Fragmentos
de ALGUNOS AÑOS EN EL MÁS ALLÁ ABSOLUTO
de “El Retorno de los Brujos: Una Introducción Al Realismo Mágico” (La Matin
des Magiciens – Louis Pauwels y Jacques Bergier, 1960)
Existe
una florecilla extremadamente delicada y bella que se llama saxífraga umbría.
Se le llama también «la desesperación del pintor». Pero ya no desespera a
ningún artista, desde que la fotografía y otros muchos descubrimientos han
librado a la pintura de la preocupación por el parecido externo. El pintor
menos joven de espíritu, no se sienta ya ante un ramo como solía hacer antaño.
Sus ojos ven algo distinto del ramo, o mejor, su modelo le sirve de pretexto
para expresar, por medio de la superficie coloreada, una realidad oculta a la
mirada del profano. Trata de arrancar un secreto a la creación. Antaño, se
hubiera contentado con reproducir las apariencias tranquilizadoras y, en cierto
modo, participar en el engaño general sobre los signos exteriores de la
realidad. (…) En el transcurso de este medio siglo, no parece que el historiador
haya evolucionado como el pintor, y nuestra historia es tan falsa como lo eran
un seno de mujer, un gatito o un ramo de flores bajo el pincel petrificado de
un pintor conformista de 1890.
«Si
nuestra generación —dice un joven historiador— quiere examinar con lucidez el pasado,
tendrá ante todo que arrancar las máscaras tras de las cuales los artífices de
nuestra Historia permanecen ocultos... El esfuerzo desinteresado realizado por una
falange de historiadores en favor de la simple verdad es relativamente
reciente.»
El
pintor de 1890 tenía sus «desesperaciones». ¿Y qué decir del historiador de los
tiempos presentes? La mayoría de los hechos contemporáneos se asemejan a la
saxífraga umbría: son la desesperación del historiador.
Un
autodidacta delirante, rodeado de algunos megalómanos, rechaza a Descartes,
barre la cultura humanista, aplasta la razón, invoca a Lucifer y conquista
Europa, fallando por poco en la conquista del mundo. El marxismo arraiga en el
único país que Marx juzgaba árido. Londres está a punto de perecer bajo una
lluvia de cohetes destinados a alcanzar la Luna. Las reflexiones sobre el
espacio y el tiempo desembocan en la fabricación de una bomba que aniquila
doscientos mil hombres en tres segundos y amenaza con aniquilar la propia Historia.
¡Saxífragas umbrías!
M.
René Grousset lanza al cielo vacío este cántico, casi tan desesperado como
bello: «Lo que llamamos Historia, o sea la sucesión de imperios, de batallas,
de revoluciones políticas, de fechas sangrientas en su mayoría, ¿es realmente la
Historia? Os confieso que yo no lo creo, y que, al hojear los manuales
escolares, suelo borrar con el pensamiento más de una cuarta parte...
»La
Historia verdadera no es la del vaivén de las fronteras. Es la de la
civilización. Y la civilización es, de una parte, el progreso de la técnica, y,
de otra, el progreso de la espiritualidad. Podemos preguntarnos si la Historia
política, en buena parte, no es más que una historia parásita.
»La
Historia verdadera es, desde el punto de vista material, la de la técnica,
disfrazada por la Historia política que la oprime, que usurpa su lugar y hasta
su nombre.
»Pero
la Historia verdadera es, todavía más, la del progreso del hombre en su espiritualidad.
La función de la Humanidad consiste en ayudar al hombre espiritual a desprenderse,
a realizarse; en ayudar al hombre, como dicen los hindúes en frase admirable, a
convertirse en lo que es. Ciertamente, la Historia aparente, la Historia visible,
la Historia superficial, no es más que un osario. Si no hubiese más que esto,
sólo tendríamos que cerrar el libro y esperar la extinción en el nirvana.. Pero
yo creo que el budismo ha mentido y que la Historia no es esto.»
El
físico, el químico, el biólogo, el psicólogo, durante los últimos cincuenta
años, han recibido grandes choques, yendo a dar, también ellos, con las
saxífragas umbrías. Pero hoy no manifiestan ya la misma inquietud. Trabajan,
adelantan. Estas ciencias tienen, por el contrario, una extraordinaria
vitalidad. Comparad las construcciones arácneas de Spengler y de Toynbee con el
movimiento torrencial de la física nuclear. En cambio, la Historia está
atascada.
Las
razones son sin duda múltiples, pero ésta nos atrae particularmente:
Mientras
el físico o el psicoanalista abandonaron resueltamente la idea de que la realidad
era necesariamente satisfactoria para la razón y optaron por la realidad de lo fantástico,
el historiador permaneció encerrado en el cartesianismo. No es siempre ajena a ello
una cierta pusilanimidad eminentemente política. Se dice que los pueblos
felices no tienen Historia. Pero los pueblos que no tienen historiadores,
francotiradores y poetas son más infelices: están asfixiados, traicionados.
