NUESTROS DIOSES VISTEN SPÁNDEX (Fragmento)
por Christopher Knowles
Traducción:
Mazzu
I WANT TO BELIEVE
Una
de las grandes innovaciones estadounidenses del siglo XX – además de los libros
de cómics y los superhéroes – es la santidad de la infancia. Incontables miles
de millones se gastan haciendo que la infancia moderna sea una Disneylandia a
tiempo completo de la indulgencia y el deleite. Uno podría argumentar que este
mito de la infancia es lo único que sigue considerándose sagrado en nuestra
sociedad deshumanizada y comercializada.
Yo
no tuve una gran infancia. Fue bastante horrible, incluso para los estándares
de los años 70. La adoración americana de la niñez estaba pasando por una fase
particularmente calvinista en aquellos días de El Bebé de Rosemary y El
Exorcista, y hubo momentos en que mi mundo parecía una adaptación en tiempo
real de El Señor de las Moscas. Y
casi desde el momento de mi nacimiento me la pasé entrando y saliendo del
hospital con neumonía crónica y bronquitis.
Por
aquel entonces no había mucho en la tele, no había videojuegos sobre los cuales
hablar, y cuanto menos se diga sobre los juguetes de los 70s, mejor. ¿Qué tenía
para pasar las largas horas de convalecencia solitaria? Bien, tenía las
revistas de historietas. En aquella época los cómics eran baratos y
desechables. Si tu mamá te daba unos 25 centavos para la tarde podías o bien
comprar una lata de gaseosa o una revista de historietas. Yo solía optar por
esta última. De hecho, aprendí a leer solo a la tierna edad de tres años, encontrándole
la vuelta finalmente con un viejo cómic de Superboy. En mis primeros años de la
escuela primaria leí La Biblia Para los
Niños, el Diccionario Infantil y
la Enciclopedia Mundial en su totalidad.
Pero fueron las humildes revistas de historietas las que realmente me enseñaron
el amor por la lectura.
Otra
constante en mi vida fue la religión. Todos los fines de semana podían
encontrarme en el templo judío donde mi madre trabajaba como organista los
viernes a la noche, en la misa católica con mis amigos la noche del sábado, y
atravesando largas maratones metodistas con mi familia los domingos. Pero por
mucho que me encantaba el ambiente sacro de estos lugares santos, fueron los
héroes de los cómics y no la Biblia los que me enseñaron moralidad, juego
limpio, compasión y decencia. Fueron héroes míticos como el Poderoso Thor, el
Doctor Strange, y el Capitán América quienes más me inspiraron y me inculcaron
ese sentido vital de la maravilla.
Creo
que nuestra vida es un tapiz rico y complejo, entretejido por una red de coincidencia.
Creo incluso que el trauma a veces puede ser beneficioso si lo usamos para nuestra
propia ventaja. Por ejemplo, una temporada particularmente horrible en el
hospital – poco antes de que cumpliera los cinco años – efectivamente acabó con
mi infancia y me puso en un estado perpetuo de hiperconciencia y agitación desde
entonces. Pero en ese momento también vi algo en uno de los libros de cómics de
mi tío (Witching Hour # 12, para ser
exactos) que cambió mi vida para siempre.
Ese
algo era una publicidad a página completa que anunciaba la llegada del genio de
la historieta Jack Kirby a DC Comics en 1971. Kirby había creado una trinidad
de títulos sobre la base de una raza de super-seres a los que llamó “los Nuevos
Dioses”. Bajo una pancarta que gritaba “¡LA MAGIA DE KIRBY!” estaban las
portadas de los tres nuevos cómics: The
New Gods, The Forever People, y Mister Miracle. Mi cerebro infantil estaba
fascinado por el descarado carácter religioso de estos nuevos héroes. No leí ninguna
de ellas hasta años más tarde, pero aquella sola página de aquél comic inició una
obsesión de toda la vida por el hombre que en gran parte es responsable de
soñar con los dioses y demonios que hicieron que Marvel Comics sea la fuerza
motriz que es hoy.
Todavía
recuerdo con orgullo la compra de mi primer cómic de Jack Kirby (Kamandi # 30,
“UFO: The Wildest Trip Ever!”), y
constantemente sigo sorprendiéndome por la cantidad de ideas ocultistas,
mitológicas y esotéricas que presentaba a los lectores jóvenes como yo. Hoy, parece
que estos nuevos dioses entraron en mi vida justo cuando más los necesitaba. Este
libro explica cómo los superhéroes han venido a llenar en nuestra sociedad
moderna el papel que los dioses y semidioses realizaban en la antigüedad.
