(Traducción: Mazzu)
La segunda parte de
mi infancia (¿estás seguro de que quieres saber estas cosas?) transcurrió en su
mayoría en California, cuando tenía diez o doce años. En primer lugar, te diré
cómo llegamos hasta allí.
Solía enfermarme
tan a menudo en Maryland, que mis padres querían que nos mudáramos. La primera
vez que me las arreglé para escapar del estado fue cuando mi papá tomó un
trabajo en Florida – otro puesto de
servicio civil, esta vez en balística,
algo acerca de las trayectorias de los proyectiles. Todavía era la Segunda
Guerra Mundial.
MIS RECUERDOS DE FLORIDA INCLUYEN:
[1] Opa-Locka estaba lleno de mosquitos y si dejabas el pan de un día
para el otro, le crecían unos pelitos verdes.
[2] De vez en cuando teníamos que escondernos
bajo la cama y apagar todas las luces porque alguien pensaba que los alemanes
habían llegado.
[3] Mi papá ‘hacía margarina’ apretando un punto rojo sellado dentro de
una bolsa de plástico llena con una cosa blanca que, cuando se apretaba el
punto rojo, se ponía amarilla, dando la ilusión de ser ‘mantequilla’.
[4] A mi hermano le
salió un forúnculo en el culo, y mi papá tuvo que reventárselo (el entrenamiento
con la margarina probablemente ayudó), y hubo mucho griterío.
[5] Me dijeron que tuviera cuidado con los cocodrilos, ya que a veces
comían niños.
[6] Todo parecía estar en Technicolor
en comparación con Baltimore.
[7] Jugaba mucho afuera,
trepando a los árboles, y eventualmente contraje hongos en los codos.
[8] A excepción de eso, mi salud mejoró, y crecí unos treinta
centímetros.
[9] Mi madre se puso nostálgica y, ya que yo había crecido, imaginó que
estaría bien volver a Baltimore.
[10] Nos volvimos a Baltimore y me enfermé de nuevo.
Edgewood, Maryland,
estaba en el medio del campo. Había un bosquecito y un arroyo con cangrejos,
justo al final de la calle Dexter. Yo solía jugar allí con Leonard Allen.
A pesar de que yo
estaba enfermo todo el tiempo, Edgewood era divertido, pero cuando regresamos a
Maryland, no fuimos a Edgewood - nos mudamos a un barrio de casas en hilera en
la ciudad y yo lo odié.
No creo que a mis
padres les gustara mucho tampoco, porque lo siguiente que supe fue que estaban
hablando de mudarse a California. Mi papá había conseguido otra oferta de
trabajo en Dugway Proving Ground, en
Utah (donde hacían el gas nervioso), pero se nos acabó la suerte - no lo tomó.
En cambio, tomó un puesto en la Escuela Naval de Postgrado en Monterey, enseñando
metalurgia. Yo no tenía ni idea qué
diablos significaba eso. Así que, en pleno invierno, nos acomodamos en nuestro ‘Henry-J’ (un coche que ya no se fabrica,
realmente incómodo, pequeño, y barato, fabricado en ese entonces por Kaiser), y
tomamos la Ruta Sur hacia California. El asiento trasero de un ‘Henry-J’ era un pedazo de madera
contrachapada cubierta aproximadamente con una pulgada de relleno de fibra y un
material de tapicería de tweed rígido. Pasé dos semanas emocionantes en esa
tabla de planchar infernal.
Mi papá creía (y estoy
seguro de que todos en la costa este creen lo mismo) que en California siempre
estaba soleado y hacía calor. Esto lo llevó a parar el coche en algún lugar de
las Carolinas y regalarle toda nuestra
ropa de invierno a una sorprendida familia negra que estaba al borde de la
carretera, convencido como estaba de que nunca
volveríamos a necesitar ninguna de esa mierda otra vez.
Cuando llegamos a
Monterey (una ciudad costera en el norte de California), estaba helando,
llovía, y había neblina todo el tiempo. Ups.
