lunes, 1 de junio de 2015

Fragmentos de "SUEÑOS ÁCIDOS, LA HISTORIA SOCIAL COMPLETA DEL LSD" de Martin A. Lee y Bruce Shlain

Fragmentos del libro “SUEÑOS ÁCIDOS, LA HISTORIA SOCIAL COMPLETA DEL LSD: la CIA, los Años Sesenta, y Más Allá (Acid Dreams: The Complete Social History of LSD: the CIA, the Sixties, and Beyond) de Martin A. Lee y Bruce Shlain

Traducción: Mazzu




Octubre de 1977. Miles de personas atiborraban el auditorio de la Universidad de California en Santa Cruz. Los que no pudieron entrar se quedaron afuera y apretaban sus caras contra las ventanas, con la esperanza de vislumbrar a algunos de los dignatarios visitantes. Una selección estelar de poetas, científicos, periodistas y celebridades de los medios se había reunido para la apertura de una conferencia de fin de semana titulada “LSD: Una Generación Después”. Encabezando la cartelera estaba el hombre al que llamaban el “Padre de la Era Psicodélica”.

A los setenta y un años de edad el Dr. Albert Hofmann parecía mal ubicado en su papel de héroe en una reunión de este tipo. Su cortísimo cabello blanco y su atuendo conservador, contrastaban de manera brusca con el aspecto de sus admiradores jóvenes, que fácilmente parecían ser el público de un concierto de rock and roll o de un mitin anti nuclear. Pero mientras caminaba hacia el podio para pronunciar el discurso principal de la noche, el Dr. Hofmann fue recibido por una larga y estruendosa ovación.

“Tal vez estén decepcionados”, advirtió a la audiencia. “Es posible que hayan esperado a un gurú, pero en vez de eso se encontraron con un químico”. Tras lo cual Hofmann se lanzó a un análisis científico serio del proceso que paso a paso lo llevó al descubrimiento del LSD-25, la droga mental más potente conocida por la ciencia en aquel momento. De vez en cuando mostraba un diagrama en la pantalla y se explayaba sobre las sutilezas moleculares de las drogas alucinógenas. Si bien gran parte de los datos técnicos se elevaban muy por encima del entendimiento de sus oyentes, éstos parecían amar cada minuto de la charla.

El Dr. Hofmann sintetizó por primera vez el LSD (dietilamida del ácido lisérgico) en 1938, mientras investigaba las propiedades químicas y farmacológicas de cornezuelo, un hongo del centeno rico en alcaloides medicinales, para los Laboratorios Sandoz en Basilea, Suiza. Por entonces estaba buscando un compuesto analéptico (un estimulante circulatorio), y el LSD era el vigésimo quinto de una serie de derivados de la ergotamina que él había preparado; de ahí la designación LSD-25. Los estudios preliminares sobre animales de laboratorio no resultaron significativos, y los científicos de Sandoz perdieron rápidamente el interés por la droga. Durante los siguientes cinco años la ampolleta de LSD acumuló polvo en la estantería, hasta la tarde del 16 de abril 1943.

“Tuve la sensación extraña,” dijo Hofmann a las masas reunidas “de que valdría la pena llevar a cabo estudios más profundos sobre aquel compuesto”. En el curso de la preparación de un nuevo lote de LSD, él absorbió accidentalmente una dosis pequeña a través de sus dedos, y pronto fue abrumado por “un estado de intoxicación notable pero no desagradable... caracterizado por una intensa estimulación de la imaginación y un estado alterado de la percepción del mundo”. Un coro de risas cómplices emanó de la audiencia mientras Hofmann continuaba leyendo las notas de su diario. “Mientras yacía en un estado de aturdimiento con los ojos cerrados surgieron ante mí una sucesión de imágenes fantásticas y cambiantes de una realidad y profundidad sorprendentes, alternando con un vívido juego caleidoscópico de colores. Esta condición gradualmente desapareció después de unas tres horas”.

El Dr. Hofmann estaba desconcertado por su primera excursión no planificada al extraño mundo de LSD. No podía comprender cómo pudo haber ingresado esta sustancia en su cuerpo en cantidad suficiente para producir síntomas tan extraordinarios. Por el bien de la ciencia, aseguró a su audiencia, decidió experimentar en sí mismo. Otra ronda bulliciosa de aplausos llenó el auditorio.

El 19 de abril, tres días después de su viaje psicodélico inicial, el Dr. Hofmann ingirió 250 microgramos (una millonésima de un gramo), pensando que una cantidad tan minúscula tendría resultados insignificantes. Pero iba a llevarse una sorpresa. Mientras pedaleaba en su bicicleta camino a casa acompañado por su asistente de laboratorio, se dio cuenta de que los síntomas eran mucho más fuertes que antes. “Tuve una gran dificultad para hablar coherentemente”, relató. “Mi campo de visión se tambaleaba ante mí, y los objetos parecían distorsionados, como imágenes en espejos curvos. Tuve la impresión de no poder moverme del lugar, aunque mi asistente me dijo después que íbamos pedaleando a buen ritmo”.

Cuando Hofmann llegó a su casa, consultó a un médico, que estaba mal equipado para hacer frente a lo que luego se llamaría un “mal viaje”. Hofmann no sabía si había tomado una dosis letal, ni si estaría perdido para siempre en los retorcidos pasillos del espacio interior. Durante un rato temió haberse vuelto loco: “ocasionalmente sentía como si estuviera fuera de mi cuerpo... pensé que había muerto. Mi ‘ego’ estaba suspendido en algún lugar del espacio y veía mi cuerpo muerto en el sofá”.

De alguna manera Hofmann se armó de valor para soportar esta dura prueba mental. A medida que el viaje avanzaba, su condición psíquica comenzó a mejorar, y, finalmente, fue capaz de explorar el terreno alucinógeno con un mínimo de compostura. Pasó las horas que quedaban absorbido en un éxtasis sinestésico, atestiguando cómo cada sonido provocaba un efecto óptico correspondiente, y viceversa, hasta que cayó en un sueño inquieto. A la mañana siguiente se despertó sintiéndose perfectamente bien.

Y así fue que el Dr. Albert Hofmann hizo su descubrimiento ominoso. Desde el primer momento sintió que el LSD podría ser una herramienta importante para el estudio del funcionamiento de la mente, y se sintió complacido cuando la comunidad científica comenzó a usar la droga para este propósito. Pero no previó que su “hijo problemático”, como más tarde se referiría al LSD, tendría tan enorme impacto social y cultural en los años posteriores. Tampoco pudo prever que un día él sería reverenciado como una figura casi mítica por una generación de entusiastas del ácido.

“Dr. Hofmann,” dijo Stephen Gaskin, líder de la mayor comuna contracultural en Estados Unidos, “hay miles de personas en la Granja que sienten que le deben la vida a usted”. Gaskin era uno de los invitados a participar en un panel de discusión en el segundo día del coloquio. Su propósito era proporcionar un foro a los veteranos de la contracultura para reflexionar sobre los buenos viejos tiempos del movimiento psicodélico, que habían alcanzado su pico en la década anterior durante el infame Verano del Amor, y evaluar lo que había sucedido desde entonces. El poeta Allen Ginsberg comparó el evento a una “reunión de ex compañeros de escuela”. Decidió hacer los deberes antes de unirse a sus compañeros graduados en el ácido, por lo que tomó un poco de LSD durante su vuelo a la Costa Oeste. Estando bajo la influencia del psicodélico, comenzó a reflexionar sobre las revelaciones que habían aparecido recientemente en los medios de comunicación sobre el uso de LSD por parte de la CIA como un arma de control mental. La posibilidad de que una organización de espionaje pudiera haber promovido el uso generalizado del LSD era inquietante para Ginsberg, que había sido un abierto defensor de los psicodélicos durante la década de 1960. Cogió un lápiz y comenzó a anotar algunas ideas de alto vuelo. “¿Soy yo, Allen Ginsberg, el producto de uno de los lamentables, imprudentes o triunfalmente exitosos experimentos de la CIA sobre el control mental?”. “¿Había la CIA - por plan consciente o inadvertidamente – abierto la caja de Pandora, dando rienda suelta a la moda del LSD en los EE.UU. y el mundo?”.

Ginsberg planteó la cuestión de la CIA durante la conferencia, pero pocos parecieron tomar el asunto en serio. “El movimiento del LSD fue iniciado por la CIA”, bromeó Timothy Leary con una amplia sonrisa en su rostro. “Yo no estaría aquí ahora, sin la previsión de los científicos de la CIA”. Quien en el pasado fuera el flautista de Hamelin de los niños de las flores, estaba en plena forma, riendo y bromeando con los periodistas, como si nunca hubiera sido perseguido a través de medio mundo por la policía de narcóticos de los EE.UU. y hubiera pasado los últimos años en la cárcel. “No fue un accidente,” reflexionó Leary. “Todo fue planeado y guionado por la Inteligencia Central, y estoy totalmente a favor de la Inteligencia Central”.