Al
volver la espalda a lo fantástico, el historiador se encuentra a veces
impulsado a fantásticos errores. Si es marxista, prevé el hundimiento de la
economía americana en el momento en que los Estados Unidos alcanzan su más alto
grado de estabilidad y de fuerza. Si es capitalista, señala la expansión del
comunismo en el Oeste en el momento en que Hungría se subleva. En cambio, en
otras ciencias, la predicción del porvenir a base de los datos del presente,
obtiene cada vez mejores resultados.
Partiendo
de una millonésima de gramo de plutonio, el físico nuclear traza el proyecto de
una fábrica gigante que funcionará según lo previsto. Partiendo de algunos sueños,
Freud arroja sobre el alma humana una luz como jamás se viera antes. Y es que
Freud y Einstein realizaron, en el primer momento, un esfuerzo colosal de imaginación.
Pensaron en una realidad totalmente distinta de los datos racionales admitidos.
Partieron de esta proyección imaginativa, establecieron conjuntos de hechos que
la experiencia ha venido a confirmar.
«En
el campo de la ciencia aprendemos cuan grande es la extrañeza del mundo», dice Oppenheimer.
Estamos persuadidos de que esta admisión de la extrañeza enriquecerá la Historia.
No
pretendemos en absoluto llevar al método histórico las transformaciones que
para él deseamos. Pero creemos que el pequeño ensayo que vais a leer puede prestar
algún servicio a los historiadores futuros. Sea por impulsión, sea por
repulsión. Hemos querido, al elegir como tema de estudio un aspecto de la
Alemania hitleriana, señalar vagamente una dirección útil para otros temas.
Hemos pintado flechas en los árboles a nuestro alcance. No pretendemos haber hecho
transitable todo el bosque. Hemos procurado reunir hechos que un historiador «normal»
rechazaría con cólera u horror. Nos hemos convertido por un tiempo, según la linda
frase de Maurice Renard, en «amantes de lo insólito y escribas de milagros».
Esta clase de trabajo no es siempre cómoda para el espíritu. A veces, nos hemos
tranquilizado pensando que la teratología, o estudio de los monstruos, donde se
inspiró el profesor Wolff a despecho del recelo de los sabios «razonables»,
puso en claro más de un aspecto de la biología. Y otro ejemplo nos ha servido de
apoyo: el de Charles Hoy Fort, el malicioso americano del que ya os hemos
hablado.
Dentro
de este espíritu forteano hemos realizado nuestras investigaciones de ciertos acontecimientos
de la Historia reciente. Y así, por ejemplo, hemos creído digno de atención el
hecho de que el fundador del nacionalsocialismo creyese realmente en el
advenimiento del superhombre.
Existe
un algo fantástico evidente que el historiador recubre pudorosamente con explicaciones
frías y mecánicas. Alemania, en el momento en que nace el nazismo, es la patria
de las ciencias exactas. El método alemán, la lógica alemana, el rigor y la
probidad científica alemanes, son universalmente reconocidos. El Herr Professor
invita a veces a la caricatura, pero siempre se le rodea de consideración.
Ahora bien, en este medio, de un cartesianismo de plomo, nace una doctrina
incoherente y en parte delirante, que se propaga a toda velocidad, irresistiblemente,
a partir de un minúsculo hogar. En el país de Einstein y de Plank, se hace
profesión de «física aria». En el país de Humboldt y de Haeckel, se empieza a
hablar de razas. No creemos que se puedan explicar tales fenómenos por la
inflación económica. El telón de fondo no es adecuado para semejante ballet.
Nos ha parecido mucho más eficaz buscar por el lado de ciertos cultos extraños
y de ciertas cosmogonías chocantes, olvidadas por la inflación económica. El
telón de fondo no es muy singular. Las cosmogonías y los cultos de que vamos a hablar
gozaron en Alemania de protección y de apoyo oficiales. Desempeñaron un papel espiritual,
científico, social y político de relativa importancia. Sobre este telón de
fondo se comprende mejor el baile.
Nos
hemos limitado a un instante de la historia alemana. Igualmente habríamos
podido mostrar, por ejemplo, para descubrir lo fantástico en la Historia
contemporánea, la invasión de Europa por las ideas asiáticas en el momento en que
las ideas europeas provocan el despertar de los pueblos de Asia. He aquí un
fenómeno tan desconcertante como el espacio no euclidiano o como las paradojas
del núcleo atómico. El historiador convencional, el sociólogo «comprometido»,
no ven, o se niegan a ver, estos movimientos profundos, que no están de acuerdo
con lo que ellos llaman el «movimiento de la Historia». Por el contrario, prosiguen
imperturbables el análisis y la predicción de una aventura de los hombres que
no se asemeja a los propios hombres, ni a los signos misteriosos pero visibles
que éstos intercambian con el tiempo, el espacio y el destino.
