Con motivo del 72º aniversario del nacimiento de Frank Zappa, me complazco en compartir este fragmento del "Verdadero Libro de Frank Zappa" (The Real Frank Zappa Book 1988 - F. Zappa y Peter Occhiogrosso)
Traducción: G. A. Mazzucchelli
Introducción
¿Libro?
¿Qué libro?
No quiero escribir
un libro, pero voy a hacerlo de todos modos porque Peter Occhiogrosso va a
ayudarme. Él es escritor. A él le gustan
los libros - incluso los lee. Creo
que es bueno que todavía existan los libros,
pero a mí me aburren.
La manera en que
haremos esto es así: Peter vendrá a California y pasará unas semanas grabando
las respuestas a ‘preguntas fascinantes’,
y luego transcribirá las cintas. Después Peter las editará, las pondrá en un
disquete, me las enviará, yo volveré
a editarlas, y el resultado de eso será enviado a Ann Patty de Poseidon Press,
y ella lo publicará como ‘UN LIBRO’.
Una de las razones
para hacer esto es la proliferación de libros estúpidos (en varios idiomas) que
supuestamente son sobre mí. Creí que
debía haber al menos UNO, en algún lado, que dijera la verdad. Por favor tengan en cuenta que este texto no pretende
ser una especie de historia oral completa. Está destinado solamente al consumo
y el entretenimiento.
Por lo tanto, aquí van unas notas preliminares:
1 - Las autobiografías usualmente son escritas por gente que cree que su
vida es realmente asombrosa. De ninguna manera creo que mi vida sea
asombrosa - sin embargo, la oportunidad de poner por escrito ciertas cosas sobre
otros temas tangenciales es atractiva.
2 - Los documentos y/o transcripciones deben ser considerados como tales.
3 - Los epígrafes al comienzo de
los capítulos (los editores aman esas cositas) fueron ideados e insertados por
Peter - menciono esto porque no quiero que nadie piense que me paso todo el día
leyendo a Flaubert, Twitchell y
Shakespeare.
4 - Si tu nombre aparece en este libro y tú no querías figurar (o no
te gustan mis comentarios), mis disculpas.
5 - Si tu nombre no aparece en este libro y te sientes relegado - mis
disculpas.
CAPÍTULO 1
¿CUÁN RARO SOY?
“Nunca
quise ser raro. Siempre fue otra gente la que me llamó raro”
(Frank
Zappa, Baltimore Sun, 12 de octubre de 1986)
Este libro existe
bajo la premisa de que alguien, en algún lugar, está interesado en saber quién
soy, por qué soy así, y de qué mierda estoy hablando.
Para responder a la Pregunta Imaginaria
Número Uno, déjenme comenzar explicando quién
NO soy. Hay dos ‘Leyendas de Frank
Zappa’ muy populares…
Debido a que grabé
una canción llamada ‘Son of Mr. Green Genes’ (Hijo del Sr. Green Genes) en el
álbum ‘Hot Rats’ de 1969, mucha gente ha creído durante años que el personaje homónimo
de la serie de televisión ‘Captain
Kangaroo’ (interpretado por Lumpy Brannum) era mi padre ‘verdadero’. Y no,
no lo era.
La otra fantasía es
que una vez ‘comí mierda en el escenario’.
Esto ha sido planteado de diferentes maneras, entre las que se incluyen (aunque
no se limitan a) las siguientes:
1 - Que comí mierda
en el escenario.
2 - Que realicé un
‘concurso de asquerosidad’ con Captain
Beefheart y que ambos comimos
mierda en escena (¿Qué carajo es un ‘concurso
de asquerosidad’?)
3 - Que realicé un
‘concurso de asquerosidad’ con Alice Cooper y que él pisó pollitos y que yo comí
mierda durante un show.
En 1967 o ’68 me
encontraba en Londres, en un club llamado Speak Easy. Un miembro del grupo
llamado The Flock, que por entonces estaban grabando en Columbia Records, se me
acercó y me dijo: “Eres fantástico.
Cuando escuché que comiste mierda en escena pensé ‘este tipo está realmente más allá de todo’”.