Un estado de ánimo jovial prevaleció en gran parte del panel de discusión. Viejos camaradas que no se habían visto durante mucho tiempo intercambiaron cuentos de gloria ácida y recordaron las aventuras locas e inolvidables de antaño. “Cuando miro a mis colegas y a mí mismo”, dijo Richard Alpert, uno de los cohortes originales de Leary en la Universidad de Harvard en la década de 1960, “veo que hemos procedido como hemos querido, a pesar de todos los problemas. ¡Creo que lo que estamos haciendo hoy en parte demuestra que no somos psicóticos!”. Alpert continuó declarando que no le importaba si nunca volvía a tomar LSD, pero que apreciaba lo que sus cientos de viajes le habían enseñado y que esperaba que hubiera un clima más favorable para la investigación seria sobre el LSD en un futuro cercano.

Los sentimientos de Alpert hicieron eco en muchos de los panelistas, quienes llamaron al gobierno a reconsiderar sus políticas restrictivas para que los científicos y psicólogos pudieran reanudar el estudio de la droga. Hubo testimonios frecuentes sobre las contribuciones que el LSD hizo a la ciencia y a la sociedad. El ácido fue elogiado como una bendición para la psicoterapia, un potenciador de la creatividad, un sacramento religioso, y un liberador del espíritu humano. El Dr. Ralph Metzner, el tercer miembro del triunvirato de Harvard, sugiere que la aparición del LSD constituye nada menos que un punto de inflexión en la evolución humana. No fue una coincidencia, sostuvo, que el Dr. Hofmann descubriera los efectos del LSD poco después de que se lograra la primera reacción nuclear en cadena en el Proyecto Manhattan. Sus comentarios parecían dar a entender que el LSD era una especie de antídoto divino para la maldición nuclear y que la humanidad debería prestar atención a la revelación psicodélica si quería alterar su curso autodestructivo y evitar una catástrofe mayor.

El autor Richard Ashley se explayó sobre el tema del ácido como un mesías químico. En lo que a él se refería, el LSD había proporcionado el medio más eficaz de hacer entrar en cortocircuito la camisa de fuerza mental que la sociedad impone a sus miembros. Un estado policial a nivel mundial era virtualmente una certeza, predijo Ashley, a menos que más personas se volcaran al uso drogas psicodélicas para elevar su conciencia y resistir el fantasma ominoso de control del pensamiento.

Otros fueron un poco más cautos al especular sobre el papel de las drogas alucinógenas en la sociedad industrial avanzada. “El LSD llegó antes de que nuestra cultura estuviera lista para ello”, afirmó el Dr. Stanley Krippner, un eminente parapsicólogo que había dirigido el Laboratorio Maimonides para el estudio de los sueños en Nueva York. “Creo que todavía no estamos preparados para ello. No lo hemos utilizado para sus mejores provechos. Las sustancias psicodélicas han sido utilizadas muy sabiamente en las culturas primitivas con fines espirituales y curativos. Nuestra cultura no tiene ese marco. No tenemos la cercanía a Dios, la cercanía a la naturaleza, la perspectiva chamánica. Hemos perdido todo eso”.

Para el momento en que la conferencia llegaba a su fin, más de treinta oradores habían rendido sus veredictos sobre el LSD y la llamada revolución psicodélica. Aunque era evidente que todo el mundo había sido profundamente afectado por la experiencia de la droga y el movimiento social que había inspirado, no hubo consenso general en cuanto a lo que significaba todo aquello. Cada persona tenía sus ideas sobre por qué las cosas sucedieron como lo hicieron y qué podría presagiar el futuro. Algunos consideraban que el LSD llegó a la escena justo en el momento preciso, otros lo vieron como un descubrimiento prematuro, y había algunos que pensaban que podría haber llegado demasiado tarde. Si eso no era suficiente para confundir totalmente a la audiencia, John Lilly, el científico de los delfines, instó a sus oyentes a ignorar todo lo que habían escuchado de sus mayores y hacer sus propios descubrimientos. Ginsberg secundó la moción en sus observaciones finales. “Tenemos que desenredarnos de las suposiciones del pasado”, aconsejó. “El término ‘revolución psicodélica’ es parte de un pasado creado en gran medida por las imágenes de los medios. Tenemos que desechar las imágenes del pasado”.

Menos de un mes antes de la convención de Santa Cruz, el LSD fue el tema principal en otra reunión muy concurrida. El escenario en esta ocasión era una adornada habitación de audiencias del Senado en el Capitolio. Las cámaras de televisión estaban listas para rodar mientras Ted Kennedy, presidente del Subcomité Senatorial de Salud e Investigación Científica, caminaba hacia el atril flanqueado por algunos de sus colaboradores. Durante los siguientes dos días intentaría examinar los detalles escurridizos de la Operación MK-ULTRA, el programa principal de la CIA que implicaba el desarrollo de agentes químicos y biológicos durante la Guerra Fría.

En su discurso de apertura Kennedy dijo al público que esperaba que estas audiencias  “cerraran el libro de este capítulo de la vida de la CIA”. Luego procedió a interrogar a un grupo de ex empleados de la CIA sobre las pruebas que la Agencia había hecho con LSD y otras drogas sobre ciudadanos estadounidenses como sujetos involuntarios. Estas actividades eran consideradas tan delicadas que incluso sólo un puñado de personas dentro de la CIA sabía de ellas. Un documento anteriormente clasificado explicaba por qué el programa se mantenía en secreto: “El conocimiento de que la Agencia está participando en actividades poco éticas e ilegales tendría graves repercusiones en los círculos políticos y diplomáticos y sería perjudicial para el cumplimiento de su misión”.

Aunque la mayoría de los testimonios habían sido previamente ensayados, cuando los testigos se habían reunido con un miembro del personal de Kennedy, el senador de Massachusetts se las arregló para fingir un sentimiento de asombro cuando David Rhodes, un ex psicólogo de la CIA, relató un experimento malogrado con LSD en un refugio de la CIA en el área de la Bahía de San Francisco. Describió que individuos desprevenidos eran reclutados en bares locales y llevados a una fiesta en la que agentes de la CIA intentaban liberar LSD en forma de aerosol. Pero, como explicaba Rhodes, las corrientes de aire en la habitación no eran adecuadas para la dosificación de los asistentes a la fiesta, así que uno de sus compañeros se coló en el cuarto de baño y probó rociándose a sí mismo con el spray. El público se rió ante la idea de hombres adultos rociándose con ácido del gobierno, mientras que los reporteros de noticias garabateaban sus versiones de la historia para los titulares.

A lo largo de las audiencias los senadores escucharon una historia tras otra sobre la torpeza del personal de la Agencia. Phillip Goldman, un especialista en armamento químico de la CIA, podría haber estado describiendo una rutina de los Tres Chiflados cuando contó sobre un intento de probar un dispositivo de lanzamiento de bombas de olor. El proyectil golpeó el alféizar de la ventana, y los espías tuvieron que taparse las narices. Hubo más risas cuando  mencionó una varilla de cóctel recubierta de droga que se disolvía en la bebida, pero dejaba un sabor tan amargo que nadie quería beberla. Y así sucesivamente. Este tipo de bufonadas demostraron ser una táctica eficaz de relaciones públicas para la CIA, desviando el escrutinio serio de las fechorías relacionadas con las drogas. Al hacer hincapié en la ineptitud la Agencia transmitía un aire demasiado humano. Después de todo, ¿por qué procesar a un montón de tipos por perder el tiempo con productos químicos que nunca podrían aspirar a entender?

El testigo estrella del segundo día de audiencias fue el principal brujo-científico de la CIA, el Dr. Sidney Gottlieb, quien dirigió el programa MK-ULTRA. Gottlieb, un hombre delgado, con el pelo corto y canoso, y un pie equinovaro, accedió a testificar sólo después de recibir una garantía de inmunidad judicial penal. Su testimonio ante el subcomité del Senado marcó la primera aparición pública de esta oscura figura desde su salida de la Agencia en el año 1973. En realidad, su aparición fue “semi-pública”. Debido a que sufría de una enfermedad cardíaca, a Gottlieb se le permitió hablar con los senadores en una pequeña antecámara mientras todos los demás escuchaban el proceso mediante un sistema de parlantes.

El propósito de los programas de la Operación MK-ULTRA y afines, explicó Gottlieb, era “investigar si era posible modificar el comportamiento de un individuo por medios encubiertos”. Cuando se le pidió se explayara sobre lo que la CIA había descubierto a través de esta investigación, Gottlieb se vio afligido por una repentina pérdida de la memoria, como si estuviera bajo la influencia de una de sus propias drogas de amnesia. Sin embargo, confirmó los informes anteriores de que se utilizaron prostitutas en los experimentos en los refugios para echar droga en las bebidas de los infortunados clientes, mientras que los agentes de la CIA observaban, fotografiaban, y grababan la acción.