MIRA, ARRIBA EN
EL CIELO
INVOCACIÓN
De
repente, los superhéroes están en todas partes. Superman, Batman y los X-Men gobiernan
la taquilla, películas como las de Spider Man solamente ganan casi $ 2.5 mil
millones de dólares en todo el mundo. Series de TV con temática de superhéroes
como Heroes, The 4400, Smallville, y Kyle XY son los principales éxitos de
culto en la televisión. En todo el mundo pueden verse superhéroes en camisetas,
loncheras, mochilas y ropa de cama. La industria de los superhéroes es, de
hecho, un negocio enorme, y en muchos sentidos más grande que nunca.
El
superhéroe moderno nació en medio de la Gran Depresión y en los albores de la
Segunda Guerra Mundial. Los estadounidenses tenían miedo, y los superhéroes proveyeron
un medio para el confort y el escapismo. Superman, el primero de los grandes
superhéroes, no luchaba contra robots o alienígenas espaciales en sus primeras
aventuras; combatía a los villanos que realmente preocupaban a la gente en ese
momento: gángsters, políticos corruptos, fascistas y especuladores de la
guerra. Después de Pearl Harbor, los superhéroes se convirtieron en las
mascotas de la empresa bélica. Las revistas de historietas disfrutaron de una
tirada de millones durante la guerra, y eran material de lectura esencial para
los soldados apostados en el extranjero.
La
historia es tan antigua como el tiempo; llamamos a nuestros dioses sólo cuando
los necesitamos. Cuando la vida es fácil, los ignoramos. Los libros proféticos
de la Biblia están llenos de visionarios vagabundos de ojos desorbitados que
vienen del desierto para gritarle a la gente por desatender a Jehová cuando los
graneros estaban llenos. Del mismo modo, podemos trazar el destino de los héroes
de cómic en la cultura estadounidense mediante la subida y la caída de la
confianza pública y el sentido de bienestar.
El
boom de los cómics provocado por la Batmanía a finales de 1980, por ejemplo,
refleja una sensación de auténtico terror en las calles de EEUU alimentada por
la epidemia de crack y la explosión de la violencia de pandillas que la
acompañaba. Los creadores de cómics respondían a los titulares del New York Post y otros tabloides sensacionalistas
y enviaban a sus vigilantes de cuatro colores a luchar contra las bandas de
narcotraficantes, los contrabandistas, y otros matones callejeros. En los años despreocupados
del mandato de Clinton, sin embargo, la popularidad de los superhéroes cayó a
su punto más bajo. Todo eso cambiaría el 11 de septiembre de 2001.
Hubo
un breve momento después de que se derrumbaran las torres del World Trade
Center en el que el mundo pareció ser tan claro e inequívoco como en un cómic de
superhéroes. Una vez más hubo buenos y malos, villanos y víctimas. Los eventos
del 11 de septiembre tocaron una necesidad profunda de algo o alguien que
salvara al mundo civilizado de un mal sin rostro y sin nombre que tenía el
poder de sembrar el caos de manera instantánea – un tipo de destrucción vista anteriormente
sólo en las revistas de historietas o en películas inspiradas en los cómics.
Para luchar contra estos demonios invisibles necesitábamos dioses. Y de hecho, una
vez más, la industria del cómic se recuperó – suministrándole superhéroes que
pondrían las cosas en su sitio a una nación confundida y aterrorizada.
Decadencia y caída
Sólo
dos años antes del 11 de septiembre la industria de los superhéroes estaba de
rodillas. Miles de tiendas especializadas en cómics se evaporaron en un declive
lento pero inexorable que comenzó en 1994, causado por la especulación desenfrenada
y un exceso en la oferta de los peores cómics escritos y dibujados en la
historia del género. Los fans en shock ahora se refieren a aquellos tiempos
oscuros como “la Edad del Cromo” – una
época en la que los trucos de mal gusto como las cubiertas impresas en plástico
de cromo seducían a los aficionados a comprar varias copias de cómics ilegibles
con la esperanza de que su valor de reventa se triplicaría o cuadruplicaría.
