El relato que sigue a continuación lo encontré en "El Fuego del Dragón", un boletín mensual de ovnilogía editado de manera digital por Alberto Iurchuk. En el Nº 17, encontramos esta historia firmada por José Manuel García Bautista que transcribe los sucesos relatados originalmente por su protagonista, Rafael Cabello Herrero; me pareció una historia simpática y la comparto aquí de manera completa...
Créete lo que quieras, pero cuéntalo como fue...
Por José Manuel
García Bautista
Sevilla –
España
Si una persona cambia un solo punto o
una coma en una histérica historia, es capaz de cambiar el transcurso de esa
historia, por eso cuando se vive una situación o tiene una visión anormal de un
hecho, nunca hay que mirarse el corazón ni cerrar los ojos por culpa del miedo.
Tienes que mirar y ver a tu alrededor, hacer un estudio de los hechos "IN
SITU", contar todo, aunque no te guste lo que estés viendo, dotarte de
toda la sangre fría que te quepan en las venas, llegar al último recodo del
camino, y acercarte a la mano el objeto más contundente y expeditivo que tengas
por si las moscas "que conste yo nunca lo haría no soy violento",
pero esa noche fue diferente, tal vez especial...
Remontándome a la década de los años
70, más o menos por el año 77, 78, trabajaba en la empresa oficial de
reparación de televisores y equipos electrodomésticos de General Eléctrica
Española & Thomson como técnico en electrónica. Durante muchos años
todas las semanas por ser servicio oficial y como consecuencia de mi trabajo
hacía una ruta dedicada a la zona de Sevilla Huelva, por carreteras de 2º orden
de las de entonces y donde todavía no se habían concebido los términos de
autovías, autopistas, u otras palabras que las relacionara como tales. Como
máximo carreteras nacionales, comarcales, locales y muchos caminos de cabras
por donde yo tenía que circular habitualmente para ir desde un poblado a otro
para reparar muchos televisores en blanco y negro de válvulas y algunos muy
pocos de color transistorizados.
Un lunes de esos cuando comenzaban las
lluvias de finales de septiembre, principios de octubre, se me hizo muy tarde
en los primeros pueblos que se visitaban en la ruta por el cúmulo de trabajo
ocasionado por alguna tormenta de la zona. Manzanilla, La Palma del Condado,
Villarrasa, Niebla, Rociana y Bonares, consumieron todas las horas de sol de
ese lunes, mis siguientes visitas tenían que ser para Lucena del Puerto y
finalizar las tareas del día pernoctando en el Hostal Platero de mi buen
amigo Paco en Moguer.
Después de visitar la tienda de Juan
Coronel, recoger las notas de reparaciones para visitar a los clientes y
terminar el trabajo se me hizo de noche en ese pueblo, salí por la carretera
local H622 de Bonares hacía Lucena del Puerto, un pequeño pueblo que entonces
no tenía más de cinco o seis calles.
Al salir de Bonares toda la carretera
estaba flanqueada por un extenso bosque de pinos que acompañaba toda la
carretera hasta cerca de Lucena, sólo había esporádicas construcciones de algún
chalet, entradas de haciendas y fincas.
Era difícil de cruzarse o hacer el
recorrido acompañado por otro vehículo debido a que la carretera sólo las
transitaban los vecinos que vivían en ella. El bosque era tan cerrado que la
oscuridad se hacía más intensa, incluso las luces del coche se negaban a
iluminar más allá de los términos de la carretera, todo el camino era muy
tenebroso y los escasos seis kilómetros de un pueblo a otro se hacían
interminables. Costaba trabajo hasta respirar tranquilo, nunca aprendí el
recorrido de memoria porque siempre que entraba en esa zona mi idea era la de
salir lo antes posible de ella.
Esa noche, al llegar a un punto
determinado del camino comencé a ver lo que yo creí era una tormenta seca con
abundante aparato eléctrico, ya que las copas de los pinos se iluminaban a
intervalos de los propios relámpagos. Entre el ruido del motor, las ventanillas
cerradas, el mal estado del firme y mi intranquilidad por el camino no acerté a
escuchar el ruido de los truenos, pero si vi que la luz que iluminaba el bosque
y la carretera tenía un ángulo poco apropiado para ser una tormenta. Esa luz no
salía de las nubes, sino de un punto concreto de una parte del bosque el cual
no se podía visualizar directamente por lo tupido del follaje de los árboles y
la maleza acumulada entre los pinos, este hecho me hizo reducir la marcha,
pensar en la posibilidad de dar un giro de 180 grados a mi trayectoria y volver
al pueblo de Bonares.