Cuando se le pidió que justificara esta actividad, Gottlieb recurrió al conocido refrán de la Guerra Fría que había sido invocado en varias ocasiones a lo largo de las audiencias por otros testigos. El ímpetu inicial de los programas de drogas de la CIA, sostuvo, surgió de la preocupación por el uso agresivo de técnicas de alteración del comportamiento contra los EE.UU. por parte de sus enemigos. Gottlieb afirmó que había pruebas (que él nunca compartió con los senadores) de que los soviéticos y los chinos rojos podrían haber estado haciendo pruebas con el LSD en la década de 1950. Esto, explicó, tenía graves consecuencias para nuestra seguridad nacional.

Al cierre de las audiencias, Kennedy resumió las pruebas subrepticias con LSD diciendo: “Estas actividades forman parte de la historia, no de las prácticas actuales de la CIA”. Y eso fue todo. Los senadores parecían ansiosos por finalizar todo el espectáculo sin más, a pesar de que muchas cuestiones estaban lejos de haber sido resueltas. Más tarde se reveló que algunos de los testigos habían deliberado entre sí, y decidieron limitar su testimonio al grado mínimo necesario para satisfacer a la comisión. Como admitió el doctor Gottlieb, “La conclusión de todo este asunto aún no se ha escrito”.

Poco después del foro del Senado, un abogado de Washington nos dio una pista acerca de cómo obtener acceso a una sala de lectura especial que albergaba documentos relativos a la Operación MK-ULTRA y a otros proyectos de control mental de la CIA. Los documentos habían sido recientemente desclasificados como resultado de una solicitud de Libertad de Información por parte del investigador John Marks. Situada en la planta baja del Hotel Hyatt Regency en Rosslyn, Virginia, la sala de lectura estaba llena de humo y abarrotada de periodistas que trabajan con plazos, hurgando en un montón de papeles lo más rápido que sus dedos pudieran pasar las páginas. Nosotros no estábamos restringidos por un cierre de edición, así que decidimos examinar los archivos a un ritmo pausado.

La lectura de los archivos de inteligencia fue a la vez emocionante y frustrante. Cada pila de informes contenía mucha censura y una gran mezcolanza de datos, muchos de los cuales parecían triviales. No había ninguna razón en su disposición: los registros financieros, listas de inventario, chismes internos, y las cartas de recomendación se intercalan aleatoriamente con las actas de reuniones de alto secreto y otros datos prometedores.

Nuestra excavación fue un largo camino, con la intención de examinar cada trozo de información relacionada con los programas de la CIA de modificación de la conducta. Nuestras visitas a la sala de lectura se convirtieron en un ritual semanal, y pronto ampliamos nuestra investigación para incluir también los documentos del ejército, la marina, y la fuerza aérea. Durante los posteriores seis meses revisamos aproximadamente veinte mil páginas de memorandos previamente clasificados. Empezamos a pensar en nosotros mismos más como arqueólogos que como periodistas de investigación, tratando de desenterrar los restos de una historia perdida enterrada bajo capas de secretismo.

En el curso de nuestra investigación hemos descubierto documentos de la CIA que describen experimentos de privación sensorial, aprendizaje mediante el sueño, PES, proyección subliminal, estimulación cerebral electrónica, y muchos otros métodos que podrían tener aplicaciones para la modificación del comportamiento. Un proyecto fue diseñado para convertir a la gente en asesinos programados que matarían por órdenes automáticas. Otro documento menciona “ansiedades hipnóticamente inducidas” y “dolor inducido como una forma de control físico y psicológico”. Había repetidas referencias a drogas exóticas y agentes biológicos que causaban “cefalea en brotes”, espasmos o babeo incontrolable, o un estupor semejante al producido por la lobotomía. Productos químicos mortales fueron inventados con el único fin de inducir ataques cardíacos o cáncer sin dejar rastros de la fuente real de la enfermedad. Los especialistas de la CIA también estudiaron los efectos de los campos magnéticos, las vibraciones ultrasónicas, y otras formas de energía radiante sobre el cerebro. Como dijo un médico de la CIA, “Vivíamos en la tierra del nunca jamás de los memorandos ‘top secret’ y de la experimentación incesante”.

Por lo visto, casi todas las drogas que aparecieron en el mercado negro durante los años 60s – la marihuana, la cocaína, la heroína, el PCP, el nitrato de amilo, los hongos, el DMT, los barbitúricos, el gas hilarante, el speed y muchas otras - habían sido previamente examinadas, probadas, y en algunos casos refinadas por la CIA y los científicos del ejército. Pero de todas las técnicas exploradas durante veinticinco años por la Agencia en su gesta multimillonaria por conquistar la mente humana, ninguna recibió tanta atención o fue aprovechada con tanto entusiasmo como el LSD-25. Durante un tiempo, el personal de la CIA estuvo completamente enamorado del alucinógeno. Aquellos que hicieron las primeras pruebas con el LSD en la década de 1950 estaban convencidos de que revolucionaría el mundo del espionaje.

Al estudiar los documentos más de cerca, ciertas formas y patrones cobraron vida para nosotros. Comenzamos a tener una idea de la dinámica interna del programa secreto del LSD de la CIA y cómo evolucionó con los años. La historia que surgió fue mucho más compleja y rica en detalles que el puñado de información inconexa que había aparecido en varios informes de prensa y del gobierno. Hemos sido capaces de entender lo que los espías estaban buscando cuando por primera vez investigaron el LSD, lo que ocurrió durante la fase inicial de experimentación, cómo cambió su actitud cuando probaron la droga en sí mismos y sus asociados, y la forma en que se utilizó en última instancia en operaciones secretas.

La ironía central del LSD es que ha sido usado como arma y también como sacramento, como droga de control mental y también como químico para la expansión de la mente. Cada una de estas posibilidades generó una historia única: una historia encubierta, por un lado, enraizada en la CIA y la experimentación militar con alucinógenos, y una historia popular de la contracultura de las drogas que tomó protagonismo en la década de 1960. Los puntos clave de las dos historias convergen y se superponen, formando una interfaz entre los programas secretos de drogas de la CIA y el auge y caída del movimiento psicodélico.

La historia del LSD es inseparable de las esperanzas e ilusiones destrozadas de la generación de los sesenta. En muchos sentidos, proporciona una clave para la comprensión de lo que sucedió durante esa era turbulenta, cuando la revolución política y cultural estalló con furia. Y, sin embargo, a medida que la década llegaba a su fin, el movimiento juvenil de repente se derrumbó y tocó fondo, dejando una estela de preguntas sin respuesta a su paso. Sólo mediante el examen de ambos lados de la saga psicodélica – el programa de control mental de la CIA y la subcultura de las drogas - podemos comprender la verdadera naturaleza del LSD-25 y discernir qué efecto tuvo este poderoso agente químico en las revueltas sociales de la década de 1960.



Los Buscadores de la Verdad


En la primavera de 1942 el general William “Wild Bill” Donovan, jefe de la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS), predecesora de la CIA durante la guerra, reunió a media docena de científicos estadounidenses de prestigio para que formaran parte de un programa de investigación de alto secreto. Su misión, explicó Donovan, era desarrollar una droga que indujera a soltar la lengua en los interrogatorios de inteligencia. Él insistió que la necesidad de tal recurso era tan urgente que justificaba cualquier intento para hallarlo.

El uso de drogas por parte de agentes secretos ha sido parte del folklore del espionaje durante mucho tiempo, pero este sería el primer intento concertado de una organización estadounidense de espionaje para modificar el comportamiento humano a través de medios químicos. “No teníamos miedo de probar cosas que nunca se habían hecho antes”, afirmó Donovan, quien fue conocido por su perspectiva libre y poco convencional del espionaje. El jefe de la OSS presionó a sus asociados para que obtuvieran una sustancia que pudiera vencer las defensas psicológicas de los espías enemigos y los prisioneros de guerra, provocando así la revelación desinhibida de información clasificada. Dicha droga también sería útil para el personal de OSS a fin de identificar a los simpatizantes de Alemania, los agentes dobles, y a los posibles inadaptados.

El Dr. Windfred Overhulser, superintendente del Hospital de Santa Isabel, en Washington, DC, fue nombrado presidente del comité de investigación. Dicho comité también incluía al Dr. Edward Strecker, por entonces presidente de la Asociación Americana de Psiquiatría, y a Harry J. Anslinger, jefe de la Oficina Federal de Narcóticos. El comité estudió y rechazó numerosas drogas, incluyendo el alcohol, los barbitúricos, y la cafeína. El peyote y la escopolamina también fueron examinados, pero las visiones producidas por estas sustancias interferían con el proceso de interrogación. Finalmente la marihuana fue elegida como la candidata más probable como agente inductor del habla.

