jueves, 31 de diciembre de 2015

NUESTROS DIOSES VISTEN SPÁNDEX (Fragmento) por Christopher Knowles

NUESTROS DIOSES VISTEN SPÁNDEX (Fragmento)
por Christopher Knowles





Traducción: Mazzu




I WANT TO BELIEVE

Una de las grandes innovaciones estadounidenses del siglo XX – además de los libros de cómics y los superhéroes – es la santidad de la infancia. Incontables miles de millones se gastan haciendo que la infancia moderna sea una Disneylandia a tiempo completo de la indulgencia y el deleite. Uno podría argumentar que este mito de la infancia es lo único que sigue considerándose sagrado en nuestra sociedad deshumanizada y comercializada.

Yo no tuve una gran infancia. Fue bastante horrible, incluso para los estándares de los años 70. La adoración americana de la niñez estaba pasando por una fase particularmente calvinista en aquellos días de El Bebé de Rosemary y El Exorcista, y hubo momentos en que mi mundo parecía una adaptación en tiempo real de El Señor de las Moscas. Y casi desde el momento de mi nacimiento me la pasé entrando y saliendo del hospital con neumonía crónica y bronquitis.

Por aquel entonces no había mucho en la tele, no había videojuegos sobre los cuales hablar, y cuanto menos se diga sobre los juguetes de los 70s, mejor. ¿Qué tenía para pasar las largas horas de convalecencia solitaria? Bien, tenía las revistas de historietas. En aquella época los cómics eran baratos y desechables. Si tu mamá te daba unos 25 centavos para la tarde podías o bien comprar una lata de gaseosa o una revista de historietas. Yo solía optar por esta última. De hecho, aprendí a leer solo a la tierna edad de tres años, encontrándole la vuelta finalmente con un viejo cómic de Superboy. En mis primeros años de la escuela primaria leí La Biblia Para los Niños, el Diccionario Infantil y la Enciclopedia Mundial en su totalidad. Pero fueron las humildes revistas de historietas las que realmente me enseñaron el amor por la lectura.

Otra constante en mi vida fue la religión. Todos los fines de semana podían encontrarme en el templo judío donde mi madre trabajaba como organista los viernes a la noche, en la misa católica con mis amigos la noche del sábado, y atravesando largas maratones metodistas con mi familia los domingos. Pero por mucho que me encantaba el ambiente sacro de estos lugares santos, fueron los héroes de los cómics y no la Biblia los que me enseñaron moralidad, juego limpio, compasión y decencia. Fueron héroes míticos como el Poderoso Thor, el Doctor Strange, y el Capitán América quienes más me inspiraron y me inculcaron ese sentido vital de la maravilla.

Creo que nuestra vida es un tapiz rico y complejo, entretejido por una red de coincidencia. Creo incluso que el trauma a veces puede ser beneficioso si lo usamos para nuestra propia ventaja. Por ejemplo, una temporada particularmente horrible en el hospital – poco antes de que cumpliera los cinco años – efectivamente acabó con mi infancia y me puso en un estado perpetuo de hiperconciencia y agitación desde entonces. Pero en ese momento también vi algo en uno de los libros de cómics de mi tío (Witching Hour # 12, para ser exactos) que cambió mi vida para siempre.

Ese algo era una publicidad a página completa que anunciaba la llegada del genio de la historieta Jack Kirby a DC Comics en 1971. Kirby había creado una trinidad de títulos sobre la base de una raza de super-seres a los que llamó “los Nuevos Dioses”. Bajo una pancarta que gritaba “¡LA MAGIA DE KIRBY!” estaban las portadas de los tres nuevos cómics: The New Gods, The Forever People, y Mister Miracle. Mi cerebro infantil estaba fascinado por el descarado carácter religioso de estos nuevos héroes. No leí ninguna de ellas hasta años más tarde, pero aquella sola página de aquél comic inició una obsesión de toda la vida por el hombre que en gran parte es responsable de soñar con los dioses y demonios que hicieron que Marvel Comics sea la fuerza motriz que es hoy.

Todavía recuerdo con orgullo la compra de mi primer cómic de Jack Kirby (Kamandi # 30, “UFO: The Wildest Trip Ever!”), y constantemente sigo sorprendiéndome por la cantidad de ideas ocultistas, mitológicas y esotéricas que presentaba a los lectores jóvenes como yo. Hoy, parece que estos nuevos dioses entraron en mi vida justo cuando más los necesitaba. Este libro explica cómo los superhéroes han venido a llenar en nuestra sociedad moderna el papel que los dioses y semidioses realizaban en la antigüedad.


MIRA, ARRIBA EN EL CIELO



INVOCACIÓN

De repente, los superhéroes están en todas partes. Superman, Batman y los X-Men gobiernan la taquilla, películas como las de Spider Man solamente ganan casi $ 2.5 mil millones de dólares en todo el mundo. Series de TV con temática de superhéroes como Heroes, The 4400, Smallville, y Kyle XY son los principales éxitos de culto en la televisión. En todo el mundo pueden verse superhéroes en camisetas, loncheras, mochilas y ropa de cama. La industria de los superhéroes es, de hecho, un negocio enorme, y en muchos sentidos más grande que nunca.

El superhéroe moderno nació en medio de la Gran Depresión y en los albores de la Segunda Guerra Mundial. Los estadounidenses tenían miedo, y los superhéroes proveyeron un medio para el confort y el escapismo. Superman, el primero de los grandes superhéroes, no luchaba contra robots o alienígenas espaciales en sus primeras aventuras; combatía a los villanos que realmente preocupaban a la gente en ese momento: gángsters, políticos corruptos, fascistas y especuladores de la guerra. Después de Pearl Harbor, los superhéroes se convirtieron en las mascotas de la empresa bélica. Las revistas de historietas disfrutaron de una tirada de millones durante la guerra, y eran material de lectura esencial para los soldados apostados en el extranjero.

La historia es tan antigua como el tiempo; llamamos a nuestros dioses sólo cuando los necesitamos. Cuando la vida es fácil, los ignoramos. Los libros proféticos de la Biblia están llenos de visionarios vagabundos de ojos desorbitados que vienen del desierto para gritarle a la gente por desatender a Jehová cuando los graneros estaban llenos. Del mismo modo, podemos trazar el destino de los héroes de cómic en la cultura estadounidense mediante la subida y la caída de la confianza pública y el sentido de bienestar.

El boom de los cómics provocado por la Batmanía a finales de 1980, por ejemplo, refleja una sensación de auténtico terror en las calles de EEUU alimentada por la epidemia de crack y la explosión de la violencia de pandillas que la acompañaba. Los creadores de cómics respondían a los titulares del New York Post y otros tabloides sensacionalistas y enviaban a sus vigilantes de cuatro colores a luchar contra las bandas de narcotraficantes, los contrabandistas, y otros matones callejeros. En los años despreocupados del mandato de Clinton, sin embargo, la popularidad de los superhéroes cayó a su punto más bajo. Todo eso cambiaría el 11 de septiembre de 2001.

Hubo un breve momento después de que se derrumbaran las torres del World Trade Center en el que el mundo pareció ser tan claro e inequívoco como en un cómic de superhéroes. Una vez más hubo buenos y malos, villanos y víctimas. Los eventos del 11 de septiembre tocaron una necesidad profunda de algo o alguien que salvara al mundo civilizado de un mal sin rostro y sin nombre que tenía el poder de sembrar el caos de manera instantánea – un tipo de destrucción vista anteriormente sólo en las revistas de historietas o en películas inspiradas en los cómics. Para luchar contra estos demonios invisibles necesitábamos dioses. Y de hecho, una vez más, la industria del cómic se recuperó – suministrándole superhéroes que pondrían las cosas en su sitio a una nación confundida y aterrorizada.

Decadencia y caída

Sólo dos años antes del 11 de septiembre la industria de los superhéroes estaba de rodillas. Miles de tiendas especializadas en cómics se evaporaron en un declive lento pero inexorable que comenzó en 1994, causado por la especulación desenfrenada y un exceso en la oferta de los peores cómics escritos y dibujados en la historia del género. Los fans en shock ahora se refieren a aquellos tiempos oscuros como “la Edad del Cromo” –  una época en la que los trucos de mal gusto como las cubiertas impresas en plástico de cromo seducían a los aficionados a comprar varias copias de cómics ilegibles con la esperanza de que su valor de reventa se triplicaría o cuadruplicaría. Algunos fans realmente creyeron que iban a hacerse ricos con números “populares”, a pesar de que decenas de miles de especuladores también habían comprado docenas de copias. Era un esquema piramidal desvergonzado, donde sólo los editores y los minoristas se beneficiaban. Al final aquello simplemente desacreditó al género y apresuró la decadencia de la industria. El crecimiento de los juegos de video de alta definición, los home videos e Internet también amenazó el futuro de las pobres y  humildes revistas de historietas.



Los comics ya habían estado al borde del abismo antes, cuando el desplome de las ventas amenazó el futuro de la industria durante la década de 1970. Fueron salvados por la introducción del sistema de “mercado directo”, un modelo de distribución en el que a los editores se les garantizaban las ventas a los minoristas especializados, que compraban las revistas directamente, en lugar de adquirirlas en consignación. A cambio, los minoristas se quedaban con las que no vendían como “números atrasados” y se les ofrecía un mayor descuento por sus esfuerzos.

Liberados del peso financiero aplastante de los productos sin vender y de las restricciones de la censura de la Comics Code Authority, los creadores comenzaron a experimentar con argumentos más maduros y exigentes. De hecho, muchos de los temas que atraen a millones de espectadores de hoy tienen sus raíces en las innovadoras historias de la década de 1980. Las ventas comenzaron a subir a medida que el contenido se fue haciendo más sofisticado. Estas obras maduras atrajeron a nuevos fans, pero siguieron manteniendo el interés de los lectores de más edad, que en el pasado por lo general abandonaban los cómics cuando salían de la adolescencia. Los editores mantenían los servicios de los artistas y escritores talentosos, que de otra manera hubieran dejado el género por un trabajo más lucrativo. Y los programas de regalías y de participación en los beneficios permitieron a los principales creadores hacerse realmente ricos. Como resultado, la década de 1980 vio un renacimiento de los cómics americanos.

Todo este dinero, sin embargo, se convirtió en la causa raíz de la experiencia cercana a la muerte del cómic en la década de 1990. Títulos como Batman: The Dark Knight Returns y Watchmen no sólo lograron grandes ventas, sino que también atrajeron el interés de los principales medios de comunicación. Surgió un nuevo tipo de creador, motivado casi en su totalidad por el dinero. Muchos de ellos eran talentosos y sinceros; muchos no lo eran. Pero muchos de los que no tenían talento rápidamente aprendieron el arte de las ventas. Al mismo tiempo, los editores abandonaron el antiguo estándar destinado a prevenir que los personajes de los cómics fueran sobreexpuestos o tergiversados. Estas tendencias, combinadas con la venta artificialmente inflada de los números viejos, provocaron una inundación.

A principios de la década de 1990, editores como Image, Acclaim, y Malibu estaban impulsando una especie de versión crack-cocainómana de los superhéroes. El modelo fue creado por el ex artista de Marvel Rob Liefeld, que desarrolló un vocabulario de trucos visuales chillones calculados para excitar a los fans crédulos. En lugar de elegantes atletas idealizados con trajes coloridos pero de buen gusto, los superhéroes se convirtieron en un lío de venas abultadas y músculos inflamados, trajes con absurdas influencias punks, miembros cibernéticos, y armas automáticas grotescas. Sus rostros estaban congelados invariablemente en muecas de odio, y todos ellos parecían obsesionados con la muerte y el caos sin sentido. Las historias se convirtieron en meros revoltijos incomprensibles de poses de acción, escenas de lucha mal coreografiadas, y explosiones. La tendencia se propagó tanto que incluso los augustos héroes de Marvel y DC Comics comenzaron a adoptar el estilo Liefeld, y todo el mercado se vio saturado con chascos publicitarios – cubiertas variantes, de cromo, troqueladas – cuyo único propósito era mover el producto.

El punto de inflexión se produjo en 1993 con el truco de “La Muerte de Superman” de DC Comics en Superman # 75, que vendió millones y atrajo a miles de nuevos clientes a las tiendas de cómics. La nefasta estratagema de marketing dejó un regusto amargo, sin embargo. Los verdaderos fanáticos sabían que DC nunca dejaría muerto a su personaje más representativo, y finalmente se dieron cuenta de que estaban siendo estafados. A mediados de la década, miles de minoristas se vieron enterrados bajo montones de productos sin vender; muchas tiendas simplemente se hundieron. Sin embargo, los editores continuaron vomitando más de la misma basura.

Las cosas fueron de mal en peor. Batman y Robin, la película casi inmirable dirigida por Joel Schumacher en 1997, puso de rodillas a la franquicia de Batman y casi arrastró al imperio Warner Brothers en su caída. Esto fue seguido por una cadena de fracasos como Judge Dredd, Tank Girl y The Phantom que amenazaron el futuro de todo el género de “películas basadas en cómics”. Hay una simetría irónica en esto, pues había sido el éxito de la primera película de Batman de 1989 el que desató uno de los booms más febriles en los cincuenta años de historia de la industria del cómic, al igual que el éxito de la serie televisiva de Batman había hecho en 1966.



KINGDOM COME

En 1996, dos creadores decidieron que estaban hartos. Uno de ellos era Alex Ross, un pintor asombrosamente talentoso e hijo de un predicador de Texas. Ross creció obsesionado con la obra de ilustradores clásicos como Andrew Loomis y Norman Rockwell, y la música de la banda de rock de formación clásica Queen. Su gran pasión, sin embargo, eran los nobles y abnegados superhéroes de la llamada Edad de Plata del cómic (1957-1970). Ross irrumpió en la escena del cómic en 1994 con una serie titulada Marvels, donde presentaba a los héroes más populares de Marvel Comics con su estilo grácil e impresionista, aunque fotorrealista. Los nobles personajes de Ross tenían un efecto inmediato, haciendo que todos los otros cómics de superhéroes se vieran feos y cínicos en comparación.

