JAMES SHELBY DOWNARD: EL
PADRINO DE LA CONSPIRANOIA SINCROMÍSTICA – PARTE III
Por: Mazzu
HACIENDO MANIFIESTO TODO
LO OCULTO
En un artículo publicado
en Paranoia Magazine (Vol. 17, No. 1, Número 52, verano de 2012)
titulado Searching for James Shelby Downard, el
historiador estadounidense y profesor emérito de historia en la Universidad de
Idaho Richard B. Spence comenzó a desenredar la madeja del “enigma Downard” de
manera metódica y sistemática:
En
mi investigación dedico bastante tiempo a revisar listas de pasajeros,
registros censales, archivos de investigación y bases de datos similares para
reconstruir los movimientos y las asociaciones de espías y otros personajes
turbios. Puede ser un trabajo tedioso y frustrante, pero también suele ser
gratificante y, a veces, revelador. Decidí ver qué podía encontrar sobre
Downard.
En sus pesquisas archivísticas, Spence descubrió que Downard SÍ FUE UNA PERSONA REAL. Aquello finalizaba con las polémicas sobre si había existido. Que Downard haya escrito o no todo lo que se le atribuyó, eso es harina de otro costal.
James Shelby Downard
nació el 13 de marzo de 1913 en Ardmore, Oklahoma. Pero vamos atrás en árbol
genealógico: el abuelo paterno de Downard, William James Downard nació en
Pensilvania alrededor de 1844, aunque el censo dice que en 1880 está viviendo
en Wapakoneta, Ohio. Es un próspero dentista, está casado con Harriet y tiene
un hijo de un año llamado James Shelby Downard (el padre de nuestro
Downard). En 1892, el Dr. Downard compró la mitad de la propiedad del Wapakoneta
Times y su hijo Shelby se desempeñaría como su editor en jefe. En 1896, el Lima
Times Democrat señaló que el joven señor Downard ofrecía un discurso
público sobre filosofía. Richard Spence remarca:
Así
pues, el padre de nuestro James Shelby Jr. era bastante importante y de
opiniones firmes. Quizás lo más intrigante, sin embargo, sea un artículo del 15
de octubre de 1895 en el Times Democrat que menciona la presentación de
un paper en la Sociedad Filosófica local sobre el tema “Filosofía
Oculta”.
Tanto el abuelo, así como
el padre de James Shelby Downard Jr. fueron masones…
En los años siguientes, el
padre de nuestro Downard, intelectual y escritor, se convirtió de alguna
manera en un experto en asfalto y abrió una empresa de minería y pavimentación
en el sur de Oklahoma. Downard Sr. estaba establecido en Ardmore, Oklahoma en
1904 cuando se casó con Naomi Wilhelm, natural de Texas. En 1906, ella dio a
luz a Dorothy Ann. En 1913 nace James Shelby Downard hijo, allí en
Ardmore (como padre e hijo se llaman James Shelby Downard, a partir de ahora
llamaré Sr. a Downard padre y Jr. a nuestro Downard).
El censo de 1920 muestra
que la familia aún reside en Ardmore. El nombre de Downard Sr. figura ahora
como “experto en asfalto”: desarrolló un proceso
para producir mezclas asfálticas para pavimentación (patente número 1662377, 1928) y fue todo un éxito: el “asfalto Downard” comenzó a utilizarse en calles y
carreteras nacionales y, si bien aquello no los volvió multimillonarios, los
proveyó de un muy buen pasar.
El negocio de pavimentación conecta necesariamente con la política. Richard Spence afirma que la política estatal del estado de Oklahoma en la década de 1920 fue bastante caótica: hubo dos gobernadores que fueron destituidos, grandes fondos públicos ingresaban para financiar la creación de un sistema de carreteras y hubo mucha corrupción en las concesiones de la obra pública. La masonería, el Ku Klux-Klan y los políticos estaban inextricablemente unidos en estas intrigas políticas, y claramente, en el imaginario downardiano, sus grandes enemigos – aquellos que buscaban emboscarlo y matarlo – eran todos masones y klaners. La asociación creada para estas obras de pavimentación se llamó Albert Pike Memorial Highway Association (siendo Albert Pike un notorio masón, autor del clásico Morals and Dogma, y cofundador del Ku Klux Klan).
Spence sospecha que Downard Sr., a través de
sus conexiones y negocios en los programas de pavimentación de rutas estatales
en Texas y Oklahoma, tuvo un grave problema de intereses, cayó en desgracia con
alguna de esas hermandades, u ofendió a algún pez gordo, y entonces toda la
familia, hacia fines de la década de 1920/principios de la de 1930, tuvo que
volverse al Este y esconderse durante algún tiempo. El censo de 1930 los ubica en
Fort Thomas, Kentucky. Allí, Downard Jr. ya no figura como James Shelby Downard
Jr. sino como Rex Downard, y su lugar de nacimiento había cambiado de
Oklahoma a Texas. Por su parte, Shelby Downard Sr. ya no era ni James ni
Shelby, sino Donald Downard, y su profesión “Tecnólogo del asfalto”.
Richard Spence pregunta:
¿Por
qué el cambio de nombre? ¿Acaso Shelby Sr. intentaba esconderse de alguien?
