domingo, 21 de abril de 2013

EL PENSAMIENTO MÁGICO Y LAS RAÍCES DEL ESOTERISMO NAZI (por L. Pauwels y J. Bergier) PARTE I


Fragmentos de ALGUNOS AÑOS EN EL MÁS ALLÁ ABSOLUTO de “El Retorno de los Brujos: Una Introducción Al Realismo Mágico” (La Matin des Magiciens – Louis Pauwels y Jacques Bergier, 1960)

 


Existe una florecilla extremadamente delicada y bella que se llama saxífraga umbría. Se le llama también «la desesperación del pintor». Pero ya no desespera a ningún artista, desde que la fotografía y otros muchos descubrimientos han librado a la pintura de la preocupación por el parecido externo. El pintor menos joven de espíritu, no se sienta ya ante un ramo como solía hacer antaño. Sus ojos ven algo distinto del ramo, o mejor, su modelo le sirve de pretexto para expresar, por medio de la superficie coloreada, una realidad oculta a la mirada del profano. Trata de arrancar un secreto a la creación. Antaño, se hubiera contentado con reproducir las apariencias tranquilizadoras y, en cierto modo, participar en el engaño general sobre los signos exteriores de la realidad. (…) En el transcurso de este medio siglo, no parece que el historiador haya evolucionado como el pintor, y nuestra historia es tan falsa como lo eran un seno de mujer, un gatito o un ramo de flores bajo el pincel petrificado de un pintor conformista de 1890.

 

«Si nuestra generación —dice un joven historiador— quiere examinar con lucidez el pasado, tendrá ante todo que arrancar las máscaras tras de las cuales los artífices de nuestra Historia permanecen ocultos... El esfuerzo desinteresado realizado por una falange de historiadores en favor de la simple verdad es relativamente reciente.»

 

El pintor de 1890 tenía sus «desesperaciones». ¿Y qué decir del historiador de los tiempos presentes? La mayoría de los hechos contemporáneos se asemejan a la saxífraga umbría: son la desesperación del historiador.

 

Un autodidacta delirante, rodeado de algunos megalómanos, rechaza a Descartes, barre la cultura humanista, aplasta la razón, invoca a Lucifer y conquista Europa, fallando por poco en la conquista del mundo. El marxismo arraiga en el único país que Marx juzgaba árido. Londres está a punto de perecer bajo una lluvia de cohetes destinados a alcanzar la Luna. Las reflexiones sobre el espacio y el tiempo desembocan en la fabricación de una bomba que aniquila doscientos mil hombres en tres segundos y amenaza con aniquilar la propia Historia. ¡Saxífragas umbrías!

 

M. René Grousset lanza al cielo vacío este cántico, casi tan desesperado como bello: «Lo que llamamos Historia, o sea la sucesión de imperios, de batallas, de revoluciones políticas, de fechas sangrientas en su mayoría, ¿es realmente la Historia? Os confieso que yo no lo creo, y que, al hojear los manuales escolares, suelo borrar con el pensamiento más de una cuarta parte...

 

»La Historia verdadera no es la del vaivén de las fronteras. Es la de la civilización. Y la civilización es, de una parte, el progreso de la técnica, y, de otra, el progreso de la espiritualidad. Podemos preguntarnos si la Historia política, en buena parte, no es más que una historia parásita.

 

»La Historia verdadera es, desde el punto de vista material, la de la técnica, disfrazada por la Historia política que la oprime, que usurpa su lugar y hasta su nombre.

 

»Pero la Historia verdadera es, todavía más, la del progreso del hombre en su espiritualidad. La función de la Humanidad consiste en ayudar al hombre espiritual a desprenderse, a realizarse; en ayudar al hombre, como dicen los hindúes en frase admirable, a convertirse en lo que es. Ciertamente, la Historia aparente, la Historia visible, la Historia superficial, no es más que un osario. Si no hubiese más que esto, sólo tendríamos que cerrar el libro y esperar la extinción en el nirvana.. Pero yo creo que el budismo ha mentido y que la Historia no es esto.»

 

El físico, el químico, el biólogo, el psicólogo, durante los últimos cincuenta años, han recibido grandes choques, yendo a dar, también ellos, con las saxífragas umbrías. Pero hoy no manifiestan ya la misma inquietud. Trabajan, adelantan. Estas ciencias tienen, por el contrario, una extraordinaria vitalidad. Comparad las construcciones arácneas de Spengler y de Toynbee con el movimiento torrencial de la física nuclear. En cambio, la Historia está atascada.