(…)
En
un artículo de la Tribune des Nations,
un historiador francés expresa lisa y llanamente el conjunto de insuficiencias
intelectuales que suelen mencionarse siempre que se habla del hitlerismo.
Analizando la obra: Hitler desenmascarado,
publicada por el doctor Otto Dietrich, que fue durante doce años jefe del
servicio de Prensa del Führer, M. Pierre Cazenave escribe:
«Sin
embargo, el doctor Dietrich se contenta demasiado fácilmente con una frase que,
en un siglo positivista, no sirve para explicar a Hitler. "Hitler —dice—
era un hombre demoníaco, que se dejaba arrastrar por ideas nacionalistas
delirantes." ¿Qué quiere decir demoníaco? En la Edad Media, habría dicho
de Hitler que estaba poseso. Pero, ¿y hoy? O la palabra demoníaco no significa
nada, o significa poseído del demonio. Pero, ¿qué es el demonio? ¿Cree acaso el
doctor Dietrich en la existencia del Diablo? Hay que entenderse. A mí la
palabra demoníaco no me satisface.
»Y
la palabra delirante tampoco. Quien dice delirio dice enfermedad mental.
Delirio maníaco. Delirio melancólico. Delirio de persecución. Nadie duda de que
Hitler era un psicópata e incluso un paranoico, pero los psicópatas e incluso
los paranoicos andan por la calle. Pero existe una diferencia entre esto y la
locura más o menos sistematizada y cuya observación y diagnóstico hubiesen
llevado consigo el internamiento del afectado. En otras palabras: ¿Era Hitler
responsable? A mi entender, sí. Y por esto descarto la palabra delirio, como
descarto el adjetivo demoníaco, ya que a nuestros ojos la demonología sólo
tiene un valor histórico.»
A
nosotros no nos satisface la explicación del doctor Dietrich. El destino de
Hitler y la aventura de un gran pueblo moderno bajo su dirección no podrían
describirse enteramente partiendo de la locura y de la posesión demoníaca. Pero
tampoco nos satisface la crítica del historiador de la Tribune des Nations. Hitler, afirma, no era clínicamente loco. Y el
Demonio no existe. No hay que descartar, pues, la noción de responsabilidad.
Esto es verdad. Pero nuestro historiador parece atribuir virtudes mágicas a
esta noción de responsabilidad.
Apenas
la ha evocado, la historia fantástica del hitlerismo le parece clara y reducida
a las proporciones del siglo positivista en el cual pretende que vivimos. Esta
actitud escapa tanto a la razón como la de Otto Dietrich. Y es que el término
«responsabilidad» es, en nuestro lenguaje, una transposición de lo que era la
«posesión demoníaca» para los tribunales de la Edad Media, según demuestran los
grandes procesos políticos modernos.
Si
Hitler no era un loco ni un poseso, lo cual es posible, la historia del nazismo
seguiría, empero, siendo inexplicable a la luz de un «siglo positivista». La
psicología profunda nos revela que hay acciones aparentemente racionales del
hombre que están gobernadas en realidad por fuerzas que él mismo ignora o que
están ligadas a un simbolismo absolutamente ajeno a la lógica corriente. (…) En
la historia del hitlerismo, o mejor, en ciertos aspectos de esta historia, todo
ocurre como si las ideas-fuerza escapasen a la crítica histórica habitual, y
como si necesitásemos, para comprenderlo, abandonar nuestra visión positiva de
las cosas y esforzarnos en penetrar en un Universo donde han cesado de
conjugarse la razón cartesiana y la realidad.
Nos
hemos impuesto la tarea de escribir estos aspectos del hitlerismo, porque, como
dijo muy bien M. Marcel Ray en 1939, la guerra que Hitler impuso al mundo fue
«una guerra maniquea, o, como dice la Escritura, una lucha de dioses». No se
trata, entiéndase bien, de una lucha entre fascismo y democracia, entre la
concepción liberal y la concepción totalitaria de las sociedades. Esto es el
exoterismo de la batalla. Y hay un esoterismo. Esta lucha de dioses, que se
desarrolló detrás de los acontecimientos visibles, no ha terminado en el mundo,
sino que los progresos formidables del saber humano en los últimos años se
disponen a darle otras formas. Cuando las puertas del conocimiento empiezan a
abrirse al infinito, importa capturar el sentido de esta lucha. Si queremos
futuro, debemos tener una visión exacta y profunda del momento en que lo
fantástico ha empezado a invadir la realidad. Vamos a estudiar este momento.
