sábado, 3 de mayo de 2014

El Arte Pop y Psicodélico de Guy Peellaert


Guy Peellaert (6 de abril de 1934, Bruselas, Bélgica - 17 de noviembre de 2008, París, Francia) fue un artista belga, que revolucionó el lenguaje de la historieta de los años 60 con sólo dos obras (Jodelle y Pravda la Survireuse), para dedicarse posteriormente a la fotografía y la ilustración en libros como Rock Dreams o las carátulas de álbumes de rock como los de David Bowie (Diamond Dogs) o The Rolling Stones (It's Only Rock 'n' Roll). También diseñó carteles para películas como Taxi Driver, Paris, Texas y Short Cuts.

 

Llegó a la fama gracias al cómic fantaerótico Les aventures de Jodelle, publicada por Eric Losfeld en 1966, sobre guion de Pierre Bartier. En esta obra, cuya protagonista semejaba a Sylvie Vartan, se incorporaba el nuevo lenguaje del pop art a la historieta.

 

Inició luego en la revista Hara-Kiri la serie Pravda, la survireuse, cuya protagonista se inspiraba en esta ocasión en los rasgos de Françoise Hardy. En 1968 se recopiló en álbum, pero no obtuvo el mismo éxito que Jodelle, dado, que como explica Román Gubern

 

ya no existía el factor novedad en el planteamiento estético y también, probablemente, por su agresividad excesiva y su cinismo ya desaforado, que hacían del cómic un libro de tintes siniestros

 

(Tomado de Wikipedia)
 
Selección de imágenes (sin orden específico)
 

































 
Corto animado de Pravda, la survireuse
 

 

viernes, 2 de mayo de 2014

"¿Qué clase de loco serías?" Fragmento de la biografía de P K Dick "Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos"


 


Fragmento de "Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos PHILIP K. DICK 1928 - 1982" de Emmanuel Carrère  (Je mis vivant et vous êtes morts Philip K. Dick 1928 – 1982) Traducción de Marcelo Tombetta

 

Así como otros encantan a las serpientes, él encantaba las ideas, les hacía decir lo que quería, y luego, cuando lo habían dicho, les exigía que dijeran lo contrario, y ellas volvían a obedecerle. Una conversación con él no se parecía a un intercambio de razonamientos, sino a una vuelta en una montaña rusa, en la que su interlocutor hacía de pasajero, mientras que él era el vagón, los rieles y las leyes de la física.(...)

 

No contento con contradecirse, podía negar durante la misma conversación lo que había dicho o lo que le habían oído decir pocos minutos antes; si alguien pretendía confundirlo, él lo miraba con una expresión desconsolada y perpleja, como si estuviera preguntándose si se había topado con un sordo, un perverso o un loco. Este comportamiento dejaba boquiabierta a Anne (su esposa al principio de la década de los 60s hasta 1965) y, antes de haberla exasperado, suscitó en ella una suerte de respeto fascinado por él: «¡Por suerte no has entrado en política! —exclamaba—. ¡Ni el doctor Goebbels hubiese podido contigo!». (...)

 

(...) en materia de enfermedades mentales, se consideraba una especie de autoridad, como lo demuestra con un afán de exhaustividad casi paródico el cuadro clínico que elaboró para su novela de 1963, Los clanes de la luna Alfana. Esta luna Alfana servía en un principio como centro de cuidados psiquiátricos para los colonos terrestres que sufrían perturbaciones, pero una guerra la había separado del planeta-madre, y los enfermos mentales, abandonados a su suerte durante dos generaciones, habían fundado en ella una sociedad de clanes similar al sistema de castas hindú: están los Manis, maníacos, dominadores y agresivos, que desde las alturas de su ciudad, Da Vinci Heights, ejercen su imperiosa autoridad; los París, paranoicos, sutiles políticos y estrategas, atrincherados detrás de mil sistemas de seguridad en su bunker de AdolfVille; los Deps, maníacodepresivos que viven solos en la sombría ciudad de Cotton Mather; los Obcoms, obsesivo-compulsivos entre los que se recluta a los funcionarios del planeta; los Polis, esquizofrénicos polimorfos que alegran con su caprichoso genio creativo la pequeña aldea de Hamlet-Hamlet; los Esquizos, poetas y visionarios errantes; y por último, al final de la escala, los Hebes, hebefrénicos vegetativos que se pudren en los basurales de Gandhitown, aunque cuenten entre sus filas con santos de altos poderes psíquicos. En esta novela Dick se propuso comparar los méritos de las diversas psicosis desde el punto de vista de la supervivencia y, como exigían las tendencias de su época, elaboró un balance muy positivo: la sociedad Alfana funciona bastante bien; apenas difiere de la nuestra, donde cada uno, aunque sea oficialmente cuerdo, puede pertenecer a alguna de esas categorías clínicas. Así, cada vez que los terrícolas desembarcan en la Luna, se procede a su clasificación como si se tratara de una formalidad aduanera, y los resultados de los tests muestran lo mal que se conocen las personas presuntamente normales.

 

Esta idea lo devolvió a su deporte preferido de juventud. Empezó a observar a las personas que lo rodeaban, a examinar sus reacciones y sus respuestas a las preguntas que intentaba hacerles lo más naturalmente posible para determinar las tendencias psicóticas de cada una de ellas. Por supuesto, no disponía de tests tan sofisticados como los de los psiquiatras de su libro; pero confiaba en su intuición y a veces el I Ching también lo ayudaba a construir sus diagnósticos. Phil propuso un juego que las niñas aceptaron encantadas: «¿Qué tipo de loco serías? ¿El que se cree un ratón? ¿El que se cree Abraham Lincoln? ¿El que se cree el director del manicomio? ¿O qué otro?». Las pequeñas no paraban de jugar a este juego e iniciaron incluso a sus compañeras de colegio. El juego se convirtió en el tormento del año escolar y la cruz de la maestra, exasperada por las carcajadas desbocadas que provocaban en sus alumnas diálogos tan absurdos como por ejemplo:

 

—¡Pero si los tigres no comen títeres!

—No, pero no creo que la directora lo sepa.

 

Cuando se supo que aquella moda había sido lanzada por las pequeñas Rubenstein, la maestra quiso advertir a los padres. Como Anne no estaba en casa, fue Phil quien la recibió, mostrando un vivo interés por sus teorías pedagógicas y asegurándole que se encargaría de controlar la imaginación de las niñas. Pero al acompañarla para despedirse, no pudo evitar por unos segundos poner esa cara de exaltado que tanto hacía reír a Laura con los ojos brillantes, una expresión a la vez sardónica y extasiada, y susurrarle:

 

—No se lo diga a nadie, pero yo soy Phil Dick, el famoso escritor.

 

La maestra lo miró con estupor. La cara de Phil se recompuso y volvió a ser la del padre atento y responsable que acababa de escuchar las quejas de la maestra de sus hijas.

 

—¿Cómo ha dicho? —balbució ella.

 

—No he dicho nada.

 

La maestra prefirió pensar que lo había soñado.