Algunos fans realmente creyeron que iban a hacerse ricos con números
“populares”, a pesar de que decenas de miles de especuladores también habían
comprado docenas de copias. Era un esquema piramidal desvergonzado, donde sólo
los editores y los minoristas se beneficiaban. Al final aquello simplemente
desacreditó al género y apresuró la decadencia de la industria. El crecimiento de
los juegos de video de alta definición, los home videos e Internet también
amenazó el futuro de las pobres y humildes revistas de historietas.
Los
comics ya habían estado al borde del abismo antes, cuando el desplome de las
ventas amenazó el futuro de la industria durante la década de 1970. Fueron salvados
por la introducción del sistema de “mercado directo”, un modelo de distribución
en el que a los editores se les garantizaban las ventas a los minoristas
especializados, que compraban las revistas directamente, en lugar de adquirirlas
en consignación. A cambio, los minoristas se quedaban con las que no vendían
como “números atrasados” y se les ofrecía un mayor descuento por sus esfuerzos.
Liberados
del peso financiero aplastante de los productos sin vender y de las
restricciones de la censura de la Comics
Code Authority, los creadores comenzaron a experimentar con argumentos más
maduros y exigentes. De hecho, muchos de los temas que atraen a millones de
espectadores de hoy tienen sus raíces en las innovadoras historias de la década
de 1980. Las ventas comenzaron a subir a medida que el contenido se fue
haciendo más sofisticado. Estas obras maduras atrajeron a nuevos fans, pero
siguieron manteniendo el interés de los lectores de más edad, que en el pasado
por lo general abandonaban los cómics cuando salían de la adolescencia. Los
editores mantenían los servicios de los artistas y escritores talentosos, que
de otra manera hubieran dejado el género por un trabajo más lucrativo. Y los programas
de regalías y de participación en los beneficios permitieron a los principales
creadores hacerse realmente ricos. Como resultado, la década de 1980 vio un
renacimiento de los cómics americanos.
Todo
este dinero, sin embargo, se convirtió en la causa raíz de la experiencia
cercana a la muerte del cómic en la década de 1990. Títulos como Batman: The Dark Knight Returns y Watchmen no sólo lograron grandes
ventas, sino que también atrajeron el interés de los principales medios de
comunicación. Surgió un nuevo tipo de creador, motivado casi en su totalidad
por el dinero. Muchos de ellos eran talentosos y sinceros; muchos no lo eran.
Pero muchos de los que no tenían talento rápidamente aprendieron el arte de las
ventas. Al mismo tiempo, los editores abandonaron el antiguo estándar destinado
a prevenir que los personajes de los cómics fueran sobreexpuestos o tergiversados.
Estas tendencias, combinadas con la venta artificialmente inflada de los
números viejos, provocaron una inundación.
A
principios de la década de 1990, editores como Image, Acclaim, y Malibu estaban
impulsando una especie de versión crack-cocainómana de los superhéroes. El
modelo fue creado por el ex artista de Marvel Rob Liefeld, que desarrolló un
vocabulario de trucos visuales chillones calculados para excitar a los fans
crédulos. En lugar de elegantes atletas idealizados con trajes coloridos pero de
buen gusto, los superhéroes se convirtieron en un lío de venas abultadas y músculos
inflamados, trajes con absurdas influencias punks, miembros cibernéticos, y armas
automáticas grotescas. Sus rostros estaban congelados invariablemente en muecas
de odio, y todos ellos parecían obsesionados con la muerte y el caos sin
sentido. Las historias se convirtieron en meros revoltijos incomprensibles de
poses de acción, escenas de lucha mal coreografiadas, y explosiones. La
tendencia se propagó tanto que incluso los augustos héroes de Marvel y DC
Comics comenzaron a adoptar el estilo Liefeld, y todo el mercado se vio
saturado con chascos publicitarios – cubiertas variantes, de cromo, troqueladas
– cuyo único propósito era mover el producto.
El
punto de inflexión se produjo en 1993 con el truco de “La Muerte de Superman”
de DC Comics en Superman # 75, que vendió millones y atrajo a miles de nuevos
clientes a las tiendas de cómics. La nefasta estratagema de marketing dejó un regusto
amargo, sin embargo. Los verdaderos fanáticos sabían que DC nunca dejaría muerto
a su personaje más representativo, y finalmente se dieron cuenta de que estaban
siendo estafados. A mediados de la década, miles de minoristas se vieron enterrados
bajo montones de productos sin vender; muchas tiendas simplemente se hundieron.