Con la ayuda de otro sureño intratable (el escritor de diálogos Mark Waid), Ross le declaró la guerra a la Edad del Cromo. Su miniserie épica de 1996 Kingdom Come es nada más y nada menos que un tratado apocalíptico, inundado de ira bíblica ardiente. La historia presenta un mundo en el que los superhéroes de la vieja escuela (Superman, Batman, Flash, la Mujer Maravilla, y otros) están o bien en el retiro forzoso u operando de manera clandestina. En su lugar surge una nueva generación de héroes – maníacos violentos que pierden la mayor parte de su tiempo involucrados en batallas sin sentido con otros héroes. El que sobresale entre éstos es Magog, una parodia no muy sutil de la creación más exitosa de Rob Liefeld, Cable. Durante una de sus refriegas, esta nueva generación de héroes causa un accidente nuclear que afecta al cinturón agrícola del Medio Oeste y lo reduce a un yermo. Los lectores perspicaces reconocieron esto como una metáfora de lo que la nueva generación de cómics de superhéroes estaba haciendo al género y al mercado.

Alarmado por esto, Superman sale del retiro y vuelve a montar la Liga de la Justicia de DC. En una serie de batallas vistosas, Superman y la Liga descienden desde los cielos como arcángeles y aplastan a la nueva generación de lunáticos con superpoderes, desterrándolos finalmente a un enorme gulag en el páramo radiactivo de Kansas. Sin embargo, el archienemigo de Superman, Lex Luthor, tiene otros planes. Luthor reúne su propia banda de héroes (dirigidos por el Capitán Marvel, sometido bajo control mental) para luchar contra la Liga. El clímax llega cuando Superman y el aún más poderoso Capitán se trenzan en combate, mientras que los misiles nucleares destinados a destruir a todos los seres con superpoderes llueven desde los cielos. En el último momento, el Capitán Marvel se libera de la influencia del control mental e invoca a los relámpagos de los cielos para destruir a los misiles en pleno vuelo. Muere en el acto. La historia termina con la paz en la Tierra y con la Mujer Maravilla embarazada del hijo de Superman. Kingdom Come marcó el final de la Edad del Cromo, aunque el mercado de los comics tardaría años en recuperarse del daño que había causado. La novela gráfica es notable, sin embargo, por otra razón. Kingdom Come – tal vez más que cualquier otro cómic de la historia – delinea lo que los superhéroes son para sus más devotos fans. Nada menos que dioses.

EL HÉROE COMO MESÍAS

Ross y Waid pintan claramente al Capitán – una entidad incorpórea encarnada mediante magia ocultista – como el nuevo Cristo. Aunque Superman es la estrella del cómic, Marvel es la pieza clave de la serie, y su muerte es la salvación para la humanidad. En Kingdom Come, el Capitán Marvel está dotado de un poder invulnerable, casi totémico.

En muchos sentidos, el Capitán Marvel es el icono último de la realización de los deseos. Un joven huérfano, Billy Batson, tropieza accidentalmente con un gran hechicero en una cámara subterránea. El hechicero le enseña un encantamiento mágico que le brinda al niño los poderes de un dios. El Capitán Marvel no está manchado por las fallas y debilidades de los héroes ordinarios. Su traje, con sus florituras reales, marciales, es más digno que los calzones de Superman. Tampoco carga con el bagaje psicológico que arrastran figuras como la de Batman y Spider-Man. No es de extrañar, entonces, que él fuera el personaje favorito del creador más importante en la historia de los cómics de superhéroes, Jack Kirby. Dos de los personajes más emblemáticos de Kirby, el Poderoso Thor y OMAC, están inspirados en gran medida en el Capitán Marvel, al igual que el personaje principal de Kirby, el Capitán América. Y es probable que no sea una coincidencia que otros dos creadores fundamentales, Alan Moore y Neil Gaiman, comenzaran sus carreras escribiendo para la contraparte británica del Capitán Marvel, Marvelman.

Kingdom Come invocó al espíritu del Capitán Marvel porque sus creadores sintieron que su ausencia, o más bien, la ausencia de lo que él representaba, estaba destruyendo algo que amaban. Los superhéroes sombríos y ásperos de Rob Liefeld y su banda de coconspiradores – justicieros oscuros y violentos como Wolverine y The Punisher – ya ni siquiera eran agradables, y mucho menos admirables o dignos de emulación. El catalizador de esta tendencia fue la novela gráfica de Frank Miller de 1986, Batman: the Dark Knight ReturnsBatman: El Regreso del Caballero Oscuro – (o simplemente Dark Knight).

Dark Knight era una mirada implacablemente brutal a la violencia urbana, sazonada con pesadas dosis de propaganda cripto-fascista e imaginería sexual transgresora. La furia apocalíptica de la serie (con guerra nuclear incluida) tuvo el impacto emocional de un mazazo, y pronto todo el mundo del cómic siguió su ejemplo. Los superhéroes comenzaron a perder su aura ingenua y apta para niños, y pronto se convirtieron en guerreros urbanos actualizados. Esto atrajo a los jóvenes de los barrios bajos, muchos de ellos negros e hispanos, que vivían un caos similar en sus propios arrabales. De hecho, la mayor parte de los nuevos lectores que ingresaron al mercado del cómic a finales de los 80s eran de clase media-baja. Las ciudades estadounidenses estaban en medio de una crisis existencial, y es en momentos como estos que aparecen los dioses. Del mismo modo, es probable que no sea casualidad que el auge de los cómics empezó a declinar a medida que la epidemia del crack y la terrible violencia armada que lo acompañaba comenzó a amainar a mediados de los años 90.

Sin embargo, el paisaje cambió cuando la tragedia del 11 de septiembre golpeó. Los políticos y los expertos por igual respondieron al evento con una serie calculada de declaraciones y acciones que parecían sacadas directamente de las páginas de Superman o de los X-Men. Y la industria del comic no perdió tiempo para ponerse a la altura de las circunstancias. Una serie de revistas conmemorativas inundaron rápidamente los kioscos, con los personajes principales de Marvel reaccionando a la tragedia.

El verano siguiente, una adaptación cinematográfica de Spider-Man llegó a la pantalla. Los daños hechos en Manhattan por el Duende Verde en esa película explotaban el temor primitivo desatado aquella hermosa mañana de septiembre, y la victoria eventual de Spider-Man garantizaba que la película se convertiría en un gigante en las taquillas. El trauma del 11 de septiembre explica por qué la película dio el golpe visceral que dio. Mientras observamos a Spider-Man triunfando sobre las fuerzas del caos y el mal, en cierto sentido, el daño psíquico hecho ese día es reparado. Y esos miedos primigenios aún persisten. Atestigüemos el éxito de Batman Begins en 2005, que también contaba con actos similares de caos apocalíptico desatados sobre Ciudad Gótica.

HEROES MARCA HOLLYWOOD

El éxito de taquilla de los superhéroes ha llevado a muchos estudios de cine y empresas de animación a tratar de construir sus propias franquicias de superhéroes desde cero. El Fantasma del Espacio, Birdman y el Trío Galaxia, El Secreto de Isis, El Gran Héroe Americano, Thundarr el Bárbaro, los Thundercats, Darkman, Dark Angel, Meteor Man, y M.A.N.T.I.S. son algunos ejemplos de esto. La mayoría de estos intentos, sin embargo, han sido efímeros. También hubo personajes de películas que son superhéroes en todo sentido menos en el nombre – Terminator y Rambo, por ejemplo. Pero hay algo en el género del cómic que lo hace ser la mejor incubadora para nuestros dioses sustitutos. La gente parece olfatear la falta de sinceridad de estas franquicias prefabricadas de Hollywood. Y la falta de sinceridad es la muerte instantánea para un superhéroe – o un dios, para el caso. Las dos películas que han creado superhéroes desde cero con éxito se han basado en gran medida en los cómics para hacerlo. En 1999 The Matrix fue creada por dos fans de los cómics devenidos en directores de cine, Andy y Larry Wachowski. Los hermanos reclutaron a dos ostentosos artistas de la historieta, Geoff Darrow y Steve Skroce, para que los ayudaran a desarrollar sus conceptos. De hecho, Darrow y Skroce esencialmente crearon un cómic con el guión. Los directores, entonces, utilizaron el cómic para promocionar la película. Matrix también se apoyó fuertemente en el misticismo religioso y en la ciencia ficción cyberpunk, creando así el primer superhéroe gnóstico-hacker-budista zen, Neo, interpretado por Keanu Reeves. Después de escribir y producir otra película de alto presupuesto basada en un cómic (V de Vendetta) en 2006, los hermanos Wachowski se metieron de lleno y comenzaron su propia línea de cómics, Burlyman Entertainment.

Una banda de héroes más orientada a la familia, Los Increíbles, fue creada por el animador Brad Bird para el estudio de animación Pixar. Esta familia heroica era o un tributo o una copia flagrante de los Cuatro Fantásticos de Marvel, dependiendo del punto de vista.

También se han hecho esfuerzos para presentar los superhéroes en el cine y en la televisión sin sus atuendos emblemáticos (es decir, sin Spándex o Lycra). La película de M. Night Shamalayan Unbreakable (2000) proponía la existencia de superhéroes de la vida real que no eran conscientes de sus poderes. Más recientemente, la serie de cable The 4400 ha presentado una nueva raza de humanos que reciben superpoderes por parte de unos científicos del futuro con el fin de evitar un desastre ulterior. La serie, sin embargo, está fuertemente inspirada por los X-Men, ya que los 4400 están dotados de poderes individualizados y son percibidos por el gobierno y la sociedad en general como una amenaza existencial. Siguiendo esta tradición, la serie de gran éxito de la NBC Heroes (coproducida por el afamado escritor de cómics Jeph Loeb) ha hecho que estos superhéroes cotidianos fueran sexys.

Sin embargo, el cómic impreso sigue siendo – como lo ha sido durante 70 años – la principal incubadora de superhéroes, incluso para el cine y la televisión. La razón de esto tiene dos caras. Los cómics utilizan una forma de narrativa muy eficaz que resuena directamente con la mente inconsciente del lector. Los cómics también son muy baratos de producir y de imprimir. Un dibujante talentoso puede romperte el corazón nada más que con un lápiz # 2 y unas pocas hojas de papel.

Si bien la tecnología detrás de la creación de los cómics ha mejorado significativamente – la coloración digital permite a los artistas hacer escenas con detalles casi fotográficos – todo sigue comenzando y terminando con las herramientas más básicas. Mientras que algunos cómics muy populares han sido impresos a bajo costo en blanco y negro, la mayoría de los lectores de hoy en general esperan que los cómics estén presentados muy finamente por talentos de lujo e impresos a todo color en papel de alta calidad. Pero en comparación con un largometraje o incluso con un juego de vídeo, el costo es insignificante. Con menores costos de producción y menos riesgo financiero directo, los creadores y editores son capaces, al menos teóricamente, de experimentar y perseguir visiones muy idiosincrásicas, lo que puede resultar en un material verdaderamente innovador de última hora.



EL CULTO DEL SUPER HÉROE

La pasión pertinaz de los creadores de cómics da a sus obras una convicción visceral diferente a cualquier otro medio de narración. Los fans de las historietas a menudo aspiran a ser creadores y los creadores de cómics suelen ser ávidos fans. Para bien o para mal, la mayoría de los lectores ocasionales de cómics deriva hacia otros pasatiempos; los que quedan son un público altamente sofisticado y altamente especializado. Ellos saben lo que les gusta y lo que no, y toman a sus personajes favoritos muy, muy en serio. De hecho, los artistas y escritores que no tienen la misma alta estima por sus héroes, o los retratan con poca idolatría, a menudo se ven colocados extraoficialmente en una lista negra. Desde Kingdom Come, se espera que los artistas de cómic representen a sus superhéroes con una reverencia similar.

Por otra parte, la accesibilidad de la distribución de mercado directo hace que la competencia entre creadores de historietas sea feroz. Esto ha resultado en una constante evolución del género, sobre todo en lo referente a la forma en que se cuentan las historias. Los artistas de cómic de hoy en día no son meros dibujantes; son ilustradores, y generalmente se espera de ellos que adhieran a los más altos estándares del arte del dibujo. El propio trabajo de Rob Liefeld, y otros de su calibre, rara vez se ve hoy en los kioscos. Él y otros como él son vistos como infieles en la nueva Iglesia del Superhéroe.

Puede ser que el nivel general de ansiedad invocada por el 11 de septiembre y la guerra de Irak alentara y amplificara el nivel de devoción entre los fans. En el pasado reciente, las parodias de superhéroes eran particularmente populares, al igual que la perspectiva humorística y de auto-burla de los personajes favoritos. Por ejemplo, la encarnación de La Liga de la Justicia de la década de 1980 fue un título humorístico de superhéroes muy popular. Cuando los escritores y artistas de esa serie se reunieron recientemente para realizar una miniserie titulada Formerly Known as the Justice League, se manejaron únicamente con los personajes periféricos de la serie, como si la parodia estuvieran bien para los personajes de tercera categoría como Blue Beetle y Booster Gold, pero las estrellas como Superman y Batman debían ser tratadas con la máxima solemnidad.

Es exactamente este nivel de seriedad el que alimentó a las adaptaciones cinematográficas de los cómics y es probablemente el responsable de su éxito increíble. El Batman de Tim Burton era un excéntrico, pero era una representación esencialmente fiel del personaje. La película revitalizó a Batman y dio el puntapié inicial a la era de las películas modernas de superhéroes. Por el contrario, el Batman de Joel Schumacher fue una autoparodia cursi que casi destruyó la franquicia y el género de películas de superhéroes. El Batman Begins (2005) de Christopher Nolan se apuntaló en gran medida en el tono y el contexto de los cómics contemporáneos y restauró la antigua gloria del personaje.