En Carnivals,
Downard describe un incidente ocurrido en 1925 que merece una atención más
detallada. Este involucra a un personaje al que él denomina “El Monstruo
Manby”. En 1925, Shelby Jr., de 11 años, acompañó a Charles Schalings, entonces
prometido de su hermana de 18 años, a Taos, Nuevo México, donde Schalings se
enfrentó a Manby, un estafador, masón, y líder de una sociedad secreta, al que
todos temían. Arthur Rochford Manby fue un personaje absolutamente real. Jim
Brandon (seudónimo de W. Grimstad) describió acertadamente a Manby como “una
extraña amalgama de refinado caballero inglés, experto en sociedades secretas y
despiadado barón ladrón”, que dirigía su propia sociedad secreta: el Servicio
Secreto y Civil de los Estados Unidos. Escribe Spence:
[Manby]
era un asesino despiadado y paranoico, y su Servicio Secreto estaba encargado
de protegerlo a toda hora de la horda de sicarios que sus enemigos enviaban
contra él. Tras su muerte las investigaciones descubrieron un cementerio
privado, donde blanqueaban los huesos de los cadáveres decapitados de sus
víctimas. ¿Qué podría ser más downardiano?
La bizarra muerte de
Manby parece salida de las páginas del Carnivals de Downard, pero no: es
una crónica policial. En julio de 1929 su cuerpo decapitado y en descomposición
fue descubierto por dos agentes de la ley en su mansión de Taos. Su cabeza
desfigurada yacía en el suelo de una habitación contigua, siendo mordisqueada
por uno de sus perros.
Al poco tiempo de haberse
mudado (¿escapando?) a Kentucky, Downard padre muere ahorcado, hecho que
fue caratulado como suicidio. El certificado de defunción, reproducido en Carnivals,
afirma que J.S. Downard Sr., nacido en Wapakoneta, Ohio, se ahorcó en el
manicomio Oxford Retreat en abril de 1933. O sea, huyen de Oklahoma, se cambian
el nombre, y luego su padre aparece muerto. Downard Jr. duda que fuera un
simple suicidio de un alma atormentada, y que en realidad se trató de un
asesinato ocultista perpetrado por las facciones masónicas que durante tanto
tiempo lo habían atormentado.
Consideré la figura humana colgada en el asta de la bandera sobre el Templo Masónico y cómo mi padre supuestamente se ahorcó unas semanas después, añadiendo: “Si es una coincidencia, entonces es una muy extraña”.
Carnivals
termina en 1935, pero Spence descubrió que los registros públicos ofrecen
algunas pistas más sobre dónde estuvo y qué hizo durante e inmediatamente
después de la Segunda Guerra Mundial. El directorio
de la ciudad de Chattanooga de 1942 muestra a J. Shelby Downard como técnico de
rayos X del Ejército de EE. UU. Sin embargo, tan solo dos años después aparece
en el directorio de San Petersburgo, Florida, como bacteriólogo y,
aparentemente, como civil (Downard había asistido a varias universidades en sus tantas mudanzas – el Centre College de Kentucky, la George Washington
University en DC, y alguna otra más).
Hacia fines de la década
de 1930 (como decíamos en la entrada anterior) James Shelby Downard se casó con
Mary Annette Partin, una joven modelo de Lexington, Tennessee. Al parecer su
relación fue bastante turbulenta y tóxica, pasando por varias separaciones y
reconciliaciones, hasta 1945, cuando Downard y Mary Anette se divorciaron
(ella solicitó el divorcio). Aunque la relación no se
había terminado del todo: Spence los encuentra viviendo juntos de manera
intermitente después del divorcio, entre 1945 y 1951, cuando finalmente la relación parece romperse de manera
definitiva. Aquí es cuando Downard comienza a perseguir a su ex esposa por todo
el país, alegando que la mujer había sido sometida a un lavaje de cerebro por
los masones en contubernio con el FBI y la CIA, para convertirla en una “Alta
Sacerdotisa de la Magia Sexual”.
YO NO QUIERO VOLVERME TAN
LOCO
Para comienzos de la
década de 2020, Richard Spence logró reunir nuevos datos sobre Downard que
ampliaban su artículo de 2012. La nueva info formó parte de una reedición expandida de
aquel ensayo que fue publicada como un apéndice biográfico o capítulo de
cierre de Stalking the Great Whore (2023), con un nuevo título: The
Limbo of Lost Memories (El Limbo de los Recuerdos Perdidos)
Luego del divorcio, los
registros muestran que Downard volvió a Oklahoma, donde se incorporó a la Classen
Medical Clinic, una clínica privada que trataba el alcoholismo y las adicciones,
pero también trataba lo que antes se llamaba “fatiga de combate” y ahora se
denomina “trastorno por estrés postraumático” (era 1945, justo después del
final de la Segunda Guerra Mundial). Una noticia en el diario anunciaba que la clínica había incorporado al “Doctor James S. Downard, N.D.”. Spence
aclara que es “N.D.” y no M.D., “doctor en medicina”. Resulta que N.D.
significa “Doctor en Naturopatía”, rama de estudio que incluía la homeopatía y
la quiropraxia. Downard se presenta como defensor de la “medicina natural
alternativa” y en cartas enviadas a las editoriales de los periódicos critica
fuertemente a la medicina estándar.