Los científicos de la OSS crearon un extracto de cannabis altamente potente, y a través del proceso conocido como esterificación obtuvieron un líquido claro y viscoso. El producto final era incoloro, inodoro e insípido. Era casi imposible de detectar cuando se administraba subrepticiamente, que era exactamente lo que los espías se proponía hacer. “No hay razones para creer que ninguna otra nación o grupo esté familiarizado con esta preparación particular de esta droga,” afirmaba el documento desclasificado de la OSS. A partir de entonces la OSS comenzó a referirse al extracto de marihuana como “TD”. – una tapadera bastante transparente para Truth Drug, Suero de la Verdad.

Diversas formas de administración de TD fueron probadas sobre sujetos involuntarios. Los operarios de la OSS descubrieron que el líquido podía ser “inyectado en cualquier tipo de alimento, como el puré de papas, la mantequilla, los aderezos para ensaladas, o en productos tales como las golosinas”. Otra estrategia era el uso de pañuelos faciales impregnados con la droga. Pero estos métodos tenían sus inconvenientes. ¿Qué pasaba si alguien tenía un apetito particularmente voraz? Demasiada TD podía noquear al sujeto y hacerlo inútil para la interrogación. La OSS resolvió eventualmente que la mejor estrategia implicaba el uso de una jeringa hipodérmica para inyectar una solución diluida de TD en cigarrillos o cigarros. Después de fumarlo el sujeto quedaría adecuadamente colocado, y en dicho punto un interrogador hábil entraría en acción para tratar de que soltara la lengua.

Los efectos de la TD fueron descritos en un informe de la OSS: “la TD parece relajar todas las inhibiciones y entorpecer las áreas del cerebro que gobiernan la discreción y la precaución del individuo. Acentúa los sentidos y pone de manifiesto cualquier característica fuerte del individuo. Las inhibiciones sexuales ceden, y el sentido del humor se acentúa hasta el punto donde cualquier declaración o situación puede llegar a ser extremadamente divertida para el sujeto. Por otra parte, las características desagradables de la persona podrían acrecentarse. Se puede afirmar que, en términos generales, la reacción  será una gran locuacidad e hilaridad”.

Después de probar la TD en sí mismos, sus asociados y en personal militar de los Estados Unidos, los agentes de la OSS utilizaron la droga operacionalmente, aunque de forma limitada. Los resultados fueron ambivalentes. En ciertos casos los sujetos revelaban la necesidad de discutir “temas de contenido psicológico. Lo que sea que el individuo esté tratando de retener será forzado al exterior por su mente subconsciente”. Pero también hubo quienes experimentaron “reacciones tóxicas” – algo mejor conocido en la jerga posterior como “mala onda”. Uno sujeto involuntario se volvió irritable y amenazador y se quejó de sentir que era “dos personas diferentes”. La peculiar naturaleza de sus síntomas impidió cualquier intento de interrogatorio.

Así es como fue, de un extremo al otro. A veces la TD parecía estimular “las ganas de hablar”, y en otras ocasiones la gente se ponía paranoica y no decía ni una palabra. La falta de consistencia resultó el principal obstáculo, y los “soñadores de Donovan”, como habían sido apodados sus entusiastas empleados de la OSS, de mala gana dejaron de lado su locura canábica. Un comentario manuscrito en los márgenes de un documento de la OSS resume sus correrías de fumetas: “La droga desafía todos los análisis de expertos, y para todos los fines prácticos se puede considerar más allá del análisis”.

Después de la guerra, la CIA y los militares retomaron la búsqueda secreta del suero de la verdad allí donde la OSS había la había dejado. La Marina se puso al frente cuando inició el Proyecto CHATTER en 1947, el mismo año en que fue formada la CIA. Descrito como un programa de “ofensiva”, se suponía que CHATTER debía idear medios para obtener información de las personas independientemente de su voluntad pero sin coacción física. Con este fin, el Dr. Charles Savage condujo experimentos con mescalina (un extracto semisintético del peyote que produce alucinaciones similares a las causadas por el LSD) en el Instituto de Investigación Médica Naval de Bethesda, Maryland. Pero estos estudios, que involucraban tanto a sujetos animales como humanos, no produjeron  un suero de la verdad eficaz, y el Proyecto CHATTER fue finalizado en 1953.

La Marina comenzó a interesarse en la mescalina como método de interrogatorio cuando los investigadores estadounidenses se enteraron de que los médicos nazis habían realizado experimentos de control mental en el campo de concentración de Dachau durante la Segunda Guerra Mundial. Después de administrar el alucinógeno a treinta prisioneros, los nazis llegaron a la conclusión de que era “imposible imponer la voluntad propia sobre otra persona como en la hipnosis incluso aunque se haya suministrado la dosis más fuerte de mescalina”. Pero la droga aún ofrecía ciertas ventajas a los interrogadores de las SS, que constantemente fueron capaces de arrancar “incluso los secretos íntimos [del sujeto], cuando las preguntas se formulaban hábilmente”. No es sorprendente que surgieran “sentimientos de odio y venganza en cada uno de los casos”.

Los experimentos con mescalina en Dachau fueron descritos en un extenso informe de la Misión Técnica Naval de EE.UU., que recorrió Europa en busca de cada trozo de material industrial y datos científicos que pudieran obtenerse luego de la caída del Reich. Esta misión preparó el escenario para la importación al por mayor de más de seiscientos de los mejores científicos nazis bajo los auspicios del Proyecto Paperclip, que la CIA supervisó durante los primeros años de la Guerra Fría. Entre los que emigraron a los EE.UU. de esta manera se hallaba el Dr. Hubertus Strughold, el científico alemán cuyos principales subordinados (el Dr. Sigmund Ruff y el Dr. Sigmund Rascher) participaron directamente en los experimentos de “medicina aeronáutica” en Dachau, que incluían los estudios con la mescalina[1]. A pesar de las acusaciones recurrentes por haber autorizado atrocidades médicas durante la guerra, Strughold se estableció en Texas y se convirtió en una figura importante en el programa espacial de Estados Unidos. Después de Wernher von Braun, fue el científico nazi más importante empleado por el gobierno de Estados Unidos, y posteriormente fue aclamado por la NASA como el “padre de la medicina espacial”.

La CIA mientras tanto, había comenzado un esfuerzo de investigación intensiva orientado hacia el desarrollo de técnicas “especiales” de interrogatorio. Dos métodos parecían prometedores hacia fines de la década de 1940. El primero involucraba la narcolepsia, donde un psiquiatra de la CIA trataba de inducir un estado de trance después de suministrar un sedante suave. La segunda técnica involucraba la combinación de dos fármacos diferentes con efectos contrarios. Una fuerte dosis de barbitúricos era suministrada para noquear al sujeto, que luego recibía una inyección de estimulantes, generalmente algún tipo de anfetamina. Cuando empezaba a salir del estado de sonambulismo, alcanzaba cierto punto inefable antes de volver plenamente a estar consciente. Descrito en los documentos de la CIA como “The Twilight Zone” (la Dimensión Desconocida), esta condición de atontamiento era considerada óptima para los interrogatorios.

Los médicos de la CIA intentaron extender este estado de estupor el mayor tiempo posible. Con el fin de mantener el equilibrio delicado entre la conciencia y la inconsciencia, una conexión intravenosa era insertada en los brazos del sujeto. Un catéter suministraba un sedante, y el otro un estimulante (el clásico “efecto goofball” o atontador); con un simple movimiento del dedo un interrogador podría regular el flujo de los productos químicos. La idea era producir un “empuje” – un súbito estallido de pensamientos, emociones, confidencias, y otras cosas. En esta línea fueron probadas varias combinaciones: dexedrina y seconal, pentotal y desoxina, y dependiendo del capricho del espía a cargo, algo de marihuana (la vieja reserva de la OSS, a la que la CIA llamaba “azúcar”) podría ser utilizada para equilibrar.

El enfoque atontador no era una ciencia de precisión. No había reglas estrictas prescritas o procedimientos operativos con respecto a qué drogas debían ser empleadas en una situación dada. Los interrogadores de la CIA estaban abandonados a su suerte, y un cierto grado de imprudencia era quizás inevitable. En un caso, un grupo de expertos de la CIA bosquejó apresuradamente un memo después de revisar el informe elaborado por uno de los equipos especiales de interrogatorio de la Agencia. Los consultores médicos señalaron que “la cantidad de escopolamina administrada fue extremadamente grande”. También señalaron que los mejores resultados se obtenían cuando dos o tres productos químicos diferentes eran utilizados en la sesión. En este caso, sin embargo, las fuertes dosis de escopolamina se administraron junto con tiamina, sodio luminal, sulfato de atropina, pentotal sódico y sulfato de cafeína. Uno de los consultores profesionales de la CIA en técnicas “H” también cuestionó por qué se intentó inducir a hipnosis “después de un uso prolongado y continuo de productos químicos, después de que el sujeto vomitara, y después de haber alcanzado aparentemente el punto de tolerancia máxima con los productos químicos”. Todo el que lea el informe de interrogación concuerda en que la hipnosis era inútil, si no imposible, en tales condiciones. Sin embargo, la nota concluye reafirmando que “la intención no es realizar una crítica”, y que “la elección de las armas operativas” debe estar en manos de los agentes de campo.

