lunes, 25 de mayo de 2015

EL ESTATUS ONTOLÓGICO DE LA TEORÍA DE LA CONSPIRACIÓN Por Hakim Bey

· el estatus ontológico de la teoría de la conspiración ·

Por Hakim Bey

Editado por Colectivo editorial Nihil Obstat · Traducción: Charlie Tahn ·



¿Es la teoría de la conspiración una ilusión de la izquierda que ha infectado también a la derecha? Los teóricos izquierdistas de la conspiración hacen a veces un uso acrítico de los textos de los teóricos derechistas de la conspiración – profundizando el trabajo del Liberty Lobby sobre los chismes del asesinato de JFK, levantando nociones birchistas sobre los “liberales internacionalistas” CFR/Bilderberg/Rockefeler, etcétera, etcétera. Desde que el antisemitismo puede encontrase en la izquierda además de en la derecha, ecos de Los protocolos se escuchan en ambas direcciones. Incluso algunos anarquistas se sienten atraídos por el “revisionismo histórico”. El anticapitalismo o el populismo económico de la derecha tienen su contrapunto en el “fascismo rojo” de la izquierda, el cual rompe la superficie de la Historia con el pacto Hitler/Stalin, y vuelve a rondarnos en la bizarra “Tercera Ola” europea, fusión de extremismo de derecha e izquierda, un fenómeno que emerge en los EEUU con el nihilismo libertino y el “satanismo” de grupos anarco-fascistas como Amok Press y Radio Werewolf – y la teoría de la conspiración juega un papel importante en todas estas ideologías.

Si la teoría de la conspiración es esencialmente derechista, sólo puede ser así porque propone una visión de la Historia como la obra de individuos más que de grupos. De acuerdo a este argumento, una teoría como la de Mae Brussel (ella cree que los nazis han penetrado la inteligencia y el gobierno norteamericanos a nivel político) puede parecer izquierdista, pero en realidad no proporciona el sustento para un análisis dialéctico genuino ya que ignora la economía y la lucha de clases como fuerzas causales y en su lugar rastrea todos los acontecimientos hacia maquinaciones de individuos “ocultos”. Incluso la izquierda antiautoritaria puede a veces adoptar este pobre concepto de la teoría de la conspiración, a pesar de que no está atada a ninguna creencia dogmática en el determinismo económico. Tales anarquistas estarían de acuerdo en que creer en la teoría de la conspiración es creer que las elites pueden influenciar la Historia. El anarquismo postula que las elites son simplemente arrastradas por el flujo de la Historia y que sus creencias respecto a sus poderes o acciones son pura ilusión. Si uno creyera lo contrario tales anarquistas argüirían que entonces Marx y Lenin estarían en lo correcto, y el vanguardismo conspiratorio sería la mejor estrategia para el “movimiento social”. (La existencia del vanguardismo prueba que la izquierda -o al menos la izquierda autoritaria – no ha sido simplemente contaminada con la teoría conspiratoria: ¡vanguardismo ES conspiración!) Los leninistas dicen: el estado es una conspiración, de derecha o izquierda, cualquiera -elige. Los anarquistas arguyen que el estado no “tiene” poder en ningún sentido absoluto o esencial sino que simplemente usurpa el poder que, en esencia, “pertenece” a cada individuo, o a la sociedad en masa. El aspecto aparentemente conspiratorio del estado es por lo tanto ilusorio -mero pajeo ideológico de parte de políticos, espías, banqueros y otras escorias que ciegamente sirven a los intereses de su clase. La teoría de la conspiración por consiguiente es interesante sólo como un tipo de sociología de la cultura, un rastro de la engañosa fantasía de ciertos grupos excluyentes y excluidos -pero la teoría conspiratoria en sí misma no tiene estatus ontológico.

Esta interesante teoría tiene un gran mérito, sobre todo como herramienta crítica. Sin embargo, como ideología, sufre del mismo defecto que cualquier otra ideología. Construye una idea absoluta, entonces explica la realidad en términos absolutos. La izquierda y la derecha autoritarias comparten una visión del estatus ontológico de las elites o las vanguardias en la Historia; la respuesta antiautoritaria es desplazar el peso ontológico-histórico a los individuos o grupos; pero ninguna teoría se ha molestado en cuestionar el estatus ontológico de la Historia, o en realidad de la ontología misma.

