lunes, 3 de noviembre de 2014

Créete lo que quieras, pero cuéntalo como fue...

El relato que sigue a continuación lo encontré en "El Fuego del Dragón", un boletín mensual de ovnilogía editado de manera digital por Alberto Iurchuk. En el Nº 17, encontramos esta historia firmada por José Manuel García Bautista que transcribe los sucesos relatados originalmente por su protagonista, Rafael Cabello Herrero; me pareció una historia simpática y la comparto aquí de manera completa...

Créete lo que quieras, pero cuéntalo como fue...



Por José Manuel García Bautista
Sevilla – España

Si una persona cambia un solo punto o una coma en una histérica historia, es capaz de cambiar el transcurso de esa historia, por eso cuando se vive una situación o tiene una visión anormal de un hecho, nunca hay que mirarse el corazón ni cerrar los ojos por culpa del miedo. Tienes que mirar y ver a tu alrededor, hacer un estudio de los hechos "IN SITU", contar todo, aunque no te guste lo que estés viendo, dotarte de toda la sangre fría que te quepan en las venas, llegar al último recodo del camino, y acercarte a la mano el objeto más contundente y expeditivo que tengas por si las moscas "que conste yo nunca lo haría no soy violento", pero esa noche fue diferente, tal vez especial...
Remontándome a la década de los años 70, más o menos por el año 77, 78, trabajaba en la empresa oficial de reparación de televisores y equipos electrodomésticos de General Eléctrica Española & Thomson como técnico en electrónica. Durante muchos años todas las semanas por ser servicio oficial y como consecuencia de mi trabajo hacía una ruta dedicada a la zona de Sevilla Huelva, por carreteras de 2º orden de las de entonces y donde todavía no se habían concebido los términos de autovías, autopistas, u otras palabras que las relacionara como tales. Como máximo carreteras nacionales, comarcales, locales y muchos caminos de cabras por donde yo tenía que circular habitualmente para ir desde un poblado a otro para reparar muchos televisores en blanco y negro de válvulas y algunos muy pocos de color transistorizados.
Un lunes de esos cuando comenzaban las lluvias de finales de septiembre, principios de octubre, se me hizo muy tarde en los primeros pueblos que se visitaban en la ruta por el cúmulo de trabajo ocasionado por alguna tormenta de la zona. Manzanilla, La Palma del Condado, Villarrasa, Niebla, Rociana y Bonares, consumieron todas las horas de sol de ese lunes, mis siguientes visitas tenían que ser para Lucena del Puerto y finalizar las tareas del día pernoctando en el Hostal Platero de mi buen amigo Paco en Moguer.
Después de visitar la tienda de Juan Coronel, recoger las notas de reparaciones para visitar a los clientes y terminar el trabajo se me hizo de noche en ese pueblo, salí por la carretera local H622 de Bonares hacía Lucena del Puerto, un pequeño pueblo que entonces no tenía más de cinco o seis calles.
Al salir de Bonares toda la carretera estaba flanqueada por un extenso bosque de pinos que acompañaba toda la carretera hasta cerca de Lucena, sólo había esporádicas construcciones de algún chalet, entradas de haciendas y fincas.