Debido al trabajo
de mi papá, me cambié de escuela en escuela con bastante frecuencia. No lo
disfrutaba, pero no disfrutaba mucho de nada
en aquellos días. Una ‘salida de fin de semana’ en ese período en ocasiones
significaba apilarnos en el ‘Henry-J’
e ir hasta Salinas, un lugar cercano donde cultivan lechuga, para seguir a los camiones,
esperando que cayese alguna lechuga de la caja. Cuando esto pasaba, mi papá
paraba el coche, la recogía, le quitaba los trozos de asfalto, y la arrojaba en el asiento de atrás conmigo, para llevarla a casa donde las hervían.
Yo no disfrutar de
ser pobre. Parecía que todo lo que quería hacer, lo que me divertía, costaba
demasiado dinero - y cuando eres un niño y no puedes hacer cosas divertidas, te
aburres o estás insatisfecho, o ambas cosas.
Por ejemplo, me
hubiera encantado tener un juego de química. En aquellos días, si comprabas el Set de Química Gilbert, el folleto que
lo acompañaba te enseñaba cómo hacer cosas como gas lacrimógeno.
Cuando tenía seis
años, yo ya sabía cómo hacer pólvora - sabía cuáles eran los ingredientes, y no
podía esperar a conseguirlos y hacer algo. Tenía un montón de parafernalia
química por toda la casa, y solía fingir
que mezclaba los ingredientes - soñando con el día en que uno de mis pequeños
brebajes realmente explotara.
Una vez creí haber
hallado una fórmula para un nuevo gas venenoso cuando la poción líquida en la que
estaba trabajando (basada principalmente en Windex) entró en contacto con algo
de zinc.
Mi papá quería que
yo fuera ingeniero. Creo que estaba decepcionado de que no tuviera aptitudes
para la aritmética y el resto de las cosas requeridas.
A los niños de sexto
grado solían tomarles un examen llamado La
Prueba de Preferencia de Kuder. En la página uno tenía que marcar el
recuadro que había seleccionado. Se suponía que la prueba era para determinar las aptitudes de uno, en términos de empleo,
para el resto de su vida. El
resultado de mi prueba indicaba que mi destino era convertirme en secretario.
Saqué un puntaje alto en ‘clerical’.
Mi mayor problema, a
lo largo de mis años escolares, era que las cosas que intentaban enseñarme
tendían a no ser el tipo de cosas que me interesaban. Crecí entre gas venenoso
y explosivos - junto a los hijos de personas que hacían esas cosas para ganarse
la vida. ¿Qué mierda iba a importarme el álgebra?
La Cosa en el Viejo Garaje
Nos mudamos de
Monterey a Pacific Grove, un pueblo tranquilo cercano. Yo pasaba mis horas
libres construyendo títeres y aeromodelos, y fabricando explosivos caseros con
los ingredientes que podía encontrar. Un día, un amigo me dijo: “¿Ves ese garaje al otro lado de la calle?
Ha estado cerrado durante años. Me pregunto qué habrá allí dentro”.
Excavamos por
debajo en la pared lateral. Había una pila de cajas llenas de balas calibre
cincuenta de ametralladora. Nos robamos un montón, quitamos las cabezas de las balas
con una pinza y extrajimos la ‘pólvora’
- aunque no parecía ‘pólvora’, parecían
lentejuelas negras-verdosas (creo que se llamaba balistita). Era un miembro de la familia de la pólvora sin humo
(nitrocelulosa) - Yo nunca había visto antes nada igual.
La pusimos en un
tubo de papel higiénico, lo metimos en un montículo de tierra en el medio de un
terreno baldío y lo encendimos, usando tanza como mecha (esa tanza de plástico
plana y brillante con la que se hacen llaveros en los campamentos de verano). Cuando
no está bien envuelta, la balistita produce una lluvia de bolitas de fuego de
color amarillento-anaranjado.
La otra cosa que
resultó ser gratamente explosiva fueron las pelotas
de ping pong pulverizadas. Solíamos pasar horas limando pelotas de ping
pong hasta hacerlas polvo. Tuve esa idea luego de leer sobre un tipo que había
escapado de la cárcel haciendo una bomba con naipes. El artículo decía que las
cartas estaban recubiertas con un tipo de celulosa, y el convicto la había
raspado toda, acumulando un polvo
plastificado.