Sin embargo, los editores continuaron vomitando más de la misma basura.
Las
cosas fueron de mal en peor. Batman y
Robin, la película casi inmirable dirigida por Joel Schumacher en 1997, puso
de rodillas a la franquicia de Batman y casi arrastró al imperio Warner
Brothers en su caída. Esto fue seguido por una cadena de fracasos como Judge Dredd, Tank Girl y The Phantom
que amenazaron el futuro de todo el género de “películas basadas en cómics”.
Hay una simetría irónica en esto, pues había sido el éxito de la primera
película de Batman de 1989 el que desató uno de los booms más febriles en los cincuenta
años de historia de la industria del cómic, al igual que el éxito de la serie televisiva
de Batman había hecho en 1966.
KINGDOM COME
En
1996, dos creadores decidieron que estaban hartos. Uno de ellos era Alex Ross,
un pintor asombrosamente talentoso e hijo de un predicador de Texas. Ross
creció obsesionado con la obra de ilustradores clásicos como Andrew Loomis y
Norman Rockwell, y la música de la banda de rock de formación clásica Queen. Su
gran pasión, sin embargo, eran los nobles y abnegados superhéroes de la llamada
Edad de Plata del cómic (1957-1970). Ross irrumpió en la escena del cómic en
1994 con una serie titulada Marvels,
donde presentaba a los héroes más populares de Marvel Comics con su estilo
grácil e impresionista, aunque fotorrealista. Los nobles personajes de Ross
tenían un efecto inmediato, haciendo que todos los otros cómics de superhéroes
se vieran feos y cínicos en comparación.
Con
la ayuda de otro sureño intratable (el escritor de diálogos Mark Waid), Ross le
declaró la guerra a la Edad del Cromo. Su miniserie épica de 1996 Kingdom Come es nada más y nada menos
que un tratado apocalíptico, inundado de ira bíblica ardiente. La historia presenta
un mundo en el que los superhéroes de la vieja escuela (Superman, Batman,
Flash, la Mujer Maravilla, y otros) están o bien en el retiro forzoso u
operando de manera clandestina. En su lugar surge una nueva generación de
héroes – maníacos violentos que pierden la mayor parte de su tiempo
involucrados en batallas sin sentido con otros héroes. El que sobresale entre
éstos es Magog, una parodia no muy sutil de la creación más exitosa de Rob
Liefeld, Cable. Durante una de sus refriegas, esta nueva generación de héroes
causa un accidente nuclear que afecta al cinturón agrícola del Medio Oeste y lo
reduce a un yermo. Los lectores perspicaces reconocieron esto como una metáfora
de lo que la nueva generación de cómics de superhéroes estaba haciendo al
género y al mercado.
Alarmado
por esto, Superman sale del retiro y vuelve a montar la Liga de la Justicia de
DC. En una serie de batallas vistosas, Superman y la Liga descienden desde los
cielos como arcángeles y aplastan a la nueva generación de lunáticos con superpoderes,
desterrándolos finalmente a un enorme gulag en el páramo radiactivo de Kansas.
Sin embargo, el archienemigo de Superman, Lex Luthor, tiene otros planes.
Luthor reúne su propia banda de héroes (dirigidos por el Capitán Marvel,
sometido bajo control mental) para luchar contra la Liga. El clímax llega
cuando Superman y el aún más poderoso Capitán se trenzan en combate, mientras
que los misiles nucleares destinados a destruir a todos los seres con
superpoderes llueven desde los cielos. En el último momento, el Capitán Marvel
se libera de la influencia del control mental e invoca a los relámpagos de los
cielos para destruir a los misiles en pleno vuelo. Muere en el acto. La
historia termina con la paz en la Tierra y con la Mujer Maravilla embarazada
del hijo de Superman. Kingdom Come marcó
el final de la Edad del Cromo, aunque el mercado de los comics tardaría años en
recuperarse del daño que había causado. La novela gráfica es notable, sin
embargo, por otra razón. Kingdom Come
– tal vez más que cualquier otro cómic de la historia – delinea lo que los
superhéroes son para sus más devotos fans. Nada menos que dioses.
EL HÉROE COMO
MESÍAS
Ross
y Waid pintan claramente al Capitán – una entidad incorpórea encarnada mediante
magia ocultista – como el nuevo Cristo. Aunque Superman es la estrella del
cómic, Marvel es la pieza clave de la serie, y su muerte es la salvación para
la humanidad. En Kingdom Come, el Capitán
Marvel está dotado de un poder invulnerable, casi totémico.
