Los Pseudomundos
Pluriformes de Philip K. Dick
Fragmentos
de la conferencia pronunciada en la convención de ciencia-ficción de Metz,
Francia, 1977
¿Y
si existiera una pluralidad de universos alineados a lo largo de una especie de
eje lateral, en ángulos rectos con relación al fluir lineal del tiempo?
Nos
hemos acostumbrado a pensar que todo cambio ocurre en el eje lineal del tiempo:
del pasado al presente al futuro. El presente emerge del pasado y es diferente
a él: el futuro derivará del presente y tampoco será el mismo. Es difícil imaginar
que pueda existir un tiempo ortogonal, un campo lateral en el que se sitúe el
cambio... o procesos que existan al lado de la realidad. ¿Cómo podríamos percibir
el cambio lateral? ¿Qué sentiríamos? Si intentáramos comprobar esta extraña
teoría, ¿qué especie de pruebas deberíamos buscar? En otras palabras, ¿cómo
puede existir cambio fuera del tiempo lineal?
Bien,
consideremos ahora uno de los temas favoritos de los pensadores cristianos: la
Eternidad. Desde el punto de vista histórico, este concepto ha sido una de las
grandes nuevas ideas aportadas por la cristiandad. Estamos casi seguros de que
la Eternidad existe... de que la palabra «Eternidad» se refiere a algo real, en
contraste por ejemplo con la palabra «ángel». La Eternidad es simplemente un
estado en el cual uno se halla libre fuera del tiempo y por encima de él. No
hay pasado ni presente ni futuro, hay simplemente una pura existencia ontológica.
La Eternidad no es una palabra que signifique simplemente un período muy largo
de tiempo; es esencialmente atemporal. Entonces, planteo la pregunta: ¿existe
el cambio en este lugar fuera del tiempo? Porque si usted dice: «Sí, la Eternidad
no es estática; en ella se desarrollan acontecimientos», entonces adopto mi
sonrisa de suficiencia y le muestro que ha vuelto a introducir una vez más el elemento
tiempo. El concepto de «tiempo» plantea simplemente una condición, un estado o
un lugar en el cual opera el cambio. Si no hay tiempo, no hay cambio. La Eternidad
es estática. Pero si bien es estática, no lo es en el sentido de una larga duración;
lo es más bien como un punto geométrico que tiende infinitamente a la recta.
Así, puedo defender mi teoría del cambio ortogonal o lateral diciendo: «Al menos
es una idea intelectualmente mucho menos insensata que el concepto de Eternidad».
Y todo el mundo habla de la Eternidad.
Déjenme
presentarles otra metáfora. Supongamos que existe un amante del arte muy rico.
Cada día, en la pared de la sala de estar, encima de la chimenea, los criados
cuelgan un nuevo cuadro, cada día una obra maestra distinta, una tras otra, día
tras día, semana tras semana, mes tras mes: cada vez, la pintura «usada» es
retirada y reemplazada por una nueva. Llamaré a este proceso «cambio a lo largo
del eje lineal». Ahora, supongamos que los criados se hallan en la
imposibilidad temporal de encontrar nuevos cuadros. ¿Qué harán entonces? No pueden
contentarse con dejar colgado el de la víspera; su patrón ha decretado el cambio
perpetuo de los cuadros. Entonces no dejan el antiguo, pero tampoco lo reemplazan;
más bien harán algo muy inteligente. Mientras su patrón está ocupado en otra
parte, los criados alteran hábilmente el cuadro que ya está en la pared. Pintan
un árbol a un lado; una manchita allá al fondo; añaden esto, suprimen aquello;
hacen de esta pintura algo distinto y en cierto modo nuevo. Pero, se darán
ustedes cuenta, su novedad será distinta de la que emerge del reemplazo. El
patrón entra en la sala de estar después de desayunar, se sienta frente a la chimenea,
y contempla lo que debería ser un cuadro nuevo. ¿Qué es lo que ve? Seguramente
no es algo que ya ha visto. Pero no del todo... Aquí debemos ser muy
comprensivos hacia este hombre estúpido, ya que podemos ver casi los circuitos
de su cerebro intentando comprender. Los circuitos dicen: «Si, es un cuadro nuevo,
no es el mismo de ayer; pero al mismo tiempo es el mismo, creo, siento como una
profunda intuición... tengo la sensación de que ya he visto esta escena. Pero
me parece que debería haber un árbol ahí, y no hay nada.» Si extrapolamos ahora
a partir de la confusión perceptual y mental de este hombre para llegar a mi
proposición teórica sobre el cambio lateral, comprenderán entonces lo que
quiero decir; y quizá puedan ustedes comprender en cierta medida que si eso de
lo que hablo es posible que no exista -si mi concepto puede resultar ficticio-,
si podría al menos existir. Desde el
punto de vista intelectual no se contradice a sí mismo.
Como
autor de ciencia ficción, gravito hacia tales ideas; aquellos que trabajan en
el género conocen por supuesto esta hipótesis bajo el nombre de universos paralelos. Algunos de ustedes
saben, estoy seguro de ello, que mi novela El
hombre en el castillo utiliza este tema. En esta novela hay un mundo paralelo
en el cual Alemania, Japón, e Italia ganaron la Segunda Guerra Mundial.