La carcasa de la
bomba había sido un rollo de papel higiénico envuelto con cinta de alquitrán.
El tipo abrió un boquete con eso y se escapó de la cárcel, así que pensé: “Hay una
buena idea aquí.”
Uno podía comprar cebitas en la tienda de hobbies. Estas
eran mejores que las de los rollitos porque tenían más pólvora y hacían una
explosión más ruidosa. Pasé horas con mi cuchillo X-Acto abriéndolas y
guardando las cargas en un frasco. Además, tenía otro frasco lleno con el polvo
semi-letal de las pelotas de Ping-Pong.
Una tarde estaba
sentado en el garaje - un garaje viejo y destartalado con piso de tierra, como
el lugar donde encontramos las balas de ametralladora. Era después del cuatro
de julio y las cunetas de nuestro barrio estaban llenas de tubos de fuegos artificiales usados. Yo había juntado unos cuantos,
y estaba en el proceso de recargar uno de ellos con mi propia fórmula secreta.
Lo tenía apoyado
entre las piernas, llenándolo con un poquito de esto y un poquito de aquello, empujando
y apretando el relleno con un palillo de batería.
Cuando puse la
pólvora de las cebitas, debo haber
presionado demasiado y la carga se encendió. Hizo un gran cráter en el suelo de
tierra, abrió las puertas, y me hizo volar unos cuantos metros hacia atrás, los
huevos primero. Casi podría haber
escapado de la cárcel con aquello.
El Fin de Mi Carrera Científica
A pesar de ese
incidente, seguía interesado por las cosas que hacían pum.
Alrededor de 1956 yo
tenía un amigo en San Diego que también estaba interesado en los explosivos.
Habíamos estado experimentando desde hacía un mes, llenando finalmente un
cuarto de frasco de mayonesa con una cosa que era una combinación de combustible sólido de cohetes (cincuenta
por ciento zinc en polvo, cincuenta por ciento azufre) y polvo de bomba de olor.
Durante la noche de
asamblea de padres y maestros, hicimos dedo hasta la escuela con el frasco,
tomamos unos vasos descartables de la cafetería, vertimos el polvo en ellos, se
los pasamos a nuestros amigos y comenzamos pequeños incendios en toda la
escuela (mientras que los padres de todos estaban sentados en las aulas,
recreando los horarios diarios de sus descendientes). Al día siguiente, me
encontré con mi casillero cerrado (donde había guardado el frasco con el
sobrante de la fórmula). Poco tiempo después, en la clase de inglés de la
señorita Ivancic, recibí una invitación para visitar la oficina del decano, donde
fui presentado al jefe de bomberos.
Me echaron de la
escuela y me iban a poner en el servicio de libertad provisional, pero mi madre
le suplicó al tipo de la probation (que
resultó ser italiano) y explicó que mi papá estaba a punto de ser transferido
de San Diego a Lancaster - y me dejaron ir. Con esto concluyó la Fase Uno de mi
carrera científica.
Alrededor de la
edad de doce años (1951 o '52) empecé a interesarme en tocar la batería.
Supongo que un montón de jóvenes piensan que la batería es emocionante, pero mi
idea no era ser un baterista de rock and roll o algo así, porque el rock and
roll aún no había sido inventado. Yo estaba interesado en los sonidos que una
persona podía hacer golpeando cosas.
Comencé con
percusión orquestal, aprendiendo todos los rudimentos
- cosas llamadas flams, ruffs, ratamacues y paradiddles.
Tomé un curso de verano de la escuela en Monterrey con un maestro llamado Keith
McKillop. En lugar de tambores, nos tenía practicando con tablones de madera.
Teníamos que ponernos frente a los tablones y practicar los rudimentos usados en la percusión
escocesa.
Después de eso les
rogué a mis padres que me compraran el redoblante con el que solía practicar en
el garaje. Cuando ya no pudieron darse el lujo de alquilar el redoblante,
empecé a tocar sobre los muebles – haciendo saltar la pintura de las cómodas y otras
cosas por el estilo.