Tanto para confirmar o negar la teoría de la conspiración categóricamente uno debe creer en la categoría de “la Historia”. Pero desde el siglo XIX “la Historia” se ha fragmentado en docenas de fragmentos conceptuales -etno-historia, sico-historia, historia social, historia de las cosas y de las ideas y de las mentalidades, cliométrica, microhistoria- no se trata de ideologías compitiendo con la Historia, sino simplemente de una multiplicidad de historias. La noción de que la Historia es hecha por “grandes hombres”, o de que la Historia es el resultado de la lucha ciega entre intereses económicos, o de que la Historia “ES” algo específico en absoluto, no puede sobrevivir realmente a esta fragmentación en una infinidad de narrativas. La aproximación productiva a algo tan complejo no es ontológica, sino epistemológica; i.e., ahora no nos preguntamos qué “es” la “Historia”, sino más bien qué y cómo podemos conocer de y desde las muchas historias, borrones, apariciones y desapariciones, palimpsestos y fragmentos de los múltiples discursos y múltiples historias de las inextricablemente enredadas complejidades del devenir humano.

Por lo tanto podemos proponer (como un ejercicio epistemológico al menos) la noción de que aunque los seres humanos somos arrastrados o movidos por intereses de clase, fuerzas económicas, etc. podemos también aceptar la posibilidad de un mecanismo de retroalimentación a través del cual las ideologías y acciones de individuos y grupos pueden modificar las mismas “fuerzas” que los producen.

De hecho me parece que como anarquistas de un tipo u otro debemos adoptar en algo tal visión del asunto, o bien aceptar que nuestra agitación, educación, propaganda, formas de organización, levantamientos, etc. son esencialmente inútiles y que solamente la “evolución” puede dar lugar a cualquier cambio significativo en la estructura de la sociedad y la vida. Esto puede o no ser verdad en el longue durée del devenir humano, pero manifiestamente no es verdad en el nivel de la experiencia individual de la vida cotidiana. Aquí una clase de áspero existencialismo prevalece, de tal manera que debemos actuar como si nuestras acciones pudieran ser eficaces o bien sufrir en nosotros mismos la pobreza del porvenir. Sin la voluntad de autoexpresión en acción somos reducidos a exactamente nada. Esto es inaceptable, por lo tanto, incluso si uno pudiera probar que toda acción es una ilusión (y no creo que semejantes pruebas estén disponibles), aún nos enfrentaríamos al problema del deseo. Paradójicamente somos forzados (en el dolor de la negación total) a actuar como si eligiéramos libremente actuar, y como si la acción pudiera provocar el cambio.

Sobre esta base parece posible construir una teoría no-autoritaria de la teoría de la conspiración que ni la rechace completamente ni la eleve al estatus de una ideología. En su sentido literal de “respirar juntos” la conspiración puede ser pensada como un principio natural de la organización anarquista. Cara a cara, no mediados por ningún control, juntos construimos nuestra realidad social para nosotros mismos. Si debemos hacerlo tan clandestinamente a fin de evitar los mecanismos de mediación y control, entonces hemos perpetrado una especie de conspiración. Pero aún más: podemos también ver que otros grupos pueden organizarse clandestinamente no para eludir el control sino para intentar imponerlo. No tiene sentido pretender que tales intentos son siempre fútiles, porque incluso si fracasan en influenciar la “Historia” (lo que esto sea), pueden ciertamente cruzarse con y tener un impacto sobre nuestras vidas cotidianas. Por poner un ejemplo, cualquiera que niegue la realidad de la conspiración debe en efecto enfrentar una difícil tarea al intentar explicar las actividades de ciertos elementos dentro de la inteligencia y del Partido Republicano en USA, sobre todo en las recientes décadas. No importa el Asesinato de Kennedy, ese espectacular despilfarro; olvida los restos de Gehlen Org que estaba al acecho alrededor de Dallas; ¿pero cómo puede uno incluso empezar a discutir sobre los fontaneros de Nixon, Irán-Contra, la “crisis” de S&L, las guerras-espectáculos contra Libia, Granada, Panamá e Irak, sin algún recurso al concepto de “conspiración”? E incluso si creemos que los conspiradores estaban actuando como agentes de fuerzas ciegas, etcétera, etcétera, ¿podemos negar que sus acciones produjeron verdaderas repercusiones en el nivel de nuestra propia vida cotidiana? Los republicanos, por ejemplo, emprendieron una abierta “Guerra contra las drogas” mientras secretamente usaron dinero de la cocaína para financiar el ala derecha de la insurgencia en Latinoamérica. ¿Murió alguien que conocieras en Nicaragua? ¿Algún conocido estuvo involucrado en la hipócrita “guerra” contra la marihuana? ¿Algún conocido cayó en la miseria de la adicción al crack? (Sin mencionar el tráfico de heroína de la CIA en el Sudeste de Asia y Afganistán).

