· el estatus ontológico de la teoría de la
conspiración ·
Por Hakim Bey
Editado por Colectivo editorial Nihil Obstat ·
Traducción: Charlie Tahn ·
¿Es la teoría de la
conspiración una ilusión de la izquierda que ha infectado también a la derecha?
Los teóricos izquierdistas de la conspiración hacen a veces un uso acrítico de
los textos de los teóricos derechistas de la conspiración – profundizando el
trabajo del Liberty Lobby sobre los chismes del asesinato de JFK, levantando
nociones birchistas sobre los “liberales internacionalistas”
CFR/Bilderberg/Rockefeler, etcétera, etcétera. Desde que el antisemitismo puede
encontrase en la izquierda además de en la derecha, ecos de Los protocolos se escuchan en ambas
direcciones. Incluso algunos anarquistas se sienten atraídos por el
“revisionismo histórico”. El anticapitalismo o el populismo económico de la
derecha tienen su contrapunto en el “fascismo rojo” de la izquierda, el cual rompe
la superficie de la Historia con el pacto Hitler/Stalin, y vuelve a rondarnos
en la bizarra “Tercera Ola” europea, fusión de extremismo de derecha e
izquierda, un fenómeno que emerge en los EEUU con el nihilismo libertino y el
“satanismo” de grupos anarco-fascistas como Amok Press y Radio Werewolf – y la
teoría de la conspiración juega un papel importante en todas estas ideologías.
Si la teoría de la
conspiración es esencialmente derechista, sólo puede ser así porque propone una
visión de la Historia como la obra de individuos más que de grupos. De acuerdo
a este argumento, una teoría como la de Mae Brussel (ella cree que los nazis
han penetrado la inteligencia y el gobierno norteamericanos a nivel político)
puede parecer izquierdista, pero en realidad no proporciona el sustento para un
análisis dialéctico genuino ya que ignora la economía y la lucha de clases como
fuerzas causales y en su lugar rastrea todos los acontecimientos hacia
maquinaciones de individuos “ocultos”. Incluso la izquierda antiautoritaria
puede a veces adoptar este pobre concepto de la teoría de la conspiración, a
pesar de que no está atada a ninguna creencia dogmática en el determinismo
económico. Tales anarquistas estarían de acuerdo en que creer en la teoría de
la conspiración es creer que las elites pueden influenciar la Historia. El
anarquismo postula que las elites son simplemente arrastradas por el flujo de
la Historia y que sus creencias respecto a sus poderes o acciones son pura
ilusión. Si uno creyera lo contrario tales anarquistas argüirían que entonces
Marx y Lenin estarían en lo correcto, y el vanguardismo conspiratorio sería la
mejor estrategia para el “movimiento social”. (La existencia del vanguardismo
prueba que la izquierda -o al menos la izquierda autoritaria – no ha sido
simplemente contaminada con la teoría conspiratoria: ¡vanguardismo ES
conspiración!) Los leninistas dicen: el estado es una conspiración, de derecha
o izquierda, cualquiera -elige. Los anarquistas arguyen que el estado no
“tiene” poder en ningún sentido absoluto o esencial sino que simplemente usurpa
el poder que, en esencia, “pertenece” a cada individuo, o a la sociedad en
masa. El aspecto aparentemente conspiratorio del estado es por lo tanto
ilusorio -mero pajeo ideológico de parte de políticos, espías, banqueros y
otras escorias que ciegamente sirven a los intereses de su clase. La teoría de
la conspiración por consiguiente es interesante sólo como un tipo de sociología
de la cultura, un rastro de la engañosa fantasía de ciertos grupos excluyentes
y excluidos -pero la teoría conspiratoria en sí misma no tiene estatus
ontológico.
Esta interesante teoría
tiene un gran mérito, sobre todo como herramienta crítica. Sin embargo, como
ideología, sufre del mismo defecto que cualquier otra ideología. Construye una
idea absoluta, entonces explica la realidad en términos absolutos. La izquierda
y la derecha autoritarias comparten una visión del estatus ontológico de las
elites o las vanguardias en la Historia; la respuesta antiautoritaria es
desplazar el peso ontológico-histórico a los individuos o grupos; pero ninguna
teoría se ha molestado en cuestionar el estatus ontológico de la Historia, o en
realidad de la ontología misma.