En
muchos sentidos, el Capitán Marvel es el icono último de la realización de los
deseos. Un joven huérfano, Billy Batson, tropieza accidentalmente con un gran hechicero
en una cámara subterránea. El hechicero le enseña un encantamiento mágico que
le brinda al niño los poderes de un dios. El Capitán Marvel no está manchado
por las fallas y debilidades de los héroes ordinarios. Su traje, con sus florituras
reales, marciales, es más digno que los calzones de Superman. Tampoco carga con
el bagaje psicológico que arrastran figuras como la de Batman y Spider-Man. No
es de extrañar, entonces, que él fuera el personaje favorito del creador más
importante en la historia de los cómics de superhéroes, Jack Kirby. Dos de los
personajes más emblemáticos de Kirby, el Poderoso Thor y OMAC, están inspirados
en gran medida en el Capitán Marvel, al igual que el personaje principal de
Kirby, el Capitán América. Y es probable que no sea una coincidencia que otros
dos creadores fundamentales, Alan Moore y Neil Gaiman, comenzaran sus carreras
escribiendo para la contraparte británica del Capitán Marvel, Marvelman.
Kingdom Come invocó al
espíritu del Capitán Marvel porque sus creadores sintieron que su ausencia, o
más bien, la ausencia de lo que él representaba, estaba destruyendo algo que
amaban. Los superhéroes sombríos y ásperos de Rob Liefeld y su banda de coconspiradores
– justicieros oscuros y violentos como Wolverine y The Punisher – ya ni
siquiera eran agradables, y mucho menos admirables o dignos de emulación. El
catalizador de esta tendencia fue la novela gráfica de Frank Miller de 1986, Batman: the Dark Knight Returns – Batman: El Regreso del Caballero Oscuro
– (o simplemente Dark Knight).
Dark Knight era una mirada
implacablemente brutal a la violencia urbana, sazonada con pesadas dosis de
propaganda cripto-fascista e imaginería sexual transgresora. La furia
apocalíptica de la serie (con guerra nuclear incluida) tuvo el impacto
emocional de un mazazo, y pronto todo el mundo del cómic siguió su ejemplo. Los
superhéroes comenzaron a perder su aura ingenua y apta para niños, y pronto se
convirtieron en guerreros urbanos actualizados. Esto atrajo a los jóvenes de
los barrios bajos, muchos de ellos negros e hispanos, que vivían un caos
similar en sus propios arrabales. De hecho, la mayor parte de los nuevos
lectores que ingresaron al mercado del cómic a finales de los 80s eran de clase
media-baja. Las ciudades estadounidenses estaban en medio de una crisis
existencial, y es en momentos como estos que aparecen los dioses. Del mismo
modo, es probable que no sea casualidad que el auge de los cómics empezó a
declinar a medida que la epidemia del crack y la terrible violencia armada que
lo acompañaba comenzó a amainar a mediados de los años 90.
Sin
embargo, el paisaje cambió cuando la tragedia del 11 de septiembre golpeó. Los
políticos y los expertos por igual respondieron al evento con una serie
calculada de declaraciones y acciones que parecían sacadas directamente de las
páginas de Superman o de los X-Men. Y la industria del comic no perdió tiempo para
ponerse a la altura de las circunstancias. Una serie de revistas conmemorativas
inundaron rápidamente los kioscos, con los personajes principales de Marvel
reaccionando a la tragedia.
El
verano siguiente, una adaptación cinematográfica de Spider-Man llegó a la
pantalla. Los daños hechos en Manhattan por el Duende Verde en esa película
explotaban el temor primitivo desatado aquella hermosa mañana de septiembre, y la
victoria eventual de Spider-Man garantizaba que la película se convertiría en
un gigante en las taquillas. El trauma del 11 de septiembre explica por qué la
película dio el golpe visceral que dio. Mientras observamos a Spider-Man
triunfando sobre las fuerzas del caos y el mal, en cierto sentido, el daño
psíquico hecho ese día es reparado. Y esos miedos primigenios aún persisten. Atestigüemos
el éxito de Batman Begins en 2005,
que también contaba con actos similares de caos apocalíptico desatados sobre
Ciudad Gótica.