Como Carl Oglesby señala, una teoría conspiratoria sofisticada no propone un solo grupo todopoderoso de conspiradores primordiales a cargo de la “Historia”. Esto sería en efecto una forma de estúpida paranoia, de derecha o de izquierda. Las conspiraciones ascienden y caen, brotan y decaen, migran de un grupo a otro, compiten, coluden, colisionan, implosionan, explotan, fracasan, dan resultado, se borran, se forjan, se olvidan, desaparecen. Las conspiraciones son síntomas de las grandes “fuerzas ciegas” (y por lo tanto útiles como metáforas, aunque no sean más que eso), pero también retroalimentan aquellas fuerzas y a veces incluso las afectan o las efectúan o las infectan. Las conspiraciones, en efecto, no son EL modo en que la historia se hace, pero son parte del vasto complejo de miríadas, de modos en que nuestras múltiples historias se construyen. La teoría de la conspiración no puede explicar todo, pero puede explicar algo. Si no tiene estatus ontológico, sin embargo, tiene sus usos epistemológicos.

Aquí una hipótesis:

La historia (con “h” minúscula) es un tipo de caos. Dentro de la historia están incrustados otros caos, si es que uno puede usar tales término. El tardío capitalismo “democrático” es uno de aquellos caos, cuyo poder y control se ha vuelto extremadamente sutil, casi alquímico, difícil de localizar, tal vez imposible de definir. Los escritos de Debord, Foucault y Braudillard han abordado la posibilidad de que el “poder mismo” está vacío, “desaparecido”, y ha sido reemplazado por la mera violencia del espectáculo. Pero si la historia es un caos, el espectáculo sólo puede ser visto como un “atractor extraño” en lugar de como una especie de fuerza causal. La idea de “fuerza” pertenece a la física clásica y tiene un papel muy pequeño que jugar en la teoría del caos. Y si el capitalismo es un caos y el espectáculo un atractor extraño, entonces la metáfora puede ser extendida: podemos decir que las conspiraciones “republicanas” son como los modelos concretos generados por el atractor extraño. Las conspiraciones no son fortuitas, pero entonces nada es realmente “fortuito”, en el antiguo y clásico sentido del término.

Una forma útil en la que podemos, por así decirlo, mirar dentro del caos que es la historia, es mirando a través del lente proporcionado por las conspiraciones. Podemos creer o no creer que las conspiraciones sean meras simulaciones de poder, meros síntomas del espectáculo, pero no podemos desestimarlas como vacías de todo significado.

Más que hablar de teoría conspiratoria podemos en su lugar construir una poética de la conspiración. Una conspiración sería tratada como una construcción estética, o un constructo de lenguaje, y podría ser analizada como un texto. Robert AntonWilson ha hecho esto con su vasta y juguetona fantasía “Illuminati”. Podemos también usar la teoría de la conspiración como un arma de agit-prop. Las conspiraciones de “poder” usan la total desinformación; lo menos que podemos hacer en represalia es localizarla hasta su fuente. Efectivamente debemos evitar la mística de la teoría de la conspiración, la fantasía de que la conspiración es todopoderosa. Las conspiraciones pueden ser golpeadas. Pueden ser incluso derrotadas. Pero temo que no pueden ser simplemente ignoradas. El rechazo a admitir cualquier validez a la teoría conspiratoria es en si mismo una forma de falsa ilusión/ciega creencia en el mundo liberal, racional, alumbrado por la luz del día, en el cual todos tenemos “derechos”, en el cual “el sistema funciona”, en el cual “los valores democráticos prevalecerán a la larga” porque la Naturaleza lo ha decretado.

La historia es un gran desorden. Tal vez las conspiraciones no funcionan. Pero tenemos que actuar como si funcionaran. De hecho los movimientos no autoritarios no sólo necesitan su propia teoría de la conspiración, necesitan también sus propias conspiraciones. “Funcionen” o no. Respiremos todos juntos o nos asfixiemos cada uno en lo nuestro. “Ellos” están conspirando, nunca lo dudes, aquellos siniestros payasos. No solamente debemos armarnos a nosotros mismo con una teoría conspiratoria, debemos tener nuestras propias conspiraciones: nuestras TAZs, nuestro comando de guerrilla ontológica ataca-patrullas, nuestros Terroristas Poéticos, nuestros instigadores de caos, nuestras sociedades secretas. Proudhon lo dijo. Bakunin lo dijo. Malatesta lo dijo. Es una tradición anarquista.





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