A pesar de los peligros potenciales y la falta de solidez del procedimiento en su conjunto, los interrogatorios especiales fueron fuertemente respaldados por los funcionarios de la Agencia. El documento de la CIA del 26 de noviembre de 1951, anunciaba: “Ahora estamos convencidos de que podemos mantener a un sujeto en un estado controlado por un período de tiempo mayor al que creíamos posible hasta el momento. Además, creemos que mediante el uso de ciertos productos químicos o combinaciones, podemos conseguir información relevante en un porcentaje muy alto de los casos”. A pesar de que estas técnicas todavía eran consideradas experimentales, la opinión predominante de los miembros de los equipos especiales de interrogación era que se habían realizado  suficientes experimentos como para “justificar la luz verde a la utilización práctica de las técnicas”. “Habrá muchos fracasos”, reconoció un científico de la CIA, pero se apresuró a subrayar que “cada éxito logrado con este método será puro beneficio[2]

En un esfuerzo por ampliar su programa de investigaciones, la CIA contactó a académicos y otros expertos independientes que se especializaban en las áreas de interés mutuo. Se establecieron enlaces con las secciones de investigación de los departamentos de policía y los laboratorios de criminología; médicos, hipnotizadores profesionales, y psiquiatras fueron incorporados en calidad de consultores pagados; y diversas ramas de las fuerzas militares proporcionaron su ayuda. A menudo estos arreglos involucraban tapaderas para ocultar el interés de la CIA en la modificación del comportamiento. Con el aparato burocrático ya instaurado, los esfuerzos de control mental de la CIA se integraron en un solo proyecto bajo el nombre en clave de Bluebird. Debido a la extrema sensibilidad del proyecto, los canales habituales de autorización fueron evitados; en vez de ir a través del Comité de Revisión de Proyectos, la propuesta BLUEBIRD fue presentada directamente al director de la CIA Roscoe Hillenkoetter, quien autorizó el uso de fondos no registrados para financiar el proyecto secreto. Con este sello de aprobación, el primer programa importante de testeo con drogas de la CIA fue oficialmente inaugurado. BLUEBIRD debía permanecer como un secreto celosamente guardado, ya que si una palabra sobre el programa se filtraba al exterior, habría sido una gran vergüenza y un perjuicio para la inteligencia estadounidense. Como decía un documento de la CIA, el material de BLUEBIRD era “no apto para el consumo público”.

Desde el inicio el programa de control mental de la CIA tuvo un ángulo explícitamente doméstico. Un memo con fecha del 13 de julio de 1951, describe los esfuerzos de la Agencia para domar la mente como “integrales y amplios, comprendiendo actividades tanto nacionales como extranjeras, y teniendo en consideración los programas y objetivos de otros departamentos, principalmente los servicios militares”. Las actividades de BLUEBIRD fueron diseñadas para crear una “alteración explotable de personalidad” en los individuos seleccionados; los objetivos específicos incluían “potenciales agentes desertores, refugiados, prisioneros de guerra”, y la vaga categoría de “otros”. Varias unidades de la CIA participaron en esta obra, incluyendo al personal de Inspección y Seguridad (precursora de la Oficina de Seguridad) que asumió la responsabilidad general de la ejecución del programa y de despachar a los equipos especiales de interrogación. El coronel Sheffield Edwards, presidente del Comité Directivo de BLUEBIRD, presionaba constantemente para conseguir una sustancia más fiable que indujera a la indiscreción. Para el momento en que BLUEBIRD evolucionó en la Operación ARTICHOKE (el cambio formal de nombres en clave se produjo en agosto de 1951), los funcionarios de seguridad todavía estaban buscando la técnica mágica - el deus ex machina – que garantizara resultados de éxito seguro.

El concepto en sí de un suero de la verdad era un tanto descabellado, para empezar. Se presuponía que había una manera de esquivar químicamente al censor de la mente y voltear a la psique de adentro hacia fuera, liberando una profusión de secretos enterrados, y que de esa manera emergería seguramente cierta aproximación a la “verdad” en medio de todos los escombros personales. A este respecto, la búsqueda de la CIA parecía a una versión sesgada del conocido tema mitológico de donde proceden imágenes tales como la Piedra Filosofal y la Fuente de la Juventud – donde al tocar o ingerir algo uno puede adquirir la sabiduría, la inmortalidad, o la paz eterna. Es un poco más que irónico que sobre la pared de mármol del vestíbulo principal en la sede de la CIA en Langley, Virginia, se lea la inscripción bíblica: “Y conoceréis la Verdad y la Verdad os hará libres”.

El ambiente desenvuelto que prevaleció durante los primeros años de la CIA fomentó una actitud de “vale todo” entre los investigadores asociados al programa de control mental. Esto fue antes de que las arterias burocráticas de la Agencia comenzaran a endurecerse, y quienes participaban en la Operación ARTICHOKE no querían dejar ni una piedra sin remover en un esfuerzo de conseguir el suero de la verdad definitivo. Varios agentes fueron enviados en misiones de investigación a todos los rincones del mundo para adquirir muestras de hierbas raras. Los resultados de dichos viajes fueron registrados en un documento fuertemente censurado titulado “Exploración de los Recursos Vegetales Potenciales en la Región del Caribe”. Entre los numerosos ítems mencionados en este informe, algunos son particularmente intrigantes. Se decía que una planta apodada el “arbusto estúpido”, caracterizada por la CIA como un agente psicógeno y una hierba perniciosa, proliferaba en Puerto Rico y St. Thomas. Sus efectos estaban envueltos en el misterio. También descubrieron un “arbusto de la información”. Este matojo dejó perplejos a los expertos de la CIA, que no conseguían definir sus propiedades. El “arbusto de la información” fue catalogado como un agente psicógeno seguido por varios signos de interrogación. El tipo de información - ¿profética o mundana? – que podía ser evocada gracias a esta hierba inusual no queda en claro. Tampoco es claro si el “arbusto de la información” podía ser utilizado como un antídoto para el “arbusto estúpido” o viceversa.

La CIA estudió una verdadera farmacopea de drogas con la esperanza de lograr avances decisivos. En determinado momento durante la década de 1950 los agentes secretos del Tío Sam vieron a la cocaína como un potencial suero de la verdad. “Los efectos generales de la cocaína han sido un tanto descuidados” señaló un investigador astuto. Por ende se llevaron a cabo pruebas que permitieron a la CIA determinar que el polvo precioso “producía euforia, locuacidad, etc.” cuando era administrado por inyección. “Las dosis mayores,” de acuerdo al documento clasificado, “pueden causar temor y alucinaciones alarmantes”. El documento continúa reportando que la cocaína “...contrarresta la catatonia en los esquizofrénicos catatónicos” y concluye recomendando una investigación más profunda de la droga.

Varios derivados de la cocaína fueron investigados desde la perspectiva de los interrogatorios. La procaína, un análogo sintético, fue testeada en pacientes mentales y los resultados fueron intrigantes. Cuando se inyectaba en los lóbulos frontales del cerebro a través de agujeros trepanados en el cráneo, la droga “hacía que los pacientes esquizofrénicos mudos hablaran durante dos días de manera espontánea”. Este procedimiento fue rechazado por ser “demasiado quirúrgico para nuestro uso”. Sin embargo, según un farmacólogo de la CIA, “es posible que dicha droga pueda ingresar al sistema circulatorio de un sujeto sin necesidad de cirugía, ni por vía intravenosa o alimentaria”. Sugería el método conocido como de la iontoforesis, que implica el uso de una corriente eléctrica para transferir los iones de la droga seleccionada a los tejidos del cuerpo.

El enamoramiento de la CIA con la cocaína fue de corta duración. Puede que haya excitado las narices de más de unos cuantos espías y producido algunas especulaciones estimulantes, pero después de la inspiración inicial volvió al punto de partida. Tal vez sus expectativas eran demasiado altas para adecuarse a alguna droga. O tal vez era necesario un nuevo enfoque del problema.

La búsqueda de una técnica eficaz de interrogatorio finalmente condujo a la heroína. No la heroína que los ex-pilotos nazis bajo contrato de la CIA contrabandearon desde el Triángulo de Oro, en el sudeste de Asia, con aviones pertenecientes a la Agencia durante la década de 1940 y principios de 1950, ni la heroína introducida en los guetos negros de los Estados Unidos después de pasar a través de las redes de contrabando controladas por mafiosos que trabajaban como sicarios de la CIA. La participación de la Agencia en el tráfico de heroína en todo el mundo, que ha sido bien documentada en The Politics of Heroin in Southeast Asia de Alfred McCoy, fue mucho más allá del alcance de la Operación ARTICHOKE, que se ocupaba principalmente de obtener información de sujetos recalcitrantes. Sin embargo, los científicos de ARTICHOKE vieron ventajas potenciales en la heroína como droga de control mental. Según un documento de la CIA del 26 de abril de 1952, la heroína fue “utilizada con frecuencia por la policía y los agentes de inteligencia de forma rutinaria”. La teoría de la interrogación durante el síndrome de abstinencia: los agentes de la CIA determinaron que la heroína y otras sustancias adictivas “pueden ser útiles a la inversa debido a las tensiones estresantes que provocan cuando les son retiradas a aquellos que son adictos a su uso”.