Era difícil de cruzarse o hacer el recorrido acompañado por otro vehículo debido a que la carretera sólo las transitaban los vecinos que vivían en ella. El bosque era tan cerrado que la oscuridad se hacía más intensa, incluso las luces del coche se negaban a iluminar más allá de los términos de la carretera, todo el camino era muy tenebroso y los escasos seis kilómetros de un pueblo a otro se hacían interminables. Costaba trabajo hasta respirar tranquilo, nunca aprendí el recorrido de memoria porque siempre que entraba en esa zona mi idea era la de salir lo antes posible de ella.
Esa noche, al llegar a un punto determinado del camino comencé a ver lo que yo creí era una tormenta seca con abundante aparato eléctrico, ya que las copas de los pinos se iluminaban a intervalos de los propios relámpagos. Entre el ruido del motor, las ventanillas cerradas, el mal estado del firme y mi intranquilidad por el camino no acerté a escuchar el ruido de los truenos, pero si vi que la luz que iluminaba el bosque y la carretera tenía un ángulo poco apropiado para ser una tormenta. Esa luz no salía de las nubes, sino de un punto concreto de una parte del bosque el cual no se podía visualizar directamente por lo tupido del follaje de los árboles y la maleza acumulada entre los pinos, este hecho me hizo reducir la marcha, pensar en la posibilidad de dar un giro de 180 grados a mi trayectoria y volver al pueblo de Bonares.
Este pensamiento, duró poco tiempo y volví a concentrarme en el punto de donde parecía manar la fuente de luz, al tomar una de las curvas comencé a vislumbrar una potente fuente de luz cegadora y tan abundante que no permitía observar directamente lo que allí estaba sucediendo.
Varias curvas acompañadas de desniveles me hicieron entrar de bruces en un cruce de caminos con una curva muy pronunciada que me espetó a escasos tres metros de distancia, "esta circunstancia me hizo frenar bruscamente sin pisar el embrague por lo que se caló el coche", frente a dos figuras de aspecto humanoides iluminadas espectralmente "igual que en las películas de ciencia-ficción del Spielberg". Una de ella, portaba en su mano un objeto parecido a una pistola de la cual salía toda la fuente de luz existente en el lugar, esas figuras de espaldas a mi posición cuando notaron y escucharon el frenazo y la presencia del vehículo se incorporaron volviéndose hacia mí. Con este movimiento, me dejaron ver unas caras sin rostros, a modo de caretas o escafandras en las cuales no aparecían ningún indicio facial de bocas, narices y ojos. Sus rasgos quedaban limitados a un rostro con una pequeña ventana como de cristal oscuro que no permitía ver el interior de la máscara a la altura de los ojos, este cristal se iluminó al quedar mi coche totalmente parado delante de ellos, la propia luz del vehículo fue la que por unos instantes los iluminó a ellos y durante ese tiempo cesó el brillo de esos relámpagos quedando las dos figuras pendientes de mí y mi vehículo en medio de la carretera. Vestidos con unos monos oscuros y unos correajes anchos de los que pendían varios objetos metálicos. 



Una de las figuras subió su mano a forma de saludo, pude apreciar unos guantes en forma de manoplas desproporcionados en tamaño que no permitían ver físicamente la piel de la mano, a la vez que se tocaba el rostro levantándose la escafandra que portaba hasta la altura de la frente y dejando ver un rostro perfectamente definido como cualquier padre de vecino. El otro acompañante hizo lo mismo que el anterior a la vez que movía unas mangueras o cables que invadían parte de la calzada y que salían de un aparato ronroneante. "Un simple motor alternador conectado a la unidad soldadora, para trabajos donde no hay conducciones eléctricas".
Una vez analizado el trance y viendo que los que estaban enmascarados tenían los mismos atributos faciales que los míos decidí arrancar el coche, sacarlo de en medio de la carretera y acercarme hasta ellos, los cuales me comentaron que estaban arreglando con una soldadora eléctrica una cancela de un portón de entrada a una finca que había destrozado un camión un rato antes, lo estaban haciendo a esas horas para evitar que se escapara el ganado de la finca y pudiera provocar una desgracia.
Después de fumarme un cigarro en compañía de estos dos chicos, comentarles el susto que me habían dado, sacarle chistes a la situación y desearles que terminaran pronto el trabajo porque la noche no acompañaba para nada la situación, proseguí mi camino hasta Moguer donde al llegar al Hostal Platero nos sentamos varios viajantes a cenar en la misma mesa y les conté el caso que me había ocurrido. Cada uno de ellos después interpretó a su forma dando a la historia el proceso de credibilidad que cada uno de nosotros entonamos cuando comenzamos a contar un hecho para dotarlo de la máxima veracidad. "Escuchadme... Ayer me contó un caso que le ocurrió a un amigo mío... (fulanito..., coño..., tu le conoces..., el que arregla las teles que va por Huelva y para en el hostal de Paco), donde dos extraterrestres armados de una pistola de rayos le salieron a la carretera, le pararon el coche con un rayo, le dispararon a él y le durmieron perdiendo tres horas de su vida que no puede explicar y... bla, bla, bla...".
Varios meses después me enteré que todavía yo, no había aparecido.

Relato contado por el que le ocurrió el caso, Rafael Cabello Herrero.


Publicación original: EL FUEGO DEL DRAGÓN

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