Es precisamente el tratamiento reverencial de estos personajes – su representación esencialmente religiosa – lo que resuena con el público masivo de hoy. De hecho, fuimos testigos de la aparición de una extraña clase de religión. En efecto, los superhéroes ahora juegan para nosotros el papel que una vez representaran los dioses en las sociedades antiguas. Los fans de hoy no le rezan a Superman o a Batman, o al menos la mayoría de ellos no admite hacerlo. Pero cuando vemos a los fans vestidos como sus héroes favoritos en las convenciones de cómics, estamos viendo el mismo tipo de culto que una vez se realizó en el antiguo mundo pagano, donde los celebrantes se vestían como los objetos de su adoración y representaban sus dramas en fiestas y ceremonias.

En unos pocos años, las convenciones de cómics han dejado de ser asambleas lúgubres y tristes de perdedores marginados y se han convertido en celebraciones masivas de los nuevos dioses y de la cultura popular en general. El “Cosplay”, o juego de disfraces, se ha convertido en una atracción importante de las convenciones, ya que hombres, mujeres, niños y niñas han encontrado un espacio seguro para vivir sus fantasías vestidos como sus superhéroes o personajes de ficción favoritos. Shows como el de Dragon*Con en Atlanta se han hecho famosos por la multitud de hermosas mujeres jóvenes que pululan allí para mostrar sus disfraces hechos con esmero, así como sus figuras esculpidas por Pilates. Un antiguo egipcio o romano no reconocería los personajes, pero seguramente entendería el impulso básico detrás de todo esto. Y aunque algunos trajes tal vez procedan de otros géneros, todo básicamente emana de las profundas raíces de la cultura del cómic.



Esta cultura es mucho más influyente (e insidiosa) de lo que la mayoría piensa. La mayor parte de las películas de acción contemporáneas toman su lenguaje visual de las historietas. El ritmo de hiper-violencia constante de las películas de acción de hoy viene directamente de Jack Kirby. Del mismo modo, el rock ’n’ roll siempre se ha alimentado de las imágenes de los comics. Muchas de las figuras más influyentes del rock han sido fuertemente influenciadas por los cómics. Elvis Presley adoraba al Capitán Marvel Jr., hasta el punto de adoptar su peinado. Donovan se jactó frívolamente de que “Superman y Linterna Verde” no lo afectaban. Black Sabbath cantó odas a Iron Man y a Mr. Miracle. Pink Floyd nombra al  Dr. Strange y los Kinks cantaron sobre el Capitán América. Shock-rockers como David Bowie, Kiss, Alice Cooper, Marilyn Manson, y Glen Danzig son todos fans serios de los cómics, y tomaron muchas de sus ideas visuales directamente de las páginas de Marvel Comics. Marvel incluso devolvió el favor y publicó historietas de Cooper y Kiss en los 70s. No es casualidad que la mayoría de estos artistas sean bien conocidos por su devoción religiosa o por su interés en el misticismo y el ocultismo.

Aunque la mayoría no nos demos cuenta, sencillamente no hay nada nuevo acerca de la devoción por los superhéroes. Sus poderes, sus trajes, e incluso a veces sus nombres fueron tomados directamente de las religiones pre-cristianas de la antigüedad. Cuando uno mira hacia atrás y ve las encarnaciones originales de estos héroes, no puede sino sorprenderse por lo descarado que es su simbolismo y la fuerza con la que reflejan los sistemas de creencias de la era pagana. Aún menos personas se dan cuenta de que esto no ocurrió por casualidad, sino que vino directamente de las sociedades secretas espirituales y místicas y los cultos de finales del siglo XIX – grupos como los teósofos, los rosacruces, y la Sociedad Golden Dawn. Estos grupos dieron la espalda al culto estatal del cristianismo y buscaron en el pasado a las deidades elementales de las antiguas tradiciones. Inspirados por el mismo fermento cultural y espiritual que afectó a nuestro mundo luego del 11 de septiembre, los artistas y arquitectos de este movimiento neoclásico retrataron a los dioses y creencias del mundo antiguo en obras que sobreviven hoy en las principales ciudades de Occidente. Solamente en Manhattan nos encontramos con Mercurio, el mensajero de los dioses, en la Grand Central Station. Vemos a Isis, Reina del Cielo y la Estrella del Mar, en la estatua de Libertad y toda una serie de imágenes y símbolos de los antiguos dioses en el Rockefeller Center. Los jóvenes artistas que crearon a los grandes superhéroes crecieron inmersos en esta atmósfera. En los barrios más finos de Manhattan podemos encontrar dioses al acecho en todas partes – en los zaguanes, sobre las puertas, en los ascensores y en los techos. Estos jóvenes artistas – chicos de la ciudad, en realidad – saquearon los tesoros del mundo antiguo en las escuelas de arte y los museos para crear nuestros nuevos dioses.

La superestrella de los cómics Frank Miller señaló que estos chicos aprendieron bien sus lecciones, señalando que en los cómics antiguos “el superhéroe era un elemento inusual y frecuentemente místico que enfocaba y definía las situaciones y los problemas del mundo real de una manera mucho más clara y directa de lo que podía lograrse con una simple enumeración de los hechos”. En el mundo antiguo, la cultura era inseparable de la religión. Así que tal vez es apropiado decir que dioses como Mercurio, Hércules, y Horus se vieron arrancados de las páginas de la historia y puestos a trabajar en las páginas de los cómics. Estos dioses se sacudieron el polvo de los siglos y surgieron cuando y donde eran más necesitados – en la vanguardia de nuestra cultura popular en un momento de alienación personal, incertidumbre económica y guerra sin fin.


martes, 1 de diciembre de 2015

Zolar X por Citizen Starman



En 2011 me invitaron a participar como ‘columnista’ de una revista virtual llamada MondoRock dedicada mayormente al rock under y al cine de culto; allí, bajo el seudónimo de Citizen Starman publiqué varios artículos breves, en general reseñas cortas de películas y discos. Luego de un cambio de administración y un impasse, la revista desapareció para luego volver cambiada: de manera relativamente inexplicable, los artículos míos y los de otros ex colaboradores como MalChico fueron borrados. Aquello me dio un poco de pena, porque creí que no había guardado los archivos de mis colaboraciones. Ayer, revisando carpetas viejas de mi PC, con alegría, descubrí que sí los había guardado. No son gran cosa, pero me gustaría compartirlos aquí por una cuestión – si se quiere – de nostalgia; el siguiente es uno de ellos



Timeless (2004) – Zolar X
Por Citizen Starman

Según los creyentes (y yo me cuento entre ellos), en 1973 una nave interestelar proveniente del planeta Plutonia descendió en Los Angeles (EEUU), y de ella surgieron cuatro extraterrestres que formaron una banda de rock llamada Zolar X. Algunos infieles aseguran tener pruebas fidedignas de que eran terrestres disfrazados de alienígenas que parecían salidos de una película clase B de los 60s, con antenitas de vinil, cabello platinado con flequillo puntiagudo y orejas a lo Spock. Afirman que el guitarrista y compositor de la banda, Ygarr Ygarrist, en realidad se llamaba Stephen Della Bosca y que había tocado en varias bandas angelinas antes de ‘inventar’ toda esta historia espacial… ¡ja! No saben nada esos herejes. ¿Cómo pueden explicar estos descreídos que los Zolar X hablaban en su propio idioma (zolariano) y vestían esos trajes extraños no solo para los shows y las entrevistas , si no que lo hacían las 24 horas del día?



Zolar X - Timeless


Más allá de la discusión, Zolar X era (es) una banda de rock increíble: rock and roll potente con visos de proto-punk y algún que otro sintetizador con efectos cósmicos, letras de ciencia ficción, look interestelar (una cruza de Ziggy Stardust con el Sr. Spock), y una originalidad y frescura que apabullan.

La primera formación (entre 1973/75) contaba en sus filas con el ya mencionado Ygarr Ygarrist (voz, guitarra, teclados), Zany Zatovian (bajo), Zory Zenith (voz), y Eon Flash (batería). Compartieron escenario con Iggy Pop, Jobriath, New York Dolls, Thor, etc. y Ace Frehley era un fan declarado de los plutonianos. En esa fase de su invasión a la Tierra grabaron muchas canciones, pero solo lanzaron al público un demo de dos temas: Space Age Love / Energize Me (1974). En 1975 Eon y Zany volvieron a su planeta (o se fueron de la banda según los apóstatas) y en su lugar descendieron Ufoian Ufar (bajo) y Romm Eclipse (batería). Luego volvieron a grabar y sacaron varios singles, pero su misión en este planeta concluyó en 1981 y partieron en su nave espacial (los descreídos dicen que se separaron por problemas de abuso de drogas, problemas mentales, y porque el manager del grupo encontró a su novia en la cama junto a Zory, el vocalista).



Zolar X - I Pulled My Helmet Off




En 1982, Pyramid Records lanzó el único LP de Zolar X hasta esa fecha: una compilación póstuma llamada Timeless (algo así como ‘Atemporales’). En 2004, como si se tratase de una cápsula del tiempo, un viejo fan de la banda, Jello Biafra, volvió a lanzar al mercado aquella compilación pero a través de su propio sello, Alternative Tentacles. Esto actuó como un llamado interestelar, y los Zolar X volvieron a descender a la Tierra en 2005 (algunos dicen que estaban en LA y se volvieron a juntar porque el relanzamiento de Timeless había sido exito$o), para realizar giras, volver a grabar y volver a deslumbrarnos con su sci-fi glitter rock, y una nueva formación; a Ygarr Ygarrist se le unieron otros alienígenas recién llegados: Raidia Visual-X y Jett Starsystems

Además de Timeless, los plutonianos materializaron otra compilación llamada ZAP! You’re Zolarized! (2007) - que incluye material inédito de los 70s y algunos temas nuevos -, y X Marks The Spot (2007, Alternative Tentacles) con material nuevo. También existe un documental llamado ZOLAR X: Starmen On Sunset, dirigido por Chuck Nolan (tal vez un ufólogo aficionado).

Terráqueos, les dejo unas muestras del rock plutoniano de alto octanaje… ¡Espero que disfruten de esta banda tanto como yo! ¡Zap! ¡Están Zolarizados!

Zolar X - Rocket Roll



Zolar X - Space Age Love


Addendum de 2015: descubrí esta fantástica banda interestelar a mediados de la década del 2000 gracias a la revista española Popular Nº1; habían publicado un dossier especial sobre Zolar X que me voló la peluca.

Zory, el vocalista, pasó un tiempo en la cárcel (vaya uno a saber qué delito cósmico habrá cometido) pero hace relativamente poco salió y se unió nuevamente a sus paisanos extraterrestres... la historia de Zolar X continúa... 



Zolar X - Mirrors/Jet Star 19

martes, 29 de septiembre de 2015

"La Respuesta" por Fredric Brown

"La Respuesta" es un cuento corto (hoy diríamos casi un "micro-cuento") de Fredric Brown publicado originalmente en el libro Angels and Spaceships (1954)



LA RESPUESTA

Dwar Ev soldó ceremoniosamente la última conexión con oro. Los ojos de una docena de cámaras de televisión le contemplaban y el subéter transmitió al universo una docena de imágenes sobre lo que estaba haciendo. 

Se enderezó e hizo una seña a Dwar Reyn, acercándose después a un interruptor que completaría el contacto cuando lo accionara. El interruptor conectaría, inmediatamente, todo aquel monstruo de máquinas computadoras con todos los planetas habitados del universo - noventa y seis mil millones de planetas - en el supercircuito que los conectaría a todos con una supercalculadora, una máquina cibernética que combinaría todos los conocimientos de todas las galaxias. 

Dwar Reyn habló brevemente a los miles de millones de espectadores y oyentes. Después, tras un momento de silencio, dijo: 

- Ahora, Dwar Ev. 

Dwar Ev accionó el interruptor. Se produjo un impresionante zumbido, la onda de energía procedente de noventa y seis mil millones de planetas. Las luces se encendieron y apagaron a lo largo de los muchos kilómetros de longitud de los paneles. 

Dwar Ev retrocedió un paso y lanzó un profundo suspiro. 

- El honor de formular la primera pregunta te corresponde a ti, Dwar Reyn. 

- Gracias - repuso Dwar Reyn -, será una pregunta que ninguna máquina cibernética ha podido contestar por sí sola. 

Se volvió de cara a la máquina. 

- ¿Existe Dios? 

La impresionante voz contestó sin vacilar, sin el chasquido de un solo relé. 

- Sí, ahora existe un Dios. 

Un súbito temor se reflejó en la cara de Dwar Ev. Dio un salto para agarrar el interruptor. 


Un rayo procedente del cielo despejado le abatió y produjo un cortocircuito que inutilizó el interruptor.




lunes, 1 de junio de 2015

Fragmentos de "SUEÑOS ÁCIDOS, LA HISTORIA SOCIAL COMPLETA DEL LSD" de Martin A. Lee y Bruce Shlain

Fragmentos del libro “SUEÑOS ÁCIDOS, LA HISTORIA SOCIAL COMPLETA DEL LSD: la CIA, los Años Sesenta, y Más Allá (Acid Dreams: The Complete Social History of LSD: the CIA, the Sixties, and Beyond) de Martin A. Lee y Bruce Shlain

Traducción: Mazzu




Octubre de 1977. Miles de personas atiborraban el auditorio de la Universidad de California en Santa Cruz. Los que no pudieron entrar se quedaron afuera y apretaban sus caras contra las ventanas, con la esperanza de vislumbrar a algunos de los dignatarios visitantes. Una selección estelar de poetas, científicos, periodistas y celebridades de los medios se había reunido para la apertura de una conferencia de fin de semana titulada “LSD: Una Generación Después”. Encabezando la cartelera estaba el hombre al que llamaban el “Padre de la Era Psicodélica”.