Entra el LSD

Fue debido a la esperanza de encontrar la droga milagrosa tan buscada durante tanto tiempo que los investigadores de la CIA comenzaron a incursionar con el LSD-25 a principios de la década de 1950. En esa época se sabía muy poco sobre el alucinógeno, incluso en los círculos científicos. El Dr. Werner Stoll, hijo de Arthur Stoll – el presidente de Sandoz -, y colega de Albert Hofmann, fue la primera persona que investigó las propiedades psicológicas del LSD. Los resultados de su estudio fueron presentados en la publicación académica Archivos Suizos de Neurología en 1947. Stoll informó que el LSD producía alteraciones en la percepción, alucinaciones, y la aceleración del pensamiento; además, se descubrió que el fármaco mitigaba la desconfianza habitual de los pacientes esquizofrénicos. Ningún efecto secundario desfavorable fue descrito. Dos años después, en la misma revista, Stoll contribuyó con un segundo informe titulado “Un Nuevo Agente Alucinatorio, Activo en Cantidades Muy Pequeñas”.

El hecho de que el LSD causara alucinaciones no debería haber sido una sorpresa total para la comunidad científica. En primera instancia, Sandoz se interesó en el cornezuelo (o ergot) - la fuente natural del ácido lisérgico - debido a las numerosas historias transmitidas a través de los siglos. El hongo del centeno tenía una reputación misteriosa y contradictoria. En China y algunas partes de Medio Oriente se creía que poseía cualidades medicinales, y algunos eruditos creen que pudo haber sido utilizado en los ritos sagrados de la antigua Grecia. En otras partes de Europa, sin embargo, el mismo hongo se asoció con la horrible enfermedad conocida como el Fuego de San Antonio, que golpeaba periódicamente como una peste. Crónicas medievales hablan de pueblos y ciudades donde casi todo el mundo se volvía loco durante unos pocos días luego de que el centeno infestado con cornezuelo, inadvertidamente, era molido en harina y horneado como pan. Los hombres eran afectados por úlceras gangrenosas que dejaban las extremidades como tocones ennegrecidos, y las mujeres embarazadas abortaban. Incluso en los tiempos modernos ha habido informes de epidemias relacionadas con el ergot[3].

La CIA heredó este legado ambiguo cuando acogió al LSD como droga de control mental. Un documento de ARTICHOKE con fecha del 21 de octubre de 1951, indica que el ácido se probó inicialmente como parte de un estudio piloto sobre los efectos de diversos productos químicos “para la supresión consciente de secretos experimentales o no riesgosos”. Además del ácido lisérgico este estudio en particular abarcó una amplia gama de sustancias, incluyendo la morfina, el éter, la anfetamina, el etanol, y la mescalina. “No hay duda”, señaló el autor de este informe, “de que ya hay drogas (y se están produciendo otras nuevas) que pueden destruir la integridad y volver indiscreta a la persona más confiable”. El informe concluye recomendando que el LSD debía ser probado críticamente “en condiciones de seguridad más allá del ámbito de la experimentación civil”. Los prisioneros de guerra, los prisioneros federales y los agentes de seguridad eran mencionados como posibles candidatos para estos experimentos de campo.

En otro estudio diseñado para determinar los niveles óptimos de dosificación para las sesiones de interrogatorio, un psiquiatra de la CIA administró LSD a “al menos doce sujetos de no muy alta mentalidad”. Al principio a los sujetos “les dijeron solamente que se estaba probando un nuevo fármaco y les prometieron que no les pasaría nada grave o peligroso... Durante la intoxicación se dieron cuenta de que algo estaba pasando, pero nunca se les dijo exactamente qué”. Finalmente fue seleccionado un rango de dosis de 100 a 150 microgramos, y la Agencia procedió a probar la droga en los simulacros de interrogatorio.

Los informes iniciales parecían prometedores. En un ejemplo, el LSD fue suministrado a un oficial que había recibido instrucciones de no revelar “un secreto militar significativo”. Sin embargo, cuando se le preguntó, “dio todos los detalles del secreto, y después de que los efectos del LSD desaparecieron, el oficial no tenía conocimiento de haber revelado la información (amnesia completa)”. Los informes favorables seguían llegando, y cuando se terminó esta fase de experimentación, la Oficina de Inteligencia Científica de la CIA (OSI) preparó un largo memorándum titulado “Nuevo Agente Potencial para la Guerra No Convencional”. Se decía que el LSD era útil “para la obtención de declaraciones verdaderas y exactas por parte de los sujetos bajo su influencia durante los interrogatorios”. Por otra parte, los datos a mano sugerían que el LSD podría ayudar a la reactivación de recuerdos de experiencias pasadas.

Parecía casi demasiado bueno para ser verdad - una droga que desenterraba los secretos sepultados en la mente inconsciente, pero que también provocaba amnesia durante el período efectivo. Las implicaciones eran totalmente asombrosas. Pronto toda la jerarquía de la CIA estaba enloquecida a medida que las ondas expansivas de la noticia de lo que parecía ser uno de los principales logros se hacían sentir en la sede central. (C.P. Snow dijo una vez: “la euforia del secretismo se sube a la cabeza”.) Habían investigado durante años, y ahora estaban a punto de encontrar el Santo Grial del espionaje. Como recordaba un oficial de la CIA, “en un primer momento pensamos que este era el secreto que iba a abrir el cerrojo del universo”.

Pero la sensación de euforia no duró demasiado. A medida que la investigación secreta avanzaba, la CIA se topó con problemas. Finalmente llegaron a reconocer que el LSD no era realmente un suero de la verdad en el sentido clásico. No siempre podía obtenerse información precisa de las personas bajo la influencia del LSD porque inducía una “ansiedad marcada y pérdida de contacto con la realidad”. Los que recibieron dosis involuntarias experimentaron una intensa deformación del tiempo, el espacio, y la imagen corporal, frecuentemente culminando en reacciones paranoides en toda regla. Las alucinaciones extrañas causadas por la droga a menudo resultaron ser más un estorbo que una ayuda para el proceso de interrogación. Siempre estaba el riesgo, por ejemplo, de que un espía enemigo que comenzaba a alucinar se diera cuenta de que había sido drogado. Esto podía volverlo excesivamente receloso y taciturno hasta el punto de cerrarse por completo.

Hubo otros obstáculos que hicieron aún más precaria la situación desde el punto de vista de los interrogatorios. Mientras que la ansiedad era la característica predominante que aparecía durante las sesiones de LSD, algunas personas experimentaban delirios de grandeza y omnipotencia. Toda una operación podría volverse contraproducente si alguien tenía una experiencia extática o trascendental y se convencía de que podía desafiar a sus interrogadores indefinidamente. Y luego estaba la cuestión de la amnesia, que no era tan específica como se supuso al principio. Todo el mundo coincidía en que a una persona probablemente le costaría mucho recordar exactamente lo ocurrido mientras alucinaba con el LSD, pero eso no significaba que su mente estuviera completamente en blanco. A pesar de que la droga podía distorsionar la memoria hasta cierto punto, no la destruía.

Cuando los científicos de la CIA probaban una droga con fines de inducir la locuacidad y descubrían que no funcionaba, por lo general la dejaban de lado y probaban con otra cosa. Pero ese no fue el caso con el LSD. Aunque los primeros informes demostraron ser demasiado optimistas, la Agencia no estaba dispuesta a descartar una sustancia tan potente e inusual simplemente porque no estaba a la altura de sus expectativas originales. Tuvieron que cambiar de marcha. Era necesaria una nueva evaluación de los alcances estratégicos del LSD. Si, en sentido estricto, el LSD no era confiable como suero de la verdad, entonces ¿de qué otra forma podría ser utilizado?

Los investigadores de la CIA estaban intrigados por este nuevo producto químico, pero no sabían muy bien qué hacer con él. El LSD era significativamente diferente a cualquier otra cosa que conocían. “Lo más fascinante del ácido”, recordó un psicólogo de la CIA, “era que surtiera un efecto tan terrible en cantidades tan minúsculas”. Unos pocos microgramos podrían crear “confusión mental grave... y volver a la mente temporalmente susceptible a la sugestión”. Por otra parte, la droga era incolora, inodora e insípida, y por lo tanto fácil de ocultar en alimentos y bebidas. Pero era difícil predecir la respuesta al LSD. En ciertas ocasiones el ácido parecía provocar la revelación desinhibida de información, pero muchas veces la ansiedad abrumadora experimentada por el sujeto obstruía el proceso de interrogatorio. Y también provocaba cambios de humor inexplicables - del pánico total a la felicidad ilimitada. ¿Cómo podía una droga producir semejantes reacciones extremas y contradictorias? No tenía sentido.