Para 1956 yo estaba
tocando en una banda de R & B de la escuela secundaria llamada the
Ramblers. Solíamos ensayar en el living del pianista, Stuart Congdon - su padre
era predicador. Yo tocaba con ollas y sartenes, sosteniéndolos entre mis
rodillas como bongos. Finalmente les hablé a mis padres sobre la idea de comprar
una batería real (una de segunda mano
que era de un chico del barrio, por unos cincuenta dólares). No recibí la
batería hasta una semana antes de nuestro primer recital. Como nunca había
aprendido a coordinar las manos y los pies, no era muy bueno a la hora de
mantener el tempo con el pedal del bombo. El líder de la banda, Elwood “Junior”
Madeo, nos había conseguido una fecha en un lugar llamado Upton Hall, en la
calle 40 y Mead en el distrito de Hillcrest de San Diego. Nuestra tarifa: siete
dólares - para toda la banda.
En el camino al
concierto, me di cuenta de que me había olvidado mis baquetas (mi único par), y
tuvimos que conducir hasta el otro lado de la ciudad para buscarlas. Con el
tiempo me despidieron porque decían que yo metía demasiados platillos. Es
difícil ser un baterista en formación, porque hay muy pocos apartamentos lo suficientemente
insonorizados como para practicar. (¿De dónde salen realmente los buenos bateristas?)
Los álbumes de Rock
and Roll no aparecieron en el mercado hasta varios años después de que el rock
en sí fuera inventado. A principios de los cincuenta, los adolescentes compraban
discos de 78s o 45s. El primer álbum de rock and roll que vi fue alrededor de
1957 - Teenage Dance Party. La
cubierta mostraba a un grupo de ADOLESCENTES MUY BLANCOS bailando, con confeti
colgando por todo el lugar, cerca de unas botellas de gaseosa. Adentro, había
una colección de canciones de grupos negros de doo-wop.
En ese entonces, mi
colección de discos consistía en cinco o seis sencillos de rhythm-and-blues de
78 RPM. Siendo un adolescente de clase media-baja, el precio de cualquier tipo
de vinilo de alta fidelidad que girara lentamente, parecía totalmente fuera de
la cuestión.
Un día me topé con
un artículo sobre la tienda de discos de Sam Goody en la revista Look que hablaba acerca de lo
maravilloso que era como comerciante. El escritor decía que el Sr. Goody podría
vender cualquier cosa - y como
ejemplo mencionaba que incluso había logrado vender un álbum llamado Ionisation. El artículo continuaba
diciendo algo así como: “En este álbum
sólo hay baterías - es disonante y terrible; la peor música en el mundo”. ¡Ahh!
¡Sí! ¡Esto es para mí!
Me pregunté donde
podría echar mano a un disco así, porque yo vivía en El Cajon, California - un
pueblito estilo cowboy cerca de San Diego. Había otro pueblo justo sobre la
colina llamado La Mesa - un poco más exclusivo (tenían una 'tienda de hi-fi').
Algún tiempo después, me quedé a pasar la noche en lo de Dave Franken, un amigo
que vivía en La Mesa, y terminamos yendo a la tienda de hi-fi – había sencillos
de R & B en oferta.
Después de revolver
las estanterías y de encontrar un par de discos de Joe Huston, me dirigí hacia
la caja registradora y eché un vistazo a un cajón de LPs. Noté un álbum de aspecto
extraño con la cubierta en blanco y negro, con la foto de un tipo que tenía el
pelo muy rizado y canoso, que parecía un científico loco. Pensé que era genial
que un científico loco finalmente hubiera grabado un disco, así que lo recogí -
y ahí estaba el disco que traía Ionisation.
El autor del
artículo de Look estaba equivocado -
el título correcto era The Complete Works
of Edgard Varèse, Volume I (Obras
Completas de Edgard Varèse, Volumen I), que incluía Ionisation entre otras piezas, de un oscuro sello llamado EMS (Elaine Music Store). El número del
disco era 401.
Dejé los discos de Joe
Huston y revisé mis bolsillos para ver la cantidad de dinero que tenía - Creo
que algo así como $ 3.75. Nunca había comprado un álbum antes, pero sabía que
debían ser caros porque en general los compraban la gente mayor de edad. Le
pregunté al hombre de la caja registradora cuánto salía el disco EMS 401.