Luego Downard aparece en
Phoenix, Arizona, donde se asocia con un miembro de la Fuerza Aérea con quien
desarrolla una máquina de ultrasonido, un generador de ondas de alta frecuencia
que podía ser aplicado, supuestamente, tanto en el tratamiento de enfermedades como
en el crecimiento acelerado de las plantas. En 1947, creyendo que la máquina de
ultrasonido tenía un gran potencial militar, envió sus notas a la Fuerza Aérea.
La Fuerza Aérea acusó recibo de sus notas, pero luego alegaron que las notas
“se habían perdido”. Spence se cuestiona:
¿Se
perdieron realmente? Lo siguiente que pude averiguar de Downard es que alrededor
de 1950 estaba tratando de escapar del manicomio estatal. De alguna manera
terminó allí…
Esto responde a la
pregunta ¿estuvo Downard encerrado en un manicomio alguna vez? Sí, responde
Richard Spence: al menos dos veces. La primera vez sería ésta que
acabamos de mencionar, en Arizona, alrededor de 1950, (donde estuvo por un
período breve) y luego otra en 1960, en Tennessee, donde estuvo varios años.
¿Menciona acaso Downard
en su autobiografía su estadía en algún manicomio? No y sí. En el
caso de su escape del manicomio estatal de Arizona en 1950, menciona a un grupo
de 3 o 4 internos que se fugaron de la institución, donde al parecer recibían torturas al
estilo del Método Ludovico de La Naranja Mecánica, pero nunca dice que él
era uno de los prófugos. Spence cuenta que encontró una publicación en un
periódico donde figuraban los nombres de los internos fugitivos y que uno de
ellos era un tal James S. Downard (aunque la edad citada no coincidía con la de
Downard por dos o tres años, probable error de la gaceta). En el caso del manicomio de Tennessee, Downard menciona haber visitado el lugar y conocer al director del hospital, pero no dice nada de haber estado internado
allí.
Después de su salida del loquero de Arizona, Spence lo encuentra nuevamente involucrado en una práctica conjunta con un quiropráctico en Montgomery, Alabama, en 1954. Downard vuelve a utilizar su máquina de ultrasonido para tratar a los pacientes, pero también figura como técnico en electroencefalografía. Después de 1956, simplemente desaparece de los registros…
Retornemos a la figura
que se volvió central en los mitos downardianos, su femme fatale, la Gran
Prostituta, Mary Annette Partin, ahora – ya divorciada y definitivamente
separada de Downard – simplemente Ann. Luego del divorcio, ella se casó con un
hombre llamado Alan Witwer. El matrimonio tuvo una hija, que nació en 1953.
Richard Spence pudo dar con ella y comunicarse telefónicamente para una breve
entrevista. En el podcast Conspirinormal, el Dr. Spence cuenta:
Tuve
la suerte de llamarla y que me atendiera un contestador automático – fue bueno mantener
una distancia –; así que me presenté, le dije que sabía que era la hija de Ann
Witwer, y que no deseaba molestarla, pero quería hablar sobre el primer marido
de su madre,
-
Voy a decirte estas tres palabras y vos
podés decidir si me devolvés la llamada o no: “James Shelby Downard”, gracias.
¡Y
me llamó! Ella fue muy frontal y sincera, me dijo que nunca lo había conocido,
pero
-
Mi madre habló de él en alguna ocasión que
otra, y lo que mejor recuerdo que dijo sobre él es, “bueno, él… se volvió loco”
La hija le contó también
que su madre y Downard habían sido amigos del famoso arquitecto Frank Lloyd
Wright y de su esposa Olgivanna. Resulta que Downard y Olgivanna compartían un
interés común en la metafísica. Olgivanna había sido seguidora y secretaria
nada más y nada menos que de G. I. Gurdjieff. Otro interés común que tenían Downard
y Olgivanna era… ¡la crianza de dobermanns! Aquí podemos sumar otra
extravagancia a las ya mencionadas de Mr. Downard. Pero lo que se puede leer
entre líneas en esta conexión – reflexiona Spence – es que, al menos en aquella
época, James Shelby Downard era un personaje sociable, no era la figura
marginal del ermitaño conspiranoico que uno tiende a visualizar.
Decíamos que Ann, luego
de divorciarse de Downard, se había vuelto a casar, esta vez con Alan Witwer,
un escritor de guiones de Hollywood. En una carta, Witwer le cuenta a un amigo
que se había enamorado locamente de esa mujer, “como si me hubiera hechizado”.
Al poco tiempo de casarse (comienzos de la década de 1950) Witwer comenzó a
trabajar como gerente del Hotel del Charro, un hotel turístico de muy alta
categoría en La Jolla, California, famoso por recibir a políticos y figuras de
poder de gran talla como Richard Nixon, Joseph McCarthy y J. Edgar Hoover, industriales
adinerados, magnates del petróleo, estrellas de Hollywood, y capos de la mafia.
La cosa es que Ann y Alan vivían de manera lujosa y se codeaban con la alta
sociedad y con gente de mucho poder.