 

Las razones son sin duda múltiples, pero ésta nos atrae particularmente:

 

Mientras el físico o el psicoanalista abandonaron resueltamente la idea de que la realidad era necesariamente satisfactoria para la razón y optaron por la realidad de lo fantástico, el historiador permaneció encerrado en el cartesianismo. No es siempre ajena a ello una cierta pusilanimidad eminentemente política. Se dice que los pueblos felices no tienen Historia. Pero los pueblos que no tienen historiadores, francotiradores y poetas son más infelices: están asfixiados, traicionados.

Al volver la espalda a lo fantástico, el historiador se encuentra a veces impulsado a fantásticos errores. Si es marxista, prevé el hundimiento de la economía americana en el momento en que los Estados Unidos alcanzan su más alto grado de estabilidad y de fuerza. Si es capitalista, señala la expansión del comunismo en el Oeste en el momento en que Hungría se subleva. En cambio, en otras ciencias, la predicción del porvenir a base de los datos del presente, obtiene cada vez mejores resultados.

 

Partiendo de una millonésima de gramo de plutonio, el físico nuclear traza el proyecto de una fábrica gigante que funcionará según lo previsto. Partiendo de algunos sueños, Freud arroja sobre el alma humana una luz como jamás se viera antes. Y es que Freud y Einstein realizaron, en el primer momento, un esfuerzo colosal de imaginación. Pensaron en una realidad totalmente distinta de los datos racionales admitidos. Partieron de esta proyección imaginativa, establecieron conjuntos de hechos que la experiencia ha venido a confirmar.

 

«En el campo de la ciencia aprendemos cuan grande es la extrañeza del mundo», dice Oppenheimer. Estamos persuadidos de que esta admisión de la extrañeza enriquecerá la Historia.

 

No pretendemos en absoluto llevar al método histórico las transformaciones que para él deseamos. Pero creemos que el pequeño ensayo que vais a leer puede prestar algún servicio a los historiadores futuros. Sea por impulsión, sea por repulsión. Hemos querido, al elegir como tema de estudio un aspecto de la Alemania hitleriana, señalar vagamente una dirección útil para otros temas. Hemos pintado flechas en los árboles a nuestro alcance. No pretendemos haber hecho transitable todo el bosque. Hemos procurado reunir hechos que un historiador «normal» rechazaría con cólera u horror. Nos hemos convertido por un tiempo, según la linda frase de Maurice Renard, en «amantes de lo insólito y escribas de milagros». Esta clase de trabajo no es siempre cómoda para el espíritu. A veces, nos hemos tranquilizado pensando que la teratología, o estudio de los monstruos, donde se inspiró el profesor Wolff a despecho del recelo de los sabios «razonables», puso en claro más de un aspecto de la biología. Y otro ejemplo nos ha servido de apoyo: el de Charles Hoy Fort, el malicioso americano del que ya os hemos hablado.

 

Dentro de este espíritu forteano hemos realizado nuestras investigaciones de ciertos acontecimientos de la Historia reciente. Y así, por ejemplo, hemos creído digno de atención el hecho de que el fundador del nacionalsocialismo creyese realmente en el advenimiento del superhombre.




Existe un algo fantástico evidente que el historiador recubre pudorosamente con explicaciones frías y mecánicas. Alemania, en el momento en que nace el nazismo, es la patria de las ciencias exactas. El método alemán, la lógica alemana, el rigor y la probidad científica alemanes, son universalmente reconocidos. El Herr Professor invita a veces a la caricatura, pero siempre se le rodea de consideración. Ahora bien, en este medio, de un cartesianismo de plomo, nace una doctrina incoherente y en parte delirante, que se propaga a toda velocidad, irresistiblemente, a partir de un minúsculo hogar. En el país de Einstein y de Plank, se hace profesión de «física aria». En el país de Humboldt y de Haeckel, se empieza a hablar de razas. No creemos que se puedan explicar tales fenómenos por la inflación económica. El telón de fondo no es adecuado para semejante ballet. Nos ha parecido mucho más eficaz buscar por el lado de ciertos cultos extraños y de ciertas cosmogonías chocantes, olvidadas por la inflación económica. El telón de fondo no es muy singular. Las cosmogonías y los cultos de que vamos a hablar gozaron en Alemania de protección y de apoyo oficiales. Desempeñaron un papel espiritual, científico, social y político de relativa importancia. Sobre este telón de fondo se comprende mejor el baile.

 

Nos hemos limitado a un instante de la historia alemana. Igualmente habríamos podido mostrar, por ejemplo, para descubrir lo fantástico en la Historia contemporánea, la invasión de Europa por las ideas asiáticas en el momento en que las ideas europeas provocan el despertar de los pueblos de Asia. He aquí un fenómeno tan desconcertante como el espacio no euclidiano o como las paradojas del núcleo atómico. El historiador convencional, el sociólogo «comprometido», no ven, o se niegan a ver, estos movimientos profundos, que no están de acuerdo con lo que ellos llaman el «movimiento de la Historia». Por el contrario, prosiguen imperturbables el análisis y la predicción de una aventura de los hombres que no se asemeja a los propios hombres, ni a los signos misteriosos pero visibles que éstos intercambian con el tiempo, el espacio y el destino.