“¿Ese gris que está en la caja?”, dijo. “$ 5.95”.
Yo había estado
buscando ese disco durante más de un año y no iba a darme por vencido. Le dije
que tenía $ 3,75. Él lo pensó un minuto, y dijo, “hemos estado usando ese álbum como muestra para probar el equipo de
alta fidelidad - pero nadie compra los que usamos de muestra. Supongo que si tanto lo quieres, puedes llevártelo por
$ 3.75”.
No podía esperar a
escucharlo. Mi familia tenía un verdadero tocadiscos lo-fi: un Decca. Era una pequeña caja de unas cuatro pulgadas de
profundidad, colocada sobre unas patas cortas de metal (porque el parlante
estaba en la parte inferior), y tenía uno de esos brazos burdos sobre los que
había que poner una moneda para mantenerlo sobre el disco. Tenía las tres
velocidades, pero nunca antes había sido puesto en 33 1/3.
El tocadiscos se
encontraba en la esquina de la sala de estar donde mi madre planchaba. Cuando lo
compró, le dieron una copia gratuita de “The Little Shoemaker”, en la versión
de algún grupo vocal de tipos blancos de mediana edad del sello Mercury. Ella
solía escuchar “The Little Shoemaker” mientras planchaba, así que era único
lugar donde podía escuchar mi nuevo álbum de Varèse.
Puse el volumen al
tope (con el fin de obtener la máxima ‘fidelidad’), y coloqué cuidadosamente la
púa de uso múltiple con punta de osmio
en el surco de Ionisation. Tengo una
buena madre católica que le gusta ver Roller Derby. Cuando ella escuchó lo que
salía de ese pequeño altavoz en la parte inferior del Decca, me miró como si yo
estuviera completamente pirado.
Había sirenas,
redoblantes, bombos, el rugido de un león y todo tipo de sonidos extraños allí.
Ella me prohibió volver a reproducir ese disco en la sala de estar. Le dije que
yo pensaba que era realmente genial, y que quería escucharlo completo. Ella me dijo que me llevara el tocadiscos a mi
dormitorio. Mi madre nunca volvió a escuchar “The Little Shoemaker” de nuevo.
El tocadiscos se
quedó en mi habitación, y yo escuchaba el EMS 401 una y otra y otra vez, estudiando
minuciosamente las notas de la portada para obtener toda la información que pudiera recoger. No podía
entender todos los términos musicales, pero de todos modos los memoricé.
Durante mis años en
escuela secundaria, cuando la gente se me acercaba, yo los forzaba a escuchar a
Varèse - porque pensaba que era la prueba
definitiva de su inteligencia. También pensaban que yo estaba completamente
pirado.
En mi decimoquinto
cumpleaños, mi madre me dijo que iba a gastar cinco dólares en mí (una gran
cantidad de dinero para nosotros en ese entonces), y me preguntó qué quería. Le
dije: “Bueno, en lugar de comprarme algo,
¿por qué no me dejas hacer una llamada de larga distancia?” (Nadie había
hecho nunca una llamada telefónica de larga distancia en casa.) Decidí llamar a
Edgard Varèse. Deduje que una persona que parecía un científico loco sólo podría
vivir en un lugar llamado Greenwich Village. Así que llamé al servicio de información
de Nueva York y les pregunté si tenían en la lista a Edgard Varèse. Lo tenían,
en efecto. Incluso me dieron la dirección: 188 Sullivan Street.
Su esposa, Louise,
contestó el teléfono. Ella era muy dulce, y me dijo que él no se encontraba
allí - estaba en Bruselas trabajando en una composición para la Feria Mundial
(“Poème électronique”) - y sugirió que lo llamara de nuevo en unas semanas. No
recuerdo exactamente lo que dije cuando finalmente hablé con él - probablemente
algo articulado como “¡Wow! - Realmente me gusta su música”.
Varèse me contó que
estaba trabajando en una nueva obra llamada “Déserts”, lo cual me emocionó ya
que Lancaster, California, estaba en el desierto. Cuando tienes quince años,
vives en el desierto de Mojave, y te enteras de que el compositor más grande del
mundo (que además parece un científico loco) está en un laboratorio secreto en
Greenwich Village trabajando en una ‘canción sobre tu pueblo’ (por así
decirlo), puedes sentirte bastante excitado.