A mediados de la década
de 1960, de manera muy llamativa, el propio Alan Witwer, el segundo marido de Ann, … ¡también se convirtió en un teórico de la conspiración del asesinato
de JFK!: Witwer llegó a la conclusión que el asesinato había sido planeado
bajo sus propias narices en el Hotel del Charro por J. Edgar Hoover, Clint Murchinson, Carlos
Marcello y otros peces gordos.
Tras separarse de Witwer, Ann se estableció como directora de relaciones sociales del Kona Kai Club, un club campestre de temática hawaiana muy exclusivo y de elite, donde se encargaba de organizar fiestas, cenas de caridad, y bailes de disfraces para la crème de la crème. El club estaba en la Bahía de San Diego, relativamente cerca de Monte Palomar, donde Downard, recordemos, afirmaba que se llevaban a cabo depravados rituales de magia sexual estilo Eyes Wide Shut en los que participaba gente de la elite y de las altas esferas del poder estadounidense, y en los cuales su ex mujer oficiaba como la Alta Sacerdotisa.
En su investigación, después
de perder todo rastro de Downard en 1956, Spence vuelve a encontrarlo como
interno del manicomio Western State Mental Hospital en Boulevard,
Tennessee, en 1960, donde – al parecer – estuvo varios años. Su madre, que
probablemente fuera quien lo confinó en el psiquiátrico, murió en 1966, que es
cuando Downard salió de dicha institución. Luego se lo vuelve a encontrar ya a comienzos
de la década de 1970, viviendo en su tráiler, en St. Petersburg, Florida, en un
parque de casas rodantes. Por cierto, St. Petersburg, una ciudad a la cual
Downard parece volver una y otra vez, fue el lugar donde su matrimonio con Ann
se terminó.
Downard
era un habitué de la histórica librería Haslam’s Bookstore de
St. Petersburg, y al parecer allí es donde conoció y trabó amistad con un joven
William Grimstad. Alrededor de esta época (1970/71) comenzó a forjarse su
imagen mítica del ermitaño paranoico investigador de lo oculto que, armado con
una Colt 45 siempre cargada y su conejo mascota – que ninguno de sus
amigos había visto nunca – llamado Petey (que podría haber sido
real o no – al mejor estilo de Harvey – ver en la entrada
anterior lo de la Sociedad del Conejo Beligerante) recorría la geografía
mística norteamericana huyendo de los sicarios masónicos. Con Grimstad grabaría
las cintas de Sirius Rising entre 1974-1975, y a través de
dichas grabaciones se pondría en contacto con Michael A. Hoffman II, que lo
ayudaría más tarde a plasmar algunas de sus ideas en papel, como la redacción
conjunta de King-Kill/33°, publicado en 1987 por Adam Parfrey.
Parfrey sería el último a
incorporarse al trío de personas que manejarían toda la obra de Downard
(Grimstad, Hoffman y Parfrey… ¿los tres rufianes?), y en la introducción a Carnivals
of Life and Death, nos ofrece una de las últimas polaroids de la vida del
Padrino de la Conspiranoia Sincromística:
Downard
solía pasar la mayor parte del tiempo viajando por el país en su caravana
Airstream, explorando la magia geomántica, pero ya desde hace unos años se ha
instalado en casa de su hermana en Memphis, Tennessee. Dice que ya está
demasiado viejo para andar dando vueltas y tiene mala vista (…)
Volé
a Memphis en el verano de 1994 para el artículo de Cult Rapture titulado
“Cabalgando la Pesadilla Downardiana”, y para así finalmente poder conocer al
Sr. Downard en persona. Memphis parecía el lugar perfecto para encontrar a
Shelby Downard, hogar del templo oculto de Graceland, que refleja la búsqueda
de la vida eterna del Rey del Rock. El Centro de Convenciones de Memphis es una
enorme pirámide (la masonería está obsesionada con la piramidología), donde el
promotor inmobiliario Isaac Tigrett cuelga fotografías del gurú hindú Sai Baba,
y se dice que posee una calavera de cristal maya situada en el centro de la
pirámide.
Downard
vivía con su hermana en una casa de ladrillo de dos plantas, de clase media
alta, ubicada cerca de un lago artificial en una zona exclusiva de la ciudad.
La hermana de Shelby, una anciana con aires de miembro de las Hijas de la
Revolución Americana (DAR), me recibe en la puerta con hospitalidad sureña y me
invita a pasar a la sala a tomar un whisky sour o un mint julep; yo elijo.
Downard, un octogenario lleno de tics, arrugas y manchas de la edad, baja de su
habitación con los ojos brillantes de emoción. Después de que su hermana me da
un whisky, Downard me lleva aparte y me susurra al oído: “ella cree que es mi
hermana, ¿sabes? Pero no lo es, fue adoptada”.
Con Shelby Downard, las cosas nunca son lo que
parecen.
EL LIMBO DE LOS RECUERDOS
PERDIDOS
Si algo sorprendió a
Richard Spence en su investigación sobre los ires y venires de Mr.
Downard es que, a pesar de lo bizarro y estrambótico de sus anécdotas, donde
Downard afirmó estar, la documentación confirma que estuvo. Los
expedientes también colocan correctamente en lugar y fecha a varios personajes
que Downard afirmó conocer: estuvieron ahí cuando él afirma que estuvieron.
