Fragmento
de “El Hombre y Sus Símbolos” (1964)
He
llegado hasta ciertos detalles acerca de nuestra vida onírica porque es el
suelo desde el cual se desarrollan originalmente la mayoría de los símbolos.
Por desgracia, los sueños son difíciles de entender. (…) El sueño no es nada
parecido a una historia contada por la mente consciente. En la vida diaria se
piensa lo que se desea decir, se escogen las formas más eficaces para decirlo y
se intenta que los comentarios tengan coherencia lógica. Por ejemplo, una
persona culta tratará de evitar el empleo de una metáfora confusa porque daría
una impresión equívoca de su punto de vista. Pero los sueños tienen una
estructura diferente. Imágenes que parecen contradictorias y ridículas se
apiñan sobre el soñante, se pierde el normal sentido del tiempo y las cosas corrientes
asumen un aspecto fascinante o amenazador.
Puede
parecer extraño que el inconsciente ordene su material de manera tan diferente
a la forma tan disciplinada – en apariencia – que podemos imponer a nuestros
pensamientos en la vida despierta. Sin embargo, todo el que se detenga un
momento a recordar un sueño, se dará cuenta de ese contraste que, de hecho, es
una de las razones principales por las que la persona corriente encuentra tan
difícil entender los sueños. No les encuentra sentido ateniéndose a su
experiencia normal de cuando está despierta, y, por tanto, se inclina a
desentenderse de ellos o a confesar que se siente confusa.
Quizá
resulte más fácil de comprender este punto si, en primer lugar, nos percatamos
del hecho de que las ideas manejadas en nuestra aparentemente disciplinada vida
despierta no son, en modo alguno, tan precisas como nos gusta creer. Por el
contrario, su significado (y su significación emotiva para nosotros) se hace
más impreciso cuanto más de cerca las analizamos. La causa de esto es que todo
lo que hemos oído o experimentado puede convertirse en subliminal, es decir,
puede pasar al inconsciente. Y aún lo que retenemos en nuestra mente consciente
y podemos reproducir a voluntad, ha adquirido un tono bajo inconsciente que matizará
la idea cada vez que la recordemos. Nuestras impresiones conscientes, en
realidad, asumen rápidamente un elemento de significado inconsciente que es de
importancia psíquica para nosotros, aunque no nos damos cuenta consciente de
ese significado subliminal o de la forma en que, a la vez, extiende y confunde
el significado corriente.
Desde
luego que tales tonos bajos varían de una persona a otra. Cada uno de nosotros
recibe toda noción abstracta o general en el conjunto de su mente individual y,
por tanto, lo entendemos y lo aplicamos en nuestra forma individual. Cuando, al
conversar, utilizo palabras tales como “estado”, “dinero”, “salud” o
“sociedad”, supongo que mis oyentes entienden, más o menos, lo mismo que yo.
Pero la frase “más o menos” es el punto que me interesa. Cada palabra significa
algo ligeramente distinto para cada persona, aún para las que comparten los
mismos antecedentes culturales. La causa de esta variación es que una noción
general es recibida en un conjunto individual y, por tanto, entendida y
aplicada en forma ligeramente individual. Y la diferencia de significado es
naturalmente mayor cuando la gente difiere mucho en experiencias sociales,
políticas, religiosas, o psicológicas. Mientras como conceptos son idénticos a
meras palabras, la variación es casi imperceptible y no desempeña ningún papel
práctico. Pero cuando se necesita una definición exacta o una explicación
minuciosa, se pueden descubrir, por casualidad, las más asombrosas variaciones
no sólo en la comprensión puramente intelectual del término sino en especial,
en su tono emotivo y en su aplicación. Por regla general, estas variaciones son
subliminales y, por tanto, jamás advertidas.
Se
puede tender a prescindir de tales diferencias como matices de significado
superfluos o prescindibles que tienen poca importancia en las necesidades
diarias. Pero el hecho de que existan demuestra que aun los contenidos de
consciencia más realistas tienen en torno una penumbra de incertidumbre. Hasta
el concepto filosófico o matemático más cuidadosamente definido, del que
estamos seguros que no contiene más de lo que hemos puesto en él, es, no
obstante, más de lo que suponemos. Es un hecho psíquico y, como tal,
incognoscible en parte. Los mismos números que utilizamos al contar son más de
lo que pensamos que son. Son, al mismo tiempo, elementos mitológicos (para los
pitagóricos eran, incluso, divinos); pero no nos damos cuenta de eso cuando
utilizamos los números con un fin práctico.
