Las historias de H.P. Lovecraft me
parecen deliciosamente divertidas. Sí, ya sé que no era el efecto literario que
él esperaba lograr con sus cuentos de terror sobrenatural, pero hete aquí. Para
mí, la ficción de Lovecraft tiene una especie de absurdidad seria que sólo
puedo comparar con los productos no tan frenéticamente vertiginosos de Monty
Python’s Flying Circus, y nunca deja de provocarme una sonrisa.
Ahora, por supuesto, parte de
eso es por su estilo de prosa. Lovecraft ha sido injustamente criticado como un
mal escritor; en realidad era todo un cualificado artesano de la palabra, pero
su prosa pertenece a una escuela que ha estado pasada de moda en nuestro idioma
desde hace mucho tiempo. Como la mayoría de las artes en el mundo occidental,
el arte de la escritura tiene sus escuelas románticas y clásicas, que cíclica y
lentamente entran y pasan de moda durante décadas y siglos. La escuela
romántica, de la que Lovecraft era un devoto apasionado y un practicante más
que competente, logra su efecto mediante la creación de texturas de sonido y
emociones a través de un vocabulario exuberante y una gramática ornamentada en
vez de explicar lo que está sucediendo en un lenguaje claro y que el lector
complete el resto, como lo hace la escuela clásica.
Para el ojo romántico, la prosa clásica
parece desolada y estéril; a la vista clásica, a su vez, el estilo romántico
parece exagerado hasta el punto de la bobería - y sí, mi gusto es bastante
consistente con lo clásico. Sin embargo, hay más que eso, y por eso he traído a
Lovecraft a colación.
Lovecraft revolucionó el
género de terror, poniendo la visión del mundo de la ciencia contemporánea en
el centro de su esfuerzo literario, en lugar de los atavíos medievales que
habían dominado el género desde que Horace Walpole terminó de escribir El
Castillo de Otranto. Los temores que Lovecraft trató de evocar, con algo de
éxito, eran miedos completamente modernos, y el terror en particular con el que
obtuvo la mayor eficacia en sus historias también resulta ser la causa
principal del rechazo moderno de la magia y la religión. Rastrear la forma en
que esos temores dan forma a la imaginación colectiva de la humanidad
contemporánea hará que sea mucho más fácil dar sentido a una de las dimensiones
más desafiantes de la filosofía oculta.
Podemos empezar con un pasaje
de El Necronomicón, un volumen imaginario de sapiencia aterradora de los
abismos lóbregos del pasado incluido en una buena parte de las historias de
Lovecraft:
«Tampoco debe pensarse que el
hombre es el más antiguo o el último de los dueños de la tierra, ni que
semejante combinación de cuerpo y alma se pasea sola. Los Primigenios eran, los
Primigenios son y los Primigenios serán. No en los espacios que conocemos, sino
entre ellos. Se pasean serenos y primitivos en esencia, sin dimensiones e
invisibles a nuestra vista... Se pasean inadvertidos y pestilentes por los
lugares solitarios donde se pronunciaron las Palabras y se profirieron los
Rituales en su debido momento. Sus voces hacen tremolar el viento y la tierra
trepida con Sus conciencias. Doblegan bosques y aplastan ciudades, pero jamás
bosque o ciudad alguna ha visto la mano destructora. Kadath los ha conocido en
los páramos helados, pero ¿quién conoce a Kadath?... El hombre rige ahora donde
antes regían Ellos, pero pronto regirán Ellos donde ahora rige el hombre. Tras
el verano el invierno, y tras el invierno el verano. Aguardan, pacientes y
confiados, pues saben que volverán a reinar sobre la tierra.»
Eso es de "El Horror de
Dunwich", uno de los cuentos más famosos de Lovecraft, y es absolutamente
típico de su prosa, así como la vena de la emoción humana que él extrae de
manera sistemática. Sus mejores cuentos comienzan con un leve murmullo de algo
extraño moviéndose a través del fondo de la vida ordinaria, y luego va
concentrándose en dicha presencia perturbadora hasta que "los espacios que
conocemos" se convierten en la más delgada de las fachadas de un universo
plagado de inteligencias inhumanas vastas, frías, escamosas, con alas y
tentáculos, cuyo interés en nuestras preocupaciones es más o menos comparable a
nuestro interés por las preocupaciones de los ácaros del polvo. Muchos otros
autores han explorado los horrores del vacío espacio infinito, pero lo que hizo
que el universo de Lovecraft fuera atroz para la mayoría de sus lectores era
precisamente que no estaba vacío: estaba densamente poblado, y sus
habitantes no eran meramente sobrehumanos sino que se mostraban tranquilamente
desinteresados por la afirmación repetida a viva voz de que la humanidad es el
pináculo de la evolución, la conquistadora de la naturaleza, etc. y el resto de
la charlatanería pomposa tan fuertemente arraigada en la autoimagen colectiva
de nuestra especie, tanto en su época como en la nuestra.