Fechas y lugares se corresponden. ¿Esto significa que todo lo que Downard
escribió haya ocurrido literalmente como él lo describe en sus obras? Por
supuesto que no, pero brinda un asidero: no se trata simplemente de las alucinaciones
y personajes completamente inventados por la mente enajenada de un delirante,
todo parece tener una base de realidad. Escribe Spence:
En
conclusión, independientemente de lo que pensemos de las fantásticas aventuras
de otra época de James Shelby Downard, están entretejidas en un marco de
lugares, personas y eventos reales, lo que indica que sus recuerdos de
juventud también pueden ser sorprendentemente precisos. Así pues, nos queda
preguntarnos qué otras verdades aún más extrañas se esconden en sus escritos.
Lo de JFK y los asesinatos
masónicos puede parecer algo descabellado, pero no lo es tanto si recurrimos a
los archivos históricos; el primer caso que viene a la mente es el del Capitán Morgan:
William
Morgan (1774 – desaparecido c. 1826) fue un residente de Batavia, Nueva York,
cuya desaparición y presunto asesinato en 1826 encendió un poderoso movimiento
contra los masones, una sociedad fraternal que se había vuelto influyente en
los Estados Unidos. Después de que Morgan anunciara su intención de publicar un
libro donde iba a exponer los secretos de la masonería, fue arrestado por
cargos falsos. Desapareció poco después y se cree que fue secuestrado y
asesinado por masones del oeste de Nueva York.
Su cuerpo nunca
apareció… (recuerden aquello del afanismo osiríaco en la jerga
simbólica masónica que analizaba Downard en King-Kill/33°)
Hacia fines de la década
de 1880, Leo Taxil, un escritor francés, escribió una serie de libros donde
denunciaba a la masonería como “adoradores de Lucifer”, siendo los más famosos Los
Secretos de la Masonería (1887) y El Diablo en el Siglo XIX (1895).
Este último describe escenas aún más absurdas que las de Downard en Carnivals:
un demonio-cocodrilo tocando el piano, y una serpiente que escribía profecías
con su cola, por ejemplo, y aún así fue centro de un escándalo antimasónico,
más allá de que Taxil luego diera una conferencia para revelar que había sido
una farsa para burlarse de la Iglesia Católica.
Los asesinatos de
Whitechapel fueron una serie de brutales ataques contra prostitutas en el
distrito de Whitechapel, en el East End de Londres, ocurridos entre 1888 y
1891. Cinco de los asesinatos se atribuyen generalmente a Jack el Destripador,
cuya identidad se desconoce, mientras que otros ocho crímenes son objeto de
controversia. En el escenario del tercer crimen, la policía encontró un
grafitti que rezaba: “The Juwes are the men that will not be blamed for
nothing” (“Los Juwes son los hombres que no serán culpados por nada”).
Aquello era una clara referencia a la leyenda masónica del asesinato de Hiram
Abiff, y era un mensaje dirigido directamente al comisionado Charles Warren,
encargado del caso, que era masón. Alegando que juwes podía ser interpretado
como jews (judíos) y que eso podía provocar una oleada de violencia
antisemita, Warren ordenó borrar de inmediato el graffiti, antes incluso de que
el fotógrafo de la policía pudiera capturar su imagen. Pero para él, el mensaje
masónico había sido claro…
Pero la desaparición del
Capitán Morgan y los asesinatos de Jack el Destripador son algo del pasado… Después
de todo, era una época y un lugar donde – por ejemplo – todavía se celebraban
duelos de pistola ante una ofensa: el juramento de ofrendar la propia vida en
caso de develar un secreto se tomaba al pie de la letra por los ofendidos. Esas
cosas sucedían en el ahora lejano siglo XIX, ¿no? Esos “crímenes rituales” ya no
ocurrían en el siglo XX… ¿O sí?
El mandato de Juan Pablo I (Albino Luciani) como Papa duró exactamente 33 días, desde su elección el 26 de
agosto de 1978 hasta su muerte, el 28 de septiembre de 1978. Su muerte desató
todo tipo de teorías conspirativas. La más prevaleciente apuntaba a la Propaganda
Due (P2), organización masónica profundamente infiltrada en el Vaticano.
Según esta teoría, Luciani sospechaba que la mafia, la P2 y varios sacerdotes
masones estaban implicados en un fraude masivo de títulos financieros,
y que utilizaban las instituciones financieras de la Santa Sede para blanquear dinero
de los crímenes. El Papa habría sido envenenado, hecho difícil de comprobar,
dada la tradición de no realizar autopsias a los cuerpos de los pontífices.
Roberto Calvi fue el
presidente del segundo banco privado más grande de Italia, el banco Ambrosiano,
cuando éste se declaró en quiebra en 1982. Calvi fue el centro de un enorme
escándalo político y financiero que implicaba la desaparición de millones de
dólares. En 1978, el Banco de Italia elaboró un informe sobre el Banco
Ambrosiano, concluyendo que varios miles de millones de liras habían sido canalizadas
ilegalmente, lo que dio lugar a una investigación penal. En 1981, Calvi fue
juzgado y condenado a una pena de cuatro años de libertad condicional.
