* * * * * * *
Al final del espectáculo, el hipnotizador les dijo
a los hipnotizados: “Despertad”.
Algo extraordinario sucedió.
Uno de los hipnotizados despertó del todo. Esto
nunca había sucedido antes. Su nombre era George Nada y parpadeó entre el mar
de caras en el teatro, al principio sin ser consciente de nada fuera de lo
habitual. Entonces observó, moteadas aquí y allá en la multitud, las caras no
humanas, las caras de los fascinadores. Habían estado allí todo el tiempo,
claro, pero sólo George estaba realmente despierto, así sólo George les
reconoció por lo que eran. Lo entendió todo en un instante, incluyendo el hecho
de que si él iba a dar alguna señal al exterior, los fascinadores
inmediatamente le ordenarían regresar a su estado anterior, y él obedecería.
Dejó el teatro, saliendo afuera, a la noche de
neón, evitando cuidadosamente cualquier indicación de que veía la carne verde y
reptiliana o los múltiples ojos amarillos de los dominadores de la Tierra. Uno
de ellos le preguntó: “¿Tienes fuego, socio?”. George le dió fuego, y
luego siguió su camino.
De vez en cuando, a lo largo de la calle George
veía los carteles colgantes con fotografías de los múltiples ojos de los
fascinadores y varias órdenes impresas bajo ellos, tales como, “trabaja
ocho horas, juega ocho horas, duerme ocho horas” y “cásate y
reprodúcete”. Un TV en la ventana de una tienda captó el ojo de George,
pero él miraba aparte, a la señal de la hora. Cuando no miraba al fascinador en
la pantalla, podía resistir la orden, “sigue sintonizado esta emisora”.
George vivía solo en una pequeña pensión, y tan
pronto como llegó a casa, lo primero que hizo fue desenchufar el TV. Aunque
podía oír en otras habitaciones los TV de sus vecinos. La mayoría del tiempo
las voces eran humanas, pero de vez en cuando oía los arrogantes graznidos
extraños como de pájaro, de los extraterrestres. “Obedece al gobierno”,
decía un graznido. “Somos el gobierno”, decía otro. “Somos tus
amigos, tu harías cualquier cosa por un amigo, ¿no?”.
“¡Obedece!”
“¡Trabaja!”
“¡Trabaja!”
Repentinamente sonó el teléfono.
George cogió el teléfono. Era uno de los
fascinadores.
- “Hola”, graznó. “Soy su control, el
Jefe de policía Robinson. Usted es un hombre viejo, George Nada. Mañana por la
mañana a las ocho en punto, su corazón se parará. Por favor repita”.
- “Soy un hombre viejo”, dijo George. “Mañana por la mañana a las ocho en punto, mi corazón se parará”.
- “Soy un hombre viejo”, dijo George. “Mañana por la mañana a las ocho en punto, mi corazón se parará”.
El control colgó.
“No, no lo hará”, murmuró George. Se preguntó porqué le querían
muerto. ¿Sospechaban que estaba despierto?. Probablemente. Alguien podría
haberlo notado, haber observado que no respondía de la misma manera que los
demás. Si George estaba vivo un minuto después de las ocho del día de mañana
por la mañana, entonces ellos lo sabrían seguro.
“Es absurdo esperar aquí el fin”, pensó.
Salió fuera de nuevo. Los carteles, la TV, las
ocasionales órdenes de los extraterrestres que aparecían no parecían tener una
fuerza absoluta sobre él, aunque todavía se sentía fuertemente tentado a
obedecer, a ver las cosas de la manera que su amo quería que las viera. Pasó un
callejón y se paró. Uno de los extraterrestres estaba solo allí, apoyado en la
pared. George caminó hacia él.
“Sigue tu camino”, gruñó la cosa, enfocando sus letales ojos en
George.
George sintió vacilar su autodominio. Por un
momento, la cabeza reptiliana se disolvió dentro de la cara de un amable viejo
borracho. Por supuesto, el borracho era amable. George cogió un ladrillo y lo
estrelló contra la cabeza del viejo borracho con toda su fuerza. Por un
momento, la imagen se emborronó, luego la sangre azul-verdosa salió de la cara
y el lagarto cayó, encogiéndose y retorciéndose. Un momento después estaba
muerto.
George arrastró el cuerpo dentro de las sombras y
lo tanteó. Había una pequeña radio en su bolsillo y un cuchillo curiosamente
tallado y un tenedor en otro. La pequeña radio decía algo en un idioma incomprensible.
George la puso al lado del cuerpo, pero se quedó con los utensilios de comer.
“Posiblemente no pueda escapar”, pensó George. “¿Por qué
combatirlos?”