«En
el fondo —decía Rauschning— todo alemán tiene un pie en la Atlántida, donde
busca una patria mejor y un mejor patrimonio. Esta doble naturaleza de los
alemanes, esta facultad de desdoblamiento que les permite, al mismo tiempo,
vivir en el mundo real y proyectarse a un mundo imaginario, se manifiesta de
manera especial en Hitler y nos da la clave de su socialismo mágico.»
Y
Rauschning, tratando de explicarse la subida al poder de este «sumo sacerdote
dé la religión secreta», intentaba persuadirse de que, muchas veces en la
Historia, «naciones enteras cayeron en una inexplicable agitación. Entonces
emprendían marchas de flageladores. Un baile de San Vito las sacudía».
«El
nacionalsocialismo —concluía— es el baile de San Vito del siglo xx.» Pero, ¿de
dónde procedía esta extraña enfermedad? En parte alguna hallaba respuesta
satisfactoria. «Sus raíces más profundas arraigan en regiones ocultas.» Estas
regiones nos parecen dignas de ser exploradas. (…)
Hermann Rauschning
(…)
Habíamos
llegado a este punto de nuestras investigaciones, cuando un amigo nuestro nos
proporcionó una serie de datos nuevos sobre la existencia, en Inglaterra y a
finales del siglo XIX y principios del XX, de una sociedad secreta y de iniciación,
inspirada en la Rosacruz.
Esta
sociedad se llamaba Golden Dawn y la componían algunos de los espíritus más brillantes
de Inglaterra.
La
Golden Dawn, fundada en 1887, procedía de la Sociedad de la Rosacruz inglesa,
creada veinte años antes por Robert Wentworth Little y cuyos miembros eran
reclutados entre los maestros masones. Esta última sociedad estaba constituida
por ciento noventa y cuatro miembros, uno de los cuales era Bulwer Lytton,
autor de Los últimos días de Pompeya.
La
Golden Dawn, todavía más reducida, tenía por objeto la práctica de la magia
ceremonial y la obtención de poderes y conocimientos secretos. Sus jefes eran
Woodman, Mathers y Wynn Westcott. Estaba en relación con sociedades alemanas
similares, de las cuales encontraremos más adelante algunos miembros en el
famoso movimiento antropósofo de Rudolph Steiner, y después en otros
movimientos influyentes del período prenazi. Después tuvo por jefe a Aleister
Crowley, hombre absolutamente extraordinario y uno de los más grandes ingenios del
neopaganismo, cuyas huellas encontraremos en Alemania. Después de la muerte de Woodman
y de la retirada de Westcott, S. L. Mathers fue el gran maestro de la Golden
Dawn, que dirigió algún tiempo desde París, donde acababa de casarse con la
hija de Henri Bergson.
Mathers
fue sustituido en la jefatura de la Golden Dawn por el poeta Yeats, que debía recibir
más tarde el Premio Nobel.
Yeats
tomó el nombre de Frére Démon est Deas Inversus. Presidía las sesiones
vistiendo kilt escocés y llevando un antifaz negro y un puñal de oro al cinto.
Arthur
Machen había tomado el nombre de Film Aquarti. Una mujer estuvo afiliada a la Golden
Dawn: Florence Farr, directora teatral y amiga íntima de Bernard Shaw. También pertenecieron
a ella los escritores Blackwood, Stoker, autor de Drácula, y Sax Rohmer, así como
Peck, astrónomo real de Escocia, el célebre ingeniero Alian Bennett y Sir
Gerald Kelly, presidente de la Royal Academy. Al parecer, estos espíritus de
calidad recibieron una huella imborrable de la Golden Dawn. Según ellos mismos
confiesan, su visión del mundo sufrió una transformación, y las prácticas a las
cuales se entregaban no dejaron de parecerles eficaces para su sublimación.
Símbolo de la Orden Golden Dawn
La tierra es
cóncava. Su interior está habitado. Los astros son bloques de hielo. Varias
lunas han caído ya sobre la Tierra. La nuestra caerá también. Toda la historia
de la Humanidad se explica por la batalla entre el hielo y el fuego. El hombre
no está acabado. Está al borde de una formidable mutación que le dará los
poderes que los antiguos atribuían a los dioses. Algunos ejemplares del hombre nuevo
existen ya en el mundo, venidos tal vez de allende las fronteras del tiempo y
del espacio.
Existe una
posibilidad de alianza con el Dueño del Mundo, con el «Rey del Miedo», que
reina en una ciudad oculta en algún lugar de Oriente. Los que celebren el pacto
cambiarán por muchos milenios la superficie de la Tierra y darán sentido a la
aventura humana.
Tales
son las teorías científicas y los
conceptos religiosos que alimentaron
el nazismo original, y en los que creían Hitler y los miembros del grupo al que
pertenecía, y que, en proporción considerable, orientaron los hechos sociales y
políticos de la Historia reciente. Esto parece una extravagancia. La
explicación, siquiera parcial, de la Historia contemporánea, partiendo de tales
ideas y creencias, puede parecer repugnante. Pero nosotros creemos que nada es
repugnante cuando se trata de la verdad.