En
resumen: todo concepto de nuestra mente consciente tiene sus propias
asociaciones psíquicas. Mientras tales asociaciones pueden variar en intensidad
(de acuerdo con la importancia relativa del concepto para toda nuestra
personalidad, o de acuerdo con otras ideas y aun complejos a los que están
asociadas en nuestro inconsciente), son capaces de cambiar el carácter “normal”
de ese concepto. Incluso puede convertirse en algo totalmente distinto mientras
es arrastrado bajo el nivel de la consciencia.
Estos
aspectos subliminales de todo lo que nos ocurre puede parecer que desempeñan
escaso papel en nuestra vida diaria. Pero en el análisis de los sueños, donde
el psicólogo maneja expresiones del inconsciente, son muy importantes porque
son las raíces casi invisibles de nuestros pensamientos conscientes. De ahí que
los objetos o ideas comunes puedan asumir tan poderosa significación psíquica
en un sueño del que podemos despertar gravemente confusos, a pesar de haber
soñado con nada peor que una habitación cerrada con llave o un tren que hemos
perdido.
Las
imágenes producidas en los sueños son mucho más pintorescas y vivaces que los
conceptos y experiencias que son su contrapartida cuando se está despierto. Una
de las causas de esto es que, en un sueño, tales conceptos pueden expresar su
significado inconsciente. En nuestros pensamientos conscientes, nos
constreñimos a los límites de las expresiones racionales, expresiones que son
mucho menos coloridas porque las hemos despojado de la mayoría de sus
asociaciones psíquicas.
Recuerdo
un sueño que tuve y que me resultó difícil de interpretar. En ese sueño, cierto
individuo trataba de ponerse tras de mí y saltar sobre mi espalda. Nada sabía
yo de ese hombre excepto que me daba cuenta de que él, de algún modo, había
escogido cierta observación hecha por mí y la tergiversó alterando
grotescamente su significado. Pero yo no podía ver la relación entre este hecho
y su intento, en el sueño, de saltar sobre mí. Sin embargo, en mi vida
profesional ha ocurrido con frecuencia que alguien haya falseado lo que dije,
tan frecuentemente que apenas me molesté en preguntarme si esa clase de
falseamiento me irritaba. Ahora bien, hay cierto valor en mantener un dominio
consciente de las reacciones emotivas; pronto me di cuenta de que ése era el
punto importante de mi sueño. Había tomado un coloquialismo austríaco y lo
había convertido en una imagen pictórica. Esa frase, muy corriente en el habla
común, es Du kannst mir auf den Buckel
steigen (puedes saltar sobre mi espalda), que significa: “no me importa lo
que digas de mí” (…).
Podría
decirse que el cuadro de ese sueño era simbólico porque no establecía
directamente la situación, sino que la expresaba indirectamente por medio de
una metáfora que, al principio, no pude comprender. Cuando ocurre eso (como es
frecuente) no está deliberadamente “disfrazada” por el sueño; simplemente
refleja las deficiencias de nuestra comprensión del lenguaje pintoresco cargado
de emotividad. Porque en nuestra experiencia diaria necesitamos decir cosas con
la mayor exactitud posible, y hemos aprendido a prescindir de los adornos de la
fantasía en el lenguaje y en los pensamientos, perdiendo así una cualidad que
es aún característica de la mente primitiva. La mayoría de nosotros hemos
transferido al inconsciente todas las asociaciones psíquicas fantásticas que posee
todo objeto o idea. Por otra parte, el primitivo sigue dándose cuenta de esas
propiedades psíquicas; dota a animales, plantas o piedras con poderes que
nosotros encontramos extraños e inaceptables.