Sigo pensando que “Déserts”
es sobre Lancaster, aunque las notas en el sobre del LP de Columbia insisten en
que es algo más filosófico.
A lo largo de mis
años en la escuela secundaria busqué información sobre Varèse y su música.
Encontré un libro que tenía una foto de él cuando era joven, y una cita, donde
decía que habría sido igual de feliz
cultivando vides que siendo un compositor. Me gustó eso.
Stravinsky y Webern
El segundo disco de
33 1/3 RPM que compré fue uno de Stravinsky. Encontré una grabación barata (de
Camden) de La Consagración de la
Primavera interpretada por una orquesta llamada The World-Wide Symphony
Orchestra (suena bastante oficial, ¿no?) La cubierta era un coso abstracto verde y negro, y una
etiqueta de papel magenta con letras en negro. Stravinsky me gustó casi tanto
como Varèse.
El otro compositor
que me llenó de asombro - no podía creer que alguien pudiera escribir música
como esa – fue Anton Webern fue. Escuché una grabación antigua del sello Dial
con una cubierta hecha por un artista llamado David Stone Martin - traía uno o
dos de los cuartetos de cuerda de Webern, y su Sinfonía op. 21 en el otro lado.
Me encantó ese disco, pero era absolutamente diferente a Stravinsky y Varèse.
Yo no sabía nada de
música dodecafónica por entonces, pero me gustó la forma en que sonaba. Como no
tenía ningún tipo de entrenamiento formal, para mí no había ninguna diferencia
si estaba escuchando a Lightnin’ Slim, o
a un grupo vocal llamado the Jewels (que por entonces habían sacado una canción
llamada “Angel in My Life”), o Webern, o Varèse, o Stravinsky. Para mí era buena música.
Hubo pocos maestros
en la escuela que realmente me ayudaron. El Sr. Kavelman, el instructor de la
banda en Mission Bay, me dio la respuesta a una de las ardientes preguntas musicales
de mi juventud. Un día fui a verlo con una copia de “Angel in My Life” - mi canción
favorita de R & B en ese momento. Yo no podía entender por qué me gustaba
tanto, pero me figuré que siendo un profesor de música, tal vez él supiera.
“Escuche esto”, le dije, “y dígame por qué me gusta tanto”.
“Cuartas paralelas”, concluyó.
Él fue la primera
persona que me habló de la música dodecafónica. No es que a él le gustara, pero
él mencionó el hecho de que existía,
y le estoy agradecido por eso. Nunca hubiera oído a Webern si no hubiera sido
por él.
El Sr. Ballard era
instructor de música en la escuela secundaria en Antelope Valley High. Él me
dejó conducir la orquesta un par de veces, y me dejaba escribir música en el
pizarrón para que la orquesta la tocara. Ballard también me hizo un gran favor
sin saberlo. Como baterista, me vi obligado a realizar la truculenta tarea de
tocar en la banda de marcha. Considerando mi falta de interés por el fútbol, no
podía aguantar estar allí sentado con un uniforme de aspecto estúpido, tocando
‘Da-ta-da-da-ta-taaaah; ¡A LA CARGA!’
cada vez alguien pateaba un puto balón, congelándome hasta los huesos todos los
fines de semana. El Sr. Ballard me echó de la banda por fumar con el uniforme puesto - y por eso voy
a estarle eternamente agradecido.
Mi profesor de
Inglés en A.V. fue Don Cerveris. También fue un buen amigo. Don se cansó de ser
maestro y renunció - quería ser guionista de cine. En 1959 escribió el guión de
un western de bajísimo presupuesto llamado Run
Home Slow, y me ayudó a conseguir mi primer trabajo musical para cine con
la banda sonora de esta película.