Tanto para confirmar o
negar la teoría de la conspiración categóricamente uno debe creer en la
categoría de “la Historia”. Pero desde el siglo XIX “la Historia” se ha
fragmentado en docenas de fragmentos conceptuales -etno-historia,
sico-historia, historia social, historia de las cosas y de las ideas y de las
mentalidades, cliométrica, microhistoria- no se trata de ideologías compitiendo
con la Historia, sino simplemente de una multiplicidad de historias. La noción
de que la Historia es hecha por “grandes hombres”, o de que la Historia es el
resultado de la lucha ciega entre intereses económicos, o de que la Historia
“ES” algo específico en absoluto, no puede sobrevivir realmente a esta
fragmentación en una infinidad de narrativas. La aproximación productiva a algo
tan complejo no es ontológica, sino epistemológica; i.e., ahora no nos preguntamos
qué “es” la “Historia”, sino más bien qué y cómo podemos conocer de y desde las
muchas historias, borrones, apariciones y desapariciones, palimpsestos y
fragmentos de los múltiples discursos y múltiples historias de las
inextricablemente enredadas complejidades del devenir humano.
Por lo tanto podemos
proponer (como un ejercicio epistemológico al menos) la noción de que aunque
los seres humanos somos arrastrados o movidos por intereses de clase, fuerzas
económicas, etc. podemos también aceptar la posibilidad de un mecanismo de
retroalimentación a través del cual las ideologías y acciones de individuos y
grupos pueden modificar las mismas “fuerzas” que los producen.
De hecho me parece que
como anarquistas de un tipo u otro debemos adoptar en algo tal visión del
asunto, o bien aceptar que nuestra agitación, educación, propaganda, formas de
organización, levantamientos, etc. son esencialmente inútiles y que solamente
la “evolución” puede dar lugar a cualquier cambio significativo en la estructura
de la sociedad y la vida. Esto puede o no ser verdad en el longue durée del devenir humano, pero manifiestamente no es verdad
en el nivel de la experiencia individual de la vida cotidiana. Aquí una clase
de áspero existencialismo prevalece, de tal manera que debemos actuar como si
nuestras acciones pudieran ser eficaces o bien sufrir en nosotros mismos la
pobreza del porvenir. Sin la voluntad de autoexpresión en acción somos
reducidos a exactamente nada. Esto es inaceptable, por lo tanto, incluso si uno
pudiera probar que toda acción es una ilusión (y no creo que semejantes pruebas
estén disponibles), aún nos enfrentaríamos al problema del deseo.
Paradójicamente somos forzados (en el dolor de la negación total) a actuar como
si eligiéramos libremente actuar, y como si la acción pudiera provocar el
cambio.
Sobre esta base parece
posible construir una teoría no-autoritaria de la teoría de la conspiración que
ni la rechace completamente ni la eleve al estatus de una ideología. En su
sentido literal de “respirar juntos” la conspiración puede ser pensada como un
principio natural de la organización anarquista. Cara a cara, no mediados por
ningún control, juntos construimos nuestra realidad social para nosotros
mismos. Si debemos hacerlo tan clandestinamente a fin de evitar los mecanismos
de mediación y control, entonces hemos perpetrado una especie de conspiración.
Pero aún más: podemos también ver que otros grupos pueden organizarse
clandestinamente no para eludir el control sino para intentar imponerlo. No
tiene sentido pretender que tales intentos son siempre fútiles, porque incluso
si fracasan en influenciar la “Historia” (lo que esto sea), pueden ciertamente
cruzarse con y tener un impacto sobre nuestras vidas cotidianas. Por poner un
ejemplo, cualquiera que niegue la realidad de la conspiración debe en efecto
enfrentar una difícil tarea al intentar explicar las actividades de ciertos
elementos dentro de la inteligencia y del Partido Republicano en USA, sobre
todo en las recientes décadas. No importa el Asesinato de Kennedy, ese
espectacular despilfarro; olvida los restos de Gehlen Org que estaba al acecho
alrededor de Dallas; ¿pero cómo puede uno incluso empezar a discutir sobre los
fontaneros de Nixon, Irán-Contra, la “crisis” de S&L, las
guerras-espectáculos contra Libia, Granada, Panamá e Irak, sin algún recurso al
concepto de “conspiración”? E incluso si creemos que los conspiradores estaban
actuando como agentes de fuerzas ciegas, etcétera, etcétera, ¿podemos negar que
sus acciones produjeron verdaderas repercusiones en el nivel de nuestra propia
vida cotidiana? Los republicanos, por ejemplo, emprendieron una abierta “Guerra
contra las drogas” mientras secretamente usaron dinero de la cocaína para
financiar el ala derecha de la insurgencia en Latinoamérica. ¿Murió alguien que
conocieras en Nicaragua? ¿Algún conocido estuvo involucrado en la hipócrita
“guerra” contra la marihuana? ¿Algún conocido cayó en la miseria de la adicción
al crack? (Sin mencionar el tráfico de heroína de la CIA en el Sudeste de Asia
y Afganistán).