A medida que continuaba la investigación, la situación se hacía aún más desconcertante. En determinado momento un grupo de oficiales de seguridad dio un giro, sugiriendo que el ácido podría ser empleado como una sustancia anti-interrogatorio: “dado que la información obtenida de una persona en un estado psicótico sería irreal, extraña, y muy difícil de evaluar, la auto-administración de LSD-25, que es eficaz en dosis mínimas, podría en circunstancias especiales ofrecer una protección operativa temporal contra los interrogatorios [énfasis añadido]”.

Esta propuesta era una especie de alternativa a píldora del suicidio. Los agentes secretos estarían equipados con micro-gránulos de LSD al asumir misiones peligrosas. Si caían en manos del enemigo y estaban a punto de ser interrogados, podían morder el glóbulo de ácido como medida preventiva y balbucear incoherencias. Obviamente esta idea era poco práctica, pero demostraba lo confundidos que estaban los principales científicos de la CIA con respecto al LSD. Primero pensaron que era un suero de la verdad, luego un suero de la mentira, y por un tiempo no supieron qué pensar.

Para empeorar las cosas, había una gran preocupación dentro de la Agencia de que los soviéticos y los chinos también tuvieran proyectos con el LSD como arma de espionaje. Un estudio realizado por la Oficina de Inteligencia Científica señaló que el cornezuelo era un producto comercial en numerosos países del Bloque del Este. El enigmático hongo también florecía en la Unión Soviética, pero el cornezuelo ruso aún no había aparecido en los mercados extranjeros. ¿Podría esto significar que los soviéticos estaban acaparando sus suministros? Dado a que la información sobre la estructura química del LSD estaba disponible en revistas científicas ya en 1947, los rusos podrían haber estado almacenando cornezuelo con el fin de convertirlo en un arma de control mental. “Aunque no se dispone de datos soviéticos sobre el LSD-25,” concluía el estudio de la OSI, “hay que suponer que los científicos de la URSS son totalmente conscientes de la importancia estratégica de esta nueva y poderosa droga y son capaces de producirla en cualquier momento”.

¿Los rusos realmente experimentaron con ácido? “Estoy seguro que sí”, afirmó John Gittlinger, uno de los principales psicólogos de la CIA durante la Guerra Fría, “pero no puedo demostrarlo, ya que nunca he visto ninguna prueba directa de ello”. A pesar de la falta de evidencias sólidas de una conexión soviética con el LSD, la CIA no estaba dispuesta a correr ningún riesgo. ¿Qué pasaría, por ejemplo, si un espía estadounidense era capturado y drogado por los comunistas? La CIA se percató de que un servicio de inteligencia adversario podría emplear el LSD “para producir ansiedad o terror en sujetos médicamente poco sofisticados, incapaces de distinguir la psicosis inducida por drogas de la locura real”. La única manera de asegurarse de que un agente no perdería los estribos en tales circunstancias sería hacerle probar el LSD (¿una vacuna contra el control mental?) antes de ser enviado a una misión delicada en el extranjero. Esa persona sabría que los efectos de la droga eran transitorios y por lo tanto estaría en una mejor posición para manejar la experiencia. Los documentos de la CIA se referían a los agentes que ya estaban familiarizados con el LSD como “operarios iluminados”.

En esta línea, los funcionarios de seguridad propusieron que le fuera suministrado LSD a los voluntarios en entrenamiento de la CIA. Tal procedimiento demostraría claramente a los individuos seleccionados los efectos de las sustancias alucinógenas sobre sí mismos y sus asociados. Además, era una oportunidad para examinar la “propensión a la ansiedad” del personal de la Agencia; aquellos que no pudieran pasar la prueba de fuego quedarían excluidos de ciertas tareas críticas. Esta sugerencia fue bien recibida por el comité directivo de ARTICHOKE, aunque el representante de la Oficina Médica de la CIA consideró que la prueba no debía ser “restringida solamente al personal masculino voluntario en formación, sino que debería extenderse para incluir a todos los componentes de la Agencia”. Según un documento de la CIA del 19 de noviembre de 1953, el Comité del Proyecto “coincidió verbalmente con esta recomendación”.

En el transcurso de los años subsiguientes, numerosos agentes de la CIA probaron LSD. Algunos usaron la droga en repetidas ocasiones. ¿Cómo afectó sus personalidades su experiencia de primera mano con el ácido? ¿Cómo afectó su actitud hacia su trabajo – particularmente en aquellos que estaban involucrados directamente en la investigación del control mental? ¿Qué impacto tuvo sobre el programa en su conjunto?[4]

Al comienzo de los esfuerzos de la CIA por el control de la conducta el énfasis principal estaba en las drogas inductoras del habla. Pero cuando el ácido entró en escena, todo el programa asumió una postura más agresiva. Los estrategas encendidos de la CIA llegaron a creer que las técnicas de control mental podrían aplicarse a una amplia gama de operaciones que iban más allá de la categoría estricta de “interrogatorio especial”. Era casi como si el LSD hubiera volado la mentalidad colectiva de la Agencia. Con el ácido actuando como catalizador, la idea de lo que podría hacerse con una droga, o con las drogas en general, se transformó de repente. Pronto se previó un compuesto perfecto para cada circunstancia concebible: habría para hacer disparos inteligentes, para borrar la memoria, “antivitaminas”, gotas noqueadoras, “afrodisíacos para uso operacional”, drogas que produjeran “cefalea en brotes” o espasmos incontrolables, drogas que podrían inducir el cáncer, un derrame cerebral o un ataque cardíaco sin dejar rastros del origen de la dolencia. Había productos químicos para poner sobrio a un hombre borracho y para emborrachar a un hombre sobrio en un santiamén. Incluso se contemplaba una “píldora de reclutamiento”. Es más, según un documento del 5 de mayo de 1955, la CIA dio alta prioridad al desarrollo de un fármaco “que pueda producir ‘euforia pura’ sin la depresión subsecuente”.

Esto no quiere decir que la CIA había renunciado al LSD. Por el contrario, después de lidiar con la droga durante varios años, la Agencia ideó nuevos métodos de interrogatorio sobre la base de las posibilidades “voladas” de esta sustancia psicoactiva. Cuando era empleado como una táctica de tercer grado, el ácido permitía a la CIA el acercamiento a un sujeto hostil con una gran ventaja. Los agentes de la CIA se percataron de que podían producir una intensa confusión mental atacando deliberadamente a una persona sobre líneas psicológicas. De todos los productos químicos que causaban enajenación mental, ninguno era tan poderoso como el LSD. El ácido no sólo volvía a la gente extremadamente ansiosa, sino que también derribaba las defensas del carácter para dominar la ansiedad. Un interrogador hábil podía aprovechar esta vulnerabilidad mediante la amenaza de mantener al sujeto involuntario en un estado de flipe indefinidamente a menos que soltara la lengua. Esta táctica a menudo tuvo éxito donde otras habían fracasado. Documentos de la CIA indican que el LSD fue empleado como base operativa de ayuda en los interrogatorios desde mediados de la década de 1950 hasta principios de la década de 1960.






[1] Los subordinados de Strughold inyectaban gasolina a los reclusos de Dachau, los aplastaban hasta la muerte en cámaras de presión de gran altitud, les disparaban para probar potenciales coagulantes sanguíneos en sus heridas, los obligaban a permanecer desnudos en temperaturas bajo cero o los sumergían en tinas de agua helada para ver cuánto tardaban en morir. Como afirma Charles R. Allen, Jr., autor de From Hitler to Uncle Sam: How American Intelligence Used Nazi War Criminals, en un artículo sobre Strughold “Había un patrón claro en los diversos experimentos con veneno, gas, infestación deliberada de las víctimas con malaria, tifus y otras virulencias que causaban el deseo instantáneo o prolongado de morir. Ya sea que las pruebas fueran concernientes a la altitud, o a la congelación, o a la potabilidad del agua de mar, o a las heridas de bala - el propósito del cuerpo de experimentos conducidos en Dachau era para aumentar la eficacia de la guerra criminal de Hitler contra la humanidad”.

Después de la guerra un tribunal aliado reunido en Nüremberg condenó a muerte a varios médicos nazis por su papel en las atrocidades cometidas en Dachau y en otros campos de concentración. Los jueces de Nüremberg posteriormente presentaron un código de ética para la investigación científica, que estipulaba que debía obtenerse el consentimiento voluntario completo de todos los sujetos de investigación y que los experimentos debían brindar resultados positivos en beneficio de la sociedad que no pudieran obtenerse de ninguna otra manera.