A los setenta y un años de edad el Dr. Albert Hofmann parecía mal ubicado en su papel de héroe en una reunión de este tipo. Su cortísimo cabello blanco y su atuendo conservador, contrastaban de manera brusca con el aspecto de sus admiradores jóvenes, que fácilmente parecían ser el público de un concierto de rock and roll o de un mitin anti nuclear. Pero mientras caminaba hacia el podio para pronunciar el discurso principal de la noche, el Dr. Hofmann fue recibido por una larga y estruendosa ovación.

“Tal vez estén decepcionados”, advirtió a la audiencia. “Es posible que hayan esperado a un gurú, pero en vez de eso se encontraron con un químico”. Tras lo cual Hofmann se lanzó a un análisis científico serio del proceso que paso a paso lo llevó al descubrimiento del LSD-25, la droga mental más potente conocida por la ciencia en aquel momento. De vez en cuando mostraba un diagrama en la pantalla y se explayaba sobre las sutilezas moleculares de las drogas alucinógenas. Si bien gran parte de los datos técnicos se elevaban muy por encima del entendimiento de sus oyentes, éstos parecían amar cada minuto de la charla.

El Dr. Hofmann sintetizó por primera vez el LSD (dietilamida del ácido lisérgico) en 1938, mientras investigaba las propiedades químicas y farmacológicas de cornezuelo, un hongo del centeno rico en alcaloides medicinales, para los Laboratorios Sandoz en Basilea, Suiza. Por entonces estaba buscando un compuesto analéptico (un estimulante circulatorio), y el LSD era el vigésimo quinto de una serie de derivados de la ergotamina que él había preparado; de ahí la designación LSD-25. Los estudios preliminares sobre animales de laboratorio no resultaron significativos, y los científicos de Sandoz perdieron rápidamente el interés por la droga. Durante los siguientes cinco años la ampolleta de LSD acumuló polvo en la estantería, hasta la tarde del 16 de abril 1943.

“Tuve la sensación extraña,” dijo Hofmann a las masas reunidas “de que valdría la pena llevar a cabo estudios más profundos sobre aquel compuesto”. En el curso de la preparación de un nuevo lote de LSD, él absorbió accidentalmente una dosis pequeña a través de sus dedos, y pronto fue abrumado por “un estado de intoxicación notable pero no desagradable... caracterizado por una intensa estimulación de la imaginación y un estado alterado de la percepción del mundo”. Un coro de risas cómplices emanó de la audiencia mientras Hofmann continuaba leyendo las notas de su diario. “Mientras yacía en un estado de aturdimiento con los ojos cerrados surgieron ante mí una sucesión de imágenes fantásticas y cambiantes de una realidad y profundidad sorprendentes, alternando con un vívido juego caleidoscópico de colores. Esta condición gradualmente desapareció después de unas tres horas”.

El Dr. Hofmann estaba desconcertado por su primera excursión no planificada al extraño mundo de LSD. No podía comprender cómo pudo haber ingresado esta sustancia en su cuerpo en cantidad suficiente para producir síntomas tan extraordinarios. Por el bien de la ciencia, aseguró a su audiencia, decidió experimentar en sí mismo. Otra ronda bulliciosa de aplausos llenó el auditorio.

El 19 de abril, tres días después de su viaje psicodélico inicial, el Dr. Hofmann ingirió 250 microgramos (una millonésima de un gramo), pensando que una cantidad tan minúscula tendría resultados insignificantes. Pero iba a llevarse una sorpresa. Mientras pedaleaba en su bicicleta camino a casa acompañado por su asistente de laboratorio, se dio cuenta de que los síntomas eran mucho más fuertes que antes. “Tuve una gran dificultad para hablar coherentemente”, relató. “Mi campo de visión se tambaleaba ante mí, y los objetos parecían distorsionados, como imágenes en espejos curvos. Tuve la impresión de no poder moverme del lugar, aunque mi asistente me dijo después que íbamos pedaleando a buen ritmo”.

Cuando Hofmann llegó a su casa, consultó a un médico, que estaba mal equipado para hacer frente a lo que luego se llamaría un “mal viaje”. Hofmann no sabía si había tomado una dosis letal, ni si estaría perdido para siempre en los retorcidos pasillos del espacio interior. Durante un rato temió haberse vuelto loco: “ocasionalmente sentía como si estuviera fuera de mi cuerpo... pensé que había muerto. Mi ‘ego’ estaba suspendido en algún lugar del espacio y veía mi cuerpo muerto en el sofá”.

De alguna manera Hofmann se armó de valor para soportar esta dura prueba mental. A medida que el viaje avanzaba, su condición psíquica comenzó a mejorar, y, finalmente, fue capaz de explorar el terreno alucinógeno con un mínimo de compostura. Pasó las horas que quedaban absorbido en un éxtasis sinestésico, atestiguando cómo cada sonido provocaba un efecto óptico correspondiente, y viceversa, hasta que cayó en un sueño inquieto. A la mañana siguiente se despertó sintiéndose perfectamente bien.

Y así fue que el Dr. Albert Hofmann hizo su descubrimiento ominoso. Desde el primer momento sintió que el LSD podría ser una herramienta importante para el estudio del funcionamiento de la mente, y se sintió complacido cuando la comunidad científica comenzó a usar la droga para este propósito. Pero no previó que su “hijo problemático”, como más tarde se referiría al LSD, tendría tan enorme impacto social y cultural en los años posteriores. Tampoco pudo prever que un día él sería reverenciado como una figura casi mítica por una generación de entusiastas del ácido.

“Dr. Hofmann,” dijo Stephen Gaskin, líder de la mayor comuna contracultural en Estados Unidos, “hay miles de personas en la Granja que sienten que le deben la vida a usted”. Gaskin era uno de los invitados a participar en un panel de discusión en el segundo día del coloquio. Su propósito era proporcionar un foro a los veteranos de la contracultura para reflexionar sobre los buenos viejos tiempos del movimiento psicodélico, que habían alcanzado su pico en la década anterior durante el infame Verano del Amor, y evaluar lo que había sucedido desde entonces. El poeta Allen Ginsberg comparó el evento a una “reunión de ex compañeros de escuela”. Decidió hacer los deberes antes de unirse a sus compañeros graduados en el ácido, por lo que tomó un poco de LSD durante su vuelo a la Costa Oeste. Estando bajo la influencia del psicodélico, comenzó a reflexionar sobre las revelaciones que habían aparecido recientemente en los medios de comunicación sobre el uso de LSD por parte de la CIA como un arma de control mental. La posibilidad de que una organización de espionaje pudiera haber promovido el uso generalizado del LSD era inquietante para Ginsberg, que había sido un abierto defensor de los psicodélicos durante la década de 1960. Cogió un lápiz y comenzó a anotar algunas ideas de alto vuelo. “¿Soy yo, Allen Ginsberg, el producto de uno de los lamentables, imprudentes o triunfalmente exitosos experimentos de la CIA sobre el control mental?”. “¿Había la CIA - por plan consciente o inadvertidamente – abierto la caja de Pandora, dando rienda suelta a la moda del LSD en los EE.UU. y el mundo?”.

Ginsberg planteó la cuestión de la CIA durante la conferencia, pero pocos parecieron tomar el asunto en serio. “El movimiento del LSD fue iniciado por la CIA”, bromeó Timothy Leary con una amplia sonrisa en su rostro. “Yo no estaría aquí ahora, sin la previsión de los científicos de la CIA”. Quien en el pasado fuera el flautista de Hamelin de los niños de las flores, estaba en plena forma, riendo y bromeando con los periodistas, como si nunca hubiera sido perseguido a través de medio mundo por la policía de narcóticos de los EE.UU. y hubiera pasado los últimos años en la cárcel. “No fue un accidente,” reflexionó Leary. “Todo fue planeado y guionado por la Inteligencia Central, y estoy totalmente a favor de la Inteligencia Central”.

Un estado de ánimo jovial prevaleció en gran parte del panel de discusión. Viejos camaradas que no se habían visto durante mucho tiempo intercambiaron cuentos de gloria ácida y recordaron las aventuras locas e inolvidables de antaño. “Cuando miro a mis colegas y a mí mismo”, dijo Richard Alpert, uno de los cohortes originales de Leary en la Universidad de Harvard en la década de 1960, “veo que hemos procedido como hemos querido, a pesar de todos los problemas. ¡Creo que lo que estamos haciendo hoy en parte demuestra que no somos psicóticos!”. Alpert continuó declarando que no le importaba si nunca volvía a tomar LSD, pero que apreciaba lo que sus cientos de viajes le habían enseñado y que esperaba que hubiera un clima más favorable para la investigación seria sobre el LSD en un futuro cercano.

Los sentimientos de Alpert hicieron eco en muchos de los panelistas, quienes llamaron al gobierno a reconsiderar sus políticas restrictivas para que los científicos y psicólogos pudieran reanudar el estudio de la droga. Hubo testimonios frecuentes sobre las contribuciones que el LSD hizo a la ciencia y a la sociedad. El ácido fue elogiado como una bendición para la psicoterapia, un potenciador de la creatividad, un sacramento religioso, y un liberador del espíritu humano. El Dr. Ralph Metzner, el tercer miembro del triunvirato de Harvard, sugiere que la aparición del LSD constituye nada menos que un punto de inflexión en la evolución humana. No fue una coincidencia, sostuvo, que el Dr. Hofmann descubriera los efectos del LSD poco después de que se lograra la primera reacción nuclear en cadena en el Proyecto Manhattan. Sus comentarios parecían dar a entender que el LSD era una especie de antídoto divino para la maldición nuclear y que la humanidad debería prestar atención a la revelación psicodélica si quería alterar su curso autodestructivo y evitar una catástrofe mayor.

El autor Richard Ashley se explayó sobre el tema del ácido como un mesías químico. En lo que a él se refería, el LSD había proporcionado el medio más eficaz de hacer entrar en cortocircuito la camisa de fuerza mental que la sociedad impone a sus miembros. Un estado policial a nivel mundial era virtualmente una certeza, predijo Ashley, a menos que más personas se volcaran al uso drogas psicodélicas para elevar su conciencia y resistir el fantasma ominoso de control del pensamiento.

Otros fueron un poco más cautos al especular sobre el papel de las drogas alucinógenas en la sociedad industrial avanzada. “El LSD llegó antes de que nuestra cultura estuviera lista para ello”, afirmó el Dr. Stanley Krippner, un eminente parapsicólogo que había dirigido el Laboratorio Maimonides para el estudio de los sueños en Nueva York. “Creo que todavía no estamos preparados para ello. No lo hemos utilizado para sus mejores provechos. Las sustancias psicodélicas han sido utilizadas muy sabiamente en las culturas primitivas con fines espirituales y curativos. Nuestra cultura no tiene ese marco. No tenemos la cercanía a Dios, la cercanía a la naturaleza, la perspectiva chamánica. Hemos perdido todo eso”.

Para el momento en que la conferencia llegaba a su fin, más de treinta oradores habían rendido sus veredictos sobre el LSD y la llamada revolución psicodélica. Aunque era evidente que todo el mundo había sido profundamente afectado por la experiencia de la droga y el movimiento social que había inspirado, no hubo consenso general en cuanto a lo que significaba todo aquello. Cada persona tenía sus ideas sobre por qué las cosas sucedieron como lo hicieron y qué podría presagiar el futuro. Algunos consideraban que el LSD llegó a la escena justo en el momento preciso, otros lo vieron como un descubrimiento prematuro, y había algunos que pensaban que podría haber llegado demasiado tarde. Si eso no era suficiente para confundir totalmente a la audiencia, John Lilly, el científico de los delfines, instó a sus oyentes a ignorar todo lo que habían escuchado de sus mayores y hacer sus propios descubrimientos. Ginsberg secundó la moción en sus observaciones finales. “Tenemos que desenredarnos de las suposiciones del pasado”, aconsejó. “El término ‘revolución psicodélica’ es parte de un pasado creado en gran medida por las imágenes de los medios. Tenemos que desechar las imágenes del pasado”.

Menos de un mes antes de la convención de Santa Cruz, el LSD fue el tema principal en otra reunión muy concurrida. El escenario en esta ocasión era una adornada habitación de audiencias del Senado en el Capitolio. Las cámaras de televisión estaban listas para rodar mientras Ted Kennedy, presidente del Subcomité Senatorial de Salud e Investigación Científica, caminaba hacia el atril flanqueado por algunos de sus colaboradores. Durante los siguientes dos días intentaría examinar los detalles escurridizos de la Operación MK-ULTRA, el programa principal de la CIA que implicaba el desarrollo de agentes químicos y biológicos durante la Guerra Fría.

En su discurso de apertura Kennedy dijo al público que esperaba que estas audiencias  “cerraran el libro de este capítulo de la vida de la CIA”. Luego procedió a interrogar a un grupo de ex empleados de la CIA sobre las pruebas que la Agencia había hecho con LSD y otras drogas sobre ciudadanos estadounidenses como sujetos involuntarios. Estas actividades eran consideradas tan delicadas que incluso sólo un puñado de personas dentro de la CIA sabía de ellas. Un documento anteriormente clasificado explicaba por qué el programa se mantenía en secreto: “El conocimiento de que la Agencia está participando en actividades poco éticas e ilegales tendría graves repercusiones en los círculos políticos y diplomáticos y sería perjudicial para el cumplimiento de su misión”.

Aunque la mayoría de los testimonios habían sido previamente ensayados, cuando los testigos se habían reunido con un miembro del personal de Kennedy, el senador de Massachusetts se las arregló para fingir un sentimiento de asombro cuando David Rhodes, un ex psicólogo de la CIA, relató un experimento malogrado con LSD en un refugio de la CIA en el área de la Bahía de San Francisco. Describió que individuos desprevenidos eran reclutados en bares locales y llevados a una fiesta en la que agentes de la CIA intentaban liberar LSD en forma de aerosol. Pero, como explicaba Rhodes, las corrientes de aire en la habitación no eran adecuadas para la dosificación de los asistentes a la fiesta, así que uno de sus compañeros se coló en el cuarto de baño y probó rociándose a sí mismo con el spray. El público se rió ante la idea de hombres adultos rociándose con ácido del gobierno, mientras que los reporteros de noticias garabateaban sus versiones de la historia para los titulares.