 

(…)

 

En un artículo de la Tribune des Nations, un historiador francés expresa lisa y llanamente el conjunto de insuficiencias intelectuales que suelen mencionarse siempre que se habla del hitlerismo. Analizando la obra: Hitler desenmascarado, publicada por el doctor Otto Dietrich, que fue durante doce años jefe del servicio de Prensa del Führer, M. Pierre Cazenave escribe:

 

«Sin embargo, el doctor Dietrich se contenta demasiado fácilmente con una frase que, en un siglo positivista, no sirve para explicar a Hitler. "Hitler —dice— era un hombre demoníaco, que se dejaba arrastrar por ideas nacionalistas delirantes." ¿Qué quiere decir demoníaco? En la Edad Media, habría dicho de Hitler que estaba poseso. Pero, ¿y hoy? O la palabra demoníaco no significa nada, o significa poseído del demonio. Pero, ¿qué es el demonio? ¿Cree acaso el doctor Dietrich en la existencia del Diablo? Hay que entenderse. A mí la palabra demoníaco no me satisface.

 

»Y la palabra delirante tampoco. Quien dice delirio dice enfermedad mental. Delirio maníaco. Delirio melancólico. Delirio de persecución. Nadie duda de que Hitler era un psicópata e incluso un paranoico, pero los psicópatas e incluso los paranoicos andan por la calle. Pero existe una diferencia entre esto y la locura más o menos sistematizada y cuya observación y diagnóstico hubiesen llevado consigo el internamiento del afectado. En otras palabras: ¿Era Hitler responsable? A mi entender, sí. Y por esto descarto la palabra delirio, como descarto el adjetivo demoníaco, ya que a nuestros ojos la demonología sólo tiene un valor histórico.»

 

A nosotros no nos satisface la explicación del doctor Dietrich. El destino de Hitler y la aventura de un gran pueblo moderno bajo su dirección no podrían describirse enteramente partiendo de la locura y de la posesión demoníaca. Pero tampoco nos satisface la crítica del historiador de la Tribune des Nations. Hitler, afirma, no era clínicamente loco. Y el Demonio no existe. No hay que descartar, pues, la noción de responsabilidad. Esto es verdad. Pero nuestro historiador parece atribuir virtudes mágicas a esta noción de responsabilidad.

 

Apenas la ha evocado, la historia fantástica del hitlerismo le parece clara y reducida a las proporciones del siglo positivista en el cual pretende que vivimos. Esta actitud escapa tanto a la razón como la de Otto Dietrich. Y es que el término «responsabilidad» es, en nuestro lenguaje, una transposición de lo que era la «posesión demoníaca» para los tribunales de la Edad Media, según demuestran los grandes procesos políticos modernos.

 

Si Hitler no era un loco ni un poseso, lo cual es posible, la historia del nazismo seguiría, empero, siendo inexplicable a la luz de un «siglo positivista». La psicología profunda nos revela que hay acciones aparentemente racionales del hombre que están gobernadas en realidad por fuerzas que él mismo ignora o que están ligadas a un simbolismo absolutamente ajeno a la lógica corriente. (…) En la historia del hitlerismo, o mejor, en ciertos aspectos de esta historia, todo ocurre como si las ideas-fuerza escapasen a la crítica histórica habitual, y como si necesitásemos, para comprenderlo, abandonar nuestra visión positiva de las cosas y esforzarnos en penetrar en un Universo donde han cesado de conjugarse la razón cartesiana y la realidad.

 

Nos hemos impuesto la tarea de escribir estos aspectos del hitlerismo, porque, como dijo muy bien M. Marcel Ray en 1939, la guerra que Hitler impuso al mundo fue «una guerra maniquea, o, como dice la Escritura, una lucha de dioses». No se trata, entiéndase bien, de una lucha entre fascismo y democracia, entre la concepción liberal y la concepción totalitaria de las sociedades. Esto es el exoterismo de la batalla. Y hay un esoterismo. Esta lucha de dioses, que se desarrolló detrás de los acontecimientos visibles, no ha terminado en el mundo, sino que los progresos formidables del saber humano en los últimos años se disponen a darle otras formas. Cuando las puertas del conocimiento empiezan a abrirse al infinito, importa capturar el sentido de esta lucha. Si queremos futuro, debemos tener una visión exacta y profunda del momento en que lo fantástico ha empezado a invadir la realidad. Vamos a estudiar este momento.