El 10 de junio de 1982,
Calvi desapareció de su apartamento en Roma y salió del país con un pasaporte
falso. A las 7:30 de la mañana del viernes 18 de junio de 1982, un cartero
encontró su cuerpo colgado debajo del puente Blackfriars en el distrito
financiero de Londres. Los bolsillos de Calvi estaban llenos de ladrillos y
llevaba alrededor de 15.000 dólares en efectivo. Calvi había sido miembro de la
logia masónica P2 de Licio Gelli, cuyos miembros se
autodenominaban frati neri (“frailes negros”). Y Calvi fue asesinado en
el puente Blackfriars (“Frailes Negros” en inglés) … pura onomatología y
toponimia mística downardiana (y esto sin adentrarnos en el significado de Pontifex, y los sacrificios humanos ofrecidos en puentes...).
Viniendo para nuestro
lado del hemisferio, en 1987 la tumba de Juan Domingo Perón fue profanada,
siendo cortadas las manos de su cadáver, que a día de hoy continúan
desaparecidas (¿afanismo?). Durante años, en su exilio, Perón había
intentado – sin éxito – recuperar el cadáver de Evita, secuestrado y escondido
por los militares de la Revolución Fusiladora (otro afanismo). Estando ya en Madrid, José López Rega, el Brujo, lo puso en contacto con la logia masónica P2. En 1971 Licio
Gelli visitó a Perón en Puerta de Hierro y se ofreció a devolverle el cadáver
de Evita. Cuenta Marcelo Larraquy en Lopez Rega: el Peronismo y la Triple A:
Le preguntó en cuánto tiempo lo quería, y ante la incredulidad de Perón, que llevaba dieciséis años de búsqueda, se lo prometió en tres días. En tres días el cadáver llegó [énfasis mío]. Perón dice que, cuando ya estaba en el poder, Gelli le pidió la representación comercial de la Argentina en Europa, en contraprestación por el favor realizado. Perón le respondió que nunca pagaría con los intereses de la Nación un favor personal, y que se cortaría las manos antes de hacerlo. El dato curioso es que, una vez muerto Perón, Gelli obtuvo su cargo de agregado comercial de la Argentina en la embajada de Roma y que, en 1987 fue profanada la tumba de Perón y sus manos fueron cortadas.
Por si el mensaje
simbólico de este afanismo no era lo suficientemente masónico, los
perpetradores enviaron una carta al Partido Justicialista exigiendo ocho
millones de dólares por la restitución de las manos, suma que el General
supuestamente adeudaba “por los servicios que le habían sido prestados”. La
carta iba firmada por “Hermes Iai y los 13”. Dicha alusión a este
aspecto específico (Iai) del dios grecoegipcio Hermes/Thoth es muy oscura
incluso para los que tenemos años de lecturas y prácticas ocultistas. Sin
embargo, los autores David Cox y Damián Nebot lograron rastrear el origen de
este Hermes Iai, cosa que comparten con nosotros en el libro La
Segunda Muerte (Planeta, 2006). El término provenía de la traducción de un
papiro egipcio titulado disputa entre un hombre y su ba, ¡del siglo XXI
a. C.! Se trata de un texto poético del Antiguo Egipto, de autor desconocido.
Parece ser de la dinastía XII, es decir, de la época del Imperio Medio.
Se podría aducir que los
perpetradores trataron de darle un aire masónico a la profanación para desviar
las investigaciones e inculpar a la masonería. Pero en tal caso habrían puesto
algo sobre el Gran Arquitecto, o Hiram Abiff (referencias más directas y más
accesibles), no una alusión a un oscuro papiro egipcio de más de 4000 años de
antigüedad ¡que ni siquiera había sido traducido al español! En 1978 se publicó
una traducción al alemán (había sido publicado mucho antes, pero esta de 1978 fue la primera que se tradujo correctamente el término Iai), y recién una en inglés nada más y nada menos que en
1987 (mismo año de la profanación). Si una persona cree que un comando de tareas, mano de obra desocupada de
la última dictadura militar, tenía el suficiente background como para conseguir
y leer una traducción al inglés de un papiro egipcio en un libro académico que ni siquiera había sido editado aquí en el país solamente para hacer una enigmática referencia
masónica, esa persona debería considerar su propia sanidad mental. Quien quiera
que haya sido el autor intelectual (probablemente el propio Gelli, que poseía
una biblioteca esotérica abundante) fue un insider del ocultismo, no un
mero curioso externo.
Por cierto: seis muertes sospechosas (casi siete) rodean la profanación del cuerpo de Perón: el 17 de
abril de 1987, dos meses antes del robo de las manos, un grupo de desconocidos
(¿los tres rufianes?) mató a golpes a Luis Paulino Lavagna, uno de los serenos
del Cementerio de la Chacarita, y le robaron las llaves de la bóveda de
Perón. María Carmen de Melo, una jubilada que siempre llevaba flores a la tumba
del General y era amiga del finado sereno Lavagna, fue asesinada a golpes por
desconocidos (tal vez por estar en el lugar y en el momento equivocado, o por
hacer demasiadas preguntas). Una mujer policía – de identidad reservada –, que
realizaba tareas de inteligencia disfrazada de vendedora de flores en el
cementerio, murió luego de que una camioneta se subiera a la vereda, la
atropellara y huyera. Jaime Far Suau (juez encargado del caso del robo de
las manos) y su amante fallecieron el 22 de noviembre (como JFK, por cierto) de 1988 en un dudoso accidente
automovilístico cerca de Bahía Blanca. Nunca se hicieron los peritajes
pertinentes. Años después, un perito le dijo a Atilio Neira – abogado de
Isabelita – que “alguien” había hecho explotar las ruedas del auto de Far Suau.