Sabido
es que el partido nazi se mostró francamente, e incluso ruidosamente, antiintelectual,
y que quemó los libros y rechazó a los físicos teóricos del campo enemigo «judeomarxista».
Es menos sabido el porqué, y en favor de qué explicaciones el mundo rechazó las
ciencias occidentales oficiales. Y se sabe menos aún en qué concepto del hombre
se apoyaba el nazismo, al menos en el espíritu de algunos de sus jefes.
Cuando
se sabe todo esto, se sitúa mejor la última guerra mundial en el marco de los grandes
conflictos espirituales; la Historia recobra el aliento de la Leyenda de los
Siglos.
«Se
nos lanzan anatemas como si fuésemos enemigos del espíritu —decía Hitler—. Pues
bien, sí, lo somos. Pero en un sentido mucho más profundo de lo que haya soñado
jamás la ciencia burguesa, en su imbécil orgullo.» Es aproximadamente lo mismo que
declaraba Gurdjieff a su discípulo Ouspensky después de haber enjuiciado a la ciencia:
«Mi camino es el del desarrollo de las posibilidades ocultas del hombre. Es un camino
contra la Naturaleza y contra Dios.»
Esta
idea de las posibilidades ocultas del hombre es esencial. Conduce a menudo a la
repulsa de la ciencia y al desprecio de la Humanidad corriente. Según esta
idea, muy pocos hombres existen realmente. Ser, es ser diferente. El hombre
corriente, el hombre en su estado natural, no es más que una larva, y el Dios
de los cristianos no es más que un pastor de larvas.
El
doctor Willy Ley, uno de los más grandes expertos del mundo en materia de cohetes,
huyó de Alemania en 1933. Por él nos hemos enterado de la existencia en Berlín,
poco antes del nazismo, de una pequeña comunidad espiritual que reviste un gran
interés para nosotros.
Esta
comunidad se fundaba, literalmente, en una novela del escritor inglés Bulwer Lytton:
La raza que nos suplantará. Esta novela
presenta a unos hombres cuyo psiquismo está mucho más desarrollado que el
nuestro. Han adquirido poderes sobre ellos mismos y sobre las cosas que los
hacen semejantes a los dioses. Por lo pronto, siguen ocultos. Habitan en
cavernas, en el centro de la Tierra. Pronto saldrán de ellas para reinar sobre
nosotros.
Esto
era todo lo que parecía saber el doctor Willy Ley. Añadía, sonriendo, que los discípulos
creían poseer ciertos secretos para cambiar de raza, para igualarse a los
hombres ocultos en el fondo de la Tierra. Eran métodos de concentración y toda
una gimnasia interior para transformarse. Comenzaban sus ejercicios
contemplando fijamente la estructura de una manzana partida en dos... Nosotros
proseguimos la investigación, Esta sociedad berlinesa se llamaba: «La Logia
Luminosa» o «Sociedad del Vril». El Vril es la enorme energía de la cual sólo
utilizamos una ínfima parte en la vida ordinaria, el nervio de nuestra divinidad
posible. El que llega a ser dueño de un vnl se convierte en dueño de sí mismo,
de los demás y del mundo. Aparte de esto, no hay nada deseable.
Todos
nuestros esfuerzos deben tender a ello. Todo lo demás pertenece a la psicología
oficial, a la moral, a las religiones, al viento. El mundo va a cambiar. Los
Señores saldrán de debajo de la Tierra. Si no hemos celebrado una alianza con
ellos, si no somos también señores, nos veremos entre los esclavos, entre el
estiércol que servirá de abono a las nuevas ciudades.
La
«Logia Luminosa» tenía amigos en la teosofía y en los grupos de la Rosacruz.
Según Jack Belding, autor de la curiosa obra Los siete hombres de Spandau,2 Kan
Haushoffer perteneció a esta Logia. Tendremos que hablar mucho de éste, y
veremos cómo su paso por esta «sociedad del vril» aclara algunas cosas.
El
lector recordará, tal vez, que detrás del escritor Arthur Machen, descubrimos
una sociedad secreta inglesa, la Golden Dawn. Esta sociedad neopagana, a la que
pertenecían grandes ingenios, había nacido de la Sociedad inglesa de la
Rosacruz, fundada por Wentworth Little en 1876. Little estaba en relación con
los rosacrucianos alemanes. Reclutó sus adeptos, en número de ciento cuarenta y
cuatro, entre los dignatarios masones. Uno de tales adeptos fue Bulwer Lytton.
Bulwer
Lytton, erudito genial, mundialmente célebre por su relato Los últimos días de Pompeya, no esperaba sin duda que su novela
inspirase, varias décadas más tarde y en Alemania, a un grupo místico prenazi.