A lo largo de las audiencias los senadores escucharon una historia tras otra sobre la torpeza del personal de la Agencia. Phillip Goldman, un especialista en armamento químico de la CIA, podría haber estado describiendo una rutina de los Tres Chiflados cuando contó sobre un intento de probar un dispositivo de lanzamiento de bombas de olor. El proyectil golpeó el alféizar de la ventana, y los espías tuvieron que taparse las narices. Hubo más risas cuando  mencionó una varilla de cóctel recubierta de droga que se disolvía en la bebida, pero dejaba un sabor tan amargo que nadie quería beberla. Y así sucesivamente. Este tipo de bufonadas demostraron ser una táctica eficaz de relaciones públicas para la CIA, desviando el escrutinio serio de las fechorías relacionadas con las drogas. Al hacer hincapié en la ineptitud la Agencia transmitía un aire demasiado humano. Después de todo, ¿por qué procesar a un montón de tipos por perder el tiempo con productos químicos que nunca podrían aspirar a entender?

El testigo estrella del segundo día de audiencias fue el principal brujo-científico de la CIA, el Dr. Sidney Gottlieb, quien dirigió el programa MK-ULTRA. Gottlieb, un hombre delgado, con el pelo corto y canoso, y un pie equinovaro, accedió a testificar sólo después de recibir una garantía de inmunidad judicial penal. Su testimonio ante el subcomité del Senado marcó la primera aparición pública de esta oscura figura desde su salida de la Agencia en el año 1973. En realidad, su aparición fue “semi-pública”. Debido a que sufría de una enfermedad cardíaca, a Gottlieb se le permitió hablar con los senadores en una pequeña antecámara mientras todos los demás escuchaban el proceso mediante un sistema de parlantes.

El propósito de los programas de la Operación MK-ULTRA y afines, explicó Gottlieb, era “investigar si era posible modificar el comportamiento de un individuo por medios encubiertos”. Cuando se le pidió se explayara sobre lo que la CIA había descubierto a través de esta investigación, Gottlieb se vio afligido por una repentina pérdida de la memoria, como si estuviera bajo la influencia de una de sus propias drogas de amnesia. Sin embargo, confirmó los informes anteriores de que se utilizaron prostitutas en los experimentos en los refugios para echar droga en las bebidas de los infortunados clientes, mientras que los agentes de la CIA observaban, fotografiaban, y grababan la acción.

Cuando se le pidió que justificara esta actividad, Gottlieb recurrió al conocido refrán de la Guerra Fría que había sido invocado en varias ocasiones a lo largo de las audiencias por otros testigos. El ímpetu inicial de los programas de drogas de la CIA, sostuvo, surgió de la preocupación por el uso agresivo de técnicas de alteración del comportamiento contra los EE.UU. por parte de sus enemigos. Gottlieb afirmó que había pruebas (que él nunca compartió con los senadores) de que los soviéticos y los chinos rojos podrían haber estado haciendo pruebas con el LSD en la década de 1950. Esto, explicó, tenía graves consecuencias para nuestra seguridad nacional.

Al cierre de las audiencias, Kennedy resumió las pruebas subrepticias con LSD diciendo: “Estas actividades forman parte de la historia, no de las prácticas actuales de la CIA”. Y eso fue todo. Los senadores parecían ansiosos por finalizar todo el espectáculo sin más, a pesar de que muchas cuestiones estaban lejos de haber sido resueltas. Más tarde se reveló que algunos de los testigos habían deliberado entre sí, y decidieron limitar su testimonio al grado mínimo necesario para satisfacer a la comisión. Como admitió el doctor Gottlieb, “La conclusión de todo este asunto aún no se ha escrito”.

Poco después del foro del Senado, un abogado de Washington nos dio una pista acerca de cómo obtener acceso a una sala de lectura especial que albergaba documentos relativos a la Operación MK-ULTRA y a otros proyectos de control mental de la CIA. Los documentos habían sido recientemente desclasificados como resultado de una solicitud de Libertad de Información por parte del investigador John Marks. Situada en la planta baja del Hotel Hyatt Regency en Rosslyn, Virginia, la sala de lectura estaba llena de humo y abarrotada de periodistas que trabajan con plazos, hurgando en un montón de papeles lo más rápido que sus dedos pudieran pasar las páginas. Nosotros no estábamos restringidos por un cierre de edición, así que decidimos examinar los archivos a un ritmo pausado.

La lectura de los archivos de inteligencia fue a la vez emocionante y frustrante. Cada pila de informes contenía mucha censura y una gran mezcolanza de datos, muchos de los cuales parecían triviales. No había ninguna razón en su disposición: los registros financieros, listas de inventario, chismes internos, y las cartas de recomendación se intercalan aleatoriamente con las actas de reuniones de alto secreto y otros datos prometedores.

Nuestra excavación fue un largo camino, con la intención de examinar cada trozo de información relacionada con los programas de la CIA de modificación de la conducta. Nuestras visitas a la sala de lectura se convirtieron en un ritual semanal, y pronto ampliamos nuestra investigación para incluir también los documentos del ejército, la marina, y la fuerza aérea. Durante los posteriores seis meses revisamos aproximadamente veinte mil páginas de memorandos previamente clasificados. Empezamos a pensar en nosotros mismos más como arqueólogos que como periodistas de investigación, tratando de desenterrar los restos de una historia perdida enterrada bajo capas de secretismo.

En el curso de nuestra investigación hemos descubierto documentos de la CIA que describen experimentos de privación sensorial, aprendizaje mediante el sueño, PES, proyección subliminal, estimulación cerebral electrónica, y muchos otros métodos que podrían tener aplicaciones para la modificación del comportamiento. Un proyecto fue diseñado para convertir a la gente en asesinos programados que matarían por órdenes automáticas. Otro documento menciona “ansiedades hipnóticamente inducidas” y “dolor inducido como una forma de control físico y psicológico”. Había repetidas referencias a drogas exóticas y agentes biológicos que causaban “cefalea en brotes”, espasmos o babeo incontrolable, o un estupor semejante al producido por la lobotomía. Productos químicos mortales fueron inventados con el único fin de inducir ataques cardíacos o cáncer sin dejar rastros de la fuente real de la enfermedad. Los especialistas de la CIA también estudiaron los efectos de los campos magnéticos, las vibraciones ultrasónicas, y otras formas de energía radiante sobre el cerebro. Como dijo un médico de la CIA, “Vivíamos en la tierra del nunca jamás de los memorandos ‘top secret’ y de la experimentación incesante”.

Por lo visto, casi todas las drogas que aparecieron en el mercado negro durante los años 60s – la marihuana, la cocaína, la heroína, el PCP, el nitrato de amilo, los hongos, el DMT, los barbitúricos, el gas hilarante, el speed y muchas otras - habían sido previamente examinadas, probadas, y en algunos casos refinadas por la CIA y los científicos del ejército. Pero de todas las técnicas exploradas durante veinticinco años por la Agencia en su gesta multimillonaria por conquistar la mente humana, ninguna recibió tanta atención o fue aprovechada con tanto entusiasmo como el LSD-25. Durante un tiempo, el personal de la CIA estuvo completamente enamorado del alucinógeno. Aquellos que hicieron las primeras pruebas con el LSD en la década de 1950 estaban convencidos de que revolucionaría el mundo del espionaje.

Al estudiar los documentos más de cerca, ciertas formas y patrones cobraron vida para nosotros. Comenzamos a tener una idea de la dinámica interna del programa secreto del LSD de la CIA y cómo evolucionó con los años. La historia que surgió fue mucho más compleja y rica en detalles que el puñado de información inconexa que había aparecido en varios informes de prensa y del gobierno. Hemos sido capaces de entender lo que los espías estaban buscando cuando por primera vez investigaron el LSD, lo que ocurrió durante la fase inicial de experimentación, cómo cambió su actitud cuando probaron la droga en sí mismos y sus asociados, y la forma en que se utilizó en última instancia en operaciones secretas.

La ironía central del LSD es que ha sido usado como arma y también como sacramento, como droga de control mental y también como químico para la expansión de la mente. Cada una de estas posibilidades generó una historia única: una historia encubierta, por un lado, enraizada en la CIA y la experimentación militar con alucinógenos, y una historia popular de la contracultura de las drogas que tomó protagonismo en la década de 1960. Los puntos clave de las dos historias convergen y se superponen, formando una interfaz entre los programas secretos de drogas de la CIA y el auge y caída del movimiento psicodélico.

La historia del LSD es inseparable de las esperanzas e ilusiones destrozadas de la generación de los sesenta. En muchos sentidos, proporciona una clave para la comprensión de lo que sucedió durante esa era turbulenta, cuando la revolución política y cultural estalló con furia. Y, sin embargo, a medida que la década llegaba a su fin, el movimiento juvenil de repente se derrumbó y tocó fondo, dejando una estela de preguntas sin respuesta a su paso. Sólo mediante el examen de ambos lados de la saga psicodélica – el programa de control mental de la CIA y la subcultura de las drogas - podemos comprender la verdadera naturaleza del LSD-25 y discernir qué efecto tuvo este poderoso agente químico en las revueltas sociales de la década de 1960.



Los Buscadores de la Verdad


En la primavera de 1942 el general William “Wild Bill” Donovan, jefe de la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS), predecesora de la CIA durante la guerra, reunió a media docena de científicos estadounidenses de prestigio para que formaran parte de un programa de investigación de alto secreto. Su misión, explicó Donovan, era desarrollar una droga que indujera a soltar la lengua en los interrogatorios de inteligencia. Él insistió que la necesidad de tal recurso era tan urgente que justificaba cualquier intento para hallarlo.

El uso de drogas por parte de agentes secretos ha sido parte del folklore del espionaje durante mucho tiempo, pero este sería el primer intento concertado de una organización estadounidense de espionaje para modificar el comportamiento humano a través de medios químicos. “No teníamos miedo de probar cosas que nunca se habían hecho antes”, afirmó Donovan, quien fue conocido por su perspectiva libre y poco convencional del espionaje. El jefe de la OSS presionó a sus asociados para que obtuvieran una sustancia que pudiera vencer las defensas psicológicas de los espías enemigos y los prisioneros de guerra, provocando así la revelación desinhibida de información clasificada. Dicha droga también sería útil para el personal de OSS a fin de identificar a los simpatizantes de Alemania, los agentes dobles, y a los posibles inadaptados.

El Dr. Windfred Overhulser, superintendente del Hospital de Santa Isabel, en Washington, DC, fue nombrado presidente del comité de investigación. Dicho comité también incluía al Dr. Edward Strecker, por entonces presidente de la Asociación Americana de Psiquiatría, y a Harry J. Anslinger, jefe de la Oficina Federal de Narcóticos. El comité estudió y rechazó numerosas drogas, incluyendo el alcohol, los barbitúricos, y la cafeína. El peyote y la escopolamina también fueron examinados, pero las visiones producidas por estas sustancias interferían con el proceso de interrogación. Finalmente la marihuana fue elegida como la candidata más probable como agente inductor del habla.

Los científicos de la OSS crearon un extracto de cannabis altamente potente, y a través del proceso conocido como esterificación obtuvieron un líquido claro y viscoso. El producto final era incoloro, inodoro e insípido. Era casi imposible de detectar cuando se administraba subrepticiamente, que era exactamente lo que los espías se proponía hacer. “No hay razones para creer que ninguna otra nación o grupo esté familiarizado con esta preparación particular de esta droga,” afirmaba el documento desclasificado de la OSS. A partir de entonces la OSS comenzó a referirse al extracto de marihuana como “TD”. – una tapadera bastante transparente para Truth Drug, Suero de la Verdad.

Diversas formas de administración de TD fueron probadas sobre sujetos involuntarios. Los operarios de la OSS descubrieron que el líquido podía ser “inyectado en cualquier tipo de alimento, como el puré de papas, la mantequilla, los aderezos para ensaladas, o en productos tales como las golosinas”. Otra estrategia era el uso de pañuelos faciales impregnados con la droga. Pero estos métodos tenían sus inconvenientes. ¿Qué pasaba si alguien tenía un apetito particularmente voraz? Demasiada TD podía noquear al sujeto y hacerlo inútil para la interrogación. La OSS resolvió eventualmente que la mejor estrategia implicaba el uso de una jeringa hipodérmica para inyectar una solución diluida de TD en cigarrillos o cigarros. Después de fumarlo el sujeto quedaría adecuadamente colocado, y en dicho punto un interrogador hábil entraría en acción para tratar de que soltara la lengua.

Los efectos de la TD fueron descritos en un informe de la OSS: “la TD parece relajar todas las inhibiciones y entorpecer las áreas del cerebro que gobiernan la discreción y la precaución del individuo. Acentúa los sentidos y pone de manifiesto cualquier característica fuerte del individuo. Las inhibiciones sexuales ceden, y el sentido del humor se acentúa hasta el punto donde cualquier declaración o situación puede llegar a ser extremadamente divertida para el sujeto. Por otra parte, las características desagradables de la persona podrían acrecentarse. Se puede afirmar que, en términos generales, la reacción  será una gran locuacidad e hilaridad”.

Después de probar la TD en sí mismos, sus asociados y en personal militar de los Estados Unidos, los agentes de la OSS utilizaron la droga operacionalmente, aunque de forma limitada. Los resultados fueron ambivalentes. En ciertos casos los sujetos revelaban la necesidad de discutir “temas de contenido psicológico. Lo que sea que el individuo esté tratando de retener será forzado al exterior por su mente subconsciente”. Pero también hubo quienes experimentaron “reacciones tóxicas” – algo mejor conocido en la jerga posterior como “mala onda”. Uno sujeto involuntario se volvió irritable y amenazador y se quejó de sentir que era “dos personas diferentes”. La peculiar naturaleza de sus síntomas impidió cualquier intento de interrogatorio.