HEROES MARCA HOLLYWOOD
El
éxito de taquilla de los superhéroes ha llevado a muchos estudios de cine y
empresas de animación a tratar de construir sus propias franquicias de superhéroes
desde cero. El Fantasma del Espacio, Birdman y el Trío Galaxia, El Secreto de
Isis, El Gran Héroe Americano, Thundarr el Bárbaro, los Thundercats, Darkman,
Dark Angel, Meteor Man, y M.A.N.T.I.S. son algunos ejemplos de esto. La mayoría
de estos intentos, sin embargo, han sido efímeros. También hubo personajes de
películas que son superhéroes en todo sentido menos en el nombre – Terminator y
Rambo, por ejemplo. Pero hay algo en el género del cómic que lo hace ser la
mejor incubadora para nuestros dioses sustitutos. La gente parece olfatear la
falta de sinceridad de estas franquicias prefabricadas de Hollywood. Y la falta
de sinceridad es la muerte instantánea para un superhéroe – o un dios, para el caso.
Las dos películas que han creado superhéroes desde cero con éxito se han basado
en gran medida en los cómics para hacerlo. En 1999 The Matrix fue creada por dos fans de los cómics devenidos en directores
de cine, Andy y Larry Wachowski. Los hermanos reclutaron a dos ostentosos
artistas de la historieta, Geoff Darrow y Steve Skroce, para que los ayudaran a
desarrollar sus conceptos. De hecho, Darrow y Skroce esencialmente crearon un
cómic con el guión. Los directores, entonces, utilizaron el cómic para
promocionar la película. Matrix
también se apoyó fuertemente en el misticismo religioso y en la ciencia ficción
cyberpunk, creando así el primer superhéroe gnóstico-hacker-budista zen, Neo,
interpretado por Keanu Reeves. Después de escribir y producir otra película de
alto presupuesto basada en un cómic (V de
Vendetta) en 2006, los hermanos Wachowski se metieron de lleno y comenzaron
su propia línea de cómics, Burlyman Entertainment.
Una
banda de héroes más orientada a la familia, Los
Increíbles, fue creada por el animador Brad Bird para el estudio de animación
Pixar. Esta familia heroica era o un tributo o una copia flagrante de los
Cuatro Fantásticos de Marvel, dependiendo del punto de vista.
También
se han hecho esfuerzos para presentar los superhéroes en el cine y en la
televisión sin sus atuendos emblemáticos (es decir, sin Spándex o Lycra). La película de
M. Night Shamalayan Unbreakable
(2000) proponía la existencia de superhéroes de la vida real que no eran
conscientes de sus poderes. Más recientemente, la serie de cable The 4400 ha presentado una nueva raza de
humanos que reciben superpoderes por parte de unos científicos del futuro con
el fin de evitar un desastre ulterior. La serie, sin embargo, está fuertemente
inspirada por los X-Men, ya que los 4400 están dotados de poderes
individualizados y son percibidos por el gobierno y la sociedad en general como
una amenaza existencial. Siguiendo esta tradición, la serie de gran éxito de la
NBC Heroes (coproducida por el afamado
escritor de cómics Jeph Loeb) ha hecho que estos superhéroes cotidianos fueran sexys.
Sin
embargo, el cómic impreso sigue siendo – como lo ha sido durante 70 años – la
principal incubadora de superhéroes, incluso para el cine y la televisión. La
razón de esto tiene dos caras. Los cómics utilizan una forma de narrativa muy
eficaz que resuena directamente con la mente inconsciente del lector. Los cómics
también son muy baratos de producir y de imprimir. Un dibujante talentoso puede
romperte el corazón nada más que con un lápiz # 2 y unas pocas hojas de papel.
Si
bien la tecnología detrás de la creación de los cómics ha mejorado significativamente
– la coloración digital permite a los artistas hacer escenas con detalles casi
fotográficos – todo sigue comenzando y terminando con las herramientas más
básicas. Mientras que algunos cómics muy populares han sido impresos a bajo
costo en blanco y negro, la mayoría de los lectores de hoy en general esperan que
los cómics estén presentados muy finamente por talentos de lujo e impresos a
todo color en papel de alta calidad. Pero en comparación con un largometraje o incluso
con un juego de vídeo, el costo es insignificante. Con menores costos de
producción y menos riesgo financiero directo, los creadores y editores son
capaces, al menos teóricamente, de experimentar y perseguir visiones muy
idiosincrásicas, lo que puede resultar en un material verdaderamente innovador de
última hora.