Sin embargo, en otras obras, como La raza
que nos suplantará o Zanoni,
hacía gran hincapié en realidades del mundo espiritual y, particularmente, del
mundo infernal. Se consideraba un iniciado. A través de las fábulas novelescas,
expresaba su certeza de que existen seres dotados de poderes sobrehumanos. Estos
seres que suplantarán y conducirán a los elegidos de la raza humana a una
formidable mutación.
Hay
que tener cuidado con esta idea de mutación de la raza. Volveremos a
encontrarla en Hitler, y en la actualidad no está extinguida («El objetivo de Hitler no es la implantación
de la raza de los Señores, ni la conquista del mundo; esto sólo son medios de
la gran obra señalada por Hitler; el fin verdadero es hacer obra de creación,
obra divina, mutación biológica; resultado de ello sería una ascensión de la
Humanidad todavía no igualada, "la aparición de una humanidad de héroes,
de semidioses, de hombres-dioses".» Doctor Achule Delmas: Hitler, ensayo de biografía psicopatológica).
Hay que guardarse también de la idea de los «Superiores Desconocidos». La
encontramos en todas las místicas negras de Oriente y de Occidente. Habitantes
subterráneos o venidos de otros planetas, gigantes semejantes a los que se dice
que duermen bajo una concha de oro en las criptas tibetanas, o bien presencias informes
y terroríficas según las describía Lovecraft, estos «Superiores Desconocidos» evocados
en los ritos paganos y luciferinos, ¿existen acaso? Cuando Machen habla del mundo
del Mal, «lle no de cavernas y de habitantes crepusculares», se refiere, como
buen discípulo de la Golden Dawn, al otro mundo, a aquel en que el hombre entra
en contacto con los «Superiores Desconocidos». Nos parece cierto que Hitler
compartía esta creencia. Más aún: que creía haber estado en contacto con los
«Superiores».
Hemos
citado la Golden Dawn y la «Sociedad del Vril» alemana. Enseguida hablaremos
del grupo «Thule». No somos tan locos como para querer explicarla Historia por
las sociedades secretas. Pero sí que veremos, cosa curiosa, que existe una relación
y que, con el nazismo, el «otro mundo» reinó sobre nosotros durante algunos años.
Ha sido vencido. Pero no ha muerto, ni al otro lado del Rin ni en el resto del
mundo. Y no es eso lo temible, sino nuestra ignorancia.
Hemos
dicho ya que Samuel Mathers fundó la Golden Dawn. Mathers pretendía estar en relación
con los «Superiores Desconocidos» y haber entablado contacto con ellos en
compañía de su madre, hermana del filósofo Henri Bergson. He aquí un pasaje del
manifiesto a los «Miembros del Segundo Orden», que escribió en 1896.
«Con
referencia a estos Jefes Secretos a que me refiero, y de los cuales he recibido
la sabiduría del Segundo Orden que os he comunicado, nada puedo deciros. Ignoro
incluso sus nombres terrenales y sólo los he visto muy raras veces en su cuerpo
físico... Nos encontramos físicamente en tiempos y lugares previamente fijados.
En mi opinión son seres humanos que viven en esta Tierra, pero que poseen
poderes terribles y sobrehumanos... Mis relaciones físicas con ellos me han enseñado
lo difícil que es para un mortal, por muy avanzado que sea, aguantar su
presencia. No quiero decir con ello que, en estos raros encuentros,
experimentase el efecto de la depresión física intensa que sigue a la pérdida
del magnetismo. Por el contrario, me sentía en contacto con una fuerza tan
terrible, que sólo puedo compararla al efecto experimentado por alguien que se
encontrara cerca de un relámpago durante una violenta tempestad acompañado de
una gran dificultad de respirar... La postración nerviosa de que os he hablado
iba acompañada de sudores fríos y de pérdida de sangre por la nariz, por la
boca y a veces por los oídos.»
Samuel Liddel McGregor Mathers
Hitler
hablaba un día con Rauschning (Hermann Rauschning, Hitler me dijo), jefe del gobierno de Danzig, sobre el problema de
la mutación de la raza humana. Rauschning, que no poseía la clave de tan
extraña preocupación, atribuyó a las palabras de Hitler el propósito del
cultivador que trataba de mejorar la sangre alemana.
—
Pero usted no puede hacer más que ayudar a la Naturaleza —le dijo—, abreviar el
camino a recorrer. Es preciso que la propia Naturaleza le dé una variedad
nueva. Hasta ahora, el ganadero ha logrado muy raras veces, en la especie
animal, efectuar mutaciones, es decir, crear él mismo caracteres nuevos.