Así es como fue, de un extremo al otro. A veces la TD parecía estimular “las ganas de hablar”, y en otras ocasiones la gente se ponía paranoica y no decía ni una palabra. La falta de consistencia resultó el principal obstáculo, y los “soñadores de Donovan”, como habían sido apodados sus entusiastas empleados de la OSS, de mala gana dejaron de lado su locura canábica. Un comentario manuscrito en los márgenes de un documento de la OSS resume sus correrías de fumetas: “La droga desafía todos los análisis de expertos, y para todos los fines prácticos se puede considerar más allá del análisis”.

Después de la guerra, la CIA y los militares retomaron la búsqueda secreta del suero de la verdad allí donde la OSS había la había dejado. La Marina se puso al frente cuando inició el Proyecto CHATTER en 1947, el mismo año en que fue formada la CIA. Descrito como un programa de “ofensiva”, se suponía que CHATTER debía idear medios para obtener información de las personas independientemente de su voluntad pero sin coacción física. Con este fin, el Dr. Charles Savage condujo experimentos con mescalina (un extracto semisintético del peyote que produce alucinaciones similares a las causadas por el LSD) en el Instituto de Investigación Médica Naval de Bethesda, Maryland. Pero estos estudios, que involucraban tanto a sujetos animales como humanos, no produjeron  un suero de la verdad eficaz, y el Proyecto CHATTER fue finalizado en 1953.

La Marina comenzó a interesarse en la mescalina como método de interrogatorio cuando los investigadores estadounidenses se enteraron de que los médicos nazis habían realizado experimentos de control mental en el campo de concentración de Dachau durante la Segunda Guerra Mundial. Después de administrar el alucinógeno a treinta prisioneros, los nazis llegaron a la conclusión de que era “imposible imponer la voluntad propia sobre otra persona como en la hipnosis incluso aunque se haya suministrado la dosis más fuerte de mescalina”. Pero la droga aún ofrecía ciertas ventajas a los interrogadores de las SS, que constantemente fueron capaces de arrancar “incluso los secretos íntimos [del sujeto], cuando las preguntas se formulaban hábilmente”. No es sorprendente que surgieran “sentimientos de odio y venganza en cada uno de los casos”.

Los experimentos con mescalina en Dachau fueron descritos en un extenso informe de la Misión Técnica Naval de EE.UU., que recorrió Europa en busca de cada trozo de material industrial y datos científicos que pudieran obtenerse luego de la caída del Reich. Esta misión preparó el escenario para la importación al por mayor de más de seiscientos de los mejores científicos nazis bajo los auspicios del Proyecto Paperclip, que la CIA supervisó durante los primeros años de la Guerra Fría. Entre los que emigraron a los EE.UU. de esta manera se hallaba el Dr. Hubertus Strughold, el científico alemán cuyos principales subordinados (el Dr. Sigmund Ruff y el Dr. Sigmund Rascher) participaron directamente en los experimentos de “medicina aeronáutica” en Dachau, que incluían los estudios con la mescalina[1]. A pesar de las acusaciones recurrentes por haber autorizado atrocidades médicas durante la guerra, Strughold se estableció en Texas y se convirtió en una figura importante en el programa espacial de Estados Unidos. Después de Wernher von Braun, fue el científico nazi más importante empleado por el gobierno de Estados Unidos, y posteriormente fue aclamado por la NASA como el “padre de la medicina espacial”.

La CIA mientras tanto, había comenzado un esfuerzo de investigación intensiva orientado hacia el desarrollo de técnicas “especiales” de interrogatorio. Dos métodos parecían prometedores hacia fines de la década de 1940. El primero involucraba la narcolepsia, donde un psiquiatra de la CIA trataba de inducir un estado de trance después de suministrar un sedante suave. La segunda técnica involucraba la combinación de dos fármacos diferentes con efectos contrarios. Una fuerte dosis de barbitúricos era suministrada para noquear al sujeto, que luego recibía una inyección de estimulantes, generalmente algún tipo de anfetamina. Cuando empezaba a salir del estado de sonambulismo, alcanzaba cierto punto inefable antes de volver plenamente a estar consciente. Descrito en los documentos de la CIA como “The Twilight Zone” (la Dimensión Desconocida), esta condición de atontamiento era considerada óptima para los interrogatorios.

Los médicos de la CIA intentaron extender este estado de estupor el mayor tiempo posible. Con el fin de mantener el equilibrio delicado entre la conciencia y la inconsciencia, una conexión intravenosa era insertada en los brazos del sujeto. Un catéter suministraba un sedante, y el otro un estimulante (el clásico “efecto goofball” o atontador); con un simple movimiento del dedo un interrogador podría regular el flujo de los productos químicos. La idea era producir un “empuje” – un súbito estallido de pensamientos, emociones, confidencias, y otras cosas. En esta línea fueron probadas varias combinaciones: dexedrina y seconal, pentotal y desoxina, y dependiendo del capricho del espía a cargo, algo de marihuana (la vieja reserva de la OSS, a la que la CIA llamaba “azúcar”) podría ser utilizada para equilibrar.

El enfoque atontador no era una ciencia de precisión. No había reglas estrictas prescritas o procedimientos operativos con respecto a qué drogas debían ser empleadas en una situación dada. Los interrogadores de la CIA estaban abandonados a su suerte, y un cierto grado de imprudencia era quizás inevitable. En un caso, un grupo de expertos de la CIA bosquejó apresuradamente un memo después de revisar el informe elaborado por uno de los equipos especiales de interrogatorio de la Agencia. Los consultores médicos señalaron que “la cantidad de escopolamina administrada fue extremadamente grande”. También señalaron que los mejores resultados se obtenían cuando dos o tres productos químicos diferentes eran utilizados en la sesión. En este caso, sin embargo, las fuertes dosis de escopolamina se administraron junto con tiamina, sodio luminal, sulfato de atropina, pentotal sódico y sulfato de cafeína. Uno de los consultores profesionales de la CIA en técnicas “H” también cuestionó por qué se intentó inducir a hipnosis “después de un uso prolongado y continuo de productos químicos, después de que el sujeto vomitara, y después de haber alcanzado aparentemente el punto de tolerancia máxima con los productos químicos”. Todo el que lea el informe de interrogación concuerda en que la hipnosis era inútil, si no imposible, en tales condiciones. Sin embargo, la nota concluye reafirmando que “la intención no es realizar una crítica”, y que “la elección de las armas operativas” debe estar en manos de los agentes de campo.

A pesar de los peligros potenciales y la falta de solidez del procedimiento en su conjunto, los interrogatorios especiales fueron fuertemente respaldados por los funcionarios de la Agencia. El documento de la CIA del 26 de noviembre de 1951, anunciaba: “Ahora estamos convencidos de que podemos mantener a un sujeto en un estado controlado por un período de tiempo mayor al que creíamos posible hasta el momento. Además, creemos que mediante el uso de ciertos productos químicos o combinaciones, podemos conseguir información relevante en un porcentaje muy alto de los casos”. A pesar de que estas técnicas todavía eran consideradas experimentales, la opinión predominante de los miembros de los equipos especiales de interrogación era que se habían realizado  suficientes experimentos como para “justificar la luz verde a la utilización práctica de las técnicas”. “Habrá muchos fracasos”, reconoció un científico de la CIA, pero se apresuró a subrayar que “cada éxito logrado con este método será puro beneficio[2]

En un esfuerzo por ampliar su programa de investigaciones, la CIA contactó a académicos y otros expertos independientes que se especializaban en las áreas de interés mutuo. Se establecieron enlaces con las secciones de investigación de los departamentos de policía y los laboratorios de criminología; médicos, hipnotizadores profesionales, y psiquiatras fueron incorporados en calidad de consultores pagados; y diversas ramas de las fuerzas militares proporcionaron su ayuda. A menudo estos arreglos involucraban tapaderas para ocultar el interés de la CIA en la modificación del comportamiento. Con el aparato burocrático ya instaurado, los esfuerzos de control mental de la CIA se integraron en un solo proyecto bajo el nombre en clave de Bluebird. Debido a la extrema sensibilidad del proyecto, los canales habituales de autorización fueron evitados; en vez de ir a través del Comité de Revisión de Proyectos, la propuesta BLUEBIRD fue presentada directamente al director de la CIA Roscoe Hillenkoetter, quien autorizó el uso de fondos no registrados para financiar el proyecto secreto. Con este sello de aprobación, el primer programa importante de testeo con drogas de la CIA fue oficialmente inaugurado. BLUEBIRD debía permanecer como un secreto celosamente guardado, ya que si una palabra sobre el programa se filtraba al exterior, habría sido una gran vergüenza y un perjuicio para la inteligencia estadounidense. Como decía un documento de la CIA, el material de BLUEBIRD era “no apto para el consumo público”.

Desde el inicio el programa de control mental de la CIA tuvo un ángulo explícitamente doméstico. Un memo con fecha del 13 de julio de 1951, describe los esfuerzos de la Agencia para domar la mente como “integrales y amplios, comprendiendo actividades tanto nacionales como extranjeras, y teniendo en consideración los programas y objetivos de otros departamentos, principalmente los servicios militares”. Las actividades de BLUEBIRD fueron diseñadas para crear una “alteración explotable de personalidad” en los individuos seleccionados; los objetivos específicos incluían “potenciales agentes desertores, refugiados, prisioneros de guerra”, y la vaga categoría de “otros”. Varias unidades de la CIA participaron en esta obra, incluyendo al personal de Inspección y Seguridad (precursora de la Oficina de Seguridad) que asumió la responsabilidad general de la ejecución del programa y de despachar a los equipos especiales de interrogación. El coronel Sheffield Edwards, presidente del Comité Directivo de BLUEBIRD, presionaba constantemente para conseguir una sustancia más fiable que indujera a la indiscreción. Para el momento en que BLUEBIRD evolucionó en la Operación ARTICHOKE (el cambio formal de nombres en clave se produjo en agosto de 1951), los funcionarios de seguridad todavía estaban buscando la técnica mágica - el deus ex machina – que garantizara resultados de éxito seguro.

El concepto en sí de un suero de la verdad era un tanto descabellado, para empezar. Se presuponía que había una manera de esquivar químicamente al censor de la mente y voltear a la psique de adentro hacia fuera, liberando una profusión de secretos enterrados, y que de esa manera emergería seguramente cierta aproximación a la “verdad” en medio de todos los escombros personales. A este respecto, la búsqueda de la CIA parecía a una versión sesgada del conocido tema mitológico de donde proceden imágenes tales como la Piedra Filosofal y la Fuente de la Juventud – donde al tocar o ingerir algo uno puede adquirir la sabiduría, la inmortalidad, o la paz eterna. Es un poco más que irónico que sobre la pared de mármol del vestíbulo principal en la sede de la CIA en Langley, Virginia, se lea la inscripción bíblica: “Y conoceréis la Verdad y la Verdad os hará libres”.

El ambiente desenvuelto que prevaleció durante los primeros años de la CIA fomentó una actitud de “vale todo” entre los investigadores asociados al programa de control mental. Esto fue antes de que las arterias burocráticas de la Agencia comenzaran a endurecerse, y quienes participaban en la Operación ARTICHOKE no querían dejar ni una piedra sin remover en un esfuerzo de conseguir el suero de la verdad definitivo. Varios agentes fueron enviados en misiones de investigación a todos los rincones del mundo para adquirir muestras de hierbas raras. Los resultados de dichos viajes fueron registrados en un documento fuertemente censurado titulado “Exploración de los Recursos Vegetales Potenciales en la Región del Caribe”. Entre los numerosos ítems mencionados en este informe, algunos son particularmente intrigantes. Se decía que una planta apodada el “arbusto estúpido”, caracterizada por la CIA como un agente psicógeno y una hierba perniciosa, proliferaba en Puerto Rico y St. Thomas. Sus efectos estaban envueltos en el misterio. También descubrieron un “arbusto de la información”. Este matojo dejó perplejos a los expertos de la CIA, que no conseguían definir sus propiedades. El “arbusto de la información” fue catalogado como un agente psicógeno seguido por varios signos de interrogación. El tipo de información - ¿profética o mundana? – que podía ser evocada gracias a esta hierba inusual no queda en claro. Tampoco es claro si el “arbusto de la información” podía ser utilizado como un antídoto para el “arbusto estúpido” o viceversa.

La CIA estudió una verdadera farmacopea de drogas con la esperanza de lograr avances decisivos. En determinado momento durante la década de 1950 los agentes secretos del Tío Sam vieron a la cocaína como un potencial suero de la verdad. “Los efectos generales de la cocaína han sido un tanto descuidados” señaló un investigador astuto. Por ende se llevaron a cabo pruebas que permitieron a la CIA determinar que el polvo precioso “producía euforia, locuacidad, etc.” cuando era administrado por inyección. “Las dosis mayores,” de acuerdo al documento clasificado, “pueden causar temor y alucinaciones alarmantes”. El documento continúa reportando que la cocaína “...contrarresta la catatonia en los esquizofrénicos catatónicos” y concluye recomendando una investigación más profunda de la droga.

Varios derivados de la cocaína fueron investigados desde la perspectiva de los interrogatorios. La procaína, un análogo sintético, fue testeada en pacientes mentales y los resultados fueron intrigantes. Cuando se inyectaba en los lóbulos frontales del cerebro a través de agujeros trepanados en el cráneo, la droga “hacía que los pacientes esquizofrénicos mudos hablaran durante dos días de manera espontánea”. Este procedimiento fue rechazado por ser “demasiado quirúrgico para nuestro uso”. Sin embargo, según un farmacólogo de la CIA, “es posible que dicha droga pueda ingresar al sistema circulatorio de un sujeto sin necesidad de cirugía, ni por vía intravenosa o alimentaria”. Sugería el método conocido como de la iontoforesis, que implica el uso de una corriente eléctrica para transferir los iones de la droga seleccionada a los tejidos del cuerpo.