“Nunca comí mierda en escena” le dije. Él
pareció ciertamente desilusionado, como si le hubiera roto el corazón. Para los registros, amigos: nunca comí mierda en el escenario, y lo más
cerca que estuve de comer mierda fue en el buffet de una posada en
Fayetteville, North Carolina, en 1973.
Más información importante para aquellos que preguntan
qué es lo que como:
No me enloquecía la
comida que cocinaba mi madre - por ejemplo: pasta
con lentejas. Ese era uno de los platos más odiados de mi infancia. Ella lo
preparaba como para que durara una semana, en una olla enorme. Luego de unos
días en la heladera solía ponerse negro.
Mis platillos favoritos son el
pastel de arándanos, las ostras, y las anguilas fritas - aunque también amo los
sándwiches de maíz: pan lactal y una
mezcla de puré de papas y maíz enlatado (de tanto en tanto volveremos a este
tópico fascinante, ya que parece de gran importancia para cierta gente de la
audiencia).
Las cosas básicas y aburridas
“Sé
regular y ordenado en tu vida, así podrás ser violento y original en tu obra”
Gustave
Flaubert
¿Qué tal el
epígrafe, eh? Peter, ya me estás descifrando. Okay, aquí vamos… mi nombre
verdadero es Frank Vincent Zappa (no Francis -- explicaré eso más adelante).
Nací el 21 de diciembre de 1940 en Baltimore, Maryland. Cuando salí, estaba
totalmente negro - creyeron que había nacido muerto. Ahora me encuentro bien.
Mis raíces son
sicilianas, griegas, árabes y francesas. Mi abuela materna era franco-siciliana,
y mi abuelo materno era italiano (napolitano). Mi madre era primera generación. El lado
griego-italiano viene de mi padre. Él nació en un pueblito siciliano llamado
Partinico, y vino en un barco de inmigrantes cuando era niño. Trabajó en la
barbería de su padre, frente al muelle de Maryland. Por un centavo diario (o
semanal - no recuerdo), enjabonaba los rostros de los marineros para que su
padre pudiera afeitarlos. Lindo trabajo.
Eventualmente, fue
a la universidad de Chapel Hill, en North Carolina, y tocó la guitarra en una
especie de ‘trío serenatero ambulante’
(todavía recibo tarjetas de cumpleaños de la empresa aseguradora propiedad de Jack
Wardlaw, que tocaba el banjo en el trío).
Solían ir de
ventana en ventana, haciendo serenatas para las alumnas, tocando canciones como
“Little Red Wing”. Además, papá estaba en el equipo de lucha, y luego de su
graduación, asumió como profesor de historia en Loyola, Maryland.
Mis padres acostumbraban
hablar en italiano en casa, así nosotros no nos entrábamos de qué estaban
hablando - probablemente fuese sobre dinero, ya que nunca lo tuvimos. Creo que
para ellos era conveniente tener un ‘código
secreto’ - pero el hecho de no enseñarles ese lenguaje a sus hijos puede
tener que ver con su deseo de integración (no estaba de moda ser extranjero en
los EEUU durante la segunda guerra mundial).
Vivimos un tiempo
en las instalaciones de alojamiento del ejército en Edgewood, Maryland. Había una
familia - los Knight - a la que mi padre se refería como ‘esos palurdos de allá’. Un día, Archie Knight tuvo una discusión
con mi padre, y lo próximo que vi fue a mi viejo corriendo hacia la casa,
gritando ‘¡Rosie, dame el arma! ¡Dame el
arma!’.
Así descubrí que él
poseía un arma (una pistola cromada calibre 38, escondida en el cajón de las
medias). Mi madre le rogaba que no le disparara al tipo. Afortunadamente, él
tuvo el buen tino de escucharla. Gracias a ese incidente, me enteré donde
estaba guardada el arma. Un día la saqué y recuerdo haber pensado ‘¡Esta es la mejor pistola que he visto!’.
Así que, cuando nadie me observaba, solía disparar casquillos individuales y
las ‘cabezas azules’ que cortaba del extremo de las cerillas de madera.
Mis padres se
preocuparon cuando descubrieron que yo había agujereado la sartén.