Un
habitante de la selva africana, por ejemplo, ve durante el día un animal
nocturno y sabe que es un hechicero que, temporalmente, ha adoptado ese
aspecto. O puede considerarlo como el alma selvática o espíritu ancestral de
alguno de su tribu. Un árbol puede desempeñar un papel vital en la vida de un
primitivo, poseyendo, de forma evidente para él, su propia alma y voz, y ese
hombre sentirá que comparte con el árbol su destino. Hay ciertos indios en
Sudamérica que asegurarán que ellos son papagayos ara, aunque se dan cuenta de
que carecen de plumas, alas y pico. Porque, en el mundo del hombre primitivo,
las cosas no tienen los mismos límites tajantes que tienen en nuestras
sociedades “racionales”.
Lo
que los psicólogos llaman identidad psíquica o “participación mística”, ha sido
eliminado de nuestro mundo de cosas. Pero es precisamente ese halo de
asociaciones inconscientes el que da un aspecto colorido y fantástico al mundo
del primitivo. Lo hemos perdido hasta tal extremo que no lo reconocemos cuando
nos lo volvemos a encontrar. Para nosotros, tales cosas quedan guardadas bajo
el umbral; cuando aparecen ocasionalmente, hasta nos empeñamos en que algo está
equivocado.
Más
de una vez me han consultado personas cultas e inteligentes acerca de sueños
característicos, fantasías e, incluso, visiones que les habían conmovido
profundamente. Suponían que nadie que tuviera buena salud mental podía padecer
tales cosas y que todo quien tenga visiones ha de tener una alteración
patológica. Un teólogo me dijo una vez que las visiones de Ezequiel no eran más
que síntomas mórbidos y que, cuando Moisés y otros profetas oían “voces” que
les hablaban, estaban sufriendo alucinaciones. Se pueden imaginar el pánico que
sintió al experimentar “espontáneamente” algo parecido a eso. Estamos tan
acostumbrados a la evidente naturaleza de nuestro mundo que apenas podemos
imaginar que suceda algo que no se pueda explicar por el sentido común. El
hombre primitivo enfrentado con una conmoción de ese tipo no dudaría de su
salud mental; pensaría en fetiches, espíritus o dioses.
Sin
embargo, las emociones que nos afectan son las mismas. De hecho, los terrores
que proceden de nuestra complicada civilización pueden ser mucho más
amenazadores que los que el hombre primitivo atribuye a los demonios. (…)
Recuerdo a un profesor de filosofía que una vez me consultó acerca de su fobia
al cáncer. Padecía la convicción forzosa de que tenía un tumor maligno, aunque
nada de eso se halló en docenas de radiografías. “Sé que no hay nada – diría -,
pero tiene que haber algo”. ¿Qué es
lo que le producía esa idea? Evidentemente procedía de un temor que no dimanaba
por deliberación consciente. El pensamiento mórbido se apoderó de él de repente
y tenía una fuerza propia que no pudo dominar.
Era
mucho más difícil para este hombre culto aceptar una cosa así que lo hubiera
sido para un hombre primitivo decir que estaba atormentado por un espíritu. La
influencia maligna de los malos espíritus es, por lo menos, una hipótesis
admisible en una cultura primitiva, pero para una persona civilizada resulta
una experiencia desoladora tener que admitir que sus dolencias no son más que
una travesura insensata de su imaginación. El primitivo fenómeno de la obsesión no ha desaparecido; es el mismo
de siempre. Sólo que se interpreta de una forma distinta y más desagradable.
He
hecho varias comparaciones de esta clase entre el hombre primitivo y el
moderno. Tales comparaciones son esenciales para comprender la propensión del
hombre a crear símbolos y el papel que desempeñan los sueños para expresarlos.
Porque nos encontramos que muchos sueños presentan imágenes y asociaciones que
son análogas a las ideas, mitos y ritos primitivos. Estas imágenes soñadas
fueron llamadas por Freud “remanentes arcaicos”; la frase sugiere que son
elementos psíquicos supervivientes en la mente humana desde lejanas edades.
Este punto de vista es característico de quienes consideran el inconsciente
como un mero apéndice de la consciencia (o, más pintorescamente, un cubo de la
basura que recoge todos los desperdicios de la mente consciente).
Investigaciones
posteriores me sugirieron que esa idea es insostenible y debe ser desechada.