 

«En el fondo —decía Rauschning— todo alemán tiene un pie en la Atlántida, donde busca una patria mejor y un mejor patrimonio. Esta doble naturaleza de los alemanes, esta facultad de desdoblamiento que les permite, al mismo tiempo, vivir en el mundo real y proyectarse a un mundo imaginario, se manifiesta de manera especial en Hitler y nos da la clave de su socialismo mágico.»

 

Y Rauschning, tratando de explicarse la subida al poder de este «sumo sacerdote dé la religión secreta», intentaba persuadirse de que, muchas veces en la Historia, «naciones enteras cayeron en una inexplicable agitación. Entonces emprendían marchas de flageladores. Un baile de San Vito las sacudía».

 

«El nacionalsocialismo —concluía— es el baile de San Vito del siglo xx.» Pero, ¿de dónde procedía esta extraña enfermedad? En parte alguna hallaba respuesta satisfactoria. «Sus raíces más profundas arraigan en regiones ocultas.» Estas regiones nos parecen dignas de ser exploradas. (…)

Hermann Rauschning
 

(…)

 

Habíamos llegado a este punto de nuestras investigaciones, cuando un amigo nuestro nos proporcionó una serie de datos nuevos sobre la existencia, en Inglaterra y a finales del siglo XIX y principios del XX, de una sociedad secreta y de iniciación, inspirada en la Rosacruz.


Esta sociedad se llamaba Golden Dawn y la componían algunos de los espíritus más brillantes de Inglaterra.

 

La Golden Dawn, fundada en 1887, procedía de la Sociedad de la Rosacruz inglesa, creada veinte años antes por Robert Wentworth Little y cuyos miembros eran reclutados entre los maestros masones. Esta última sociedad estaba constituida por ciento noventa y cuatro miembros, uno de los cuales era Bulwer Lytton, autor de Los últimos días de Pompeya.

 

La Golden Dawn, todavía más reducida, tenía por objeto la práctica de la magia ceremonial y la obtención de poderes y conocimientos secretos. Sus jefes eran Woodman, Mathers y Wynn Westcott. Estaba en relación con sociedades alemanas similares, de las cuales encontraremos más adelante algunos miembros en el famoso movimiento antropósofo de Rudolph Steiner, y después en otros movimientos influyentes del período prenazi. Después tuvo por jefe a Aleister Crowley, hombre absolutamente extraordinario y uno de los más grandes ingenios del neopaganismo, cuyas huellas encontraremos en Alemania. Después de la muerte de Woodman y de la retirada de Westcott, S. L. Mathers fue el gran maestro de la Golden Dawn, que dirigió algún tiempo desde París, donde acababa de casarse con la hija de Henri Bergson.

 

Mathers fue sustituido en la jefatura de la Golden Dawn por el poeta Yeats, que debía recibir más tarde el Premio Nobel.

 

Yeats tomó el nombre de Frére Démon est Deas Inversus. Presidía las sesiones vistiendo kilt escocés y llevando un antifaz negro y un puñal de oro al cinto.

 

Arthur Machen había tomado el nombre de Film Aquarti. Una mujer estuvo afiliada a la Golden Dawn: Florence Farr, directora teatral y amiga íntima de Bernard Shaw. También pertenecieron a ella los escritores Blackwood, Stoker, autor de Drácula, y Sax Rohmer, así como Peck, astrónomo real de Escocia, el célebre ingeniero Alian Bennett y Sir Gerald Kelly, presidente de la Royal Academy. Al parecer, estos espíritus de calidad recibieron una huella imborrable de la Golden Dawn. Según ellos mismos confiesan, su visión del mundo sufrió una transformación, y las prácticas a las cuales se entregaban no dejaron de parecerles eficaces para su sublimación.

 
Símbolo de la Orden Golden Dawn
 
 

La tierra es cóncava. Su interior está habitado. Los astros son bloques de hielo. Varias lunas han caído ya sobre la Tierra. La nuestra caerá también. Toda la historia de la Humanidad se explica por la batalla entre el hielo y el fuego. El hombre no está acabado. Está al borde de una formidable mutación que le dará los poderes que los antiguos atribuían a los dioses. Algunos ejemplares del hombre nuevo existen ya en el mundo, venidos tal vez de allende las fronteras del tiempo y del espacio.

 

Existe una posibilidad de alianza con el Dueño del Mundo, con el «Rey del Miedo», que reina en una ciudad oculta en algún lugar de Oriente. Los que celebren el pacto cambiarán por muchos milenios la superficie de la Tierra y darán sentido a la aventura humana.