Mi otra Obsesión
Mientras otros
chicos de la secundaria gastaban su dinero en coches, yo gastaba mi dinero en
discos (yo no tenía auto). Iba a tiendas de discos usados para comprar discos
de Rockola de rhythm and blues. Había un lugar en San Diego, en la planta baja
del Hotel Maryland, donde se podía comprar singles de R & B imposibles de conseguir en otro lugar – las
grabaciones de Lightnin’ Slim y Slim Harpo para el sello Excello. (La razón por
la que no se podían encargar en las ‘tiendas de discos para gente blanca’ era
que Excello tenía la política de que si un tienda quería llevar a su línea de R
& B, también tenía que aceptar
su catálogo de gospel.) La única forma de conseguir un disco de Lightnin’ Slim
era viajar varios cientos de kilómetros y comprarlo de segunda mano, todo
rayado.
San Diego tenía
pandillas de barrio, y cada barrio tenía su propia ‘banda cool’ - el
equivalente del ‘equipo local’ en el fútbol. Estas bandas competían entre sí –
a ver quién era mejor músico, quién tenía mejor vestuario, coreografía, etc.
Una ‘buena banda’ tenía
que tener por lo menos tres saxos (uno de los cuales tenía que ser barítono),
dos guitarras, bajo y batería. Era considerada como una banda más seria si
todos vestían chaquetas deportivas de franela rosa con un solo botón. Eran realmente buenos si los pantalones
hacían juego - y eran magníficos si
todos se sabían los mismos pasos, y si iban ‘arriba y abajo’ al mismo tiempo en
las canciones rápidas. Las personas que iban a ver a estas bandas realmente las
amaban. No se trataban de ‘shows de rock’ organizados por ‘promotores’ - en su
lugar, había bandas de chicas que alquilaban la sala, contrataban a la banda,
colgaban el papel crepé, y vendían las entradas. (El primer recital en el que
toqué - aquel en el que me olvidé mis palillos - fue organizado por una de
ellas, las “BLUE VELVETS”)
Pasé más tiempo con
Don Van Vliet (Captain Beefheart), cuando estaba en la escuela secundaria que
después cuando se dedicó al ‘show
business’.
Él dejó la escuela
durante su último año, debido a que su padre, que era camionero y hacía
repartos para la panificadora Helms, tuvo un ataque cardíaco y ‘Vliet’ (como se
lo conocía por entonces) se hizo cargo de su camión por un tiempo - pero la
mayoría de las veces él sólo se quedaba en su casa para no ir a la escuela.
Su novia, Laurie,
vivía en la casa con él, junto con la mamá de Don (Sue), su papá (Glen), la tía
Ione y el tío Alan. La abuela Annie vivía al otro lado de la calle.
Don consiguió su
‘nombre artístico’ porque su tío Alan tenía el hábito de exhibirse ante Laurie.
Iba a mear con la puerta del baño abierta y, si ella justo pasaba por allí,
murmuraba cosas sobre su miembro - algo como: “¡Ahh, qué belleza, parece un lindo y enorme bife de corazón (beef heart)!”.
Don era también fan
del R & B, así que yo llevaba mis discos y escuchábamos durante horas y
horas oscuros hits de Howlin’ Wolf, Muddy Waters, Sonny Boy Williamson, Guitar Slim, Johnny “Guitar” Watson, Clarence “Gatemouth” Brown, Don &
Dewey, the Spaniels, the Nutmegs, the Paragons, the Orchids, the etc., etc.,
etc.
Había montones de
panecillos dulces en la cocina, como los panecillos de piña que no se habían
vendido ese día - el lugar rebalsaba de
fécula - y solíamos comer montones de ellos mientras sonaban los discos. De vez
en cuando Don gritaba a su madre (que siempre vestía una bata de felpilla
azul), “¡Sue! ¡Tráeme una Pepsi!”.
No había nada más que hacer en
Lancaster.
Nuestra principal
forma de recreación, aparte de escuchar discos, era ir en medio de la noche a
tomar un café a Denny’s, que estaba en la carretera.
Si Don andaba corto
de dinero (esto era antes de que se hiciera cargo del reparto del pan), abría
la puerta de atrás del camión, sacaba uno de los largos cajones con panes
viejos y hacía que Laurie se arrastrara a través del hueco para acceder a la
cabina cerrada, donde tomaba un poco de dinero de cambio del viejo.
continuará...
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