Hallé que las asociaciones e imágenes de esa clase son parte integrante del
inconsciente y que pueden observarse en todas partes, tanto si el soñante es
culto, como analfabeto, inteligente o estúpido. No hay, en sentido alguno,
“remanentes” sin vida o sin significado. Siguen funcionando y son especialmente
valiosos (…), precisamente a causa de su naturaleza “histórica”. Forman un
puente entre las formas con que expresamos conscientemente nuestros
pensamientos y una forma de expresión más primitiva, más coloreada y
pintoresca. Esta forma es también la que conmueve directamente al sentimiento y
la emoción. Estas asociaciones “históricas” son el vínculo entre el mundo
racional de la consciencia y el mundo del instinto.
Ya
he tratado del interesante contraste entre los pensamientos “controlados” que
tenemos mientras estamos despiertos y la riqueza de imágenes producidas en los
sueños. Ahora podemos ver otra razón para esa diferencia. Como en nuestra vida
civilizada hemos desposeído a tantísimas ideas de su energía emotiva, en
realidad, ya no respondemos más a ellas. Utilizamos esas ideas al hablar y
mostramos una reacción usual cuando otros las emplean, pero no nos producen una
impresión muy profunda. Algo más se necesita para que ciertas cosas nos
convenzan lo bastante para hacernos cambiar de actitud y de conducta. Eso es lo
que hace el “lenguaje onírico”; su simbolismo tiene tanta energía psíquica que
nos vemos obligados a prestarle atención.
(…)
Los mensajes del inconsciente son más importantes de lo que piensa la mayoría
de la gente. En nuestra vida consciente estamos expuestos a toda clase de
influencias. Hay personas que nos estimulan o deprimen, los acaecimientos en
nuestro puesto de trabajo o en nuestra vida social nos perturban. Tales cosas
nos llevan por caminos inadecuados a nuestra individualidad. Démonos cuenta o
no del efecto que tienen en nuestra consciencia, se perturba con ellas y a
ellas está expuesta casi sin defensa. Especialmente, ese es el caso de la
persona cuya actitud mental extravertida pone todo el énfasis en los objetos
externos o que alberga sentimientos de inferioridad y duda respecto a su más
íntima personalidad.
Cuanto
más influida está la consciencia por prejuicios, errores, fantasías y deseos
infantiles, más se ensanchará la brecha ya existente haciéndose una disociación
neurótica que conducirá a una vida más o menos artificial, muy alejada de los
instintos sanos, la naturaleza y la verdad.
La
función natural de los sueños es intentar restablecer nuestro equilibrio
psicológico produciendo material onírico que restablezca, de forma sutil, el
total equilibrio psíquico. Eso es lo que llamo el papel complementario (o
compensador) de los sueños en nuestra organización psíquica. (…) El sueño compensa
las deficiencias de nuestras personalidades y, al mismo tiempo nos advierte los
peligros de nuestra vida presente.
Recuerdo
el caso de un hombre que estaba inextricablemente envuelto en ciertos negocios
oscuros. Se le desarrolló una pasión casi mórbida por las ascensiones
peligrosas de montaña, como una especie de compensación. Buscaba llegar “más
arriba de sí mismo”. En un sueño, por la noche, se vio escalando la cumbre de
una montaña en el vacío. Cuando me contó su sueño, vi inmediatamente el peligro
y traté de recalcar la advertencia y convencerle de que se contuviera. Incluso
le dije que el sueño le prevenía su muerte en un accidente de montaña. Fue en
vano. Seis meses después “escaló en el vacío”. Un guía montañero le vio a él y
a un amigo descender por una cuerda en un sitio peligroso. El amigo había
encontrado un saliente donde apoyar el pie y el soñante le iba siguiendo. De
repente, soltó la cuerda, según el guía, “como si fuera a saltar en el aire”.
Cayó sobre su amigo y ambos se precipitaron y se mataron.
(…)
No hubo magia en esto. Lo que sus sueños me dijeron es que buscaba
inconscientemente la satisfacción de encontrar una salida definitiva a sus
dificultades. Evidentemente no se esperaba el elevado precio que pagaría: su
propia vida.