El jefe de la Policía Federal Juan Ángel Pirker, que realizaba investigaciones
del caso, fue encontrado muerto en su despacho aparentemente por un ataque de
asma… todos los archivos del expediente del robo de las manos habían
desaparecido de su oficina. El comisario Carlos Zunino, uno de los detectives,
salió ileso de un atentado en el cual un francotirador le dio un balazo en la
cabeza; el marco de metal de sus lentes desvió la bala, que iba directo al
entrecejo.
Más datos downardianos: 13,
en la simbología egipcia, es el número de la hora de la salida del alma a la
luz del día, luego de las 12 horas de su ordalía nocturna en la Duat; la
tumba de Perón fue profanada (1987) por Hermes Iai y los 13, cuando se
cumplía el aniversario número 13 de su fallecimiento (1974). Como en el
antiguo Egipto se creía que el cuerpo del finado debía estar completo para que
el alma pudiera pasar al Aaru después de su juicio en el Duat, Cox y Nebot
especulan que el significado simbólico del corte de las manos era el de que el
alma de Perón quedase atrapada en eterna agonía, en una especie de limbo…
En cuanto a aquello que
Downard dice sobre las drogas que “habían sido utilizadas por hechiceros
durante siglos” y que “fueron modernizadas por médicos locos que
practican la hechicería científica como asistentes espectrales de la policía”,
es exactamente lo que hizo el infame proyecto ilegal de la CIA denominado
MKUltra. No quiero extenderme mucho aquí, pero el MKUltra es solamente uno de
los tantos proyectos (anteriores y posteriores) de la CIA:
Una
vez iniciado el Proyecto MKUltra, en abril de 1953, los experimentos incluyeron
la administración de LSD a pacientes psiquiátricos [énfasis mío], prisioneros, drogadictos y prostitutas: “personas que no podían
defenderse”, como lo describió un oficial de la agencia. En un caso,
administraron LSD a un paciente psiquiátrico en Kentucky durante 174 días [!]
También administraron LSD a empleados de la CIA, militares, médicos, otros
agentes gubernamentales y público en general para estudiar sus reacciones. El
objetivo era encontrar drogas que provocaran confesiones exitosas o que
limpiaran la mente del sujeto y lo programaran como “un agente robot”.
Miles de víctimas
desprevenidas fueron blanco de estas torturas de la CIA. Sobre todo en
manicomios… ¿eso explicaría los “recuerdos recuperados de Downard (¿recuerdan
aquello del Método Ludovico?), o la transformación de su mujer en “muñeca
sexual de la élite”? No podemos afirmarlo. Incluso hay proyectos anteriores al
MKUltra como Project Chatter (1947), Project Bluebird (1950) y Project Artichoke (1952) con objetivos similares: utilizando drogas, privación del
sueño, electrochoques y otras técnicas brutales copiadas a los científicos
nazis en los campos de concentración, buscaban “lavar” el cerebro, desconectar
la voluntad, alterar la consciencia y la memoria, para crear un candidato
Manchuriano. Estos son hechos históricos, y nada demasiado diferente a lo
que alude Downard.
En cuanto a los implantes
electrónicos para provocar un estado constante de excitación sexual… también existían:
En
los años 50, el Dr. Robert Galbraith Heath, que trataba trastornos psicológicos
en el departamento de psiquiatría y neurología de la Universidad Tulane en
Nueva Orleans, quería desarrollar algo que fuera tan efectivo como una
lobotomía –una práctica aún relativamente popular en ese tiempo-, pero mucho
menos destructiva.
Lo
logró por medio de la electroterapia, usando tornos dentales para hacer
pequeños hoyos en los cráneos de sus pacientes. Por ellos, insertaba delgados
electrodos de metal, de manera que se pudieran administrar impulsos eléctricos
directamente al cerebro.
Heath
descubrió que si activaba el área septal, podía inducir una oleada de placer
que suprimía el comportamiento violento de algunos de sus pacientes. Luego, al
darles su propio interruptor del placer, los pacientes eran capaces de tratar
sus cambios de ánimo.
Si
bien un paciente se administró 1.500 dosis en un lapso de tres horas, por lo
general mostraban un sorprendente autocontrol (a diferencia de las ratas
expuestas al mismo procedimiento, las cuales se lo administraron hasta el
agotamiento).
Se
cuenta que el botón de placer de Heath le valió una visita de la Agencia
Central de Inteligencia. Los agentes querían saber si la tecnología podía
usarse para infligir dolor a enemigos de estado en interrogatorios o incluso
para controlar sus mentes.
¿Gente de la elite
mezclada con cultos que realizan orgías depravadas, abusos, y trata de
personas? Ahí tienen a varios con probados lazos con la CIA y otros servicios de inteligencia como the Finders, NXIVM, Jeffrey Epstein (otro “colgado”), P Diddy etc.