 

Tales son las teorías científicas y los conceptos religiosos que alimentaron el nazismo original, y en los que creían Hitler y los miembros del grupo al que pertenecía, y que, en proporción considerable, orientaron los hechos sociales y políticos de la Historia reciente. Esto parece una extravagancia. La explicación, siquiera parcial, de la Historia contemporánea, partiendo de tales ideas y creencias, puede parecer repugnante. Pero nosotros creemos que nada es repugnante cuando se trata de la verdad.

 

Sabido es que el partido nazi se mostró francamente, e incluso ruidosamente, antiintelectual, y que quemó los libros y rechazó a los físicos teóricos del campo enemigo «judeomarxista». Es menos sabido el porqué, y en favor de qué explicaciones el mundo rechazó las ciencias occidentales oficiales. Y se sabe menos aún en qué concepto del hombre se apoyaba el nazismo, al menos en el espíritu de algunos de sus jefes.

 

Cuando se sabe todo esto, se sitúa mejor la última guerra mundial en el marco de los grandes conflictos espirituales; la Historia recobra el aliento de la Leyenda de los Siglos.

 

«Se nos lanzan anatemas como si fuésemos enemigos del espíritu —decía Hitler—. Pues bien, sí, lo somos. Pero en un sentido mucho más profundo de lo que haya soñado jamás la ciencia burguesa, en su imbécil orgullo.» Es aproximadamente lo mismo que declaraba Gurdjieff a su discípulo Ouspensky después de haber enjuiciado a la ciencia: «Mi camino es el del desarrollo de las posibilidades ocultas del hombre. Es un camino contra la Naturaleza y contra Dios.»

 

Esta idea de las posibilidades ocultas del hombre es esencial. Conduce a menudo a la repulsa de la ciencia y al desprecio de la Humanidad corriente. Según esta idea, muy pocos hombres existen realmente. Ser, es ser diferente. El hombre corriente, el hombre en su estado natural, no es más que una larva, y el Dios de los cristianos no es más que un pastor de larvas.

 

El doctor Willy Ley, uno de los más grandes expertos del mundo en materia de cohetes, huyó de Alemania en 1933. Por él nos hemos enterado de la existencia en Berlín, poco antes del nazismo, de una pequeña comunidad espiritual que reviste un gran interés para nosotros.

 

Esta comunidad se fundaba, literalmente, en una novela del escritor inglés Bulwer Lytton: La raza que nos suplantará. Esta novela presenta a unos hombres cuyo psiquismo está mucho más desarrollado que el nuestro. Han adquirido poderes sobre ellos mismos y sobre las cosas que los hacen semejantes a los dioses. Por lo pronto, siguen ocultos. Habitan en cavernas, en el centro de la Tierra. Pronto saldrán de ellas para reinar sobre nosotros.

 

Esto era todo lo que parecía saber el doctor Willy Ley. Añadía, sonriendo, que los discípulos creían poseer ciertos secretos para cambiar de raza, para igualarse a los hombres ocultos en el fondo de la Tierra. Eran métodos de concentración y toda una gimnasia interior para transformarse. Comenzaban sus ejercicios contemplando fijamente la estructura de una manzana partida en dos... Nosotros proseguimos la investigación, Esta sociedad berlinesa se llamaba: «La Logia Luminosa» o «Sociedad del Vril». El Vril es la enorme energía de la cual sólo utilizamos una ínfima parte en la vida ordinaria, el nervio de nuestra divinidad posible. El que llega a ser dueño de un vnl se convierte en dueño de sí mismo, de los demás y del mundo. Aparte de esto, no hay nada deseable.

 

Todos nuestros esfuerzos deben tender a ello. Todo lo demás pertenece a la psicología oficial, a la moral, a las religiones, al viento. El mundo va a cambiar. Los Señores saldrán de debajo de la Tierra. Si no hemos celebrado una alianza con ellos, si no somos también señores, nos veremos entre los esclavos, entre el estiércol que servirá de abono a las nuevas ciudades.

 

La «Logia Luminosa» tenía amigos en la teosofía y en los grupos de la Rosacruz. Según Jack Belding, autor de la curiosa obra Los siete hombres de Spandau,2 Kan Haushoffer perteneció a esta Logia. Tendremos que hablar mucho de éste, y veremos cómo su paso por esta «sociedad del vril» aclara algunas cosas.

 

El lector recordará, tal vez, que detrás del escritor Arthur Machen, descubrimos una sociedad secreta inglesa, la Golden Dawn. Esta sociedad neopagana, a la que pertenecían grandes ingenios, había nacido de la Sociedad inglesa de la Rosacruz, fundada por Wentworth Little en 1876. Little estaba en relación con los rosacrucianos alemanes. Reclutó sus adeptos, en número de ciento cuarenta y cuatro, entre los dignatarios masones. Uno de tales adeptos fue Bulwer Lytton.