Pero quizá él podía. ¿Qué si él podía despertar a
otros? Podría valer la pena intentarlo. Caminó doce manzanas hacia el
apartamento de su novia, Lil, y llamó a la puerta. Ella salió a la puerta en
albornoz.
- “Quiero que despiertes”, dijo él.
- “Estoy despierta”, dijo ella. “Venga entra”.
- “Estoy despierta”, dijo ella. “Venga entra”.
Él entró. El TV estaba funcionando. Él lo apagó.
- “No”, dijo él. “Quiero que
despiertes de verdad”. Ella le miró sin entender, así que él chasqueó los
dedos y gritó, “¡Despierta!. ¡Los amos te ordenan que despiertes!”
- “¿Estás majareta, George?” preguntó ella suspicazmente. “Estás comportándote realmente raro”. Él la abofeteó. “¡Lárgate!” gritó ella, “¿Qué demonios pretendes?”.
- “Nada”, dijo George, vencido. “Solamente estaba bromeando”.
- “¡Abofetearme no fue bromear!” gritó ella.
- “¿Estás majareta, George?” preguntó ella suspicazmente. “Estás comportándote realmente raro”. Él la abofeteó. “¡Lárgate!” gritó ella, “¿Qué demonios pretendes?”.
- “Nada”, dijo George, vencido. “Solamente estaba bromeando”.
- “¡Abofetearme no fue bromear!” gritó ella.
Alguien llamó a la puerta. George la abrió. Era
uno de los extraterrestres.
“¿No pueden bajar el ruido al de un grito débil?”, dijo.
Los ojos y la carne reptiliana se desvanecieron un
poco y George vió la vacilante imagen de un hombre gordo de edad media en
mangas de camisa. Todavía era un hombre cuando George le cortó el cuello con su
cuchillo de cocina, pero era un extraterrestre antes de caer al suelo. Le
arrastró dentro del apartamento y cerró la puerta de una patada.
- “¿Qué ves allí?” le preguntó a Lil,
señalando a la cosa-serpiente de muchos ojos en el suelo.
- “Señor…Señor Coney”, susurró ella, con los ojos muy abiertos por el horror. “Tú… le has matado, como si no tuviera importancia en absoluto”.
- “No grites”, avisó George, avanzando hacia ella.
- “No lo haré George. Juro que no lo haré, sólo por favor, por el amor de Dios, suelta ese cuchillo”. Ella retrocedió hasta que sus hombros presionaron la pared.
- “Señor…Señor Coney”, susurró ella, con los ojos muy abiertos por el horror. “Tú… le has matado, como si no tuviera importancia en absoluto”.
- “No grites”, avisó George, avanzando hacia ella.
- “No lo haré George. Juro que no lo haré, sólo por favor, por el amor de Dios, suelta ese cuchillo”. Ella retrocedió hasta que sus hombros presionaron la pared.
George vió que era inútil.
- “Voy a atarte”, dijo George. “Primero
dime en qué habitación vivía el señor Coney”.
- “La primera puerta a tu izquierda según vas hacia las escaleras”, dijo ella. “Georgie… Georgie. No me tortures. Si vas a matarme, hazlo limpiamente. Por favor, Georgie, por favor”.
- “La primera puerta a tu izquierda según vas hacia las escaleras”, dijo ella. “Georgie… Georgie. No me tortures. Si vas a matarme, hazlo limpiamente. Por favor, Georgie, por favor”.
La ató con las sábanas de la cama y la amordazó,
luego buscó el cuerpo del fascinador. Allí había otra de las pequeñas radios
que hablaban un idioma extranjero, otro conjunto de utensilios de comer, y nada
más.
George fue a la puerta de al lado. Cuando llamó,
una de las cosas-serpiente respondió:
- “¿Quién es?”.
- “Amigo del Señor Coney. Quiero verle”, dijo George.
- “Salió durante un segundo, pero regresará”. La puerta se abrió con un crujido, y cuatro ojos amarillos se asomaron. “¿Quiere entrar y esperar?”
- “Vale” , dijo George, no mirando a los ojos.
- “¿Estás solo aquí?” preguntó él mientras ese ser cerraba la puerta, dándole la espalda a George.
- “Sí, ¿por qué?”
- “Amigo del Señor Coney. Quiero verle”, dijo George.
- “Salió durante un segundo, pero regresará”. La puerta se abrió con un crujido, y cuatro ojos amarillos se asomaron. “¿Quiere entrar y esperar?”
- “Vale” , dijo George, no mirando a los ojos.
- “¿Estás solo aquí?” preguntó él mientras ese ser cerraba la puerta, dándole la espalda a George.
- “Sí, ¿por qué?”