¿Algo de esto comprueba
que todo lo que Downard escribía era literalmente cierto? De nuevo, por
supuesto que no, no comprueba absolutamente nada. Downard podría haber leído varias de estas cosas en libros y periódicos y haber creado un relato fantasioso que lo ponía a él y a su exmujer en el centro del drama. Pero contrastando la obra de Downard con
estos factos probadamente históricos, el mundo downardiano empieza a verse cada vez menos y menos delirante…
En su reseña de Stalking the Great Whore, Michael Hoffman escribe:
Leer a Shelby Downard puede llevar al lector a un despertar de contrainteligencia y a una iniciación en un mundo de maravilla detectando patrones. A lo largo del camino se encuentran hechos empíricos y alegorías ocultas, junto con un elenco de personajes y acontecimientos vinculados al “imperio invisible”, que ha hecho de la política y la historia de Estados Unidos un psicodrama muy bien montado.
Esto me trae a colación lo que escribí al comienzo de este mini dossier sobre Downard, y lo repito:
A mí siempre me gustaron las teorías conspi, incluso las más delirantes (Montauk, Tartaria, terraplanismo, etc.), como una forma de arte. Es decir, a veces son muy creativas e imaginativas, y crean un idios kosmos completo con una habilidad artística realmente admirable. Me gusta sumergirme en ellas de la misma manera en la que me sumerjo en literatura fantástica, o de ciencia ficción (…) Las cosas se ponen espesas cuando entran los “verdaderos creyentes”, los evangelistas de esas teorías conspirativas que quieren convencer al resto o excluirlos como “normies”.
Sí, todo muy lindo con lo que dice Hoffman de “llevar al lector a un despertar de contrainteligencia y a una iniciación en un mundo de maravilla”, pero pasa que muchas personas han arruinado sus vidas y las vidas de sus seres queridos por hundirse muy profundo en la “madriguera de conejo” de teorías conspirativas como Pizzagate y QAnon; la arenga de los evangelistas va creciendo como una bola de nieve online hasta explotar en el “mundo real”, como en el caso de Edgar Welch, quien en 2016 irrumpió armado en la pizzería Comet Ping Pong de Washington, buscando a niños supuestamente abusados en un sótano (spoiler: no los encontró), tema que era parte del lore de Pizzagate. Welch cumplió cuatro años de prisión por el tiroteo, siendo liberado en 2020. Nueve años más tarde (enero de 2025), Welch, murió a causa de las heridas causadas por dos agentes de policía que le dispararon después de que sacara una pistola durante una parada de tráfico en Carolina del Norte. O Matthew Taylor Coleman, un instructor de la escuela de surf de Santa Bárbara seguidor de las teorías de QAnon, que confesó haber matado a sus dos hijos pequeños en México porque su esposa “poseía ADN de serpiente y se lo había transmitido a sus hijos” quienes “iban a convertirse en monstruos, así que tenía que matarlos”.
Bueno sería que muchos “verdaderos
creyentes” se autoaplicaran los tres filtros socráticos antes de difundir sus
teorías, pero vivimos en tiempos acelerados y la gente parece apurada por creer
en cosas casi a ciegas. A algún hipotético noobie que deseara sumergirse
en el mundo conspi y me fuera a dar bola en un pequeño consejo (aunque lo dudo, además a mí tampoco me gustan los consejos),
yo le recomendaría la perspectiva de tomar ese mundo como un juego con sus
narrativas, sus lores y sus historias secundarias… pero como un juego al
fin. Y si se va a hundir en la madriguera de conejo, que baje con arnés y casco…
o, mejor, como dice Robert Anton Wilson en Disparador Cósmico I: uno
debe ir
armado
con la vara de la intuición, la copa de la simpatía, la espada de la razón y el
pentáculo del valor,
para atravesar con
seguridad los oscuros vericuetos de La Capilla Peligrosa, y salir victorioso al
otro lado.
EPÍLOGO: REALIDAD DOWNARDIANA
Me quedó dando vueltas en
la cabeza aquella frase que escribió el Dr. Richard Spence: “si el mundo de
Downard fuera una película, solo podría ser dirigida por David Lynch”. Y es que
tanto en Mulholland Drive como en Lost Highway (por poner dos
ejemplos que además me resultan muy evocativos ya que ambas películas nombran rutas en
sus títulos, por aquello del asfalto y la toponimia mística) hay dos relatos
diferenciados: el relato onírico/esquizofrénico contrastado con el relato…
¿real? Bueno, “relato real” no me suena bien, diría mejor “el relato común o
consensuado”. O, mejor aún: un idios kosmos (el mundo privado)
enfrentado a un koinos kosmos (el mundo común). Downard parece amalgamar
estos dos en sus escritos, sin ninguna división clara entre medio, un borroneo
de fronteras que provoca un estado liminal permanente. El mundo onírico invade
al mundo cotidiano, y viceversa.
En el mundo downardiano las pesadillas son reales; de hecho, para él la realidad era una pesadilla. Al mismo tiempo, lo real es tan bizarro y pesadillesco como los relatos de Downard. Cuando rasgamos la máscara de las apariencias descubrimos que, como en la realidad downardiana…
…las cosas nunca son lo que parecen.







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