El enamoramiento de la CIA con la cocaína fue de corta duración. Puede que haya excitado las narices de más de unos cuantos espías y producido algunas especulaciones estimulantes, pero después de la inspiración inicial volvió al punto de partida. Tal vez sus expectativas eran demasiado altas para adecuarse a alguna droga. O tal vez era necesario un nuevo enfoque del problema.

La búsqueda de una técnica eficaz de interrogatorio finalmente condujo a la heroína. No la heroína que los ex-pilotos nazis bajo contrato de la CIA contrabandearon desde el Triángulo de Oro, en el sudeste de Asia, con aviones pertenecientes a la Agencia durante la década de 1940 y principios de 1950, ni la heroína introducida en los guetos negros de los Estados Unidos después de pasar a través de las redes de contrabando controladas por mafiosos que trabajaban como sicarios de la CIA. La participación de la Agencia en el tráfico de heroína en todo el mundo, que ha sido bien documentada en The Politics of Heroin in Southeast Asia de Alfred McCoy, fue mucho más allá del alcance de la Operación ARTICHOKE, que se ocupaba principalmente de obtener información de sujetos recalcitrantes. Sin embargo, los científicos de ARTICHOKE vieron ventajas potenciales en la heroína como droga de control mental. Según un documento de la CIA del 26 de abril de 1952, la heroína fue “utilizada con frecuencia por la policía y los agentes de inteligencia de forma rutinaria”. La teoría de la interrogación durante el síndrome de abstinencia: los agentes de la CIA determinaron que la heroína y otras sustancias adictivas “pueden ser útiles a la inversa debido a las tensiones estresantes que provocan cuando les son retiradas a aquellos que son adictos a su uso”.



Entra el LSD

Fue debido a la esperanza de encontrar la droga milagrosa tan buscada durante tanto tiempo que los investigadores de la CIA comenzaron a incursionar con el LSD-25 a principios de la década de 1950. En esa época se sabía muy poco sobre el alucinógeno, incluso en los círculos científicos. El Dr. Werner Stoll, hijo de Arthur Stoll – el presidente de Sandoz -, y colega de Albert Hofmann, fue la primera persona que investigó las propiedades psicológicas del LSD. Los resultados de su estudio fueron presentados en la publicación académica Archivos Suizos de Neurología en 1947. Stoll informó que el LSD producía alteraciones en la percepción, alucinaciones, y la aceleración del pensamiento; además, se descubrió que el fármaco mitigaba la desconfianza habitual de los pacientes esquizofrénicos. Ningún efecto secundario desfavorable fue descrito. Dos años después, en la misma revista, Stoll contribuyó con un segundo informe titulado “Un Nuevo Agente Alucinatorio, Activo en Cantidades Muy Pequeñas”.

El hecho de que el LSD causara alucinaciones no debería haber sido una sorpresa total para la comunidad científica. En primera instancia, Sandoz se interesó en el cornezuelo (o ergot) - la fuente natural del ácido lisérgico - debido a las numerosas historias transmitidas a través de los siglos. El hongo del centeno tenía una reputación misteriosa y contradictoria. En China y algunas partes de Medio Oriente se creía que poseía cualidades medicinales, y algunos eruditos creen que pudo haber sido utilizado en los ritos sagrados de la antigua Grecia. En otras partes de Europa, sin embargo, el mismo hongo se asoció con la horrible enfermedad conocida como el Fuego de San Antonio, que golpeaba periódicamente como una peste. Crónicas medievales hablan de pueblos y ciudades donde casi todo el mundo se volvía loco durante unos pocos días luego de que el centeno infestado con cornezuelo, inadvertidamente, era molido en harina y horneado como pan. Los hombres eran afectados por úlceras gangrenosas que dejaban las extremidades como tocones ennegrecidos, y las mujeres embarazadas abortaban. Incluso en los tiempos modernos ha habido informes de epidemias relacionadas con el ergot[3].

La CIA heredó este legado ambiguo cuando acogió al LSD como droga de control mental. Un documento de ARTICHOKE con fecha del 21 de octubre de 1951, indica que el ácido se probó inicialmente como parte de un estudio piloto sobre los efectos de diversos productos químicos “para la supresión consciente de secretos experimentales o no riesgosos”. Además del ácido lisérgico este estudio en particular abarcó una amplia gama de sustancias, incluyendo la morfina, el éter, la anfetamina, el etanol, y la mescalina. “No hay duda”, señaló el autor de este informe, “de que ya hay drogas (y se están produciendo otras nuevas) que pueden destruir la integridad y volver indiscreta a la persona más confiable”. El informe concluye recomendando que el LSD debía ser probado críticamente “en condiciones de seguridad más allá del ámbito de la experimentación civil”. Los prisioneros de guerra, los prisioneros federales y los agentes de seguridad eran mencionados como posibles candidatos para estos experimentos de campo.

En otro estudio diseñado para determinar los niveles óptimos de dosificación para las sesiones de interrogatorio, un psiquiatra de la CIA administró LSD a “al menos doce sujetos de no muy alta mentalidad”. Al principio a los sujetos “les dijeron solamente que se estaba probando un nuevo fármaco y les prometieron que no les pasaría nada grave o peligroso... Durante la intoxicación se dieron cuenta de que algo estaba pasando, pero nunca se les dijo exactamente qué”. Finalmente fue seleccionado un rango de dosis de 100 a 150 microgramos, y la Agencia procedió a probar la droga en los simulacros de interrogatorio.

Los informes iniciales parecían prometedores. En un ejemplo, el LSD fue suministrado a un oficial que había recibido instrucciones de no revelar “un secreto militar significativo”. Sin embargo, cuando se le preguntó, “dio todos los detalles del secreto, y después de que los efectos del LSD desaparecieron, el oficial no tenía conocimiento de haber revelado la información (amnesia completa)”. Los informes favorables seguían llegando, y cuando se terminó esta fase de experimentación, la Oficina de Inteligencia Científica de la CIA (OSI) preparó un largo memorándum titulado “Nuevo Agente Potencial para la Guerra No Convencional”. Se decía que el LSD era útil “para la obtención de declaraciones verdaderas y exactas por parte de los sujetos bajo su influencia durante los interrogatorios”. Por otra parte, los datos a mano sugerían que el LSD podría ayudar a la reactivación de recuerdos de experiencias pasadas.

Parecía casi demasiado bueno para ser verdad - una droga que desenterraba los secretos sepultados en la mente inconsciente, pero que también provocaba amnesia durante el período efectivo. Las implicaciones eran totalmente asombrosas. Pronto toda la jerarquía de la CIA estaba enloquecida a medida que las ondas expansivas de la noticia de lo que parecía ser uno de los principales logros se hacían sentir en la sede central. (C.P. Snow dijo una vez: “la euforia del secretismo se sube a la cabeza”.) Habían investigado durante años, y ahora estaban a punto de encontrar el Santo Grial del espionaje. Como recordaba un oficial de la CIA, “en un primer momento pensamos que este era el secreto que iba a abrir el cerrojo del universo”.

Pero la sensación de euforia no duró demasiado. A medida que la investigación secreta avanzaba, la CIA se topó con problemas. Finalmente llegaron a reconocer que el LSD no era realmente un suero de la verdad en el sentido clásico. No siempre podía obtenerse información precisa de las personas bajo la influencia del LSD porque inducía una “ansiedad marcada y pérdida de contacto con la realidad”. Los que recibieron dosis involuntarias experimentaron una intensa deformación del tiempo, el espacio, y la imagen corporal, frecuentemente culminando en reacciones paranoides en toda regla. Las alucinaciones extrañas causadas por la droga a menudo resultaron ser más un estorbo que una ayuda para el proceso de interrogación. Siempre estaba el riesgo, por ejemplo, de que un espía enemigo que comenzaba a alucinar se diera cuenta de que había sido drogado. Esto podía volverlo excesivamente receloso y taciturno hasta el punto de cerrarse por completo.

Hubo otros obstáculos que hicieron aún más precaria la situación desde el punto de vista de los interrogatorios. Mientras que la ansiedad era la característica predominante que aparecía durante las sesiones de LSD, algunas personas experimentaban delirios de grandeza y omnipotencia. Toda una operación podría volverse contraproducente si alguien tenía una experiencia extática o trascendental y se convencía de que podía desafiar a sus interrogadores indefinidamente. Y luego estaba la cuestión de la amnesia, que no era tan específica como se supuso al principio. Todo el mundo coincidía en que a una persona probablemente le costaría mucho recordar exactamente lo ocurrido mientras alucinaba con el LSD, pero eso no significaba que su mente estuviera completamente en blanco. A pesar de que la droga podía distorsionar la memoria hasta cierto punto, no la destruía.

Cuando los científicos de la CIA probaban una droga con fines de inducir la locuacidad y descubrían que no funcionaba, por lo general la dejaban de lado y probaban con otra cosa. Pero ese no fue el caso con el LSD. Aunque los primeros informes demostraron ser demasiado optimistas, la Agencia no estaba dispuesta a descartar una sustancia tan potente e inusual simplemente porque no estaba a la altura de sus expectativas originales. Tuvieron que cambiar de marcha. Era necesaria una nueva evaluación de los alcances estratégicos del LSD. Si, en sentido estricto, el LSD no era confiable como suero de la verdad, entonces ¿de qué otra forma podría ser utilizado?

Los investigadores de la CIA estaban intrigados por este nuevo producto químico, pero no sabían muy bien qué hacer con él. El LSD era significativamente diferente a cualquier otra cosa que conocían. “Lo más fascinante del ácido”, recordó un psicólogo de la CIA, “era que surtiera un efecto tan terrible en cantidades tan minúsculas”. Unos pocos microgramos podrían crear “confusión mental grave... y volver a la mente temporalmente susceptible a la sugestión”. Por otra parte, la droga era incolora, inodora e insípida, y por lo tanto fácil de ocultar en alimentos y bebidas. Pero era difícil predecir la respuesta al LSD. En ciertas ocasiones el ácido parecía provocar la revelación desinhibida de información, pero muchas veces la ansiedad abrumadora experimentada por el sujeto obstruía el proceso de interrogatorio. Y también provocaba cambios de humor inexplicables - del pánico total a la felicidad ilimitada. ¿Cómo podía una droga producir semejantes reacciones extremas y contradictorias? No tenía sentido.

A medida que continuaba la investigación, la situación se hacía aún más desconcertante. En determinado momento un grupo de oficiales de seguridad dio un giro, sugiriendo que el ácido podría ser empleado como una sustancia anti-interrogatorio: “dado que la información obtenida de una persona en un estado psicótico sería irreal, extraña, y muy difícil de evaluar, la auto-administración de LSD-25, que es eficaz en dosis mínimas, podría en circunstancias especiales ofrecer una protección operativa temporal contra los interrogatorios [énfasis añadido]”.

Esta propuesta era una especie de alternativa a píldora del suicidio. Los agentes secretos estarían equipados con micro-gránulos de LSD al asumir misiones peligrosas. Si caían en manos del enemigo y estaban a punto de ser interrogados, podían morder el glóbulo de ácido como medida preventiva y balbucear incoherencias. Obviamente esta idea era poco práctica, pero demostraba lo confundidos que estaban los principales científicos de la CIA con respecto al LSD. Primero pensaron que era un suero de la verdad, luego un suero de la mentira, y por un tiempo no supieron qué pensar.

Para empeorar las cosas, había una gran preocupación dentro de la Agencia de que los soviéticos y los chinos también tuvieran proyectos con el LSD como arma de espionaje. Un estudio realizado por la Oficina de Inteligencia Científica señaló que el cornezuelo era un producto comercial en numerosos países del Bloque del Este. El enigmático hongo también florecía en la Unión Soviética, pero el cornezuelo ruso aún no había aparecido en los mercados extranjeros. ¿Podría esto significar que los soviéticos estaban acaparando sus suministros? Dado a que la información sobre la estructura química del LSD estaba disponible en revistas científicas ya en 1947, los rusos podrían haber estado almacenando cornezuelo con el fin de convertirlo en un arma de control mental. “Aunque no se dispone de datos soviéticos sobre el LSD-25,” concluía el estudio de la OSI, “hay que suponer que los científicos de la URSS son totalmente conscientes de la importancia estratégica de esta nueva y poderosa droga y son capaces de producirla en cualquier momento”.

¿Los rusos realmente experimentaron con ácido? “Estoy seguro que sí”, afirmó John Gittlinger, uno de los principales psicólogos de la CIA durante la Guerra Fría, “pero no puedo demostrarlo, ya que nunca he visto ninguna prueba directa de ello”. A pesar de la falta de evidencias sólidas de una conexión soviética con el LSD, la CIA no estaba dispuesta a correr ningún riesgo. ¿Qué pasaría, por ejemplo, si un espía estadounidense era capturado y drogado por los comunistas? La CIA se percató de que un servicio de inteligencia adversario podría emplear el LSD “para producir ansiedad o terror en sujetos médicamente poco sofisticados, incapaces de distinguir la psicosis inducida por drogas de la locura real”. La única manera de asegurarse de que un agente no perdería los estribos en tales circunstancias sería hacerle probar el LSD (¿una vacuna contra el control mental?) antes de ser enviado a una misión delicada en el extranjero. Esa persona sabría que los efectos de la droga eran transitorios y por lo tanto estaría en una mejor posición para manejar la experiencia. Los documentos de la CIA se referían a los agentes que ya estaban familiarizados con el LSD como “operarios iluminados”.