 

Bulwer Lytton, erudito genial, mundialmente célebre por su relato Los últimos días de Pompeya, no esperaba sin duda que su novela inspirase, varias décadas más tarde y en Alemania, a un grupo místico prenazi. Sin embargo, en otras obras, como La raza que nos suplantará o Zanoni, hacía gran hincapié en realidades del mundo espiritual y, particularmente, del mundo infernal. Se consideraba un iniciado. A través de las fábulas novelescas, expresaba su certeza de que existen seres dotados de poderes sobrehumanos. Estos seres que suplantarán y conducirán a los elegidos de la raza humana a una formidable mutación.

 

Hay que tener cuidado con esta idea de mutación de la raza. Volveremos a encontrarla en Hitler, y en la actualidad no está extinguida («El objetivo de Hitler no es la implantación de la raza de los Señores, ni la conquista del mundo; esto sólo son medios de la gran obra señalada por Hitler; el fin verdadero es hacer obra de creación, obra divina, mutación biológica; resultado de ello sería una ascensión de la Humanidad todavía no igualada, "la aparición de una humanidad de héroes, de semidioses, de hombres-dioses".» Doctor Achule Delmas: Hitler, ensayo de biografía psicopatológica). Hay que guardarse también de la idea de los «Superiores Desconocidos». La encontramos en todas las místicas negras de Oriente y de Occidente. Habitantes subterráneos o venidos de otros planetas, gigantes semejantes a los que se dice que duermen bajo una concha de oro en las criptas tibetanas, o bien presencias informes y terroríficas según las describía Lovecraft, estos «Superiores Desconocidos» evocados en los ritos paganos y luciferinos, ¿existen acaso? Cuando Machen habla del mundo del Mal, «lle no de cavernas y de habitantes crepusculares», se refiere, como buen discípulo de la Golden Dawn, al otro mundo, a aquel en que el hombre entra en contacto con los «Superiores Desconocidos». Nos parece cierto que Hitler compartía esta creencia. Más aún: que creía haber estado en contacto con los «Superiores».

 

Hemos citado la Golden Dawn y la «Sociedad del Vril» alemana. Enseguida hablaremos del grupo «Thule». No somos tan locos como para querer explicarla Historia por las sociedades secretas. Pero sí que veremos, cosa curiosa, que existe una relación y que, con el nazismo, el «otro mundo» reinó sobre nosotros durante algunos años. Ha sido vencido. Pero no ha muerto, ni al otro lado del Rin ni en el resto del mundo. Y no es eso lo temible, sino nuestra ignorancia.

 

Hemos dicho ya que Samuel Mathers fundó la Golden Dawn. Mathers pretendía estar en relación con los «Superiores Desconocidos» y haber entablado contacto con ellos en compañía de su madre, hermana del filósofo Henri Bergson. He aquí un pasaje del manifiesto a los «Miembros del Segundo Orden», que escribió en 1896.

 

«Con referencia a estos Jefes Secretos a que me refiero, y de los cuales he recibido la sabiduría del Segundo Orden que os he comunicado, nada puedo deciros. Ignoro incluso sus nombres terrenales y sólo los he visto muy raras veces en su cuerpo físico... Nos encontramos físicamente en tiempos y lugares previamente fijados. En mi opinión son seres humanos que viven en esta Tierra, pero que poseen poderes terribles y sobrehumanos... Mis relaciones físicas con ellos me han enseñado lo difícil que es para un mortal, por muy avanzado que sea, aguantar su presencia. No quiero decir con ello que, en estos raros encuentros, experimentase el efecto de la depresión física intensa que sigue a la pérdida del magnetismo. Por el contrario, me sentía en contacto con una fuerza tan terrible, que sólo puedo compararla al efecto experimentado por alguien que se encontrara cerca de un relámpago durante una violenta tempestad acompañado de una gran dificultad de respirar... La postración nerviosa de que os he hablado iba acompañada de sudores fríos y de pérdida de sangre por la nariz, por la boca y a veces por los oídos.»

 
Samuel Liddel McGregor Mathers


Hitler hablaba un día con Rauschning (Hermann Rauschning, Hitler me dijo), jefe del gobierno de Danzig, sobre el problema de la mutación de la raza humana. Rauschning, que no poseía la clave de tan extraña preocupación, atribuyó a las palabras de Hitler el propósito del cultivador que trataba de mejorar la sangre alemana.

 

— Pero usted no puede hacer más que ayudar a la Naturaleza —le dijo—, abreviar el camino a recorrer. Es preciso que la propia Naturaleza le dé una variedad nueva. Hasta ahora, el ganadero ha logrado muy raras veces, en la especie animal, efectuar mutaciones, es decir, crear él mismo caracteres nuevos.