Él le cortó la garganta desde atrás, luego buscó
por el apartamento. Encontró huesos y calaveras humanas, una mano medio comida.
Encontró depósitos con unas enormes y gordas babosas flotando en ellos.
“Las crías”, pensó, y las mató a todas.
Había armas también, de un tipo que nunca había
visto antes. Descargó una accidentalmente, pero afortunadamente no hacía ruído.
Parecía disparar pequeños dardos envenenados. Se guardó en el bolsillo el arma
y tantas cajas de dardos como pudo y volvió a la casa de Lil. Cuando ella le
vió, se retorció de terror.
“Relájate, cariño” dijo él, abriendo su bolso. “Sólo quiero
tomarte prestadas las llaves de tu coche”.
Cogió las llaves y bajó por las escaleras a la
calle. Su coche estaba todavía aparcado en la misma área general en la que ella
siempre lo aparcaba. Lo reconoció por la abolladura en el guardabarros de la
derecha. Entró, arrancó, y comenzó a conducir sin rumbo fijo. Condujo durante
horas, pensando desesperadamente buscando alguna salida. Encendió la radio del
coche para ver si podía encontrar algo de música, pero no había nada excepto
noticias y eran todas sobre él, George Nada, el maníaco homicida. El locutor
era uno de los amos, pero sonaba un poco atemorizado. ¿Por qué debería estarlo?
¿Qué podía un hombre hacer?.
George no estaba sorprendido cuando vió el control
en la carretera, y paró en una calle lateral antes de llegar. Ningún viajecito
a la trena para ti, Georgie tío, se dijo a sí mismo.
Ellos habían descubierto lo que había hecho en la
casa de Lil, así que estarían probablemente buscando el coche de Lil. Lo aparcó
en un callejón y tomó el metro. No había extraterrestres en el metro, por algún
motivo. Quizá tenían demasiada clase para tales cosas, o quizá era sólo porque
era tan tarde de noche.
Cuando finalmente uno montó, George salió. Salió a
la calle y fue a un bar. Uno de los fascinadores estaba en la TV, diciendo una
y otra vez, “somos vuestros amigos. Somos vuestros amigos. Somos vuestros
amigos”. El estúpido lagarto sonaba atemorizado. ¿Por qué?. ¿Qué podía un
hombre hacer contra todos ellos?.
George pidió una cerveza, entonces repentinamente
le impactó la idea de que el fascinador en el TV no parecía tener ya ninguna
fuerza sobre él. Lo miró de nuevo y pensó, “tiene que creer que puede
dominarme para hacerlo. La más ligera señal de miedo de su parte y la fuerza de
hipnotizarme se ha perdido”. Ellos mostraron la foto de George en la
pantalla del TV y George se retiró a la cabina telefónica. Llamó a su control,
el jefe de policía.
- “Hola, ¿Robinson?” preguntó él.
- “Al habla”.
- “Soy George Nada. He descubierto cómo despertar a la gente”.
- “¿Qué? George, no cuelgue. ¿Dónde está?” Robinson sonaba casi histérico.
- “Al habla”.
- “Soy George Nada. He descubierto cómo despertar a la gente”.
- “¿Qué? George, no cuelgue. ¿Dónde está?” Robinson sonaba casi histérico.
Colgó, pagó y dejó el bar. Probablemente
rastrearían su llamada. Cogió otro metro y fue al centro de la ciudad. Estaba
amaneciendo cuando entró en el edificio más grande de los estudios de TV de la
ciudad. Consultó al portero del edificio y luego subió en el ascensor. El
policía delante del estudio le reconoció. “¡Eh, usted es Nada!”
masculló.
A George no le gustó dispararle con el arma de
dardos envenenados, pero tenía que hacerlo. Tuvo que matar a varios más antes
de entrar en el estudio, incluyendo todos los técnicos que había. Había un
montón de sirenas de la policía fuera, gritos excitados, y pasos que corrían
por las escaleras. El extraterrestre estaba sentado delante de la cámara de TV
diciendo: “Somos vuestros amigos. Somos vuestros amigos”, y no vió a
George entrar. Cuando George le disparó con el arma de agujas, él simplemente
se paró a mitad de frase y se quedó sentado allí, muerto. George se quedó cerca
de él y dijo, imitando el graznido del extraterrestre, “¡Despertad.
Despertad. Miradnos como lo que somos y matadnos!”.
Fue la voz de George la que la ciudad oyó esa mañana,
pero fue la imagen del fascinador, y la ciudad despertó por primera vez y la
guerra comenzó. George no vivió para ver la victoria que finalmente llegó.
Murió de un ataque al corazón exactamente a las ocho en punto.
Traducción original: AQUÍ