En
un momento determinado, uno de los protagonistas, el señor Tagomi, es transportado
a nuestro mundo, aquel en el cual las fuerzas del Eje perdieron. Permanece en
nuestro universo un lapso de tiempo muy breve, luego se ve proyectado a su
punto de partida, aterrorizado, inmediatamente después de darse cuenta de lo
que ha ocurrido... y evitará volver a pensar en ello ya que todo ha sido para
él una experiencia profundamente desagradable. Como japonés, este encuentro ha
sido con un universo peor que su mundo cotidiano. Para un judío, y por razones
evidentes, el nuevo mundo sería infinitamente mejor.
En
El hombre en el castillo no explico
realmente por qué o cómo el señor Tagomi se ha deslizado a nuestro universo;
simplemente, se sentó en un parque y estudió atentamente una joya moderna hecha
a mano, con un diseño abstracto. Concentró fuertemente su atención y cuando
alzó de nuevo los ojos, se halló en otro universo. Si no doy ninguna explicación
a este acontecimiento es porque no tengo ninguna, y desafío a cualquiera,
escritor, lector o crítico, a que den una. No puede existir ninguna por la
simple razón de que todos sabemos muy bien que tal concepto es tan solo una
premisa de ficción; ninguna persona mentalmente sana pretenderá ni por un
instante que una fantasía así pueda existir en la realidad. Pero pretendamos lo
contrario por el simple placer del juego.
Entonces,
si los mundos paralelos existen, ¿cómo están conectados - si es que se descubre
que están realmente conectados unos a otros? Si se trazara un mapa de estos
universos, mostrando su localización, ¿a qué se parecería ese mapa? Por ejemplo
(pienso que es una cuestión muy importante): ¿acaso están absolutamente
desgajados los unos de los otros, o acaso se superponen?
Porque,
si existe superposición, entonces problemas tales como «¿Dónde existen?» y «¿Cómo
se pasa del uno al otro? admitirían posibles soluciones. Yo digo simplemente
que si estos universos existen, si se superponen realmente, es posible que
vivamos verdaderamente, literalmente, en varios mundos a la vez, en grados
distintos, a cada momento del tiempo. Y aunque nos veamos unos a otros
viviendo, caminando, hablando, algunos de nosotros quizá habitemos porciones relativamente
más grandes de lo que se podría por ejemplo llamar el Universo núm. 1; algunos
otros vivirían entonces una mayor porción del universo núm. 2, o el surco núm.
2, y así sucesivamente, y no serían simplemente nuestras impresiones subjetivas
del mundo las que diferirían, sino que habría una mezcla, una superposición de
varios mundos dando como consecuencia diferencias objetivas y no subjetivas. De
hecho, las diferencias entre nuestras percepciones serían la resultante de este
estado. Añadiré esta fascinante proposición: puede que algunos de estos mundos
superpuestos se hallen en trance de morir, en el eje lateral del que hablaba,
mientras que otros se dirigen hacia zonas de mayor realidad. Estos cambios
tendrían lugar simultáneamente fuera del tiempo lineal. Estamos hablando aquí
de un proceso que es una transformación, una especie de Metamorfosis que se
realiza de forma invisible pero muy real. Y muy importante.
Han
seguido ustedes mis conjeturas, y se dan cuenta tan bien como yo de la posibilidad
de que exista un número indefinido de mundos superpuestos. Quizá algunos
vivamos en uno, otros en otro, otros aún en otro diferente, y todo acontecimiento
de cada surco no pueda ser percibido por los habitantes de otro surco.
Tanto
en mis relatos como en mis novelas, hablo a menudo de mundos trucados, de
universos semirreales, de pequeños mundos privados y locos que a menudo son
habitados por una sola persona mientras que los demás personajes permanecen en
su propio campo hasta el final o son aspirados a uno de los mundos extraños.
Este tema es constante en la totalidad de mis veintiséis años de escritor.
Durante todo este tiempo jamás he logrado una explicación teórica consciente de
mi interés hacia los pseudomundos pluriformes. Pero ahora creo comprender.
Presentía que la multitud de realidades parcialmente formadas rozaban aquella
que nosotros llamamos real. Aquella
que, por consenso de la mayoría, compartimos. Al principio presumía que las
diferencias entre estos mundos provenían tan solo de la subjetividad de los
diversos puntos de vista, pero no necesité mucho tiempo para preguntarme si no
había más que eso... si de hecho las realidades plurales no se superponían las
unas a las otras como una serie de diapositivas. Lo que aún no comprendo es como
una realidad entre la totalidad de realidades se actualiza a expensas de las
demás. ¿O quizá no lo hace? ¿O quizá depende del hecho de que un número suficientemente
grande de gente comparta el mismo punto de vista? Pero probablemente el mundo
matriz, aquel que contiene el verdadero núcleo de la existencia, ya no debe
estar determinado por el Programador. El (o «ello») articula - imprime, si puede expresarse así, la elección de
las matrices y les da su sustancia. El corazón o la esencia de la realidad qué
la recibirá, qué la esperará, y hasta qué punto-, he aquí el proyecto del
Programador; selecciona y selecciona en el trayecto de su creatividad, la
construcción de los mundos parece ser su tarea. Quizá intente resolver un
problema, y nosotros formemos parte del proceso de resolución.