EL CULTO DEL
SUPER HÉROE
La
pasión pertinaz de los creadores de cómics da a sus obras una convicción
visceral diferente a cualquier otro medio de narración. Los fans de las historietas
a menudo aspiran a ser creadores y los creadores de cómics suelen ser ávidos
fans. Para bien o para mal, la mayoría de los lectores ocasionales de cómics
deriva hacia otros pasatiempos; los que quedan son un público altamente
sofisticado y altamente especializado. Ellos saben lo que les gusta y lo que
no, y toman a sus personajes favoritos muy, muy en serio. De hecho, los artistas
y escritores que no tienen la misma alta estima por sus héroes, o los retratan
con poca idolatría, a menudo se ven colocados extraoficialmente en una lista
negra. Desde Kingdom Come, se espera
que los artistas de cómic representen a sus superhéroes con una reverencia
similar.
Por
otra parte, la accesibilidad de la distribución de mercado directo hace que la competencia
entre creadores de historietas sea feroz. Esto ha resultado en una constante
evolución del género, sobre todo en lo referente a la forma en que se cuentan
las historias. Los artistas de cómic de hoy en día no son meros dibujantes; son
ilustradores, y generalmente se espera de ellos que adhieran a los más altos
estándares del arte del dibujo. El propio trabajo de Rob Liefeld, y otros de su
calibre, rara vez se ve hoy en los kioscos. Él y otros como él son vistos como
infieles en la nueva Iglesia del Superhéroe.
Puede
ser que el nivel general de ansiedad invocada por el 11 de septiembre y la
guerra de Irak alentara y amplificara el nivel de devoción entre los fans. En
el pasado reciente, las parodias de superhéroes eran particularmente populares,
al igual que la perspectiva humorística y de auto-burla de los personajes
favoritos. Por ejemplo, la encarnación de La Liga de la Justicia de la década
de 1980 fue un título humorístico de superhéroes muy popular. Cuando los escritores
y artistas de esa serie se reunieron recientemente para realizar una miniserie
titulada Formerly Known as the Justice
League, se manejaron únicamente con los personajes periféricos de la serie,
como si la parodia estuvieran bien para los personajes de tercera categoría
como Blue Beetle y Booster Gold, pero las estrellas como Superman y Batman
debían ser tratadas con la máxima solemnidad.
Es
exactamente este nivel de seriedad el que alimentó a las adaptaciones
cinematográficas de los cómics y es probablemente el responsable de su éxito
increíble. El Batman de Tim Burton era un excéntrico, pero era una representación
esencialmente fiel del personaje. La película revitalizó a Batman y dio el
puntapié inicial a la era de las películas modernas de superhéroes. Por el
contrario, el Batman de Joel Schumacher fue una autoparodia cursi que casi
destruyó la franquicia y el género de películas de superhéroes. El Batman Begins (2005) de Christopher
Nolan se apuntaló en gran medida en el tono y el contexto de los cómics contemporáneos
y restauró la antigua gloria del personaje.
Es
precisamente el tratamiento reverencial de estos personajes – su representación
esencialmente religiosa – lo que resuena con el público masivo de hoy. De
hecho, fuimos testigos de la aparición de una extraña clase de religión. En
efecto, los superhéroes ahora juegan para nosotros el papel que una vez representaran
los dioses en las sociedades antiguas. Los fans de hoy no le rezan a Superman o
a Batman, o al menos la mayoría de ellos no admite hacerlo. Pero cuando vemos a
los fans vestidos como sus héroes favoritos en las convenciones de cómics,
estamos viendo el mismo tipo de culto que una vez se realizó en el antiguo
mundo pagano, donde los celebrantes se vestían como los objetos de su adoración
y representaban sus dramas en fiestas y ceremonias.
En
unos pocos años, las convenciones de cómics han dejado de ser asambleas
lúgubres y tristes de perdedores marginados y se han convertido en
celebraciones masivas de los nuevos dioses y de la cultura popular en general.
El “Cosplay”, o juego de disfraces, se ha convertido en una atracción importante
de las convenciones, ya que hombres, mujeres, niños y niñas han encontrado un
espacio seguro para vivir sus fantasías vestidos como sus superhéroes o
personajes de ficción favoritos. Shows como el de Dragon*Con en Atlanta se han
hecho famosos por la multitud de hermosas mujeres jóvenes que pululan allí para
mostrar sus disfraces hechos con esmero, así como sus figuras esculpidas por Pilates.