Mis abuelos
maternos tenían un restaurante - también frente al muelle de Maryland. Mamá
contaba a menudo la historia de un tipo que había iniciado una pelea allí. Creo
que fue el padre de mi madre quien tomó uno de esos tenedores enormes que se
usan para sacar las papas del agua hirviente y se lo clavó al sujeto en el
cráneo. El tipo no se murió - salió corriendo con el tenedor clavado,
sobresaliendo de su cabeza como una especie de antena.
Mi abuelo paterno
rara vez se bañaba. Le gustaba sentarse en el porche vistiendo unas ropas más
bien andrajosas. También le gustaba beber vino, e iniciaba cada día con dos vasos de Bromo Seltzer.
Mi abuela materna
no hablaba en inglés, así que acostumbraba contarnos historias en italiano -
como aquella sobre la mano pelusa -
la mano peluda. ‘¡Mano pelusa! ¡Vene qua!’
decía ella con una terrorífica ‘voz de abuela’ - aquello significaba ‘¡Mano peluda! ¡Ven aquí!’ - y luego
recorría mi brazo con sus dedos. Esto es lo que la gente solía hacer cuando no
había TV.
Mis primeros
recuerdos de la infancia incluyen vestirme como marinerito, con un silbato de
madera sujeto a una cuerda alrededor de mi cuello, ir a la iglesia todo el
tiempo y arrodillarme un montón.
Una vez vivimos en
una pensión, cuando yo era muy pequeño. Creo que debió ser en Atlantic City. La
dueña de la pensión tenía un pomeranian
que comía pasto y vomitaba cosas que parecían albondiguitas blancas.
Después vivimos en
esas hileras de casas de la
Park Heights Avenue de Maryland. Teníamos pisos de madera,
muy encerados, cubiertos alfombras. En aquellos días, era tradición encerar
todo hasta que pudieras ver tu cara reflejada (recuerden, no había TV, así que
la gente tenía tiempo para hacer cosas como esas) - y otra tradición era: cuando papá vuelve del trabajo, tú corres a
recibirlo en la puerta.
Una vez, papá
estaba llegando del trabajo, y mi hermano menor, Bobby, corrió más rápido que
yo y llegó antes a la puerta (era
una puerta con pequeños paneles de vidrio). La abrió, abrazó a papá, y la
cerró. Yo, que venía corriendo detrás, resbalé en la alfombra y atravesé el
vidrio con mi brazo izquierdo. Escuché que hablaban sobre conseguir un médico
que me cosiera la herida. Me quejé tanto que al final no me la cosieron -
simplemente me pusieron un montón de banditas, y luego me quedó la cicatriz. No
soporto las agujas.
Yo tenía dientes
horribles, así que mis padres me llevaban a un dentista italiano que poseía una
herramienta singular - parecía una mezcla entre una motosierra y una máquina de
coser. Metía esa cosa en mi boca y hacía vuudn-vuudn-vuudn-vuudnnnnnn
- sin novocaína. Aprendí a temer al
sonido de la palabra ‘dentista’.
Mis padres sentían
que debían ir a un dentista italiano - porque no podían confiar en esos
‘dentistas anglos’ (posiblemente
emparentados con aquellos palurdos campiranos), así que tuve que
familiarizarme con el nefasto Dr. Rocca. Él hubiera estado sensacional como
monje maligno en ‘El nombre de la Rosa ’.
Mi Primer Casco Espacial
Mi papá trabajaba
como meteorólogo en el Arsenal de Edgewood. Allí fabricaban gas venenoso
durante la segunda guerra mundial, así que supongo que el trabajo del
meteorólogo era decir para qué lado soplaba el viento cuando lanzaban esa cosa
al aire.
Él traía a casa
equipamiento del laboratorio para que nosotros jugáramos: probetas, redomas,
ampollas llenas de mercurio, etc. Yo
jugaba con ellos todo el tiempo. Todo el piso de mi dormitorio estaba cubierto
por una ‘mugre’ hecha de mercurio mezclado con bolitas de pelusa.
Una de las cosas
que me gustaba hacer era echar mercurio en el suelo y golpearlo con un
martillo, así salpicaba para todos lados. Vivía
en mercurio.