Presumo
que tales alteraciones, la creación o la selección de los calificados «presentes
paralelos», llegan constantemente; y el simple hecho de que podamos comprender
conceptualmente esta noción (considerarla como una idea) constituye la primera
etapa que conduce al descubrimiento del propio proceso. Pero jamás seremos
capaces de demostrar esto realmente, de probar científicamente la existencia de
tales cambios laterales. Todo lo que obtendríamos como prueba probablemente serían
vestigios de recuerdos, impresiones fugaces, sueños, intuiciones nebulosas que nos
revelarían que había algo diferente... no antes sino ahora. Buscaríamos a tientas
el interruptor del cuarto de baño para descubrir que está donde siempre ha estado-
en otro lugar distinto. Querríamos hallar la toma de aire de nuestro coche allá
donde no está... un reflejo dejado por un presente anterior, aún activo a nivel
subcortical. Soñaríamos con gente y con lugares que jamás habríamos visto, y
eso de forma tan clara como si los hubiéramos conocido realmente. Pero no sabríamos
qué hacer con estas sensaciones, ni siquiera aunque nos tomáramos el tiempo de
reflexionar sobre ellas. Probablemente nos obsesionaría interminablemente una impresión
muy clara, sin dejarnos jamás una explicación: la sensación acerada, absoluta,
de que un día hicimos aquello que estamos realizando ahora, que hemos vivido
ya, por decirlo así, una situación o un momento particular... ¿pero cómo podría
ser llamado esto «ya vivido», cuando tan solo hablamos del presente, y no del
pasado? Tendríamos la abrumadora impresión de revivir el presente, quizá en sus
más pequeños detalles, de escuchar las mismas palabras, de pronunciar las
mismas frases... Presumo que estas impresiones son válidas y significativas, y
llegaré incluso a decir que tales sentimientos son el índice de que en un
cierto punto del pasado hubo una variable que cambió, fue reprogramada, y que
así emergió un mundo paralelo, halló su realidad reemplazando a uno precedente,
y que de hecho vivimos de nuevo exactamente esta porción particular del tiempo
lineal. Una brecha, un cambio, ha tenido lugar, pero no en nuestro presente...
ha afectado a nuestro pasado. Tal transformación tendría, por supuesto, un
extraño efecto sobre las personas implicadas; se verían por así decir retrocedidas
una o varias casillas sobre el tablero del ajedrez que constituye su realidad.
Esto podría ocurrir un número indefinido de veces, afectando a gran número de
gente en el tiempo donde serían programadas nuevas variables. Deberíamos revivir
cada programación sobre la línea consecuente del eje temporal
En
mi novela Ubik, propongo la noción de
un movimiento sobre un eje entrópico retrógrado, en términos de forma platónica
más que en los aspectos habituales de degradación y de regresión. Allí es
posible que el movimiento normal hacia adelante a lo largo del eje y alejándose
de la entropía, la acumulación en vez de la pérdida, o sea un eje idéntico al
eje que yo caracterizo como lateral, que llamo ‘tiempo ortogonal’ en oposición
al lineal. Si esto es exacto, Ubik
contiene por descuido lo que podríamos llamar una idea más científica que
filosófica. Me permito aquí hacer suposiciones. Pero puede que el autor de
ficción escriba mucho más de lo que cree saber.
Lo
que nos impide ver la jerarquía de las formas que evolucionan a cada nueva síntesis,
es nuestra ceguera a los mundos inferiores, no actualizados. Y este proceso de
interacción, que está continuamente formándose, anula en cada etapa lo que
existía anteriormente. Lo que a cada instante del presente poseemos el pasado es
doble pero dudoso: retenemos las huellas externas y objetivas del pasado
fijadas en el presente, y también poseemos nuestros recuerdos internos. Pero
ambos se hallan sujetos a las leyes de la imperfección, ya que simplemente son
fragmentos de realidad, pero no su forma intacta. Lo que guardamos de ella
tanto fuera como dentro no son entonces más que señales inadecuadas para
guiarnos. Esto está implícito en la simple emergencia de lo realmente nuevo; si
es realmente nuevo, debe matar lo antiguo, “aquello que antes era”. Y
especialmente “aquello que aún no estaba completo”.
Ahora
tenemos necesidad de localizar, de llevar al estrado de los testigos, a alguien
que haya conseguido de la manera que sea retener recuerdos de un presente
distinto, las sensaciones latentes de un mundo paralelo, de un lugar significativamente
diferente al nuestro, al que es real en este momento. Según mis hipótesis
teóricas, estos recuerdos fluidos serán seguramente los de un universo peor que
este.