 

— ¡El hombre nuevo vive entre nosotros! ¡Existe! —exclamó Hitler, con voz triunfal—. ¿Le basta con esto? Le confiaré un secreto. Yo he visto al hombre nuevo. Es intrépido y cruel. Ante él, he tenido miedo.

 

«Al pronunciar estas palabras —añade Rauschning—, Hitler temblaba con ardor extático.»

 

Y Rauschning refiere también esta extraña escena, sobre la cual se interroga en vano el doctor Achule Deimas, especialista en psicología aplicada. La psicología, en efecto, no es aplicable a este caso:

 

«Una persona próxima a él, me dijo que Hitler se despierta por las noches, lanzando gritos convulsivos. Pide socorro, sentado en el borde de su cama, y está como paralizado. Es presa de un pánico que le hace temblar hasta el punto de sacudir el lecho. Profiere voces confusas e incomprensibles. Jadea como si estuviera a punto de ahogarse. La misma persona me contó una de estas crisis, con detalles que me negaría a creer si procedieran de una fuente menos segura. Hitler estaba en pie en su habitación, tambaleándose y mirando a su alrededor con aire extraviado. "¡Es él! ¡Es él! ¡Ha venido aquí!", gemía. Sus labios estaban pálidos. Por su cara resbalaban gruesas gotas de sudor. De pronto, pronunció unos números sin sentido, algunas palabras y trozos de frases.

 

Era algo espantoso. Empleaba palabras muy extrañas, uniéndolas de un modo chocante. Después, volvió a quedar silencioso, pero siguió moviendo los labios. Entonces le dieron masajes y le hicieron beber algo. Pero, de pronto, rugió: "¡Allí! ¡Allí! ¡En el rincón! ¡Está allí!" Daba patadas en el suelo y chillaba. Le tranquilizaron diciéndole que nada ocurría de extraordinario, y se fue calmando poco a poco. Durmió muchas horas y volvió a ser un hombre casi normal y soportable...»

 

Dejemos al lector el trabajo de comparar las declaraciones de Mathers, jefe de una pequeña sociedad neopagana de fines del siglo XIX, con las palabras de un hombre que, en el momento en que Rauschning las recogió, se aprestaba a lanzar al mundo a una aventura que le costó veinte millones de muertos. Y le rogamos que no desprecie esta comparación y sus enseñanzas, bajo el pretexto de que la Golden Dawn y el nazismo no pueden, a los ojos del historiador razonable, medirse por el mismo rasero. El historiador es razonable, pero la Historia no lo es. Las mismas creencias animan a los dos hombres, sus experiencias fundamentales son idénticas, y la misma fuerza los guía. Pertenecen a la misma corriente de ideas, a la misma religión. Esta religión no ha sido nunca realmente estudiada. Ni la Iglesia, ni el racionalismo, que es otra iglesia, lo han permitido. Entramos en una época del conocimiento en que tales estudios serán posibles porque, al descubrir la realidad de su lado fantástico, algunas ideas técnicas que nos parecen absurdas, despreciables u odiosas, nos parecerán entonces útiles para la comprensión de algo real y cada vez menos tranquilizador.

 

No proponemos al lector que estudie la filiación Rosacruz - Bulwer Lytton - Little - Mathers - Crowley - Hitler, ni otra filiación del mismo género, donde encontrarían también a Madame Blavatsky y a Gurdjieff. El juego de las filiaciones es como el de las influencias en literatura. Una vez terminado, sigue el problema: el del genio, en literatura; el del poder, en Historia. La Golden Dawn no basta para explicar el grupo «Thule» o la «Logia Luminosa», la Ahnenherbe. Naturalmente, hay muchas interferencias, pasajes clandestinos o confesados de un grupo a otro. No dejaremos de señalarlos. Es algo apasionante, como toda pequeña historia. Pero nuestro objeto es la gran Historia. Pensamos que estas sociedades, pequeñas o grandes, ramificadas o no, conexas o inconexas, son manifestaciones más o menos claras, más o menos importantes, de otro mundo distinto al que vivimos. (…)

 

Vivimos entre dos mundos y tomamos el planeta entero por la no man's land. El nazismo constituyó uno de los raros momentos, en la Historia de nuestra civilización, en que una puerta se abrió sobre otra cosa, de manera ruidosa y visible. Y es singular que los hombres pretendan no haber visto ni oído nada, aparte de los espectáculos y los ruidos del desbarajuste bélico y político.

 

Todos estos movimientos: Rosacruz moderna, Golden Dawn y «Sociedad del Vril» alemana (que nos conducirán al grupo «Thule», donde encontraremos a Haushoffer, a Hess y a Hitler), tenían algo que ver con la «Sociedad Teosófica», poderosa y bien organizada. La teosofía añadía a la magia neopagana un aparato oriental y una terminología hindú. O mejor dicho, abría a un cierto Oriente luciferino las rutas de Occidente. Bajo el nombre de teosofismo, se acabó por comprender todo el vasto movimiento del renacimiento mágico que trastornó no pocas inteligencias a comienzos de siglo.

