viernes, 21 de abril de 2017

Fragmento de "A Seafood Dinner in Lost R'lyeh" de John Michael Greer



Las historias de H.P. Lovecraft me parecen deliciosamente divertidas. Sí, ya sé que no era el efecto literario que él esperaba lograr con sus cuentos de terror sobrenatural, pero hete aquí. Para mí, la ficción de Lovecraft tiene una especie de absurdidad seria que sólo puedo comparar con los productos no tan frenéticamente vertiginosos de Monty Python’s Flying Circus, y nunca deja de provocarme una sonrisa.

Ahora, por supuesto, parte de eso es por su estilo de prosa. Lovecraft ha sido injustamente criticado como un mal escritor; en realidad era todo un cualificado artesano de la palabra, pero su prosa pertenece a una escuela que ha estado pasada de moda en nuestro idioma desde hace mucho tiempo. Como la mayoría de las artes en el mundo occidental, el arte de la escritura tiene sus escuelas románticas y clásicas, que cíclica y lentamente entran y pasan de moda durante décadas y siglos. La escuela romántica, de la que Lovecraft era un devoto apasionado y un practicante más que competente, logra su efecto mediante la creación de texturas de sonido y emociones a través de un vocabulario exuberante y una gramática ornamentada en vez de explicar lo que está sucediendo en un lenguaje claro y que el lector complete el resto, como lo hace la escuela clásica.

Para el ojo romántico, la prosa clásica parece desolada y estéril; a la vista clásica, a su vez, el estilo romántico parece exagerado hasta el punto de la bobería - y sí, mi gusto es bastante consistente con lo clásico. Sin embargo, hay más que eso, y por eso he traído a Lovecraft a colación.

Lovecraft revolucionó el género de terror, poniendo la visión del mundo de la ciencia contemporánea en el centro de su esfuerzo literario, en lugar de los atavíos medievales que habían dominado el género desde que Horace Walpole terminó de escribir El Castillo de Otranto. Los temores que Lovecraft trató de evocar, con algo de éxito, eran miedos completamente modernos, y el terror en particular con el que obtuvo la mayor eficacia en sus historias también resulta ser la causa principal del rechazo moderno de la magia y la religión. Rastrear la forma en que esos temores dan forma a la imaginación colectiva de la humanidad contemporánea hará que sea mucho más fácil dar sentido a una de las dimensiones más desafiantes de la filosofía oculta.

Podemos empezar con un pasaje de El Necronomicón, un volumen imaginario de sapiencia aterradora de los abismos lóbregos del pasado incluido en una buena parte de las historias de Lovecraft:

«Tampoco debe pensarse que el hombre es el más antiguo o el último de los dueños de la tierra, ni que semejante combinación de cuerpo y alma se pasea sola. Los Primigenios eran, los Primigenios son y los Primigenios serán. No en los espacios que conocemos, sino entre ellos. Se pasean serenos y primitivos en esencia, sin dimensiones e invisibles a nuestra vista... Se pasean inadvertidos y pestilentes por los lugares solitarios donde se pronunciaron las Palabras y se profirieron los Rituales en su debido momento. Sus voces hacen tremolar el viento y la tierra trepida con Sus conciencias. Doblegan bosques y aplastan ciudades, pero jamás bosque o ciudad alguna ha visto la mano destructora. Kadath los ha conocido en los páramos helados, pero ¿quién conoce a Kadath?... El hombre rige ahora donde antes regían Ellos, pero pronto regirán Ellos donde ahora rige el hombre. Tras el verano el invierno, y tras el invierno el verano. Aguardan, pacientes y confiados, pues saben que volverán a reinar sobre la tierra.»

Eso es de "El Horror de Dunwich", uno de los cuentos más famosos de Lovecraft, y es absolutamente típico de su prosa, así como la vena de la emoción humana que él extrae de manera sistemática. Sus mejores cuentos comienzan con un leve murmullo de algo extraño moviéndose a través del fondo de la vida ordinaria, y luego va concentrándose en dicha presencia perturbadora hasta que "los espacios que conocemos" se convierten en la más delgada de las fachadas de un universo plagado de inteligencias inhumanas vastas, frías, escamosas, con alas y tentáculos, cuyo interés en nuestras preocupaciones es más o menos comparable a nuestro interés por las preocupaciones de los ácaros del polvo. Muchos otros autores han explorado los horrores del vacío espacio infinito, pero lo que hizo que el universo de Lovecraft fuera atroz para la mayoría de sus lectores era precisamente que no estaba vacío: estaba densamente poblado, y sus habitantes no eran meramente sobrehumanos sino que se mostraban tranquilamente desinteresados por la afirmación repetida a viva voz de que la humanidad es el pináculo de la evolución, la conquistadora de la naturaleza, etc. y el resto de la charlatanería pomposa tan fuertemente arraigada en la autoimagen colectiva de nuestra especie, tanto en su época como en la nuestra.