Como sospecho que algunos de
mis lectores habrán adivinado ya, esa es exactamente la razón por la cual
Lovecraft me parece tan gracioso. La charlatanería pomposa que acabamos de
mencionar me parece, bueno, charlatanería pomposa, y a pesar de que estoy
comprensiblemente un poco más preocupado por la especie de primates sociales a
la que resulto pertenecer que por algunas otras especies, no sufro la ilusión
de que el Homo sapiens tenga mayor importancia en el gran esquema de las cosas
que cualquier otra especie de la megafauna. Lo que es más, ni siquiera estoy
horrorizado por la idea de un cosmos atestado de seres inteligentes, algunos de
los cuales estarían tan lejos de nosotros en términos de consciencia como
nosotros lo estamos de las algas verde-azuladas, y la mayoría de los cuales no
estaría particularmente preocupada por la naturaleza y el destino de nuestra
especie en absoluto. Estoy acostumbrado a esa idea, y de hecho estoy cómodo con
ella, ya que es la forma en que la filosofía mágica retrata al cosmos.
Resulta que Lovecraft era
perfectamente consciente de ello. Él sabía mucho sobre ocultismo, y solía
espolvorear referencias a textos ocultos auténticos y figuras importantes de la
historia de la magia en sus relatos. Esto era bastante común entre los
escritores de fantasía de su época, sobre todo en el círculo que escribía para
la revista Weird Tales -Robert Howard sitúa los cuentos de Conan de Cimmeria en
un pasado post-Atlante imaginario tomado en gran parte de la Teosofía, por
ejemplo, mientras que Clark Ashton Smith saqueó de la misma fuente para una
increíble variedad de escenarios que van desde la Atlántida a Zothique, el
último continente de la era final de la Tierra bajo un sol rojo carbón. Sin
embargo, Lovecraft tomó más que el exótico color local de las enseñanzas
ocultas de su tiempo; algunos de sus cuentos más famosos logran su efecto
gracias a la tergiversación de la cosmovisión estándar del ocultismo pop de
principios del siglo XX.
Vale la pena tomarse un
momento para trazar el paralelismo. Lovecraft vivió durante uno de esos
períodos – uno de ellos está finalizando alrededor de nosotros en este momento
– durante los cuales alguna versión suavizada de la filosofía y la práctica ocultista
es succionada por la aspiradora de la cultura pop y rociada por el otro extremo
en una variedad de fragmentos de colores chillones. El punto relevante para la
exposición actual es que la cosmología de Lovecraft es la cosmología de las
escuelas de ocultismo populares de su Era vista a través de los espejos
deformantes de la sátira deliberada. Las sectas siniestras que juegan un papel
central en algunos de sus cuentos más famosos son parodias inteligentes de la
escena del ocultismo pop de su época, y los horrores tentaculares que idolatran
los sectarios son reelaboraciones igualmente paródicas de los poderes y
potencias con los que hacían comunión los ocultistas de entonces y de ahora.
Es la forma en que él tejió esa parodia
junto a la visión científica del mundo contemporáneo lo que demuestra su
brillantez. El centro de la retórica de la civilización industrial moderna,
después de todo, es una visión del cosmos como un vacío negro que se extiende
infinitamente en todas las direcciones, sin sentido, sin vida, y completamente
hostil a la existencia humana, excepto donde el hombre – el supuesto
conquistador heroico de la naturaleza - ha conquistado un espacio defensivo.
Los escritores y filósofos de las generaciones previas a Lovecraft habían
explorado el sentido desgarrador de aislamiento y terror que nace de observar
las estrellas en la noche y ver nada más que un frío vacío infinito finamente
salpicado de esas explosiones termonucleares prolongadas que llamamos
estrellas. Lovecraft adoptó el mismo punto de vista, e implícitamente preguntó
a sus lectores: ¿qué es lo único que podría hacer que esa visión sea aún más
aterradora?
La respuesta, por supuesto,
es descubrir que cuando miramos hacia arriba y vemos el vacío infinito, el
vacío infinito nos devuelva la mirada."
Fragmento de "A Seafood Dinner in Lost R'lyeh" de John Michael Greer; traducción: Mazzu; original aquí