Este pensamiento, duró poco tiempo y
volví a concentrarme en el punto de donde parecía manar la fuente de luz, al
tomar una de las curvas comencé a vislumbrar una potente fuente de luz cegadora
y tan abundante que no permitía observar directamente lo que allí estaba
sucediendo.
Varias curvas acompañadas de desniveles
me hicieron entrar de bruces en un cruce de caminos con una curva muy
pronunciada que me espetó a escasos tres metros de distancia, "esta
circunstancia me hizo frenar bruscamente sin pisar el embrague por lo que se
caló el coche", frente a dos figuras de aspecto humanoides iluminadas
espectralmente "igual que en las películas de ciencia-ficción del
Spielberg". Una de ella, portaba en su mano un objeto parecido a una
pistola de la cual salía toda la fuente de luz existente en el lugar, esas
figuras de espaldas a mi posición cuando notaron y escucharon el frenazo y la
presencia del vehículo se incorporaron volviéndose hacia mí. Con este movimiento,
me dejaron ver unas caras sin rostros, a modo de caretas o escafandras en las
cuales no aparecían ningún indicio facial de bocas, narices y ojos. Sus rasgos
quedaban limitados a un rostro con una pequeña ventana como de cristal oscuro
que no permitía ver el interior de la máscara a la altura de los ojos, este
cristal se iluminó al quedar mi coche totalmente parado delante de ellos, la
propia luz del vehículo fue la que por unos instantes los iluminó a ellos y
durante ese tiempo cesó el brillo de esos relámpagos quedando las dos figuras
pendientes de mí y mi vehículo en medio de la carretera. Vestidos con unos
monos oscuros y unos correajes anchos de los que pendían varios objetos
metálicos.
Una de las figuras subió su mano a forma de saludo, pude apreciar
unos guantes en forma de manoplas desproporcionados en tamaño que no permitían
ver físicamente la piel de la mano, a la vez que se tocaba el rostro
levantándose la escafandra que portaba hasta la altura de la frente y dejando
ver un rostro perfectamente definido como cualquier padre de vecino. El otro
acompañante hizo lo mismo que el anterior a la vez que movía unas mangueras o
cables que invadían parte de la calzada y que salían de un aparato ronroneante.
"Un simple motor alternador conectado a la unidad soldadora, para
trabajos donde no hay conducciones eléctricas".
Una vez analizado el trance y viendo
que los que estaban enmascarados tenían los mismos atributos faciales que los
míos decidí arrancar el coche, sacarlo de en medio de la carretera y acercarme
hasta ellos, los cuales me comentaron que estaban arreglando con una soldadora
eléctrica una cancela de un portón de entrada a una finca que había destrozado
un camión un rato antes, lo estaban haciendo a esas horas para evitar que se
escapara el ganado de la finca y pudiera provocar una desgracia.
Después de fumarme un cigarro en
compañía de estos dos chicos, comentarles el susto que me habían dado, sacarle
chistes a la situación y desearles que terminaran pronto el trabajo porque la
noche no acompañaba para nada la situación, proseguí mi camino hasta Moguer
donde al llegar al Hostal Platero nos sentamos varios viajantes a cenar
en la misma mesa y les conté el caso que me había ocurrido. Cada uno de ellos
después interpretó a su forma dando a la historia el proceso de credibilidad
que cada uno de nosotros entonamos cuando comenzamos a contar un hecho para
dotarlo de la máxima veracidad. "Escuchadme... Ayer me contó un caso
que le ocurrió a un amigo mío... (fulanito..., coño..., tu le conoces..., el
que arregla las teles que va por Huelva y para en el hostal de Paco), donde dos
extraterrestres armados de una pistola de rayos le salieron a la carretera, le
pararon el coche con un rayo, le dispararon a él y le durmieron perdiendo tres
horas de su vida que no puede explicar y... bla, bla, bla...".
Varios meses después me enteré que
todavía yo, no había aparecido.
Relato contado por el que le ocurrió el
caso, Rafael Cabello Herrero.
Publicación original: EL FUEGO DEL DRAGÓN
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