—
¡El hombre nuevo vive entre nosotros! ¡Existe! —exclamó Hitler, con voz
triunfal—. ¿Le basta con esto? Le confiaré un secreto. Yo he visto al hombre
nuevo. Es intrépido y cruel. Ante él, he tenido miedo.
«Al
pronunciar estas palabras —añade Rauschning—, Hitler temblaba con ardor extático.»
Y
Rauschning refiere también esta extraña escena, sobre la cual se interroga en
vano el doctor Achule Deimas, especialista en psicología aplicada. La
psicología, en efecto, no es aplicable a este caso:
«Una
persona próxima a él, me dijo que Hitler se despierta por las noches, lanzando gritos
convulsivos. Pide socorro, sentado en el borde de su cama, y está como
paralizado. Es presa de un pánico que le hace temblar hasta el punto de sacudir
el lecho. Profiere voces confusas e incomprensibles. Jadea como si estuviera a
punto de ahogarse. La misma persona me contó una de estas crisis, con detalles
que me negaría a creer si procedieran de una fuente menos segura. Hitler estaba
en pie en su habitación, tambaleándose y mirando a su alrededor con aire extraviado.
"¡Es él! ¡Es él! ¡Ha venido aquí!", gemía. Sus labios estaban
pálidos. Por su cara resbalaban gruesas gotas de sudor. De pronto, pronunció
unos números sin sentido, algunas palabras y trozos de frases.
Era
algo espantoso. Empleaba palabras muy extrañas, uniéndolas de un modo chocante.
Después, volvió a quedar silencioso, pero siguió moviendo los labios. Entonces
le dieron masajes y le hicieron beber algo. Pero, de pronto, rugió: "¡Allí!
¡Allí! ¡En el rincón! ¡Está allí!" Daba patadas en el suelo y chillaba. Le
tranquilizaron diciéndole que nada ocurría de extraordinario, y se fue calmando
poco a poco. Durmió muchas horas y volvió a ser un hombre casi normal y
soportable...»
Dejemos
al lector el trabajo de comparar las declaraciones de Mathers, jefe de una pequeña
sociedad neopagana de fines del siglo XIX, con las palabras de un hombre que,
en el momento en que Rauschning las recogió, se aprestaba a lanzar al mundo a
una aventura que le costó veinte millones de muertos. Y le rogamos que no
desprecie esta comparación y sus enseñanzas, bajo el pretexto de que la Golden
Dawn y el nazismo no pueden, a los ojos del historiador razonable, medirse por
el mismo rasero. El historiador es razonable, pero la Historia no lo es. Las
mismas creencias animan a los dos hombres, sus experiencias fundamentales son
idénticas, y la misma fuerza los guía. Pertenecen a la misma corriente de ideas,
a la misma religión. Esta religión no ha sido nunca realmente estudiada. Ni la
Iglesia, ni el racionalismo, que es otra iglesia, lo han permitido. Entramos en
una época del conocimiento en que tales estudios serán posibles porque, al descubrir
la realidad de su lado fantástico, algunas ideas técnicas que nos parecen
absurdas, despreciables u odiosas, nos parecerán entonces útiles para la
comprensión de algo real y cada vez menos tranquilizador.
No
proponemos al lector que estudie la filiación Rosacruz - Bulwer Lytton - Little
- Mathers - Crowley - Hitler, ni otra filiación del mismo género, donde
encontrarían también a Madame Blavatsky y a Gurdjieff. El juego de las
filiaciones es como el de las influencias en literatura. Una vez terminado,
sigue el problema: el del genio, en literatura; el del poder, en Historia. La
Golden Dawn no basta para explicar el grupo «Thule» o la «Logia Luminosa», la
Ahnenherbe. Naturalmente, hay muchas interferencias, pasajes clandestinos o
confesados de un grupo a otro. No dejaremos de señalarlos. Es algo apasionante,
como toda pequeña historia. Pero nuestro objeto es la gran Historia. Pensamos que
estas sociedades, pequeñas o grandes, ramificadas o no, conexas o inconexas,
son manifestaciones más o menos claras, más o menos importantes, de otro mundo
distinto al que vivimos. (…)
Vivimos
entre dos mundos y tomamos el planeta entero por la no man's land. El nazismo constituyó
uno de los raros momentos, en la Historia de nuestra civilización, en que una puerta
se abrió sobre otra cosa, de manera ruidosa y visible. Y es singular que los
hombres pretendan no haber visto ni oído nada, aparte de los espectáculos y los
ruidos del desbarajuste bélico y político.
Todos
estos movimientos: Rosacruz moderna, Golden Dawn y «Sociedad del Vril» alemana
(que nos conducirán al grupo «Thule», donde encontraremos a Haushoffer, a Hess
y a Hitler), tenían algo que ver con la «Sociedad Teosófica», poderosa y bien organizada.
