante” de hacer contacto consciente con la
Conciencia Cósmica. Lo cual es para decir que Bucke entiende a su libro como una fuerza de mutación mística es sí:
en esencia, Conciencia Cósmica puede
catalizar la Conciencia Cósmica. ¿Y por qué no? ¿El mismo Bucke no se sintió
transfigurado, en un instante, después de leer a los poetas románticos?
Escribir
semejante libro-mutante involucra un trabajo
intelectual duro. Bucke informa que mediante la correspondencia que mantuvo con
el escritor británico e intérprete del hinduismo Edward Carpenter (otro místico
evolutivo temprano), sus especulaciones fueron profundizándose y disciplinándose
hasta llegar a su “concepto germinal”, a saber, la idea de “que existe una
familia que surge de la humanidad ordinaria, vive entremezclada, pero apenas
forma parte de ella, cuyos miembros se han esparcido a lo largo de las razas
avanzadas de la humanidad en los últimos cuarenta siglos de la historia del
mundo”. En resumen, los X-Men antes de los X-Men.
Pero
ni siquiera Bucke - en el cambio de siglo - fue el punto de origen del mitema
de la Mutación. En el capítulo 1, vimos, por ejemplo, la novela de John Uri
Lloyd de 1895 Etidorhpa, cuya temática
de la Tierra hueca, sobre todo en boca del guía similar a los ‘alienígenas grises’, está positivamente repleta
de referencias a poderes sobrehumanos y facultades latentes que las “próximas
evoluciones” materializarán en la raza, como la telepatía o “lenguaje mental”,
la telequinesis, el espíritu cósmico, etc.
También
hemos encontrado ya los orígenes históricos reales de dos términos absolutamente
vitales en la mitología de los X-Men: el magnetismo y la telepatía. No es muy exagerado
sugerir que, sin estos dos conceptos claves, la serie de los X-Men no sería
reconocible. Estos, después de todo, son los superpoderes del principal villano
(Magneto) y del maestro fundador (el Profesor Xavier) de la mitología, respectivamente,
los cuales, además, aparecieron desde el primer número.
Como
el lector sensible ahora puede adivinar, los poderes magnéticos de Magneto se
derivan del movimiento del magnetismo animal de finales del siglo XVIII y
principios del XIX en torno a la figura de Anton Mesmer. El mismo lector
también puede ahora darse cuenta de que el superpoder principal del Profesor X –
la telepatía - puede ser rastreado definitivamente hasta la Sociedad para la
Investigación Psíquica de Londres (SPR) y hasta un hombre a quien ya hemos
mencionado en numerosas ocasiones, Frederic Myers. Recordemos que Myers acuñó
el término “telepatía” en 1882 y lo vinculó directamente a las fuerzas
espirituales de la evolución, es decir, que la veía como una evidencia de
nuestra naturaleza evolutiva supranormal y “extraterrena”.
Uno
de los asistentes a la primera reunión oficial de la Sociedad para la
Investigación Psíquica ese mismo invierno de 1882, era nada más y nada menos
que Alfred Russel Wallace, el co-creador con Charles Darwin de la teoría de la
evolución biológica. Wallace se preocupaba muy poco por las ortodoxias de la
religión o de la ciencia. Asistió a sesiones de espiritismo, realizó experimentos
mesmerianos con sus estudiantes, afirmaba la supervivencia postmortem de nuestra
naturaleza mental y espiritual, y especulaba con sus colegas de la SPR, que “parece
haber evidencia de un Poder que ha guiado la acción de las leyes (evolutivas) en
direcciones definidas y con fines especiales”.
En
otras palabras, el mitema de la Mutación, la idea de mutaciones místicas que
producen diversos poderes sobrenaturales, no es una invención contracultural o una
fantasía superficial, y ciertamente no comenzó con los X-Men de Lee y Kirby en
1963. Ha estado en el aire desde hace más de 150 años y ha florecido entre
algunos de los intelectuales, filósofos y científicos más distinguidos de la cultura
occidental. De hecho, se remonta hasta los orígenes, y hasta uno de los dos
fundadores históricos de la misma biología evolutiva.
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