Por
tanto, los sueños, a veces, pueden anunciar ciertos sucesos mucho antes de que
ocurran en realidad. Esto no es un milagro o una forma de precognición. Muchas
crisis de nuestra vida tienen una larga historia inconsciente. Vamos hacia
ellas paso a paso sin darnos cuenta de los peligros que se van acumulando. Pero
lo que no conseguimos ver conscientemente, con frecuencia lo ve nuestro
inconsciente que nos transmite la información por medio de los sueños.
Los
sueños pueden, muchas veces, advertirnos de ese modo; pero igualmente, muchas
veces, parece que no pueden. Por tanto, toda suposición acerca de una mano benévola
que nos detiene a tiempo es dudosa. O, diciéndolo de forma más concreta, parece
que cierta intervención benévola a veces actúa y otras no. La mano misteriosa
puede, incluso, señalar el camino de la perdición; los sueños demuestran que
son trampas o que parecen serlo. A veces se comportan como el oráculo délfico
que dijo al rey Creso que si cruzaba el río Halis, destruiría un gran reino.
Solo después de haber sido derrotado completamente en una batalla, después de
cruzar el río, fue cuando se dio cuenta de que el reino aludido por el oráculo
era su propio reino.
No
podemos permitirnos ser ingenuos al tratar de los sueños. Se originan en un
espíritu que no es totalmente humano sino más bien una bocanada de naturaleza,
un espíritu de diosas bellas pero también crueles. Si queremos caracterizar ese
espíritu, tendremos que acercarnos más a él, en el ámbito de las mitologías
antiguas o las fábulas de los bosques primitivos, que en la consciencia del
hombre moderno. No niego que se han obtenido grandes ganancias con la evolución
de la sociedad civilizada. Pero esas ganancias se han hecho al precio de
enormes pérdidas cuyo alcance apenas hemos comenzado a calcular. Parte de mis
comparaciones entre los estados primitivo y civilizado del hombre ha sido
mostrar el balance de esas pérdidas y ganancias.
El
hombre primitivo estaba mucho más gobernado por sus instintos que sus modernos
descendientes “racionales” los cuales han aprendido a “dominarse”. En este
proceso civilizador hemos ido separando progresivamente nuestra consciencia de
los profundos estratos instintivos de la psique humana y, en definitiva, hasta
de la base somática del fenómeno psíquico. Afortunadamente no hemos perdido
esos estratos instintivos básicos; continúan siendo parte del inconsciente aun
cuando solo pueden expresarse por medio de imágenes soñadas. Estos fenómenos
instintivos – aunque, incidentalmente, no siempre podemos reconocerlos por lo
que son, porque su carácter es simbólico – desempeñan un papel vital en lo que
llamé la función compensadora de lops sueños.
En
beneficio de la estabilidad mental y aun de la salud fisiológica, el
inconsciente y la consciencia deben estar integralmente conectados y, por
tanto, moverse en líneas paralelas. Si están separados o “disociados”, se
derivará en una alteración psicológica. A este respecto, los símbolos oníricos
son los mensajeros esenciales de la parte instintiva enviados a la parte
racional de la mente humana, y su interpretación enriquece la pobreza de la
consciencia de tal modo que aprende a entender de nuevo el olvidado lenguaje de
los instintos.
(…)
Debería añadir una palabra de advertencia contra el análisis torpe o
incompetente de los sueños. Hay algunas personas cuyo estado mental está tan
desequilibrado que la interpretación de sus sueños tiene que ser extremadamente
arriesgada; en tal caso, una consciencia muy unilateral está separada de su
correspondiente inconsciente irracional o “quebrantado”, y no deben juntarse
los dos sin tomar precauciones especiales.
Y,
hablando más en general, es una simple bobada creer en guías sistemáticas ya
preparadas, para la interpretación de los sueños, como si sencillamente se
pudiera comprar un libro de consulta y buscar en él un símbolo determinado.
Ningún símbolo onírico puede separarse del individuo que lo sueña y no hay
interpretación definida o sencilla de todo sueño. Cada individuo varía tanto en
la forma en que su inconsciente complementa o compensa su mente consciente que
es imposible estar seguro de hasta qué punto pueden clasificarse los sueños y
sus símbolos.
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