 

En su estudio La Teosofía,, historia de una seudorreligión, publicado en 1921, el filósofo René Guénon se muestra profeta. Ve surgir los peligros detrás de la teosofía y de los grupos de iniciación neopaganos, más o menos relacionados con la secta de Madame Blavatsky.

 

Escribe:

 

«Los falsos mesías que hemos conocido hasta la fecha, sólo han realizado prodigios de calidad bastante inferior, y los que los siguieron eran, probablemente, personas fáciles de embaucar. Pero, ¿quién sabe lo que nos reserva el porvenir? Si pensamos que estos falsos mesías no han sido más que instrumentos más o menos inconscientes en manos de los que los promovieron, y si los relacionamos en particular con la serie de tentativas sucesivas realizadas por los teósofos, nos sentimos inclinados a pensar que no fueron más que ensayos, experimentos de alguna clase, que se renovarán en formas diversas hasta obtener el éxito, y que, mientras tanto, dan siempre por resultado el provocar cierta turbación en los espíritus. No creemos, por otra parte, que los teósofos, al igual que los ocultistas y los espiritistas, tengan fuerza suficiente para realizar por sí solos semejante empresa. Pero, ¿no puede haber, detrás de todos estos movimientos, algo mucho más temible, desconocido acaso por sus propios jefes y de lo que no son más que simples instrumentos?»

 

Es también la época en que un extraordinario personaje, Rudolf Steiner, crea en Suiza una sociedad de investigación que se apoya en la idea de que el Universo entero está contenido en el espíritu humano, y de que este espíritu es capaz de una actividad que no puede medirse por el rasero de la psicología oficial. En realidad, ciertos descubrimientos steinerianos en biología (los abonos que no destruyen el suelo), en medicina (utilización de metales que modifican el metabolismo) y sobre todo en pedagogía (numerosas escuelas steinerianas funcionan actualmente en Europa), han enriquecido notablemente a la Humanidad. Rudolf Steiner creía que hay una forma negra y una forma blanca en la investigación «mágica». Opinaba que la teosofía y las diversas sociedades neopaganas procedían del gran mundo subterráneo del Mal y eran anuncio de una edad demoníaca. Y se apresuró a montar, en el seno de su propia enseñanza, una doctrina moral que obligaba a los «iniciados» a emplear sólo fuerzas benéficas. Quería crear una sociedad de hombres de buena voluntad.

 

No queremos discutir si Steiner tenía razón o estaba equivocado, si poseía o no la verdad. Pero nos llama la atención que los primeros grupos nazis parecieron considerar a Steiner como el enemigo número uno. Los hombres de acción de la primera época disuelven por la violencia las reuniones de los steinerianos, amenazan de muerte a sus discípulos, les obligan a huir de Alemania, y, en 1924, incendian el centro construido por Steiner en Dornach, Suiza. Los archivos son pasto de las llamas; Steiner no puede ya trabajar, y muere de dolor un año más tarde.

 

Hasta aquí hemos descrito los antecedentes del elemento fantástico del hitlerismo. Ahora entramos en lo que constituye realmente nuestro tema. Dos teorías florecieron en la Alemania nazi: la del mundo helado la de la tierra cóncava. Son dos explicaciones del mundo y del hombre que resucitan datos tradicionales, justifican algunos mitos y ponen de nuevo sobre el tapete cierto número de «verdades» elaboradas por grupos de iniciación, desde los teósofos a Gurdjieff. Pero estas teorías fueron expuestas con gran aparato políticocientífico.

 

A punto estuvieron de arrojar de Alemania la ciencia moderna, tal como nosotros la consideramos. Reinaron sobre muchos espíritus. Además, determinaron ciertas decisiones militares de Hitler, influyendo a veces en la marcha de la guerra y contribuyendo a la catástrofe final. Hitler, arrastrado por esas teorías y especialmente por la idea del diluvio sacrificial, quiso llevar a todo el pueblo alemán a la aniquilación total. Ignoramos la causa de que estas teorías, con tanto empeño afirmadas, en las que comulgaron docenas de hombres e inteligencias destacadas y por las que se hicieron tantos sacrificios materiales y humanos, no hayan sido todavía estudiadas por nosotros y sean incluso desconocidas para muchos.

 
(Continuará...)


1 comentario:

  1. Genial. Ese libro siempre me ha gustado por raro y turbador. Gracias por colocar estos fragmentos, ayudan a recordar. Saludos desde preludioalparaiso.blogspot.com

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