Como sospecho que algunos de mis lectores habrán adivinado ya, esa es exactamente la razón por la cual Lovecraft me parece tan gracioso. La charlatanería pomposa que acabamos de mencionar me parece, bueno, charlatanería pomposa, y a pesar de que estoy comprensiblemente un poco más preocupado por la especie de primates sociales a la que resulto pertenecer que por algunas otras especies, no sufro la ilusión de que el Homo sapiens tenga mayor importancia en el gran esquema de las cosas que cualquier otra especie de la megafauna. Lo que es más, ni siquiera estoy horrorizado por la idea de un cosmos atestado de seres inteligentes, algunos de los cuales estarían tan lejos de nosotros en términos de consciencia como nosotros lo estamos de las algas verde-azuladas, y la mayoría de los cuales no estaría particularmente preocupada por la naturaleza y el destino de nuestra especie en absoluto. Estoy acostumbrado a esa idea, y de hecho estoy cómodo con ella, ya que es la forma en que la filosofía mágica retrata al cosmos.

Resulta que Lovecraft era perfectamente consciente de ello. Él sabía mucho sobre ocultismo, y solía espolvorear referencias a textos ocultos auténticos y figuras importantes de la historia de la magia en sus relatos. Esto era bastante común entre los escritores de fantasía de su época, sobre todo en el círculo que escribía para la revista Weird Tales -Robert Howard sitúa los cuentos de Conan de Cimmeria en un pasado post-Atlante imaginario tomado en gran parte de la Teosofía, por ejemplo, mientras que Clark Ashton Smith saqueó de la misma fuente para una increíble variedad de escenarios que van desde la Atlántida a Zothique, el último continente de la era final de la Tierra bajo un sol rojo carbón. Sin embargo, Lovecraft tomó más que el exótico color local de las enseñanzas ocultas de su tiempo; algunos de sus cuentos más famosos logran su efecto gracias a la tergiversación de la cosmovisión estándar del ocultismo pop de principios del siglo XX.

Vale la pena tomarse un momento para trazar el paralelismo. Lovecraft vivió durante uno de esos períodos – uno de ellos está finalizando alrededor de nosotros en este momento – durante los cuales alguna versión suavizada de la filosofía y la práctica ocultista es succionada por la aspiradora de la cultura pop y rociada por el otro extremo en una variedad de fragmentos de colores chillones. El punto relevante para la exposición actual es que la cosmología de Lovecraft es la cosmología de las escuelas de ocultismo populares de su Era vista a través de los espejos deformantes de la sátira deliberada. Las sectas siniestras que juegan un papel central en algunos de sus cuentos más famosos son parodias inteligentes de la escena del ocultismo pop de su época, y los horrores tentaculares que idolatran los sectarios son reelaboraciones igualmente paródicas de los poderes y potencias con los que hacían comunión los ocultistas de entonces y de ahora.

Es la forma en que él tejió esa parodia junto a la visión científica del mundo contemporáneo lo que demuestra su brillantez. El centro de la retórica de la civilización industrial moderna, después de todo, es una visión del cosmos como un vacío negro que se extiende infinitamente en todas las direcciones, sin sentido, sin vida, y completamente hostil a la existencia humana, excepto donde el hombre – el supuesto conquistador heroico de la naturaleza - ha conquistado un espacio defensivo. Los escritores y filósofos de las generaciones previas a Lovecraft habían explorado el sentido desgarrador de aislamiento y terror que nace de observar las estrellas en la noche y ver nada más que un frío vacío infinito finamente salpicado de esas explosiones termonucleares prolongadas que llamamos estrellas. Lovecraft adoptó el mismo punto de vista, e implícitamente preguntó a sus lectores: ¿qué es lo único que podría hacer que esa visión sea aún más aterradora?

La respuesta, por supuesto, es descubrir que cuando miramos hacia arriba y vemos el vacío infinito, el vacío infinito nos devuelva la mirada."


Fragmento de "A Seafood Dinner in Lost R'lyeh" de John Michael Greer; traducción: Mazzu; original aquí