Aunque el Dr. Strughold escapó a la justicia, su nombre más tarde apareció en la lista de “criminales de guerra nazis que residen en los Estados Unidos”, compilada por el Servicio de Inmigración y Naturalización. Actualmente vive en San Antonio, Texas.

[2] La obtención de información era sólo un aspecto del proceso de interrogación. Incluso cuando los agentes de la CIA pudieran aflojar la lengua del sujeto, subsistían otros problemas, por ejemplo: ¿cómo asegurarse de que no recordaría los eventos sucedidos durante su paseo por la Dimensión Desconocida? “Si por algún medio pudiéramos crear una amnesia perfecta y completamente controlada”, declaró el agente de la CIA, “el asunto se simplificaría, pero la amnesia es incierta y no puede ser garantizada”.

Ciertas drogas eran conocidas por producir amnesia durante unas horas o días, pero esto no era suficiente. La CIA también tenía acceso a productos químicos capaces de causar daños permanentes en el cerebro, pero no había drogas de amnesia a largo plazo que pudieran ser completamente reversibles luego de un período de doce a dieciocho meses.

Esto era un gran inconveniente para los expertos en seguridad nacional. La cuestión de qué hacer con los sujetos de las sesiones especiales de interrogatorio - el “problema de los residuos” - provocó un acalorado debate dentro de la Compañía. El objetivo inmediato era encontrar una manera de mantenerlos “en custodia máxima hasta que o las operaciones progresaran hasta el punto donde su conocimiento ya no sea altamente sensible, o que el conocimiento en general que posean ya no sea de ninguna utilidad para el enemigo”.

Una posibilidad sugerida en los documentos de la CIA era volver incoherente a la persona a través de un ataque psicológico y/o farmacológico y luego encerrarla en una institución psiquiátrica. Un número indeterminado de sujetos fueron internados involuntariamente en manicomios, incluyendo a algunos que fueron descritos en los memorandos de la CIA como mentalmente sanos. (Esta práctica, que comenzó en la década de 1950 y continuó al menos hasta mediados de la de 1960, invita a las comparaciones obvias con el encarcelamiento de los disidentes rusos en hospitales psiquiátricos por sus puntos de vista políticos.) Otra opción implicaba la “culminación con prejuicio extremo” (jerga de la CIA para ‘asesinato’), pero esto no era una solución ideal para todas las situaciones.

En un documento de la CIA se discutía la cuestión de la eliminación bajo el título de “LOBOTOMÍA y Operaciones Relacionadas”. Cierta cantidad de individuos que eran plenamente conscientes del problema de la eliminación sugerían que la lobotomía “podría ser la respuesta, o al menos, una solución parcial”. Argumentaban que “la lobotomía crearía a una persona a la que ‘ya nada le importaba’, sin ninguna iniciativa e impulso, cuya lealtad a factores ideales o motivacionales ya no existiría, y que probablemente tendría, si no amnesia completa, al menos una memoria difusa o irregular de los eventos recientes y pasados”. También señalaba “que ciertos tipos de operaciones de lobotomía eran sencillas, rápidas y poco peligrosas”.

En esta línea, el grupo de científicos de la CIA contempló la posibilidad de utilizar la lobotomía del “picahielos” para volver inofensivo al individuo “desde el punto de vista de seguridad”. Un memo con fecha del 7 de febrero de 1952 señala que en numerosas ocasiones después de usar electroshock como anestesia, un cirujano no identificado del área de Washington DC, realizaba una operación que implicaba la destrucción de tejido cerebral perforando el cráneo, justo sobre el ojo, con un fino picahielos quirúrgico. Este tipo de psicocirugía tenía ciertas ventajas, ya que provocaba “efectos nerviosos de confusión y amnesia” sin dejar ninguna “cicatriz delatora”. La CIA también experimentó con la cirugía cerebral a través de las ondas de sonido UHF y, en cierto momento a comienzos de la década de 1950, intentó crear un “rayo de amnesia” de  microondas que destruyera las neuronas de la memoria.

Sin embargo, no todos los funcionarios de la CIA favorecieron el uso de la lobotomía como técnica de eliminación. Las posibles desventajas citadas eran: el riesgo quirúrgico era enorme, el daño cerebral podría ser amplio, y tal operación, mal realizada, podría dejar al sujeto en estado “vegetal”. Además, si el enemigo descubría que la CIA estaba mutilando cerebros por el bien de la seguridad nacional, esta información podría ser explotada como un arma de propaganda.

Otros funcionarios de la CIA se oponían a la lobotomía porque ser descaradamente inhumana y violar “todos los conceptos de ‘fair play’ y el modo de vida americano y [por ende] nunca podría ser oficialmente [énfasis añadido] sancionada o apoyada”. El documento de la CIA con fecha del 3 de marzo de 1952, manifiesta que, mientras que “la URSS y sus satélites son capaces de cualquier atrocidad concebible contra los seres humanos para alcanzar lo que consideran sus metas, no debemos - con nuestro gran respeto por la vida humana – usar estas técnicas a menos que utilizándolas salvemos la vida de nuestro pueblo, y la situación sea sumamente crítica para la seguridad de la nación”.

A principios de la década de 1950, al menos $100,000 fueron designados para el proyecto de investigación propuesto orientado hacia el desarrollo de “técnicas de neuroquirúrgicas de interés para la Agencia”. No se sabe si esta investigación fue llevada a cabo.

[3] Una noche, en 1951, cientos de ciudadanos respetables de Pont-Saint-Esprit, un pequeño pueblo francés, se volvieron completamente locos. Algunos ciudadanos prominentes del pueblo saltaron desde las ventanas al Ródano. Otros corrieron por las calles gritando sobre ser perseguidos por leones, tigres y “bandidos con orejas de burro”. Muchos murieron y los que sobrevivieron sufrieron efectos secundarios extraños durante semanas. En su libro El Día del Fuego de San Antonio, John C. Fuller atribuye este extraño brote de locura a la harina de centeno contaminada con cornezuelo.

[4] Como mínimo, uno sospecha que una experiencia de primera mano con el LSD habría hecho a la mentalidad clandestina más receptiva a la posibilidad de la PES (percepción extrasensorial), la percepción subliminal, y otros fenómenos asociados a los estados alterados. El interés de la CIA por la parapsicología se remonta a la década de 1940. Una nota manuscrita del período sugiere que se contactaran “hipnotizadores y telépatas” como consultores profesionales en carácter exploratorio, pero esta propuesta fue inicialmente rechazada. No fue hasta 1952, después de que la CIA se involucrara con el LSD, que la Agencia comenzó a financiar la investigación sobre la PES.

A pesar de que la parapsicología ha sido ridiculizada durante mucho tiempo por la comunidad científica, la CIA contempló seriamente la idea de que estos fenómenos podían ser altamente significativos para el tema del espionaje. La Agencia conjeturaba que si se descubría a un buen número de personas en los EE.UU. que tuvieran una alta capacidad de PES, su talento podría ser asignado a los problemas específicos de inteligencia. En 1952 la CIA inició un vasto programa que implica “la búsqueda y el desarrollo de los individuos excepcionalmente dotados que puedan aproximarse al éxito perfecto en la demostración de la PES”. Se instó a la Oficina de Seguridad, que manejaba el proyecto ARTICHOCKE, a seguir “todas las pistas sobre los individuos que habían sido reportados como poseedores de verdaderos poderes de clarividencia” y así poder someter sus pretensiones a una “investigación científica rigurosa”.

En esta línea la CIA comenzó a infiltrarse en las sesiones espiritistas y reuniones ocultistas. Un memo con fecha del 9 de abril de 1953, se refiere a una operación doméstica - y por lo tanto ilegal - que requería “plantar a un observador muy especializado” en una sesión espiritista con el fin de lograr “una vigilancia profunda de todos los individuos que asistían a las reuniones”.

La CIA también buscó desarrollar técnicas mediante las cuales se pudieran utilizar los poderes PES de un grupo de psíquicos “para conseguir información factual que no pudiera ser obtenida de ninguna otra manera”. Si era posible “identificar el pensamiento de otra persona a varios cientos de millas de distancia”, explicó un científico de la CIA, “la adaptación a las exigencias prácticas para la obtención de información secreta no debía presentar serias dificultades”. Por otra parte, “todo lo que añada algo a nuestro entendimiento del fenómeno PES probablemente nos de ventaja en el problema de su uso y control”.

En un giro bastante extraño, durante la década de 1960 la CIA experimentó con médiums en un esfuerzo por ponerse en contacto con agentes muertos (¿e interrogarlos?). Estos intentos, de acuerdo a Victor Marchetti, un ex alto funcionario de la CIA, fueron parte de un plan mayor para aprovechar los poderes psíquicos en diversas misiones de inteligencia que incluían la utilización de los clarividentes para adivinar las intenciones de los dirigentes del Kremlin. Todavía se realizan investigaciones secretas sobre la PES, aunque los portavoces de la CIA se niegan a declarar sobre la naturaleza de estos experimentos.