En esta línea, los funcionarios de seguridad propusieron que le fuera suministrado LSD a los voluntarios en entrenamiento de la CIA. Tal procedimiento demostraría claramente a los individuos seleccionados los efectos de las sustancias alucinógenas sobre sí mismos y sus asociados. Además, era una oportunidad para examinar la “propensión a la ansiedad” del personal de la Agencia; aquellos que no pudieran pasar la prueba de fuego quedarían excluidos de ciertas tareas críticas. Esta sugerencia fue bien recibida por el comité directivo de ARTICHOKE, aunque el representante de la Oficina Médica de la CIA consideró que la prueba no debía ser “restringida solamente al personal masculino voluntario en formación, sino que debería extenderse para incluir a todos los componentes de la Agencia”. Según un documento de la CIA del 19 de noviembre de 1953, el Comité del Proyecto “coincidió verbalmente con esta recomendación”.

En el transcurso de los años subsiguientes, numerosos agentes de la CIA probaron LSD. Algunos usaron la droga en repetidas ocasiones. ¿Cómo afectó sus personalidades su experiencia de primera mano con el ácido? ¿Cómo afectó su actitud hacia su trabajo – particularmente en aquellos que estaban involucrados directamente en la investigación del control mental? ¿Qué impacto tuvo sobre el programa en su conjunto?[4]

Al comienzo de los esfuerzos de la CIA por el control de la conducta el énfasis principal estaba en las drogas inductoras del habla. Pero cuando el ácido entró en escena, todo el programa asumió una postura más agresiva. Los estrategas encendidos de la CIA llegaron a creer que las técnicas de control mental podrían aplicarse a una amplia gama de operaciones que iban más allá de la categoría estricta de “interrogatorio especial”. Era casi como si el LSD hubiera volado la mentalidad colectiva de la Agencia. Con el ácido actuando como catalizador, la idea de lo que podría hacerse con una droga, o con las drogas en general, se transformó de repente. Pronto se previó un compuesto perfecto para cada circunstancia concebible: habría para hacer disparos inteligentes, para borrar la memoria, “antivitaminas”, gotas noqueadoras, “afrodisíacos para uso operacional”, drogas que produjeran “cefalea en brotes” o espasmos incontrolables, drogas que podrían inducir el cáncer, un derrame cerebral o un ataque cardíaco sin dejar rastros del origen de la dolencia. Había productos químicos para poner sobrio a un hombre borracho y para emborrachar a un hombre sobrio en un santiamén. Incluso se contemplaba una “píldora de reclutamiento”. Es más, según un documento del 5 de mayo de 1955, la CIA dio alta prioridad al desarrollo de un fármaco “que pueda producir ‘euforia pura’ sin la depresión subsecuente”.

Esto no quiere decir que la CIA había renunciado al LSD. Por el contrario, después de lidiar con la droga durante varios años, la Agencia ideó nuevos métodos de interrogatorio sobre la base de las posibilidades “voladas” de esta sustancia psicoactiva. Cuando era empleado como una táctica de tercer grado, el ácido permitía a la CIA el acercamiento a un sujeto hostil con una gran ventaja. Los agentes de la CIA se percataron de que podían producir una intensa confusión mental atacando deliberadamente a una persona sobre líneas psicológicas. De todos los productos químicos que causaban enajenación mental, ninguno era tan poderoso como el LSD. El ácido no sólo volvía a la gente extremadamente ansiosa, sino que también derribaba las defensas del carácter para dominar la ansiedad. Un interrogador hábil podía aprovechar esta vulnerabilidad mediante la amenaza de mantener al sujeto involuntario en un estado de flipe indefinidamente a menos que soltara la lengua. Esta táctica a menudo tuvo éxito donde otras habían fracasado. Documentos de la CIA indican que el LSD fue empleado como base operativa de ayuda en los interrogatorios desde mediados de la década de 1950 hasta principios de la década de 1960.






[1] Los subordinados de Strughold inyectaban gasolina a los reclusos de Dachau, los aplastaban hasta la muerte en cámaras de presión de gran altitud, les disparaban para probar potenciales coagulantes sanguíneos en sus heridas, los obligaban a permanecer desnudos en temperaturas bajo cero o los sumergían en tinas de agua helada para ver cuánto tardaban en morir. Como afirma Charles R. Allen, Jr., autor de From Hitler to Uncle Sam: How American Intelligence Used Nazi War Criminals, en un artículo sobre Strughold “Había un patrón claro en los diversos experimentos con veneno, gas, infestación deliberada de las víctimas con malaria, tifus y otras virulencias que causaban el deseo instantáneo o prolongado de morir. Ya sea que las pruebas fueran concernientes a la altitud, o a la congelación, o a la potabilidad del agua de mar, o a las heridas de bala - el propósito del cuerpo de experimentos conducidos en Dachau era para aumentar la eficacia de la guerra criminal de Hitler contra la humanidad”.

Después de la guerra un tribunal aliado reunido en Nüremberg condenó a muerte a varios médicos nazis por su papel en las atrocidades cometidas en Dachau y en otros campos de concentración. Los jueces de Nüremberg posteriormente presentaron un código de ética para la investigación científica, que estipulaba que debía obtenerse el consentimiento voluntario completo de todos los sujetos de investigación y que los experimentos debían brindar resultados positivos en beneficio de la sociedad que no pudieran obtenerse de ninguna otra manera.

Aunque el Dr. Strughold escapó a la justicia, su nombre más tarde apareció en la lista de “criminales de guerra nazis que residen en los Estados Unidos”, compilada por el Servicio de Inmigración y Naturalización. Actualmente vive en San Antonio, Texas.

[2] La obtención de información era sólo un aspecto del proceso de interrogación. Incluso cuando los agentes de la CIA pudieran aflojar la lengua del sujeto, subsistían otros problemas, por ejemplo: ¿cómo asegurarse de que no recordaría los eventos sucedidos durante su paseo por la Dimensión Desconocida? “Si por algún medio pudiéramos crear una amnesia perfecta y completamente controlada”, declaró el agente de la CIA, “el asunto se simplificaría, pero la amnesia es incierta y no puede ser garantizada”.

Ciertas drogas eran conocidas por producir amnesia durante unas horas o días, pero esto no era suficiente. La CIA también tenía acceso a productos químicos capaces de causar daños permanentes en el cerebro, pero no había drogas de amnesia a largo plazo que pudieran ser completamente reversibles luego de un período de doce a dieciocho meses.

Esto era un gran inconveniente para los expertos en seguridad nacional. La cuestión de qué hacer con los sujetos de las sesiones especiales de interrogatorio - el “problema de los residuos” - provocó un acalorado debate dentro de la Compañía. El objetivo inmediato era encontrar una manera de mantenerlos “en custodia máxima hasta que o las operaciones progresaran hasta el punto donde su conocimiento ya no sea altamente sensible, o que el conocimiento en general que posean ya no sea de ninguna utilidad para el enemigo”.

Una posibilidad sugerida en los documentos de la CIA era volver incoherente a la persona a través de un ataque psicológico y/o farmacológico y luego encerrarla en una institución psiquiátrica. Un número indeterminado de sujetos fueron internados involuntariamente en manicomios, incluyendo a algunos que fueron descritos en los memorandos de la CIA como mentalmente sanos. (Esta práctica, que comenzó en la década de 1950 y continuó al menos hasta mediados de la de 1960, invita a las comparaciones obvias con el encarcelamiento de los disidentes rusos en hospitales psiquiátricos por sus puntos de vista políticos.) Otra opción implicaba la “culminación con prejuicio extremo” (jerga de la CIA para ‘asesinato’), pero esto no era una solución ideal para todas las situaciones.

En un documento de la CIA se discutía la cuestión de la eliminación bajo el título de “LOBOTOMÍA y Operaciones Relacionadas”. Cierta cantidad de individuos que eran plenamente conscientes del problema de la eliminación sugerían que la lobotomía “podría ser la respuesta, o al menos, una solución parcial”. Argumentaban que “la lobotomía crearía a una persona a la que ‘ya nada le importaba’, sin ninguna iniciativa e impulso, cuya lealtad a factores ideales o motivacionales ya no existiría, y que probablemente tendría, si no amnesia completa, al menos una memoria difusa o irregular de los eventos recientes y pasados”. También señalaba “que ciertos tipos de operaciones de lobotomía eran sencillas, rápidas y poco peligrosas”.

En esta línea, el grupo de científicos de la CIA contempló la posibilidad de utilizar la lobotomía del “picahielos” para volver inofensivo al individuo “desde el punto de vista de seguridad”. Un memo con fecha del 7 de febrero de 1952 señala que en numerosas ocasiones después de usar electroshock como anestesia, un cirujano no identificado del área de Washington DC, realizaba una operación que implicaba la destrucción de tejido cerebral perforando el cráneo, justo sobre el ojo, con un fino picahielos quirúrgico. Este tipo de psicocirugía tenía ciertas ventajas, ya que provocaba “efectos nerviosos de confusión y amnesia” sin dejar ninguna “cicatriz delatora”. La CIA también experimentó con la cirugía cerebral a través de las ondas de sonido UHF y, en cierto momento a comienzos de la década de 1950, intentó crear un “rayo de amnesia” de  microondas que destruyera las neuronas de la memoria.

Sin embargo, no todos los funcionarios de la CIA favorecieron el uso de la lobotomía como técnica de eliminación. Las posibles desventajas citadas eran: el riesgo quirúrgico era enorme, el daño cerebral podría ser amplio, y tal operación, mal realizada, podría dejar al sujeto en estado “vegetal”. Además, si el enemigo descubría que la CIA estaba mutilando cerebros por el bien de la seguridad nacional, esta información podría ser explotada como un arma de propaganda.

Otros funcionarios de la CIA se oponían a la lobotomía porque ser descaradamente inhumana y violar “todos los conceptos de ‘fair play’ y el modo de vida americano y [por ende] nunca podría ser oficialmente [énfasis añadido] sancionada o apoyada”. El documento de la CIA con fecha del 3 de marzo de 1952, manifiesta que, mientras que “la URSS y sus satélites son capaces de cualquier atrocidad concebible contra los seres humanos para alcanzar lo que consideran sus metas, no debemos - con nuestro gran respeto por la vida humana – usar estas técnicas a menos que utilizándolas salvemos la vida de nuestro pueblo, y la situación sea sumamente crítica para la seguridad de la nación”.

A principios de la década de 1950, al menos $100,000 fueron designados para el proyecto de investigación propuesto orientado hacia el desarrollo de “técnicas de neuroquirúrgicas de interés para la Agencia”. No se sabe si esta investigación fue llevada a cabo.

[3] Una noche, en 1951, cientos de ciudadanos respetables de Pont-Saint-Esprit, un pequeño pueblo francés, se volvieron completamente locos. Algunos ciudadanos prominentes del pueblo saltaron desde las ventanas al Ródano. Otros corrieron por las calles gritando sobre ser perseguidos por leones, tigres y “bandidos con orejas de burro”. Muchos murieron y los que sobrevivieron sufrieron efectos secundarios extraños durante semanas. En su libro El Día del Fuego de San Antonio, John C. Fuller atribuye este extraño brote de locura a la harina de centeno contaminada con cornezuelo.

[4] Como mínimo, uno sospecha que una experiencia de primera mano con el LSD habría hecho a la mentalidad clandestina más receptiva a la posibilidad de la PES (percepción extrasensorial), la percepción subliminal, y otros fenómenos asociados a los estados alterados. El interés de la CIA por la parapsicología se remonta a la década de 1940. Una nota manuscrita del período sugiere que se contactaran “hipnotizadores y telépatas” como consultores profesionales en carácter exploratorio, pero esta propuesta fue inicialmente rechazada. No fue hasta 1952, después de que la CIA se involucrara con el LSD, que la Agencia comenzó a financiar la investigación sobre la PES.

A pesar de que la parapsicología ha sido ridiculizada durante mucho tiempo por la comunidad científica, la CIA contempló seriamente la idea de que estos fenómenos podían ser altamente significativos para el tema del espionaje. La Agencia conjeturaba que si se descubría a un buen número de personas en los EE.UU. que tuvieran una alta capacidad de PES, su talento podría ser asignado a los problemas específicos de inteligencia. En 1952 la CIA inició un vasto programa que implica “la búsqueda y el desarrollo de los individuos excepcionalmente dotados que puedan aproximarse al éxito perfecto en la demostración de la PES”. Se instó a la Oficina de Seguridad, que manejaba el proyecto ARTICHOCKE, a seguir “todas las pistas sobre los individuos que habían sido reportados como poseedores de verdaderos poderes de clarividencia” y así poder someter sus pretensiones a una “investigación científica rigurosa”.

En esta línea la CIA comenzó a infiltrarse en las sesiones espiritistas y reuniones ocultistas. Un memo con fecha del 9 de abril de 1953, se refiere a una operación doméstica - y por lo tanto ilegal - que requería “plantar a un observador muy especializado” en una sesión espiritista con el fin de lograr “una vigilancia profunda de todos los individuos que asistían a las reuniones”.

La CIA también buscó desarrollar técnicas mediante las cuales se pudieran utilizar los poderes PES de un grupo de psíquicos “para conseguir información factual que no pudiera ser obtenida de ninguna otra manera”. Si era posible “identificar el pensamiento de otra persona a varios cientos de millas de distancia”, explicó un científico de la CIA, “la adaptación a las exigencias prácticas para la obtención de información secreta no debía presentar serias dificultades”. Por otra parte, “todo lo que añada algo a nuestro entendimiento del fenómeno PES probablemente nos de ventaja en el problema de su uso y control”.

En un giro bastante extraño, durante la década de 1960 la CIA experimentó con médiums en un esfuerzo por ponerse en contacto con agentes muertos (¿e interrogarlos?). Estos intentos, de acuerdo a Victor Marchetti, un ex alto funcionario de la CIA, fueron parte de un plan mayor para aprovechar los poderes psíquicos en diversas misiones de inteligencia que incluían la utilización de los clarividentes para adivinar las intenciones de los dirigentes del Kremlin. Todavía se realizan investigaciones secretas sobre la PES, aunque los portavoces de la CIA se niegan a declarar sobre la naturaleza de estos experimentos.