Un antiguo egipcio o romano no reconocería los personajes, pero seguramente
entendería el impulso básico detrás de todo esto. Y aunque algunos trajes tal
vez procedan de otros géneros, todo básicamente emana de las profundas raíces
de la cultura del cómic.
Esta
cultura es mucho más influyente (e insidiosa) de lo que la mayoría piensa. La
mayor parte de las películas de acción contemporáneas toman su lenguaje visual
de las historietas. El ritmo de hiper-violencia constante de las películas de
acción de hoy viene directamente de Jack Kirby. Del mismo modo, el rock ’n’
roll siempre se ha alimentado de las imágenes de los comics. Muchas de las figuras
más influyentes del rock han sido fuertemente influenciadas por los cómics.
Elvis Presley adoraba al Capitán Marvel Jr., hasta el punto de adoptar su
peinado. Donovan se jactó frívolamente de que “Superman y Linterna Verde” no lo
afectaban. Black Sabbath cantó odas a Iron Man y a Mr. Miracle. Pink Floyd
nombra al Dr. Strange y los Kinks
cantaron sobre el Capitán América. Shock-rockers como David Bowie, Kiss, Alice
Cooper, Marilyn Manson, y Glen Danzig son todos fans serios de los cómics, y tomaron
muchas de sus ideas visuales directamente de las páginas de Marvel Comics. Marvel
incluso devolvió el favor y publicó historietas de Cooper y Kiss en los 70s. No
es casualidad que la mayoría de estos artistas sean bien conocidos por su
devoción religiosa o por su interés en el misticismo y el ocultismo.
Aunque
la mayoría no nos demos cuenta, sencillamente no hay nada nuevo acerca de la
devoción por los superhéroes. Sus poderes, sus trajes, e incluso a veces sus
nombres fueron tomados directamente de las religiones pre-cristianas de la
antigüedad. Cuando uno mira hacia atrás y ve las encarnaciones originales de
estos héroes, no puede sino sorprenderse por lo descarado que es su simbolismo
y la fuerza con la que reflejan los sistemas de creencias de la era pagana. Aún
menos personas se dan cuenta de que esto no ocurrió por casualidad, sino que vino
directamente de las sociedades secretas espirituales y místicas y los cultos de
finales del siglo XIX – grupos como los teósofos, los rosacruces, y la Sociedad
Golden Dawn. Estos grupos dieron la espalda al culto estatal del cristianismo y
buscaron en el pasado a las deidades elementales de las antiguas tradiciones.
Inspirados por el mismo fermento cultural y espiritual que afectó a nuestro mundo
luego del 11 de septiembre, los artistas y arquitectos de este movimiento
neoclásico retrataron a los dioses y creencias del mundo antiguo en obras que
sobreviven hoy en las principales ciudades de Occidente. Solamente en Manhattan
nos encontramos con Mercurio, el mensajero de los dioses, en la Grand Central Station.
Vemos a Isis, Reina del Cielo y la Estrella del Mar, en la estatua de Libertad y
toda una serie de imágenes y símbolos de los antiguos dioses en el Rockefeller
Center. Los jóvenes artistas que crearon a los grandes superhéroes crecieron
inmersos en esta atmósfera. En los barrios más finos de Manhattan podemos
encontrar dioses al acecho en todas partes – en los zaguanes, sobre las puertas,
en los ascensores y en los techos. Estos jóvenes artistas – chicos de la
ciudad, en realidad – saquearon los tesoros del mundo antiguo en las escuelas
de arte y los museos para crear nuestros nuevos dioses.
La
superestrella de los cómics Frank Miller señaló que estos chicos aprendieron
bien sus lecciones, señalando que en los cómics antiguos “el superhéroe era un elemento
inusual y frecuentemente místico que enfocaba y definía las situaciones y los
problemas del mundo real de una manera mucho más clara y directa de lo que
podía lograrse con una simple enumeración de los hechos”. En el mundo antiguo,
la cultura era inseparable de la religión. Así que tal vez es apropiado decir
que dioses como Mercurio, Hércules, y Horus se vieron arrancados de las páginas
de la historia y puestos a trabajar en las páginas de los cómics. Estos dioses se
sacudieron el polvo de los siglos y surgieron cuando y donde eran más
necesitados – en la vanguardia de nuestra cultura popular en un momento de
alienación personal, incertidumbre económica y guerra sin fin.