La teosofía añadía a la magia neopagana un aparato oriental y una terminología
hindú. O mejor dicho, abría a un cierto Oriente luciferino las rutas de Occidente.
Bajo el nombre de teosofismo, se acabó por comprender todo el vasto movimiento
del renacimiento mágico que trastornó no pocas inteligencias a comienzos de siglo.
En
su estudio La Teosofía,, historia de una
seudorreligión, publicado en 1921, el filósofo René Guénon se muestra profeta.
Ve surgir los peligros detrás de la teosofía y de los grupos de iniciación
neopaganos, más o menos relacionados con la secta de Madame Blavatsky.
Escribe:
«Los
falsos mesías que hemos conocido hasta la fecha, sólo han realizado prodigios
de calidad bastante inferior, y los que los siguieron eran, probablemente,
personas fáciles de embaucar. Pero, ¿quién sabe lo que nos reserva el porvenir?
Si pensamos que estos falsos mesías no han sido más que instrumentos más o menos
inconscientes en manos de los que los promovieron, y si los relacionamos en
particular con la serie de tentativas sucesivas realizadas por los teósofos,
nos sentimos inclinados a pensar que no fueron más que ensayos, experimentos de
alguna clase, que se renovarán en formas diversas hasta obtener el éxito, y
que, mientras tanto, dan siempre por resultado el provocar cierta turbación en
los espíritus. No creemos, por otra parte, que los teósofos, al igual que los ocultistas
y los espiritistas, tengan fuerza suficiente para realizar por sí solos
semejante empresa. Pero, ¿no puede haber, detrás de todos estos movimientos,
algo mucho más temible, desconocido acaso por sus propios jefes y de lo que no
son más que simples instrumentos?»
Es
también la época en que un extraordinario personaje, Rudolf Steiner, crea en
Suiza una sociedad de investigación que se apoya en la idea de que el Universo
entero está contenido en el espíritu humano, y de que este espíritu es capaz de
una actividad que no puede medirse por el rasero de la psicología oficial. En
realidad, ciertos descubrimientos steinerianos en biología (los abonos que no
destruyen el suelo), en medicina (utilización de metales que modifican el
metabolismo) y sobre todo en pedagogía (numerosas escuelas steinerianas funcionan
actualmente en Europa), han enriquecido notablemente a la Humanidad. Rudolf Steiner
creía que hay una forma negra y una forma blanca en la investigación «mágica».
Opinaba que la teosofía y las diversas sociedades neopaganas procedían del gran
mundo subterráneo del Mal y eran anuncio de una edad demoníaca. Y se apresuró a
montar, en el seno de su propia enseñanza, una doctrina moral que obligaba a
los «iniciados» a emplear sólo fuerzas benéficas. Quería crear una sociedad de
hombres de buena voluntad.
No
queremos discutir si Steiner tenía razón o estaba equivocado, si poseía o no la
verdad. Pero nos llama la atención que los primeros grupos nazis parecieron
considerar a Steiner como el enemigo número uno. Los hombres de acción de la
primera época disuelven por la violencia las reuniones de los steinerianos,
amenazan de muerte a sus discípulos, les obligan a huir de Alemania, y, en
1924, incendian el centro construido por Steiner en Dornach, Suiza. Los
archivos son pasto de las llamas; Steiner no puede ya trabajar, y muere de
dolor un año más tarde.
Hasta
aquí hemos descrito los antecedentes del elemento fantástico del hitlerismo.
Ahora entramos en lo que constituye realmente nuestro tema. Dos teorías
florecieron en la Alemania nazi: la del mundo helado la de la tierra cóncava.
Son dos explicaciones del mundo y del hombre que resucitan datos tradicionales,
justifican algunos mitos y ponen de nuevo sobre el tapete cierto número de
«verdades» elaboradas por grupos de iniciación, desde los teósofos a Gurdjieff.
Pero estas teorías fueron expuestas con gran aparato políticocientífico.
A
punto estuvieron de arrojar de Alemania la ciencia moderna, tal como nosotros
la consideramos. Reinaron sobre muchos espíritus. Además, determinaron ciertas
decisiones militares de Hitler, influyendo a veces en la marcha de la guerra y
contribuyendo a la catástrofe final. Hitler, arrastrado por esas teorías y
especialmente por la idea del diluvio sacrificial, quiso llevar a todo el
pueblo alemán a la aniquilación total. Ignoramos la causa de que estas teorías,
con tanto empeño afirmadas, en las que comulgaron docenas de hombres e
inteligencias destacadas y por las que se hicieron tantos sacrificios
materiales y humanos, no hayan sido todavía estudiadas por nosotros y sean
incluso desconocidas para muchos.
(Continuará...)
Genial. Ese libro siempre me ha gustado por raro y turbador. Gracias por colocar estos fragmentos, ayudan a recordar. Saludos desde preludioalparaiso.blogspot.com
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