Cuando fue
inventado el DDT papá trajo un poco
a casa - había una bolsa llena en el closet. Yo no lo comí ni nada de eso, pero
él decía que podías hacerlo - se
suponía que era ‘seguro’, y que solamente
mataba a los insectos.
Los padres
sicilianos hacen las cosas de manera diferente.
Si yo decía que me dolían los oídos, mis padres calentaban aceite de oliva y me
la echaban dentro de la oreja - lo cual
dolía como la puta madre - pero ellos decían que aquello te haría sentir
mejor. Cuando eres niño, no discutes esas cosas.
Pasé los primeros
cinco o seis años de mi vida con dos trozos de algodón colgando de mis orejas -
algodón teñido de amarillo, por el
aceite de oliva.
Además de mi otitis
y mi asma, también tenía sinusitis. En el barrio se hablaba sobre un ‘nuevo
tratamiento’ para esta dolencia. Este implicaba introducir radio en tus cavidades nasales (¿Habían escuchado eso alguna vez?).
Mis padres me llevaron a lo de otro
doctor italiano, y, a pesar de que yo no sabía lo que iban a hacerme, no
sonaba a que iba a ser muy divertido.
El doctor tenía un aparato con un cable largo - de unos 30 centímetros o más
- que tenía una bolita de radio en la punta. Me lo metió por la nariz hasta los
senos nasales, en ambas fosas (debería comprobar si mi pañuelo brilla en la
oscuridad). Otro de los remedios milagrosos que habían aparecido por entonces
era el sulfa. El invierno era
terriblemente frío en esa casa en Dexter Street 15. Las paredes eran muy
delgadas - era como estar en una casa de naipes. Usábamos pijamas de franela. A
la mañana, para calentarnos, nos poníamos al lado de la salamandra de la
cocina. En una ocasión, la espalda del pijama de mi hermanito se prendió fuego.
Papá llegó corriendo y lo apagó con las manos desnudas. Sus manos y la espalda
de mi hermano sufrieron quemaduras graves. El doctor les puso sulfa, y ninguno de los dos quedó con
cicatrices.
Para poder pagar la
renta, papá solía servir de voluntario para el testeo en seres humanos de
agentes químicos (e incluso biológicos) del ejército. Se trataba de ‘parches de prueba’.
El ejército no te
decía qué era lo que estaban
poniéndote en la piel - el trato incluía que tú no te lo quitaras ni que te rascaras debajo de la bandita - y te
pagaban 10 dólares por parche. Te lo quitaban después de un par de semanas.
Papá llegaba a casa
con tres o cuatro de esas cosas en sus brazos y en diferentes partes del cuerpo
todas las semanas. No sé que sustancia contenían esas cosas, ni que efectos a
largo plazo pudieron haber provocado en su salud (o en la de los hijos que tuvo
después).
Había tanques de
gas mostaza a un kilómetro de donde vivíamos, así que todos los que vivían en
aquellas instalaciones debían tener máscaras de gas en sus hogares, una por
cada miembro de la familia.
El gas mostaza hace
estallar los vasos sanguíneos de tus pulmones, causando que te ahogues en tu propia sangre.
Teníamos todas las
máscaras de la familia en un estante al final del hall. Yo siempre usaba la mía
en el patio - era mi casco espacial. Un día decidí averiguar cómo funcionaba,
así que tomé un abrelatas y abrí el filtro (o sea, lo estropeé). De cualquier manera, descubrí lo que tenía adentro -
carbón, filtros de papel, y diferentes capas de cristales, incluyendo, supongo,
magnesio de potasio. Antes de lanzar el gas mostaza al campo de batalla, ellos
poseían otra sustancia llamada chloropicrin,
un polvo que inducía el vómito - lo llamaban ‘el vomitivo’. El polvo entraría por las comisuras de la máscara de
los soldados, haciéndolos vomitar. Si no se quitaban las máscaras, corrían el
riesgo de ahogarse en sus vómitos, pero si lo hacían, el gas mostaza se
encargaba de ellos.
Siempre me
sorprendió que hubiese gente a la que le pagaban para inventar cosas como esas.
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