Como Carl Oglesby
señala, una teoría conspiratoria sofisticada no propone un solo grupo
todopoderoso de conspiradores primordiales a cargo de la “Historia”. Esto sería
en efecto una forma de estúpida paranoia, de derecha o de izquierda. Las
conspiraciones ascienden y caen, brotan y decaen, migran de un grupo a otro,
compiten, coluden, colisionan, implosionan, explotan, fracasan, dan resultado,
se borran, se forjan, se olvidan, desaparecen. Las conspiraciones son síntomas
de las grandes “fuerzas ciegas” (y por lo tanto útiles como metáforas, aunque
no sean más que eso), pero también retroalimentan aquellas fuerzas y a veces
incluso las afectan o las efectúan o las infectan. Las conspiraciones, en
efecto, no son EL modo en que la historia se hace, pero son parte del vasto
complejo de miríadas, de modos en que nuestras múltiples historias se
construyen. La teoría de la conspiración no puede explicar todo, pero puede
explicar algo. Si no tiene estatus ontológico, sin embargo, tiene sus usos
epistemológicos.
Aquí
una hipótesis:
La historia (con “h”
minúscula) es un tipo de caos. Dentro de la historia están incrustados otros
caos, si es que uno puede usar tales término. El tardío capitalismo
“democrático” es uno de aquellos caos, cuyo poder y control se ha vuelto
extremadamente sutil, casi alquímico, difícil de localizar, tal vez imposible
de definir. Los escritos de Debord, Foucault y Braudillard han abordado la posibilidad
de que el “poder mismo” está vacío, “desaparecido”, y ha sido reemplazado por
la mera violencia del espectáculo. Pero si la historia es un caos, el
espectáculo sólo puede ser visto como un “atractor extraño” en lugar de como
una especie de fuerza causal. La idea de “fuerza” pertenece a la física clásica
y tiene un papel muy pequeño que jugar en la teoría del caos. Y si el
capitalismo es un caos y el espectáculo un atractor extraño, entonces la
metáfora puede ser extendida: podemos decir que las conspiraciones
“republicanas” son como los modelos concretos generados por el atractor
extraño. Las conspiraciones no son fortuitas, pero entonces nada es realmente
“fortuito”, en el antiguo y clásico sentido del término.
Una forma útil en la
que podemos, por así decirlo, mirar dentro del caos que es la historia, es
mirando a través del lente proporcionado por las conspiraciones. Podemos creer
o no creer que las conspiraciones sean meras simulaciones de poder, meros
síntomas del espectáculo, pero no podemos desestimarlas como vacías de todo
significado.
Más que hablar de
teoría conspiratoria podemos en su lugar construir una poética de la
conspiración. Una conspiración sería tratada como una construcción estética, o
un constructo de lenguaje, y podría ser analizada como un texto. Robert AntonWilson ha hecho esto con su vasta y juguetona fantasía “Illuminati”. Podemos
también usar la teoría de la conspiración como un arma de agit-prop. Las
conspiraciones de “poder” usan la total desinformación; lo menos que podemos
hacer en represalia es localizarla hasta su fuente. Efectivamente debemos
evitar la mística de la teoría de la conspiración, la fantasía de que la
conspiración es todopoderosa. Las conspiraciones pueden ser golpeadas. Pueden
ser incluso derrotadas. Pero temo que no pueden ser simplemente ignoradas. El
rechazo a admitir cualquier validez a la teoría conspiratoria es en si mismo
una forma de falsa ilusión/ciega creencia en el mundo liberal, racional,
alumbrado por la luz del día, en el cual todos tenemos “derechos”, en el cual
“el sistema funciona”, en el cual “los valores democráticos prevalecerán a la
larga” porque la Naturaleza lo ha decretado.
La historia es un gran
desorden. Tal vez las conspiraciones no funcionan. Pero tenemos que actuar como
si funcionaran. De hecho los movimientos no autoritarios no sólo necesitan su
propia teoría de la conspiración, necesitan también sus propias conspiraciones.
“Funcionen” o no. Respiremos todos juntos o nos asfixiemos cada uno en lo
nuestro. “Ellos” están conspirando, nunca lo dudes, aquellos siniestros
payasos. No solamente debemos armarnos a nosotros mismo con una teoría
conspiratoria, debemos tener nuestras propias conspiraciones: nuestras TAZs,
nuestro comando de guerrilla ontológica ataca-patrullas, nuestros Terroristas
Poéticos, nuestros instigadores de caos, nuestras sociedades secretas. Proudhon
lo dijo. Bakunin lo dijo. Malatesta lo dijo. Es una tradición anarquista.
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