Las
pesadillas de Gilman consistían por lo general en soñar que caía en abismos
infinitos de inexplicable crepúsculo coloreado y llenos de confusos sonidos,
abismos cuyas propiedades materiales y de gravitación Gilman ni siquiera podía
concebir. En sus sueños ni caminaba ni trepaba, ni volaba ni nadaba, ni
reptaba; pero siempre experimentaba una sensación de movimiento, en parte
voluntaria y en parte involuntario. No podía juzgar bien acerca de su propio
estado, pues brazos, piernas y torso siempre le resultaban imposibles de ver,
desvanecidos en alguna clase de alteración de la perspectiva; pero percibía que
su organización física y sus facultades quedaban transmutadas de manera mágica
y proyectadas oblicuamente, aunque conservando una cierta grotesca relación con
sus proporciones y propiedades normales.
Los
abismos no estaban vacíos, sino poblados de indescriptibles masas anguladas de
sustancia de colorido ajeno a este mundo, algunas de las cuales parecían orgánicas
y otras inorgánicas. Algunos de los objetos orgánicos tendían a despertar vagos
recuerdos dormidos, aunque no podía formarse una idea consciente de lo que
burlonamente imitaban o sugerían.
En
los últimos sueños empezó a distinguir categorías independientes en las que los
objetos parecían dividirse y que suponían en cada caso una especie radicalmente
distinta de normas de conducta y de motivación básica. De estas categorías, una
le pareció que incluía objetos algo menos ilógicos y desatinados en sus movimientos
que los pertenecientes a las demás.
Todos
los objetos, tanto los orgánicos como los inorgánicos, eran completamente
indescriptibles, e incluso incomprensibles. A veces Gilman comparaba los
inorgánicos a prismas, a laberintos, a grupos de cubos y planos, y a edificios
ciclópeos; y las cosas orgánicas le daban sensaciones diversas, de conjuntos de
burbujas, de pulpos, de ciempiés, de ídolos indios vivos y de intrincados
arabescos vivificados por una especie de animación ofidia. Todo cuanto veía era
indescriptiblemente amenazador y terrible, y si uno de los entes orgánicos
parecía, por sus movimientos, haberse fijado en él, sentía un terror tan
espantoso y horrible que generalmente se despertaba sobresaltado. De cómo se
movían los entes orgánicos no podía decir más que de cómo se movía él mismo.
Con el tiempo observó otro misterio: la tendencia de ciertos entes a aparecer
repentinamente procedentes del espacio vacío, o a desvanecerse con igual rapidez.
La confusión de gritos y rugidos que retumbaba en los abismos desafiaba todo
análisis en cuanto a tono, timbre o ritmo, pero parecía estar sincronizada con
vagos cambios visuales de todos los objetos indefinidos, tanto orgánicos como inorgánicos.
Gilman experimentaba el continuo temor de que pudiera elevarse hasta algún
grado insufrible de intensidad durante alguna de sus oscuras e implacables
fluctuaciones.
Fragmento de "Los Sueños en la Casa de la
Bruja" de H P Lovecraft (The Dreams in the Witch House, 1933)
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